lunes, 22 de abril de 2013

Mi colaboración en Héroes del pensamiento


Domingo más uno: Un objeto de inspiración. El trapo.

Primero, ofrecer mis disculpas a mis tres lectores fijos. Jopeta, estuve liadísima, alejada de conexiones cibernéticas, de manera que de viernes a domingo estuve ocupadísima en la elaboración de tartas, preparación de paellas, concienciándome para la marabunta de gente que se nos venía encima, todo ello para contentar a mi hijo que celebrada en dos días consecutivos su cumple en la parcela, el sábado con la familia y el domingo con los amigos del cole. Así me he quedado yo, en este domingo luminoso, quiero decir domingo más uno, lunes por tanto: hecha un trapo. Ay que ver con los trapos, mira que son útiles estos trozos de tela. Ahora mismo mi cocina que huele a comida en pleno proceso de elaboración, en el punto ese del chup chup, en el que el caldo empieza a oler a rico sin un duro pero lo suficientemente intenso como para hacer salivar a las papilas gustativas que ya se imaginan el gusto del plato cocinado; mi cocina es un hervidero de trapos. Tengo un trapo colgado del pantalón, el que utilizo para secar mis manos o quitar algún resto inútil antes de que se me pegue al teclado del ordenador. Sí, escribo en la cocina, mi casa es un caos, espejo de mí misma. Acabo de doblar cuatro trapos de cocina y dos de limpiar el polvo y los cristales y otros espacios y manchas varias. Sí, también en la cocina doblo ropa, y ahí de vez en cuando queda sin recoger, al lado de los apuntes que en algún momento me dio por repasar. También tengo el trapo amarillo, ese que está húmedo de por vida, que huele que te mueres si lo dejas olvidado en algún rincón del fregadero, pues ese también está mirándome con recelo, a ver qué narices voy a contar yo de sus intimidades. Lo tengo enfadado porque me dio por ponerlo a remojo en un cacharro lleno de lejía y perdió un poco de ese amarillo intenso a lo limón madurito. No sé cómo es posible que me rodee de objetos con tanta personalidad, siendo yo como soy una balsa de agua, de lo calmada y suave. Mejor será que no le ofrezca este texto a mi marido puede dar otra versión de mí mucho menos agradable. Bueno, por si lo lee, que sí que también tengo mala leche. Pero nos estamos desviando, trapos, trapillos, traperos.  Trapero, sí, conocí a uno hace unos años. Qué señor más majo, vendía trapos de cocina en los mercadillos, yo es que en una época de mi vida formé parte de ese mundo de los mercados. Mi padre era vendedor de alfombras e iba de mercadillo en mercadillo vendiéndolas. Nadie lo sabe pero esa alfombra mágica que encontró Aladín en una cueva pasó por mis manos, lo recuerdo perfectamente, fue el día en que el señor trapero me regaló un gran surtido de trapos de cocina con dibujos de manzanas, plátanos y teteras. Así que yo, con la palabra generosa y agradecida pegada en la frente le regalé una alfombrita con el permiso de mi padre, y le dije que era mágica, para engrandecer su valor; él me había dicho que sus trapos me darían suerte para encontrar un buen marido y tener muchos hijos, y no fue mal encaminado, claro que lo del buen marido tuvo que ser en el segundo intento, y lo de los muchos hijos, sí, dos son muchos, suficientes. Por cierto que lo de la alfombra mágica sé que es la que yo le regalé al trapero porque la reconocí en las ilustraciones un día, al leerle el cuento a mis hijos, tenía el mismo dibujo que la mía y exactamente la misma combinación de colores.
    Qué extraños son los lunes, bueno, los domingos más uno, tengo la sensación de que ya pasó todo, pero todo empieza hoy. Por cierto que acabo de cometer una equivocación cocinando, en lugar de echar tomillo en la olla he puesto generosas dosis de pimienta negra, madre del amor hermoso que va a resultar chispeante mi guiso cocinado entre renglón y renglón del artículo retrasado del domingo. Si es que no puede ser, el desvarío es mucho mayor si escribo estando como estoy: hecha un trapo. Tengo los pegotes del cansancio plasmados en mi cara, el cuerpo se tambalea con los restos de tomate, y el polvo de anoche me dejó agotadita, quiero decir, el polvo del mueble que limpié anoche, ya sé que no eran horas, por eso estoy como estoy, en fin, que la inspiración de un lunes no es la misma que la de un domingo, así que disculpas. Ay por dios, no veo nada, el trapo amarillo se ha lanzado sobre mi cabeza, no le ha gustado que hable de sus malos olores, menos mal que el váter no hizo lo mismo el domingo pasado.
¡Y colorín colorado el articulillo se ha acabado!

Isolina Cerdá Casado

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