domingo, 22 de marzo de 2020

Coronavirus 1: Estado de alarma, dolor, fuerza de aplausos, solidaridad. Una celadora en el hospital La Paz.

Al principio de todo esto no tenía tiempo de pararme a escribir, luego no tenía impulso, empecé a escribir en una libretita en el metro un día, y la otra noche camino del hospital La Paz seguí escribiendo, tal vez animada por Linda, que me dijo que lo mismo me ayudaría. Los primeros días estaba tan desolada y afectada y cansada física y psicológicamente que no podía ni escribir, el dolor de cabeza era constante.
Los que saben cómo contener esta expansión terrible del virus son las autoridades sanitarias, ellas son las que nos dicen que hay que quedarse en casa para poder luchar, para hacer algo por acabar con esta lacra terrible, sé que es un esfuerzo terrible, pero es la única manera de que no colapse el sistema sanitario y de que no se expanda más y acabe poseyendo la cordura y el último resquicio de la tierra.
Es algo que va a hacer tambalearse nuestra forma de vida, pero resistiremos a ello y cuando todo pase inventaremos nuevas formas. Así que gracias a todos los que estáis haciendo ese esfuerzo tan duro, especialmente a nuestros niños y a nuestras niñas, que han asumido que han de hacerlo así, y que dibujan arcoiris, y que nos animan a todos a seguir adelante con sus aplausos y su fortaleza.

    Nunca pensé que iba a vivir algo parecido a esto, ni tú tampoco lo pensabas, ni nuestros hijos y menos aún nuestros mayores. Esos grandes luchadores que han afrontado tantas batallas y cuyas cicatrices son el resquicio de todo lo que lucharon y lo mucho que sacrificaron. Su confinamiento es una pesadilla, una guerra que jamás pensaban  que iban a tener que vivir, era inimaginable.
    Cuando el verano pasado comencé a trabajar como celadora en el Hospital La Paz de Madrid, sentí que una puerta llena de oportunidades se abría ante mí, jamás pensé que meses más tarde iba a formar parte de esos guerreros en la segunda línea del frente. Los que están en primera línea son los pacientes, esos luchadores que van a resistir, sí, se lo decía a Manuel, que me gritaba que le dejara en paz cuando iba a cambiarle de cama en la habitación de la primera planta de trauma, o a María, cansada de estar tumbada, que anhelaba su casa, su familia, y yo le decía que ella no estaba sola, que un montón de palmas estaban aplaudiéndola, a ella y a todos los que estamos ahí, y a los que están allí, dentro de sus casas, cada uno haciendo lo que puede hacer para combatir al bicho, algunos hasta creando mascarillas y pantallas protectoras, como Óscar y su hijo que impulsan a todo un equipo solidario. Como decía Carmen gritando: "Pero, doctora, ¿tengo el bicho o no lo tengo?" Pues yo no lo sé, le decía, pero sepa usted que va a salir de aquí caminando, ya verá, no está sola Carmen. "Pero es que no sé nada de mi familia". Su familia no ha dejado de estar pendiente de usted,- le respondía yo- le envían fuerza y mucha energía porque están deseando verla bien. Yo le cojo la mano y les digo: "Ánimo, ya verá como todo sale bien. No se rinda."
    Pero cada día que voy en el metro camino del hospital el miedo me invade, el temor a lo que me voy a encontrar. ¡Cuántas cosas más me seguirán llenando el alma de congoja y miedo! ¡Cuántas lágrimas se seguirán acumulando ante la impotencia!
Siento que no es suficiente decirles que no están solos, que mucha fuerza, que saldrán de esta....Y si para mí es duro para ellos lo es muchísimo más, y para sus familias también, esa impotencia porque no pueden estar cogiendo la mano de su ser querido. Por eso yo les cojo la mano y pronuncio  su nombre y trato de animarles a seguir sin rendirse, por su familia, por ellos mismos, trato de que de algún modo esa energía que el mundo lanza al aire con sus palmas, sus gritos de ánimo e incluso canciones, les llegue a ellos también.
    Sé que todos mis compañeros lo hacen del mismo modo, con cariño, con esa delicadeza que saben que sus familiares tendrían, por eso es una carga emocional tan grande, porque en cada abuelo que atiendo veo a mi padre con ochenta y seis años, en cada joven que llevo a ingresar veo a mi hermano, porque lo único que podemos hacer es no decaer, como todos los que salimos de casa para ir a los hospitales, o a las tiendas, o a los camiones, o a la calle a patrullar, porque los que se quedan en casa luchan contra el desánimo por no decaer y mantener esa energía poderosa que nos permite seguir día a día.
    Hay muchas imágenes que afectan, hoy lo más duro ha sido la de los dos hermanos. En una de las habitaciones he ayudado a la auxiliar a cambiar a un paciente, estaba febril y muy desorientado, temblaba y le faltaba el aire, cambiamos el pañal y las sábanas, tuvimos que ponerle sujeciones blandas. En la otra cama el compañero de habitación era muy menudito y delgado, cuando me acerqué resultó ser una mujer, entonces al verme sorprendida por compartir habitación con un hombre, la auxiliar me contó que eran hermanos. No tenían fuerza ni para reconocerse. Ella temblaba de frío, la colocamos y la tapamos con una manta. Apenas era consciente, le hablaba pero ella no respondía, me miraba fíjamente. "Tranquila, estamos contigo y aquí está tu hermano. Todo saldrá bien bonita, ya lo verás". En el fondo sabes que no siempre sale bien, sabes que esa lucha va a ser muy dura, sabes que algunos no podrán, pero descartas rápidamente esa idea y te aferras a lo positivo. Porque lo van a conseguir. Porque además de agarrarse con uñas y dientes a la vida, esa fuerza y esa fe que tenemos todos les salvará.
Les salvará, nos salvará, todos juntos lo lograremos, ánimo a todos porque esa energía vital les está llegando y les hace más fuertes. Gracias.


Isolina Cerdá Casado







Pos pandemia. Corazón postraumatizado.

      Hoy, ahora, hace un momento, me dio por hacer limpieza del bolso. Mi bolso es una especie de contenedor de vida, también de objetos pu...