viernes, 5 de febrero de 2021

Rosa, la guerrera del norte.



  Ayer falleció Rosa, nos dejó, se fue prácticamente sin avisar, tal vez para que no intentáramos retenerla. Ella siempre fue un alma libre, y muy, muy valiente. Hace más de cincuenta años hizo su primer viaje a tierras alemanas, se fue a trabajar, a cambiar su vida, fue una más de esas emigrantes gallegas que se la jugaron, que arriesgaron la tranquilidad previsible de una aldea de Ourense para embarcarse en una aventura que determinaría el rumbo de su vida. 

    Mi recuerdo de Rosa, el recuerdo de su esencia quiero decir, es el de la mujer enérgica, la gallega fuerte y luchadora, cuya robustez no solo estaba en ese físico fuerte y enérgico que la acompañó sino que trascendía más allá de lo físico para llegar a lo espiritual y ser revelado en un carácter de peso. Esa energía que quiero plasmar aquí es muy parecida a la que tenía su hermana Carmen, esa fortaleza que te está diciendo que no te puedes rendir, tú tampoco, que la lucha de ella es una lucha de mujer de aldea, en la que la actitud estaba rebozada por una sonrisa afable que te ofrecía una copita de licor café para quemar a las neuronas ralentizantes, las que impedían que el resto de las conexiones funcionaran. 

    Esa esencia de Rosa es la que me viene a la cabeza al recordarla, y hoy al pensar en su marcha pienso también en esa energía que entraba en casa cuando ella venía, o la que pululaba alrededor de la mesa en la que las amigas compartían unas larguísimas partidas de chinchón. Me las imagino, a mi madre y a ella, repartiendo las cartas celestiales, bueno, o charlando de sus batallas, o viendo sus respectivas vidas como una película en la que ellas fueron las estrellas de la alfombra roja.

    Gracias a la guerrera del norte yo estoy aquí hoy, sí, de esos hilos conductores que fueron determinantes, el efecto de sus alas de mariposa libre determinó que hoy yo esté aquí, es una bonita historia... En Alemania conoció a Manuel, allí decidieron casarse, no sé si antes, después, el caso es que Rosa era de A Touza, una aldea de Ourense, mientras que Manuel era de Crevillent, un pueblo de Alicante. Mi padre, Joaquín, de Crevillent, acompañó a su primo en el casamiento y fue el padrino de boda, el representante crevillentino de la familia de Manuel. Aquella boda trajo otra boda, la de mi madre Isolina con Joaquín. Y así fue como Isolina, otra gallega de la aldea vecina, Laiantes de arriba, acabó viviendo también en Crevillent. La boda de Isolina y Joaquín trajo otra boda, la de Martín, gallego de pura cepa, y Conchi, crevillentina preciosa y fina. Así fue como Crevillent se convirtió en un pueblo que acogió otros tantos emparejamientos en los que se entremezclaría la sangre levantina con la galaica, apareciendo una nueva especie que algún día estudiarán los historiadores, bueno, o simplemente será anecdótico para muchos y, sin duda, algo muy especial para otros.

    Pero bueno, este escrito es para Rosa, y para sus hijos, y para su marido. Ella siempre estará con nosotros. En sus últimos meses de vida apenas podía moverse, ella, que caminaba kilómetros sin agotarse, ella que había sido una mujer con un físico que siempre la acompañó en sus batallas. Recuerdo cuando me dijo, fue antes de esas caídas y de terminar en silla de ruedas, me dijo: "Soli, este cuerpo ya no es el que era. Anda que no he caminado yo sin cansarme, siempre fuerte, y ahora..." Cuando me decía eso, yo pensaba en su aventura, la de Alemania primero, sin móviles, apenas sin teléfonos, irte así, con una maleta cargada de ilusiones, desoyendo a los miedos, caminando fuerte por tierras desconocidas...Y después aventurarse a vivir en otra zona de España muy distinta a la tuya de origen, abriéndose paso y abriendo camino a su vez a otras personas que llegarían después.

    Gracias Rosa por tu valentía, por tu energía, por el cariño que siempre me has mostrado, por ser una guerrera que no tuvo miedo a adentrarse en mundos desconocidos, gracias por esos consejos que alguna vez me diste. Cuando te vi este verano empezabas a tener problemas de memoria, tenías lapsus, a mí me conociste, aun con mascarilla, y me sonreíste, sonreíste mucho aquel pequeño ratito de reencuentro casi fugaz, en el que ni nos tocamos por el dichoso virus. Siento que esta pandemia nos haya privado de verte algún ratito más y de despedirte estando al lado de los tuyos. Lo hago desde la distancia pero con el mismo amor y cariño hacia ti y que siempre estará en mi corazón. Ahora tú eres una luz más que ilumina a mi alma en esta vida de amor y de tragedia, de luces y de sombras, de guerra y de paz.

Con todo mi cariño,

Soli.


Pos pandemia. Corazón postraumatizado.

      Hoy, ahora, hace un momento, me dio por hacer limpieza del bolso. Mi bolso es una especie de contenedor de vida, también de objetos pu...