jueves, 31 de octubre de 2013

Blancanieves y un veintiuno por ciento de IVA sobre la cultura...


    "A mí dejadme, que estoy que no me tengo, tanto barrer y barrer, y para qué, estos jodidos enanos que no dejan de tirar papeles y otras tonterías al suelo, qué les costará tener un poco de cuidado. Estoy deseando hacerme la muerta para que se acabe este tormento de casa, y que venga el príncipe para arrancarle de las entrañas una galleta rellena de chocolate. Y que le den dos duros a estos pequeñajos, a ver para qué narices quiero yo tanta piedra preciosa si no me puedo ir a tomar un café con una amiga y menos irme al teatro, con el cojonudo IVA que nos ha implantado en la cultura desde palacio..."

Isolina Cerdá Casado

     

miércoles, 30 de octubre de 2013

Hallowen.

    La pobre calabaza se está pudriendo...


    Ha empezado a salirle moho, eso pasa con todo lo que se oxida, que le sale la parte negra y se transforma, evidenciando que la vida tiene un tiempo máximo de estancia exultante e intensa; después se va perdiendo el color, se chamusca, se pudre. Ha empezado por la comisura de los labios, esos labios que en su tiempo besaron con fuerza y se apretaron con entusiasmo el uno contra el otro para evitar que un rico alimento saliera chorreoso por las rendijas de esa boca hambrienta de sueños. Y ahora, con la resaca de una larga noche de amor, donde la presencia de líquidos sensuales la llenaron de babas, ahora se ha de despedir con presencia de mosquitos negros que velan sus últimas horas de transformación. No acabará en puré, porque alguien decidió que esta hermosa calabaza sería cogida por un niño lindo, y vaciada por la agresiva cuchara que en lugar de alimentarla, la dejaba vacía por dentro para albergar el fuego luminoso de una pequeña e inofensiva vela. El niño estaba feliz, mientras la calabaza pensaba que al menos durante unos minutos habría servido para algo más que para llenar estancias estomacales. Ella, por unos días, lo que le deje la madre naturaleza, que ya está diciendo: no más. Ella ha hecho sonreír a ese pequeño hombre que en sus brazos la llevaba emocionado a través de las habitaciones oscuras de la casa, buscando fantasmas invisibles, sintiendo que ella era un juego divertido además de un puré potencialmente rico. 
    La noche de los muertos se convierte en algo lúdico y divertido, mejor, porque ya es bastante dura la noche de los vivos. Lo único que me alegra de la noche del treinta y uno de octubre es que, como consecuencia de las tantas noches tristes que me ha tocado vivir, tengo muchas almas queridas que tal vez vengan a verme, y me hagan compañía. Así que esa noche no debería sentirme tan sola como me sentí cuando se fueron, también me tranquiliza la idea de que estén de fiesta en su desconocido país.  

Isolina Cerdá Casado

martes, 29 de octubre de 2013

No estoy chisposa, aunque no quiera no puedo ignorar las anotaciones en la agenda de mi memoria. 26 y 30 de octubre, días tristes.

    Mi querida estrella, cuánto tiempo sin dirigirme a ti directamente. Ya hace veintitrés años que te fuiste, y parece que fue ayer, bueno, ayer ayer no, sé que no, no ha podido ser un sueño todo lo que ha pasado desde ese momento.


    Mañana hará doce años que murió esa otra gran estrella de mi vida y de la tuya. Hace pocos días una foto despertó mis recuerdos de infancia. El babi, el uniforme, unas escaleras que bajábamos y subíamos todos los días durante el recreo, las monjas que nos enseñaban a rezar y a agradecer a dios, y alguna de ellas nos enseñaba otras cosas,...todo ello no era para mí un buen recuerdo, porque entonces tú ya llorabas al instante sin poderte defender de la invasión de la tristeza. Esas terribles depresiones que te hacían caer en un pozo sin fondo y apenas te dejaban respirar. 
    No quiero llorar, no quiero que este texto sea un cúmulo de anotaciones tristes, de recuerdos aplastantes para el ánimo, porque no es mi propósito en este día. Hablar de ti y para ti sin llanto de por medio. ¿Lograré que así sea? He mirado por un hueco de la cortina de la ventana de la cocina, en ese huequito se puede ver el azul de un cielo con alguna pequeña nube pasajera, que parece flotar llevada por la paz del día, hace más frío que en la tarde de ayer, cuando observaba a mis hijos cómo se columpiaban solos en el parque, yo me envolvía el cuello con la chaqueta de Lara, porque estaba entumecida y muerta de frío. Estas fechas no son buenas para mi cuerpo. Los recuerdos se van presentando, como si fueran imágenes que ha inmortalizado la mente y que el alma guarda en un cofre que a finales de octubre se abre solo. Y ahí, en los restos de pastelitos de la fiesta de cumpleaños de tu sobrina se me aparece una cama de hospital y una despedida a la que no me quiero enfrentar. Y en los globos que han quedado, dos o tres, pegados al mueble que restauré y redecoré para mi primera boda, veo las caras de mi abuela Asunción, y de la tuya, que era capaz de derrochar ternura con un niño a la vez que hablaba con desprecio a su hija. Ella, la Asunción de Laiantes, esa aldea de Galicia en la que apenas quedan tres o cuatro habitantes. La mujer que salía al campo con las vacas, la que mandó a su hija a estudiar con las monjitas, la que mataba a los conejos de un golpe seco en el pescuezo, esa mujer sembraba y después cuidaba con mucho más cariño a una mazorca de maíz que a su propia hija, porque quería que la hija fuera recta y ejemplar, y el maíz se lo daba a los cerdos y a las gallinas. Aún está la casa, aún están todos los aperos del campo, aún me resisto a pensar que no volveré a estar viviendo temporalmente en esa casa de Laiantes. Oh, mi querida hermana, cuántas cosas que contarte. Lo estarás viendo, seguro, qué penita no poder tenerte aquí, compartiendo un café, una taza de la que beber las dos, una taza llena de vida y de esperanza, con sorpresas de niños rebeldes que nacen para alegrarte la vida y llenártela entera con sus sonrisas y alaridos. Parece que no, pero me pongo y entonces surgen las historias, historias de un día, de un momento, de un instante, del propio hecho de respirar, de ensanchar la caja torácica, de expandirla hasta grados extremos donde hay riesgo de explosión por exceso de oxígeno y de elongamiento. Entonces te pienso, entonces te lloro, y agradezco a la vida que me de la oportunidad de llegar hasta el infinito y más allá gracias a la inmortalidad que te dan las palabras y esos mapas que dibujo cargados de emoción en los que viajo a través de mis recuerdos y llego hasta vosotras, estrellas de mi vida.
    La imagen que presento es una foto del final de un día, un día más que estaba a punto de acabar, en el que se vislumbraban los últimos rayos del sol que nos estuvo alumbrando durante todo el día, mi hija estaba feliz, lo estábamos todos, pero esa imagen en el cielo trascendía, estaba situado en medio de dos fechas tristes, celebramos el cumple de Lara un 27 de octubre. El 26 de octubre del año 1990 nació una estrella, y el 30 de octubre del año 2001 otra estrella se fue a poblar el cielo de la noche. No debería extrañarnos que en esta época no estemos para tirar cohetes, ni que nuestro ánimo no muestre su mejor cara, aunque no queramos la memoria del tiempo se hace presente en nuestra agenda vital.

Isolina Cerdá Casado     

sábado, 26 de octubre de 2013

Una bañera, una hija y un té. Mi artículo de los domingos en Héroes del Pensamiento.

Domingo, un objeto de inspiración: una bañera, una hija y un juego de té.



    Estaba muy cansada, tenía que darme una ducha, tenía el pelo sucio y estaba con mucho estrés en el cuerpo. Mi marido y mi hijo habían salido, se fueron a ver el fútbol a un bar, era uno de esos partidos Madrid-BarÇa que los futboleros no quieren perderse. Yo tenía frente a mí una montaña de ropa, una niña que tenía que merendar y un estado turbulento en el interior. Opté por concederme un baño relajante, apañé la merienda de la niña, la dejé en el salón, con todo el suelo invadido por playmobiles y llené la bañera. Me llevé un libro y me imaginé cubierta de agua, leyendo relajada, reponiéndome, llenándome de fuerza. Entonces, cuando ya estaba metida en la bañera llegó mi hija con su bocadillo de jamón York, diciéndome que si se podía quedar en el cuarto de baño mientras yo estaba inmersa en aguas jabonosas. -Bueno hija, si no te apetece jugar con los miles de muñequitos que tienes escampados por el comedor, puedes quedarte.   - Zí, me quedo. -Bien.- Se puso a observarme al lado de la bañera.
-Mamá, tienes una vulva muy fea. - ¿En serio? – Zí, está llena de pelos. Pero, ¿cómo puedes hacer pis?¿Eh? – Pues por el agujerito hija.  – Ah, zí. Pero tu vulva ez muy fea. La mía es máz bonita. - Lara, ¿por qué no te vas al comedor a jugar mientras meriendas? – No, me quedo aquí sentada, encima del wáter. Mamá, ¿tu tienes cuarenta años no? Pues cuando tengaz cincuenta te vaz a morir. –Espero que no, querida. Mi madre tenía cincuenta y cuatro cuando murió. –Y ¿se murió mientraz dormía? – No, murió poco a poco, estaba en una cama en el hospital. – ¿Era una cama de ruedaz? Ya lo zabía. ¿Ella tenía cáncer no? – Sí, estaba malita. – Volvió a situarse al lado de la bañera, observando mi cuerpo nuevamente. – Mamá, tú tienez laz tetaz muy gordas. Y se te van a ir poniendo más gordaz y más gordaz. – No creo que crezcan más hija.         –Mamá, hay hormigaz en la bañera. – Son pelusas hija.  – Cuando tenga una hija la voy a llamar Corazón. – A lo mejor de aquí a que la tengas cambias de idea. – No, mamá, no me gusta otro nombre. ¿Qué es esto? – Un libro, un libro de Isabel Allende, con cuya lectura quería relajarme metida en la bañera.  – Uf, qué rollo, no me guzta. A ver qué pone. No sé lo que pone. ¿Te vaz a tomar un té conmigo? – Bueno, vale.
    Salí de la bañera, envolví mi larga cabellera mojada en una toalla, me metí en mi albornoz y ahí acabó mi baño relajante, mi hija se comió su bocata sin dejar de hablarme y mi baño relajante acabó en el mismo instante en el que mi hija entró por la puerta. Minutos después estaba sentada en el sofá tomándome un café con el juego de té que le habían traído los últimos reyes, me echó café, leche y unos gramitos de azúcar imaginaria. Y tras unos cuantos sorbos, me dijo que quería ver dibujos. Encendí el televisor y busqué algún canal en el que hicieran dibujos animados y sentí que me tenía que poner a escribir urgentemente. Estas conversaciones con mi hija de cinco años recién cumplidos tenían que ser inmortalizadas, yo no recuerdo ninguna conversación con mi madre cuando tenía esa edad. Tal vez si mi madre la hubiera escrito yo hubiera podido saber qué tipo de conversaciones entablaba con esa edad y no me hubiera pillado tan desprevenida.
   En fin, que eso, que me adelanto un día porque mañana tengo por delante una jornada de domingo ajetreada, celebramos el cumple de la pequeñaja con la familia en la parcela y me voy a hinchar a cocinar, y no sé si voy a tener tiempo de mi momento artículo dominguero. Sean felices lo que queda de sábado y disfruten a tope el gran domingo alargado que tenemos por delante.


Isolina Cerdá Casado

viernes, 25 de octubre de 2013

Ayer empecé a leer un libro de Isabel Allende...

    Yo no tengo un cuarto especial en el que sentarme y dejarme ir, aunque a nadie le importa que lo haga, tienes ganas de ser creativa y de que surjan las palabras, tienes la sensación de que hay muchas cosas que contar, pero en realidad no haces más que mirar al cielo y quedarte exhausta, estás sin fuerzas, en ocasiones faltan los sentidos, y no eres capaz de hacer las cosas como deberías. ¿Qué es lo que te hace pensar que aquello sobre lo que quieres escribir es importante? ¿Crees realmente que tiene alguna importancia para un tercero leer eso que pueda llegar a salir de ti? Creo que sí, que es importante. Recuerdo tantas cosas de aquellas épocas difíciles, aunque en aquellos momentos no me parecía que fueran malos tiempos. Yo era una niña, recuerdo que iba tumbada en el asiento de atrás del furgón de mi padre, era un sábado por la mañana, a eso de las seis, intentaba no dormirme porque debía estar vigilante, poco tiempo atrás mi padre había tenido un accidente con el furgón yendo a trabajar, era vendedor ambulante y se dirigía al mercado de Torrevieja. Ahora mismo me sorprende mi actitud de niña acatadora de las circunstancias en las que me había tocado vivir, recuerdo que con diez años tenía que faltar a clase porque mis hermanos eran pequeños y mi madre se tenía que quedar a su cuidado, así que salía con mi padre al mercado algún día entre semana además de los sábados.   
    Ahora miro el cielo, me siento feliz, a pesar de todo lo que he vivido, porque resulta que muchas veces me pregunto por qué tengo esa especie de impulso, como una necesidad de escribir algo que hay dentro, pues claro que sí, tengo cosas que contar, experiencias vividas que no han salido, que no se han manifestado creativamente y que por alguna razón mi alma necesita contar. Tal vez porque hay mucho maquillaje en la vida, porque es mejor pintarlo bello que sentir que el cuadro era feo, es preferible engañar a los sentidos y creer que tu vida no está tan condicionada por las circunstancias; pero mi vida estaba y siempre ha estado condicionada por circunstancias jodidas. Pero todo se podía relativizar, si comparaba mi vida con la vida de mi madre, yo debía sentirme afortunada; y si pensaba en la infancia de mi padre, debía sentirme la niña más afortunada del mundo, el simple hecho de poder comer todos los días formaba parte de mi peculiar fortuna. 


    Fortuna, fortuna, era el nombre del tabaco que fumaba mi madre, luego se pasó al Nobel.
  Muchas veces fui a comprar su paquete de cigarrillos. ¿Por dónde empezar a escribir?¿Cómo organizar el cuento? ¿Y si empiezo aquel día en el que me asomé a la ventana del cuarto de baño del cuarto piso en el que vivíamos y miré hacia abajo sopesando los pros y los contras de hacer una locura? Apenas debía tener doce años, imaginé mi cuerpo sobre aquella uralita que cubría parte del bajo del edificio. Luego pensé en mis padres, deseché la idea al momento y nunca más volví a pensarlo, pero el recuerdo de aquel planteamiento momentáneo viene conmigo y no lo he olvidado jamás. Nunca lo compartí con nadie. Paradógicamente, años después, como dieciocho, yo debía tener treinta años, al volver de la Escuela Superior de Arte Dramático una cinta de la policía local rodeaba una superficie de la carretera a unos metros del portal de mi casa. Una vecina, una niña, de unos quince años, se había lanzado desde su habitación de su piso de la quinta planta, y acabó con su vida, todavía quedaban restos de la tragedia cubiertos con montones de arena blanca. 
    Los cielos grises, de nubes que van y vienen, de recuerdos que se despiertan y que se vuelven a dormir, por el calor de la vida que se quema segundo a segundo, que se reinventa y se transforma y te da la oportunidad de volver a soñar. Nunca se debe tirar la toalla. Al final la justicia llega. Saul Bellow, un escritor canadiense de origen judío dijo: "La única curación segura es escribir un libro", se le atribuye esa frase, se dijo que la dijo. La cogí, la hice mía, la anoté en mi cuaderno de notas y la llevo conmigo. Y creo que en mi caso, como persona neurótica que soy, estoy convencida de que es ciertamente así: sólo podré sentirme libre y bien si escribo el libro de mi vida, que tiene muchas vidas a su alrededor, y en la que todas ellas tienen un papel importante.

Isolina Cerdá Casado


jueves, 24 de octubre de 2013

Una foto de columpios vacíos, gente corriendo, mirando el cielo, y en medio de todo, un señor que camina despacio.


Unos columpios, unas porterías, nada son si no hay niños llenándolos de vida...


    Estaba sentada en el coche, mi hija estaba conmigo en el interior del vehículo, esperábamos a mi marido que había ido a hacer unas gestiones rápidas y no había manera de dejar el coche bien aparcado. Entonces me puse a mirar la vida pasar, dedicando tiempo a mirar a la gente que pasaba, todos con su velocidad, con un objetivo, vidas con ritmo acelerado. De pronto pasó un señor mayor, debía tener unos ochenta años, caminaba despacio, era el único de todas las personas que habían pasado ante mis ojos que no tenía prisa, andaba con tranquilidad, a un paso más bien lento. Se detuvo a mirar a unos niños que jugaban en el parque. Entonces yo quise entrar en su cabeza, saber qué estaría pensando, tal vez buscaba a uno de sus nietos, aunque a lo mejor simplemente miraba a esos alegres niños ajetreados, que jugaban divertidos bajo la atenta mirada de sus padres y abuelos. Estuvo unos instantes mirando hacia el parque, luego miró el cielo, estaba algo nublado pero no llovía, y siguió su camino. Entonces recordé el libro que había visto en la biblioteca, estaba ojeando títulos, no iba buscando nada en concreto, simplemente me estaba deteniendo en la belleza de algunos títulos, dejándome seducir por el tacto del papel, imaginando cuál sería el contenido. La cuestión es que vi una sección: "Mayores", y me puse a ver qué títulos tenían en aquella sección. Había libros para envejecer con salud, para envejecer en forma, de actividades que aconsejaban para determinadas enfermedades. Pero me llamó la atención un título: "Qué pasa cuando llega la vejez". De pronto sentí que del mismo modo que habían llegado los cuarenta, con la misma vertiginosidad llegarían los setenta, y tuve la sensación repentina de que la vida era demasiado corta, de que incluso lo milagroso en estos tiempos que corren sería llegar a cumplir setenta. Sentí pánico, ¿qué podía hacer yo? ¿vivir más intensamente? Pero si mi vida no podía estar más estrujada, apenas tenía tiempo para nada, ¿qué hacer para evitar el desastre? ¿Pero a qué tenía miedo? 
    Tenía miedo a demasiadas cosas, a morir, sobre todo por mis hijos, porque el hecho de que si yo no estuviera, ¿quién iba a hacer por ellos todo lo que yo hago? ¿Acaso se podía pensar en un buen momento para morir? Y por otro, el miedo a que llegara a tener esos setenta años con la sensación de no haber hecho en cada momento aquello que quería hacer. Luego también me vinieron a la cabeza las muchas muertes que han sucedido en apenas unos días de gente que conocía de alguna manera, y gente que sin conocer de forma directa era como si estuvieran caminando conmigo largo tiempo. Entonces un chorro de desesperanza me invadió. Al final las desgracias hacen que muchas de nuestras luchas pierdan su sentido, que el impulso que nos lleva a emprender caminos desaparezca arrollado por la tristeza profunda que el dolor instala en nuestra alma. Y en ese momento qué, ¿qué es lo que nos hace seguir caminando? ¿De dónde sacamos las fuerzas para seguir? 
    Contemplando a ese señor de unos ochenta años me di cuenta: el sentido está en la misma vida, en esos niños que empiezan a caminar y que no se merecen sentir nuestra tristeza, en ellos está la energía a la que agarrarse, en ese brote de vida que hace que renazca nuestra esperanza, esa pureza primigenia, ese ser noble, bueno, indefenso... 
    Y de este modo hablamos de angelitos, de estrellas nuevas en el cielo, de restos de aquellos que se fueron y que estarán para siempre con nosotros, y cuando nosotros nos vayamos seguiremos estando en otras personas para las que seremos almas eternas, provocaremos tristeza con nuestra partida pero todo tendrá un sentido.
    Y todo porque aquel señor miró el cielo, supo que iba a llover y decidió marcharse a casa tranquilamente antes de que empezara a caer la lluvia. Aquel señor sabía de la importancia de jugar en el parque, por eso sonrió al ver a los niños, y se fue a su casa porque no quería mojarse, caminaba tranquilo, no tenía prisa, ¿para qué tener prisa? El tiempo iba a pasar de todas las maneras, tarde o temprano iba a llover, así que mejor estar bajo techo. El hombre desapareció de mi vista. Y entonces empezó a llover. Lloré. Demasiada gente buena que se había marchado a poblar el cielo en un corto espacio de tiempo.

Isolina Cerdá Casado


miércoles, 23 de octubre de 2013

Arde

Arde el alma....


    El alma va y viene, sube y baja, llora, ríe, y al final todo se manifiesta.
No mires el fuego que te vas a hacer pis encima. Eso es lo que me decían cuando era pequeña y se quemaba algún rastrojo en el campo. Pero, ¿por qué es tan atrayente mirar cómo arde un montón de leña? Sentir ese calor. Calor interior. Explosión. 
    Estábamos en la parcela, hacía frío, y mi marido encendió el fuego, íbamos a cenar bajo la amenaza de tormenta. Tiré la foto. De pronto mirar el fuego me produjo calma, calmó al frío, iba a calmar el hambre y nos acurrucó el alma. Ver el fuego desde la distancia oportuna es agradable. Es como contemplar un tipo de esencia ardiente que hay en nosotros. Una fuerza de la naturaleza arrolladora y a la que hay que tratar con el suficiente respeto. Uno se puede llegar a mear del gusto bailando alrededor del fuego, ahora entiendo lo que me decían mis padres.

Isolina Cerdá Casado



domingo, 20 de octubre de 2013

Un cielo rosado, un enanito chisposo, una hermana muerta y el cáncer de mama.

Domingo, un objeto de inspiración: Un cielo rosado, un enanito chisposo, una hermana muerta y el cáncer de mama.



    Todo estaba tranquilo, en muchas ocasiones no nos damos cuenta de la tranquilidad que nos rodea, ese día yo sí me daba cuenta, algo estaba a punto de pasar, era como si ese sexto sentido del que a veces se habla se estuviera manifestando, sin más. Atendía en clase, estábamos en clase de Lengua española, la profesora lograba hacer interesante una materia que en aquel entonces no me llamaba la atención, quién me iba a decir que mucho tiempo después hallaría algún consuelo jugando con esas normas básicas que a base de pizarra y análisis trataba de introducir en nuestro cerebro. Entonces entró, era el jefe de estudios, se acercó hasta la profesora y le habló en susurro, ella me miró, y asintió al hombre que había hecho su aparición con cierta actitud apesadumbrada. Mierda, tenía que ver conmigo, ese sexto sentido joder, el instinto estaba alerta, tal vez lo estuvo desde el mismo momento en el que la dejamos allí metida. Siempre supe que aquello no era una buena idea, por eso después me sentí tan culpable, porque en el fondo sabía que aunque estábamos esperanzados aquella no era la mejor solución. Tenía que marcharme a casa, cuanto antes mejor, deprisa, corre. Nadie me dijo lo que había pasado, pero indudablemente no se trataba de nada bueno. No insistí en preguntar más, cogí mi mochila, la llené de las libretas y el pesado libro de gramática lingüística y me dirigí caminando hacia casa. Iba con miedo, el corazón latía a un ritmo acelerado, quería pensar en que no iba a ser tan grave, que tal vez no tuviera que ver con ella, que a lo mejor un familiar lejano…no, en ese caso no hubieran llamado al instituto pidiéndome que corriera hasta casa. ¿Qué era lo que pensaba? Había leído las señales, y cuando llegué todo se confirmó. Mi hermana había muerto.
    ¿Que por qué hablo de esto ahora, en este artículo dominguero en el que escribo cosas ligeras y a poder ser divertidas? El proceso ha sido claro. Ayer fue el día internacional del Cáncer de mama, bueno, un montón de lazos rosas lo cubrieron todo, un montón de mujeres y hombres que por unos momentos se solidarizaron con la causa. Durante el día estuvimos en la parcela de la familia, era un día en el que se preveía lluvia intensa para toda la jornada, sin embargo no llovió nada, apenas unas gotas, eso sí, toda la lluvia que tenía que caer durante el día cayó minutos antes de irnos. Me llevé la cámara y comencé a echar fotos, pensando, es cierto, en el artículo de hoy. Normalmente utilizo una foto de un instante previo a escribir el artículo, pero pensé que allí podía obtener imágenes inspiradoras y sugerentes. Y al elegir esta foto como inspiradora, voy y pienso en mi hermana, en el cáncer de mama por el pequeño trocito color rosa de ese cielo inmenso que nos rodea, y la grandeza de la vida se me manifiesta, y voy yo y empiezo a escribir sobre uno de los momentos más dolorosos de mi vida, que aún en el día de hoy, mientras tecleo con ánimo logra empañar la mirada triste, hasta finalmente hacer rebosar toda esa pena recorriendo estas mejillas que ya han sido surcadas por montones de ríos intensos cargados de lluvias tormentosas.
    En el fondo soy consciente de que cuando imagino a un váter indignado, y me río hasta el fondo de mi alma de esa situación absurda, estoy tratando de quitarle peso a la realidad del váter inmóvil que lo único que hace es tragar y tragar mierda. Pobre váter, en serio, no sé cómo puede soportarnos.
    Mi hermana no murió por el cáncer, fue mi madre la que murió por cáncer de mama, diez años después de perder a mi hermana. Ayer estuve viendo hasta altas horas de la noche dos programas relacionados con el tema. Se contó la verdadera historia del lazo rosa, en su origen este lazo no era rosa sino naranja y fue una mujer la que intentando que se investigara y que se considerara la enfermedad envió cinco postales con un lazo naranja al Congreso, aquello fue creciendo. Fue una idea de la que se quisieron apropiar grandes firmas comerciales y para evitar problemas de derechos de autor y patentes, cambiaron el color naranja por el rosa, después de un estudio de mercado vieron que ese color es el que más se adaptaba al grupo al que iba dirigido, con muchos intereses económicos detrás más que intereses humanos. Una enferma decía que ella no veía nada rosa en la enfermedad, que era una enfermedad dura, terrible y oscura. Se trató el tema de los desodorantes con aluminio, que una investigadora demostró que sí era posible que las células se alterasen con la exposición continua a ese componente de los desodorantes, no de todos. Lo cierto es que en lugar de realizar estudios de mercado para ver con qué color tendrán más fuerza las campañas habría que centrarse en ver cuál es la causa, qué lo provoca.
    En fin, no sé, cada cuerpo es diferente, cada persona es un mundo, estoy segura de que el dolor es el mismo en todos, y sé que mi madre sufrió mucho, ¿fue el virus del dolor el que se lo produjo a ella? ¿Fue la falta de prevención? Nunca se había hecho antes una mamografía, tenía cincuenta años cuando se lo descubrieron, la edad que ahora mismo consideran como mínima para realizar una mamografía a una enferma sin antecedentes. Ella estaba en un grado cuatro cuando se lo diagnosticaron, no tenía antecedentes, murió con cincuenta y cuatro.
    Elegí un cielo nublado con mucha luz, una luz esperanzadora, quería escribir sobre las intensidades de la naturaleza, pero al final toda yo he sido arrastrada hasta las intensidades del alma, del dolor, de la vida…

    Un enanito perdido entre la naturaleza me ha susurrado al oído que no me preocupe, que viva, que abrace a mis hijos, que sueñe con que todavía me quedan muchos años para inspirarme, que no pierda la esperanza porque vivir sin esperanza es caminar apagado, sin sentido. Feliz domingo, también me deseó un feliz domingo, sí.


Isolina Cerdá Casado 

sábado, 19 de octubre de 2013

Paella atacante.

Robusto, fuerte, lleno de pasión, siempre encendido,... ¿De qué hablas? Pensaba en una gamba arrocera. Ah, creía que te referías a tu marido. Pero, ¿robusta, fuerte, llena de pasión, siempre encendida?¿una gamba? ¡Qué dices! No, no, no, quería decir cangrejo, eso, cangrejo arrocero. Pero, ¿robusto, fuerte? ¿Un pequeño cangrejillo? Ay, déjame, escribo como quiero. Ahora mismo es en lo que estoy. ¿Estás cocinando o pescando?


Estoy tratando de pescar el ánimo para ponerme a cocinar la paella que dentro de unas horas nos comeremos. Ay que ver, vaya ganas de ponerse a un asunto como ese a estas horas de la mañana. ¿Qué te ha dado para estar en estos menesteres un sábado por la mañana? Pues nada, me dio un ataque, tuve un hijo, luego me dio otro ataque, y tuve una hija, antes de eso me dio un ataque mayor, y tuve un hombre que es el causante de los posteriores ataques. Y ahora no me queda más remedio que cocinar para estas criaturas, pero no solo eso, me tengo que poner con otras historias menos agradables, tipo: quita polvos, lava montañas imposibles de ropa, cuenta cuentos, sonríe, planifica... Pues no sé qué decirte. ¿Por qué no te vacunaste para prevenir esos ataques? Es por la felicidad, vamos que yo quería ser feliz, tener ataques, maridos, trabajo, casa, coche,...etc. Vamos lo típico a lo que una persona debe aspirar. Aunque ahora sinceramente no sé si debería haber aspirado a tener una simple bicicleta como máximo, como mucho la hubiera tenido que llevar al taller para reparar algún pinchacillo, pero no tendría que vérmelas con un cangrejo arrocero para darles de comer a estos duendecillos atacantes. Pero, vamos a ver, ¿ataques de qué? Pues me dan ataques de todo tipo: ataques de histeria, ataques de risa, ataques de prisa, ataques de agobio, ataques de desesperación, ataques sin sentido, ataques de madre frustrada que se asoma a la ventana de su casa para respirar y tomar aire.

¡Ahhh! Pobrecilla, cómo te entiendo. ¿Y eso? Pues porque yo ahora mismo acabo de tener un ataque de esos, me he asomado a la ventana y me ha caído un chaparrón que me he tenido que enrollar una toalla a la cabeza para que el pijama no se me mojara del todo. Yo tengo un ataque, de esos que tú dices, metido en la cuna, es precioso, lindo, lindo. ¿Y si te digo que en el fondo me encanta tener estos ataques? Y si te digo que a mí también me encantan, ¿cómo te quedas? Pues que estamos tontas perdidas. En el fondo sabemos que si no tuviéramos hijos no tendríamos tantos ataques. Pues sí, aunque seguramente tendríamos sobrinos que también nos producirían ataques y para los cuales también tendríamos que vérnoslas con unos cuantos cangrejos arroceros.
    ¿Estás mejor? Bueno, un poco sí, gracias al teclado me he liberado un poco del estrés matutino de un sábado nublado sin aparentemente ninguna presión.

Isolina Cerdá Casado.

viernes, 18 de octubre de 2013

Duendes.

Rojo pasión...

    Qué imagen tan bonita me ofrecen estos granos de granada. Ahora mismo me estoy comiendo grano a grano esa intensidad de color, introduzco en mi cuerpo este tesoro de la naturaleza. Un solo grano no te atrapa de la misma manera en la ensoñación en la que me encuentro, pero es tan importante como el resto. La muestra de la naturaleza feliz y viva. Hoy algo me ha pasado en la noche oscura, algo me alteraba, algo me inquietaba, no me sentía cien por cien relajada, y desde las seis de la mañana he estado dando vueltas en la cama, como si estuviera llena de incómodos bultos que no me dejaban encontrar la postura necesaria para volver a conciliar el sueño. Era precisamente el sueño creativo el que no me dejaba caer en el sueño reparador. La vida es tan corta, pasa tan rápido, que no emplearse en los sueños es sinónimo de pérdida de descubrimientos de tesoros ocultos. Antes de que llegue ese momento, ese en el que ya no tengas el impulso de moverte, hay que lanzarse a bailar con los duendes, hay que dejarse sentir, acariciar el camino que lleva hasta lo más profundo del alma creativa.

Isolina Cerdá Casado

lunes, 14 de octubre de 2013

Es lunes, un lunes más.

 

 El bolígrafo me está hablando al oído (lo dice la botella), pocas veces tiene la oportunidad de hacerlo. Normalmente estoy metida en tu bolso, esperando a que uno de tus hijos te pida agua. Pero hoy me tienes aquí, no sé si lo que pretendes es que sirva de objeto decorativo o lo que pasa es que te has cansado de guardarme cada vez que me sacas. Los gusanitos están hartos de seguir en el mismo sitio. ¿Han crecido tanto tus retoños que ya no te piden gusanitos para calmar el hambre? El globo ha dejado de estar terso, pierde aire, poco queda de ese aspecto feliz y de ese movimiento de juego con el que tus hijos hacían luchas de aire contenido, el llanto de uno de ellos indicaba que tenías que intervenir.
      ¡Cómo pasa el tiempo! Disfruta ya mismo de las pequeñas cosas porque apenas estamos unos minutos paseando por la vida, es la percepción que uno tiene cuando ha pasado unos años brindando por uno y otro año nuevo. Personas a las que quieres, que ya no están por aquí, se han ido a otra realidad, todos nos vamos, el premio es el presente, vivir sintiendo que estás haciendo aquello que quieres y aquello que debes. El producto de algo que está bien hecho es la satisfacción. Pensar en que tal vez esta sea la última vez, sentir, ser capaz de respirar, gritar, saltar, sentirse plenos con apenas nada. Y mientras tanto el folio en blanco te mira tentador, a la espera, a la espera de que te sientas inspirada para contar el cuento que nunca antes contaste. Te tienes que poner, hablar, decir.
     Piensas en tu abuela, no sé por qué me ha venido a la cabeza ella; su imagen ante los demás no era la de una mujer ideal, ni admirable, solo respetable. Porque una mujer que se ocupa del campo y va a la iglesia los domingos a escuchar la lección del día es respetable, su falta de calor no era lo que había que evaluar, su frialdad tampoco, simplemente ese levantarse con los primeros rayos de luz y salir a trabajar al monte ya da derecho a cierto bien mirar social.
    Mi madre luchaba cada día, el apoyar en el suelo firme el primer pie que sacaba de la cama ya suponía una lucha, su cuerpo arrastraba a su alma a caminar, a pesar de los pesares, ella irradiaba una luz diferente, su lucha había sido tan continuada en el tiempo y tan constante en su vida que no había espacio para tontear con esas cosas nimias que nos paralizan en nuestras pequeñas afrentas diarias.
    Y yo estoy aquí, sentada, al lado de la ventana, hija de mi madre, luchadora también, inconsciente en ocasiones de la suerte de estar en este instante en el lugar en el que estoy, buscando un respirar profundo, sabiendo que nada es eterno, nada, ni si quiera lo es la vida, porque hubo un tiempo en el que no la había, y puede volver a llegar ese tiempo vacío de existencia y de dolor, y de sonrisas, de llantos, de pulsiones.
    Es lunes, un lunes más, pero siento como si en este lunes me hubiera subido a una gran montaña y desde aquí arriba me encontrara en disposición de observar y observarme. ¿Qué soy? ¿Quién soy? ¿Hasta dónde soy capaz de llegar? Soy una mujer. No lo sé, tal vez por encima de todo una madre. Llegaré seguramente más lejos de lo que nunca imaginé: hasta el final mismo, en donde se puede tocar el sueño, acariciarlo y poseerlo con amor. Mejor pensarlo así.

    Es lunes, un lunes más, pero en este lunes me siento distinta.

Isolina Cerdá Casado

domingo, 13 de octubre de 2013

Pimientos, sueños y Lampedusa. Mi colaboración de los domingos en Héroes del pensamiento.

Domingo, un objeto de inspiración: Pimientos.



    Sabes perfectamente que no te importo menos que un pimiento, dímelo, solo tienes que decírmelo. ¿No los estás viendo? Quieren darse importancia, ponerse peso, cargarse de sentido, y para ello se están alineando para formar una cara, porque ellos mismos creen que para ser importantes tienen que parecer personas, pero qué es lo que significa eso de que los pimientos estén pensando cosas tan absurdas como que si no son humanos no tienen más valor que la de ser un simple, rojo o verde pimiento. Es como si los pimientos se estuvieran rebelando, no quieren seguir estando desconsiderados, ellos quieren ser iguales que el resto. ¿Qué el resto de pimientos, el resto de personas, el resto de qué?
    Yo los vi una noche, a ellos, a todos, iban subidos en una gran barca, flotando en la bañera, no sé quién se atrevió a jugar con sus sueños, sin los pimientos no seríamos lo que somos. Esa noche, yo me había sumergido en lo más profundo de mis miedos, la bañera estaba desbordante de agua espumosa, mi cuerpo tenía unos cuantos grados de alcohol prohibitivos si en lugar de manejar la esponja hubiera tenido que manejar un volante. No necesitaba sobriedad para conducirme hasta lo más resbaloso de la bañera. Tenía que haberme dado cuenta de que al estar borracha podía ver pimientos donde no los había, hasta incluso ser capaz de asignarles propiedades imposibles. Pero yo los vi, estaban confusos y hambrientos y muertos de frío. Iban buscando la otra orilla, alguien les había hablado de las maravillas de ese mundo que se encontraba más allá del mar. Entonces, el que parecía llevar el timón de esa barcaza a la deriva, el que se había autoasignado como la voz de aquel kilo y medio de pimientos, se dirigió a mí desde su singular altillo, dos pimientos lo sujetaban para que sobresaliera entre los demás. Ese pimiento gordo, rojo y orondo, ideal para asar al horno, se dirigió a mí. A esas alturas de la noche, cuando la llama de la vela y el olor a incienso apenas me dejaban ver con claridad; bueno lo más determinante en mi estado turbado fue el vino tinto, seamos claros. Pues, como iba diciendo, a esas alturas de la noche aquel pimiento me habló. Yo, en realidad, veía dos pimientos hablándome, y no entendía muy bien ese tono empleado, rebozado de cansancio, agotamiento, hasta unas gotas de súplica teñían sus palabras. Qué habían hecho ellos para merecer morir de aquella manera, sabían que sus sueños apenas estaban a unos kilómetros en línea recta, pero la barca no resistiría tanto, eran muchísimos, ¿no podía hacer algo para salvarlos de tanto desconsuelo? Su pueblo llevaba tanto tiempo inmerso en tal amargura vital, que no fueron capaces de ver el riesgo de aquel viaje. A mí sólo se me ocurría hacer un asado e invitar a comer a mis amigos, pero ellos esperaban mucho más de mí.
    ¿No podías escribir un cuento? ¿A caso no te quedaba imaginación para inmortalizar la causa de este pueblo injustamente exterminado? ¿Crees que tú no tienes nada que ver con ese ahogamiento? ¿Cómo puedes pensar que es posible crear un paralelismo entre una bañera y el mar mediterráneo? ¿Ves pimientos en lugar de hombres? ¿Todavía estás borracha? ¿Tu marido te trajo demasiados pimientos de la parcela? ¿De dónde te has sacado la idea de que a los pimientos les importes hasta el punto de que se puedan llegar a sentir desconsiderados por ti? ¿Has desayunado? ¿Todavía tienes restos de surrealismo pegados en tu cabeza de chorlita creativa? Es domingo, descansa, tírate un cubo de agua en la cabeza, y espera a que el mundo se arregle, o escribe, o sueña con que jamás volverá a ocurrir algo tan dramático en ningún mar del mundo. Sí, soñemos, pero soñando no se cambian las cosas querida. Lo sé.

Feliz domingo. Y que sueñen con hombres que no tengan que cruzar forzados los mares, que lo puedan hacer libremente, hombres, mujeres y niños.


Isolina Cerdá Casado.  

sábado, 12 de octubre de 2013

La felicidad es... es dejarse ser.

    Ser feliz por encima de todo.

Eso no es fácil.
No digas que no es fácil, di que no parece fácil.
Eso no parece fácil.
Tampoco parece fácil hacer el amor.
Eso es muy fácil.
No digo que no lo sea, digo que no lo parece.
Pues claro que parece fácil, porque es fácil.
Si analizaras con detalle todo lo que se produce dentro de ti cada vez que haces el amor, sencillamente no lo harías, no podrías llegar a ese estado de excitación, donde tu cerebro hace que la magia del cuerpo se produzca, y segregues de forma automática líquidos, y que de forma automática se concentren chorros de fuerza vital, y que de forma automática te dejes llevar por esa magia. Sin pensarlo, sin analizarlo, simplemente viviendo.
¿Y?
Ser feliz es dejarse estar feliz, sin pensarlo, sin analizarlo, se puede llegar a ser feliz simplemente viviendo.

Sonidos, imágenes, lavadoras girando, lavavajillas lavando,...y tú sentada en tu cocina, escribiendo...

Vasos que se rompen, y se han roto, de nada sirve lamentarse, pasó.

Cosas que suceden, cantos de agapornis que me perturban. Ignóralos.

No somos más que un trozo de pan esperando endurecerse para ser picado por una gallina hambrienta y pasar a formar parte de un futuro huevo frito mojado nuevamente por pan. La vida es un círculo. Pasamos una y otra vez por los mismos lugares, no siempre somos capaces de darnos cuenta de que es el mismo sol el que nos está dando la luz.

¿Estás surrealista o impresionista o expresionista? Lo único que sé es que estoy.

Isolina Cerdá Casado

viernes, 11 de octubre de 2013

Azul

 
  Llena de paz, así estaba la botella, ella se la zampó entera, la dejó vacía, llena de alteraciones desconocidas, y se tragó toda la calma de un golpe, como aquél que le dio la vida cuando pasaron aquellas cosas que no tenían que haber pasado. Tú sabes que la paz se gana, se paga, se compra. ¿A caso no es injusto que no sea accesible para todos? Esta sociedad está carente de botellas llenas. Paz. Un poco de paz para el alma herida. Yo voy a mirar por la ventana, hay un cielo azul, clarísimo, esperanzador. No veo nubes, en su lugar flotan en el cielo sombras heridas, pero el azul prevalece, se superpone, lo invade todo. El color azul es precioso...

Isolina Cerdá Casado

domingo, 6 de octubre de 2013

Enlace a vídeo de lectura dramatizada del texto de este domingo 4 de agosto, ¡de OCTUBREEEEEE!. Uffffffffffffffff...


http://youtu.be/8NO4vMyRC1k

Lechugas: Mi colaboración semanal en Héroes del pensamiento.

Domingo, un objeto de inspiración: Lechugas.



    Al mercado que me voy, a comprar unas hojas verdes, todas ellas unidas por un tronco, felices, arropadas, superpuestas,…Muchas veces me siento como una hoja de lechuga escondida en lo más profundo del matojo verde que me envuelve, en ocasiones son hojas secas con un tono marrón, apagado por el desánimo vital momentáneo que me persigue por las laderas del fregadero, especialmente cuando se me acumulan los vasos y los platos con restos de macarrones secos por la oxidación del impulso de recoger la cocina, cuando no recordé que debía ponerme una crema ultrasónica especial para evitar que las células se me fueran apagando, las células impulsivas me refiero…
    - ¿Pero de qué estás hablando hija? Es que ya estamos con la tontería dominguera, quieres hacer el favor de ponerte a escribir en serio, que no sé qué te ha dado con las cremas últimamente, para todo tienes una crema especial que resuelve el conflicto interno a través de una caricia externa. Pero tú sabes que la solución la mayoría de las veces está en el interior de uno, porque un nudo se ha formado y no se sabe bien cómo desenredar el asunto psicológico en cuestión.
    Me siento algo así como una lechuga deshidratada, con la hoja caída, sin fuerza…
    - Eso es porque no te has tomado el café al que acostumbras diariamente, y sin esa explosión energética sientes que no eres nada. Deberías dejar de tomar café, te has creado una dependencia absurda con el líquido negro. ¿Te gustan los negros?
   Me encantan, y me encanta el café, y ya no voy a casarme con un negro porque me encontré con un vaso de leche que me gustó y me venía bien para la hidratación anímica, pero no voy a dejar de tomar mi café como si de un negro se tratara, es lo único que me queda.
   - Cada vez estás peor, y te lo advierto, el mundo no está preparado para tus locuras transitorias y esporádicas, especialmente si las dejas inmortalizadas en un artículo.
    ¡Qué sabrás tú del mundo! Viviendo como vives en mi cabeza, y cuando no sabes hacer otra cosa que marearme y dirigirme, hacia aquí y hacia allá, y “esto está mal” , y “esto está bien”, y “esto lo tienes que hacer”, y esto…
- Pobre neurótica exprimida, estás al borde de otra crisis, ¿no te das cuenta de que las tormentas internas están emergiendo nuevamente? Tienes que cuidarte más, y poner orden, y limpiar la casa, si tu madre levantara la cabeza…
   Si mi madre levantara la cabeza me daría un abrazo gigantesco y me envolvería con su calor de madre, y me amaría tanto que yo me pondría bien en un instante mágico. Conciencia, querida, ayer estuve leyendo algunas cosas interesantes. Qué importante es el lenguaje, y cuántas cosas nos dice de nosotros mismos. Voy a dejar de utilizar el verbo “Tener”, a partir de ahora, cada vez que me tenga que referir a una cosa por hacer, utilizaré el verbo “Querer”. No es lo mismo decir: “Tengo que hacer ejercicio”, que decir: “Quiero hacer ejercicio”. Con el “tengo” se crea una obligación, con el “quiero” es una decisión libre que yo asumo. El libro en cuestión llegó a mis manos accidentalmente o fortuitamente, tenía tiempo y buscaba algo para leer, y perdido entre revistas de cotilleos, estaba él, “Cartas para Claudia” de Jorge Bucay, esperando ser cogido y buceado por alguien. De vez en cuando una necesita releerse algún libro de psicología, esta no es una relectura, pero al zambullirme en él he vuelto a tener el impulso de leer nuevamente información sobre el tema. Pues bien, quede constancia de que quiero leer más cositas sobre psicología; quede constancia también, de que quiero hacer las camas y darle el desayuno a mi hija, así como también quiero preparar cositas porque hoy tenemos visita; entre las muchas cosas que tengo que hacer, quiero decir, entre las muchas cosas que quiero hacer está limpiar la lechuga, quitarle las hojas oscurecidas por la oxidación y el paso del tiempo y del tormento de una vida ajetreada, y descubrir las hojas frescas, verdes, y relucientes que se esconden en su interior, de paso me quitaré mis propias hojas mustias y me quedaré más turgente e iluminada que, que, que,…que, ya me iba yo por otros caminos más propios de la noche que del claro domingo en el que nos encontramos…ha sido culpa de la palabra “Turgente”, creo que aparecía reiteradamente en textos de novela erótica a la que fui aficionada en una época de mi vida. Ahí tenemos una prueba más de la importancia del lenguaje. Una frase tan sencilla como: “Ay, qué turgente estás cariño”. Feliz domingo despejado y azulado, por lo menos aquí en Leganés.


Isolina Cerdá Casado

Pos pandemia. Corazón postraumatizado.

      Hoy, ahora, hace un momento, me dio por hacer limpieza del bolso. Mi bolso es una especie de contenedor de vida, también de objetos pu...