lunes, 30 de septiembre de 2013

De golpe llegó, y aquí se quedó...¿cuándo es que se va? ¡Pues anda que no queda otoño!

    Volvía a casa, iba en el coche, acababa de gastarme un pico en el supermercado, apenas tenía que comprar unos pequeños pollos, pero alargué hasta el pescado, pasé por la sección de los yogures, recordé que me faltaba leche, vi unas cuantas ofertas increíbles de la segunda unidad al setenta por ciento, me atrajeron los puerros y me acordé de las pocas gotas de champú que me quedaban en casa, y entonces, sumándole a esta larga lista unas galletas para los niños, pasé de los cuarenta euros en un plis. ¿Estaba sufriendo un ataque de consumismo arrollador como consecuencia del depresivo ambiente otoñal? ¿Debía personarme rápidamente ante mi médico y advertirle de este primer síntoma de una enfermedad terrible que es capaz de acabar con el control de tu fondo bancario? ¿Qué fondo bancario ni ocho cuartos? No tienes un duro con lo cual tu preocupación no tiene sentido, si no hay, no hay.
    Pero vamos a ver, algo habrá que te subió el ánimo en el día de hoy. Sí, claro, lo que me subió el ánimo fue ver a aquella mujer. Debía tener sobre los ochenta años, lo descubrí cuando levantó su paraguas y mostró su rostro. Llevaba un paraguas morado, con unos volantes preciosos, al verlo se me iluminó el alma, ya ves tú, con un simple objeto elevé mi ánimo hasta las nubes grises que me cubrían la mirada. Más me iluminé cuando vi que la persona que lo llevaba con tanto estilo era una mujer de ochenta años. Me sentí feliz, fue como una especie de asociación interna que mi alma efectuó en un segundo. A pesar de la lluvia, a pesar de que no se vean los rayos del sol, siempre podré conseguir un paraguas como ese para volverme a sentir llena de vida.
    Paré el coche, y le pregunté a la señora si me podía decir dónde había comprado aquel paraguas tan bonito. El coche que venía detrás empezó a tocar el claxon, la señora no me oía, y no dejaba de preguntarme que a dónde quería ir, que es que ella no sabía muy bien dónde estaba esa calle, pero que llevaba muchos años viviendo por la zona y nunca había oído hablar de la calle Paraguas, que le preguntara al señor del kiosco, que estaba a punto de retirarse y que seguro que él lo sabía. El señor del coche que venía detrás de mí, por fin pudo adelantarme, y al estar a mi altura le dio al claxon con tanta fuerza que todo el mundo me miró acusadoramente como si yo hubiera sido la culpable del dolor de tímpanos momentáneo que causó ese pitido otoñal. Le di las gracias a la señora, y me fui a casa, a colocar toda la compra que sin planearla había realizado casi compulsivamente. Y me puse a escribir, antes de hacer las camas, la comida y estresarme con todo el polvo que debía eliminar de mi acogedora y viva casa.

Isolina Cerdá Casado

domingo, 29 de septiembre de 2013

Joyas: Mi colaboración de los domingos en Héroes del pensamiento.

Domingo, un objeto de inspiración: joyas.



Cogí los pendientes, esos de oro blanco que no sé cómo llegaron hasta mi joyero. Pues claro que lo sabes, te los regaló tu suegra, la primera de las tres suegras que has tenido. Bueno, bien, ya sabemos que la memoria es selectiva y que por alguna razón había dejado aparcado en el baúl de los recuerdos a olvidar este episodio de mi vida. ¿Te estás refiriendo a tu primera boda o tiene que ver con esa joya en concreto? ¿Qué recuerdo es el que causa estragos en tu alma? Ninguno de los dos me altera, en serio, creo que está bien tener experiencias en tu haber, al fin y al cabo es la evidencia de que has vivido. Pues habiendo vivido tanto, no entiendo cómo es que cometiste el mismo error tres veces. ¿Estás hablando ahora de tener tres suegras, de haberme casado tres veces o de meter demasiado pronto en ese baúl experiencias que después, al tenerlas olvidadas, no te sirven para evitar caer en el mismo precipicio? En serio, creo que en el fondo te gusta tirarte desde las alturas, a sabiendas de que la caída no será grata. Quizá el resultado no sea una pierna rota, pero tu alma sufre. Bah, te equivocas nuevamente. Mi alma es un pájaro inquieto que busca un buen nido, en el que desarrollarse y sentir, querer volar es poco porque lo puede hacer, pero decidir iniciar un nuevo vuelo es despertar inquietudes ante las que no me puedo resistir. Y ahora hablemos en serio, ¿de verdad crees que sumar maridos es algo apasionante? Empezaste por los pendientes, pero tú nunca llevas joyas. No tienes ni un solo rastro, fotos, amistades, de tus vidas anteriores. ¿Existieron realmente? Creo que tienes mucha imaginación, y en este domingo gris apenas dan color a los ojos que han llegado hasta aquí. ¿Puedes dar color? Bueno, no sé a qué te refieres con “dar color”. Que seas capaz de provocar algo, una risa, una emoción, un sentimiento que nazca de la lectura de tu texto. No tiene por qué nacer nada, ni si quiera sé por qué hablé de los pendientes. Igualmente podría haber puesto al Omeprazol, o a las tiritas de marca blanca que tengo a mi izquierda, o a la manzana que quedó ahí situada desde que ayer la inmortalicé en el texto de Blancanieves. Pues por eso precisamente, es confuso que aparezcan las joyas en este artículo, ¿no te parece? Es posible que por alguna razón mi mente las haya situado en un lugar prioritario justo en el instante en el que escribía el título. Un momento, acabo de averiguarlo, tras unos segundos de concentración y de miradas inquisidoras, tratando de escudriñar todo objeto que me rodea, por fin lo encontré. El pendiente: estuve tocando el pendiente solitario momentos antes, ese que tiene un colgante de cristal de Murano, que me regaló mi marido cuando aún no estábamos casados; me preguntaba dónde estaba su pareja. Tal vez por esa razón también surgió el tema de los matrimonios y de las suegras, porque mi suegra, vamos que entonces no lo era, fue con mi novio a Italia, y me trajo estos pendientes, bueno, el otro anda por ahí perdido, esperando reunirse con su igual para el resto de su vida. Querida, creo que llevas ya muchas líneas y todavía no has causado emoción alguna. La emoción solo se puede producir si comparto algo íntimo, quiero decir una emoción propia. ¿Y si cuento que el Omeprazol está ahí porque tengo un miedo grandísimo por un dolor extraño y que durante semanas he pensado que ese dolor era causado por una grave enfermedad? ¿Y si hablo de la caja de cartas que rescaté de un baúl para ver si me decían algo sobre mi salud pero no he tenido el valor de sacar ni una carta por miedo a que me dijeran que el final estaba cerca? ¿Y si cuento que en ocasiones siento que tengo frente a mí un verdadero y auténtico precipicio que no puedo sortear y que hace que mi estómago se hunda por la fuerza del aire al caer irremediablemente por la atracción gravitatoria? No es necesario que cuentes más. Pues ahora no me voy a callar, oh, dios mío, todo no es negativo, no querida alma aplastada, empapada en leche y rebozada en huevo, y finalmente receptora de una lluvia linda de azúcar con canela. ¿Estás hablando de las tostadas francesas que le has preparado a tu padre con todo el cariño del mundo en esta mañana gris y otoñal? Sí, en efecto, cambiemos el alma por una rebanada de pan de molde, y ahí la tendrás: una dulce y delicada tostada francesa para chuparse los dedos y quitarse el amargor de las preocupaciones mundanas. Feliz domingo, aprovechémoslo, aunque el lunes maravilloso de Mulero esté a la vuelta de la esquina.


Isolina Cerdá Casado 

sábado, 28 de septiembre de 2013

La liberación de una mujer envenenada.

   Cogió la caja de fósforos "Golondrina", y se fue con ella a un rincón de su cabeza...

    Todo comenzó después de comerse una manzana dulce y atrayente. La cabeza había crecido muchísimo debido a todo el sufrimiento marcado en la palma de su mano, tal y como auguraban las mil páginas de quiromancia que consultó aquella noche. Estaba tan abstraída en sus preocupaciones que no era capaz de ver más allá. Debía de cuidarse más, comer más verde, lechuga y esas cosas, alguna manzanita, pero es que a ella solo le atraían los salchichones y chorizos, cargados de deliciosa y sugerente grasa, algún huevo que otro y galletas, miles de galletas consumidas a lo largo de su vida. Pero el doctor ya se lo había advertido, o Scrooge: "Parruchas". Ahora mismo sabía lo que tenía que hacer, su idea estaba clara: meterse en su cabeza y quemar esas ideas dañinas y perjudiciales, como la que aseguraba que su vida tenía los días contados, y que éstos no eran más que los diez dedos de su mano. ¿Cómo era posible sentir que iba a morir en cualquier momento y no alterar el ritmo de su vida? ¿Cómo lo hacían las personas que eran diagnosticadas de una enfermedad degenerativa, rápida y fulminante? ¿El aumento de la intensidad vital lograba calmar la elevada preocupación? Qué absurda se veía en ocasiones, era increíble tener unos razonamientos tan enrevesados y parecer a ojos de terceros una persona normal.  Se le rompió la cartera y a partir de ahí todo cambió, sintió que aquel accidente había sido un hecho premonitorio de lo que iba a suceder en un futuro próximo, ¿cómo era posible ser tan tremendamente susceptible? Por eso, porque ya no lo soportaba más había decidido poner fin a tanto sufrimiento innecesario. Entraría en su cabeza y prepararía un montón de ideas destructivas y contradictorias y les prendería fuego. Una hoguera reparadora, alrededor de la cual podría saltar y bailar feliz porque estaría quemando a su propio verdugo. Cómo entrar en su cabeza la caja de fósforos, tal vez podía bastar con un fósforo y un trocito de lija, en ese viaje había pensado en que tal vez podría llevar más cosas, simplemente para animarse y no cejar en su intento de acabar con los monstruos. Llevaría una foto de su hijo, un móvil para inmortalizarlo todo con su cámara y compartirlo por whatsAp, un poco de Betadine por si en el intento por matar al enemigo resultaba herida, una botella de agua para combatir la deshidratación y una mochila rosa en la que meterlo todo. La cuestión última que debía resolver era la entrada en su propia cabeza, y cómo disimular el humo que sin duda saldría por las orejas de su cuerpo en cuanto consiguiera prender a las malas ideas que poblaban su cerebro y que estaban acabando con su bienestar. Era muy sencillo, simplemente debía imaginarlo todo y convencerse de que su plan se estaba llevando a cabo a pesar de que se tratara de una idea completamente imposible. Se tumbó en el sofá de casa, llevaba en la mano todo aquello que consideraba importante para llevar su plan a buen fin y se concentró en la acción. "Acabar con los monstruos de mi cabeza": se imaginó entrando por la boca, iba a ser lo más sencillo, porque con un simple agujero podría salir de la tráquea y meterse en la médula y de ahí subir al cerebro, tomó prestado el taladro que su marido había utilizado recientemente para colgar el televisor en la pared de su habitación, también lo tenía encima de ella al tumbarse en la mesa de operaciones, es decir, en el sofá. Primero colocaría en la hoguera a esa idea absurda y destructiva de que tenía un grave cáncer comiéndola por dentro, después el miedo terrible de que a su hijo le pasara algo, tras ello la preocupación constante por la salud de su marido, luego echaría al fuego toda preocupación relativa a la crisis y su propia situación económica, y como ultimísima preocupación con la que acabar la sensación de mujer profesionalmente inacabada e irrealizada. Sin darse cuenta se quedó dormida. De pronto comenzó a oír a su propio hijo preguntando a su padre, su marido: ¿por qué mamá está tumbada en el sofá con el taladro? ¿y por qué tiene el betadine en la boca? ¿está malita? ¿por qué le sale humo por las orejas papá?... No oía a su marido responder nada. Ella tenía miedo de abrir los ojos. ¿Qué había sucedido durante esos minutos en los que se había dormido?
    Su marido nunca preguntó nada. Cogió el taladro que tenía su mujer entre los brazos y lo colocó en la caja de herramientas, después le llevó a su querida esposa un gran vaso de agua y le dio un beso en la boca que hizo que Blancanieves despertara de su profundo sueño. ¡Estaba curada! ¡Se sentía perfectamente bien! Así que Margarita se subió en el caballo de su marido y con su hijo en brazos retomaron el viaje de sus vidas sin cargar con las ideas destructivas que había producido esa maldita manzana envenenada.


Isolina Cerdá Casado  

viernes, 27 de septiembre de 2013

Un día más.


    Me levanté, era obligatorio, ellas estaban esperando. Lo primero en salir de la cama fue la pierna izquierda. Tenía el cuerpo dolorido. ¿A caso la noche anterior había estado haciendo algo que supuso un gran esfuerzo físico? La verdad es que no recordaba nada, solo sentía carga en los músculos. Unas líneas de luz entraban por las rendijas de la ventana. El sol se empezaba a manifestar, iba a ser otro día caluroso. Me calcé las zapatillas de andar por casa, miré a los peces, estaban pegados al borde del acuario recordándome que debía echarles algo de comida, cogí el bote amarillo que apestaba a pescado y lo volqué con tiento para que no cayera demasiado, no fuera a ser que murieran por un atracón. Tras levantar la persiana, y ver un incipiente cielo azul me dirigí al cuarto de baño. Tenía los ojos prácticamente pegados, qué pasaba, ¿había dormido tan bien que mis ojos se negaban a ver la realidad de mi vida? ¿Era mejor distraerse en paisajes oníricos que darse de bruces contra una realidad infumable? ¿Era mejor ir legañosa todo el día tratando de enturbiar lo evidente? Yo siempre tendía hacia la misma negatividad, y en realidad llevaba una vida bastante cómoda, no se podía decir que tuviera una mala vida, yo era feliz, pero en ocasiones sentía que toda esa felicidad no era más que una ficción, era algo puntual, transitorio. Me eché toda el agua que pude en la cara, la ceguera matutina desapareció tras el enorme torrente. Ahora sí podía confirmar que estaba viva. Mi siguiente reto era elegir qué vestirme, siempre me veía ante la misma duda, y qué importaba, al final siempre acababa yendo de lo más desentonada con el resto del mundo. Me apetecía el negro, pero yo era balsámica y azulada, así que los vaqueros y una sencilla camiseta acabaron siendo los elegidos. Qué bien me hubiera venido un camarero servicial que me preparase el desayuno y que la entrada en la cocina fuera un simple paseo para desfilar ante el frutero con aires irreverentes e ir directamente al salón a disfrutar de un café y unas tostadas recién hechas con mantequilla y mermelada. No, no había nadie, estaba sola, debía poner la cafetera, llenarla de agua y de café molido y que se produjera la magia del líquido reparador. Desde hacía mucho tiempo venía prometiendo falsas determinaciones para dejar el café, pero estoy realmente enganchada a esa sustancia llena de excitantes negros y atractivos. Puse la cafetera en el fuego y esperé, al mismo tiempo las tostadas se iban haciendo, así que me puse a mirar por la ventana, y mientras estaba en una especie de ensimismamiento matutino vi a aquella mujer empujando la silla de ruedas. Siempre estaba sonriendo, con una cara afable y cariñosa. El marido tenía algún tipo de enfermedad degenerativa que lo fue dejando sin movimientos hasta el punto en el que se encontraba en este momento, teniendo que ser llevado con una silla de ruedas porque había perdido toda su autonomía física. Aquella mujer tampoco tenía un camarero que le sirviera un café, encima tenía que empujar una silla de ruedas en la que iba su amor, no sólo su marido. ¿De qué narices me estaba quejando yo? Bueno, cada uno tiene que aprender a llevar su propia carga, no sirve de nada pensar en la carga de los demás, eso no relativiza para nada el peso de tu desesperación. Tienes que prepararte tu café, y tienes café que preparar y pan para tostar. ¿De qué te estás quejando? No me quejo de nada, solo digo que hay momentos en los que hasta preparar un sencillo café se convierte en algo difícil y complicado.

Isolina Cerdá Casado

  

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Los guardianes de los niños frágiles.

 
  Si yo supiera escribir lo contaría todo, no me gustaría que quedaran cosas en el tintero, así si me tuviera que marchar precipitadamente las vivencias estarían inmortalizadas en un texto lleno de vida. Un texto en el que laten las pasiones, los amores inconclusos, las afinidades imposibles, los sueños, las evidencias, los secretos que nadie debe saber.
    Dentro, en su interior, en esa casa que se situaba en lo más alto del pueblo pasaban cosas, muchas cosas; dentro, en el interior de la mente de una niña también pasan cosas, los sueños se van formando y en ellos se insertan pequeñas espinas a las que esa alma primigenia y casi virginal se acostumbra, la imaginación poderosa crea un mundo paralelo al mundo real cargado de miserias. La miseria trasciende a lo material, no sólo es una falta de pan, es también una falta de respeto, es una falta de fidelidad, es una cuchillada en el hígado apenas perceptible por nadie más que por el dueño del hígado lesionado. ¿Qué pasa cuando falta el cariño a edades tempranas? ¿Qué ocurre con esa vida emocional que empieza a caminar? ¿Qué será de esa persona cuando alcance la edad adulta y no sepa qué es lo que significa el amor a edades tempranas? ¿Puede, el dolor ante esa carencia, convertirse y transformarse en amor sincero hacia un ser vulnerable como lo es un niño? Sí, claro que sí, pero en cada una de las muestras de afecto estará presente el recuerdo de esa inexistencia afectiva. Y es que es tan dura la vida que al menos un período de la misma debería quedar a salvo de las crudezas de la miseria, siendo adulto eres consciente de ello, y eres capaz de afrontar las dificultades de una manera equitativa con la intensidad de lo vivido, pero si apenas has caminado por las sendas de tu propia historia es imposible distinguir qué es exactamente un bache y cómo evitarlo. No hay mayor injusticia que aquella que se aplica sobre un niño o una niña, tenga un día, un mes, un año, o diez. Siempre han de haber ojos, miradas atentas a las señales, pequeñas muestras de lo que puede estar sucediendo en el interior de esa casa situada en lo alto del pueblo, en el segundo del número equis, o en el bajo de la calle del infortunio. Es una obligación social que tenemos los adultos, vigilar el bienestar de los pequeños hombres y mujeres del mañana. Atentos, estemos atentos.

Isolina Cerdá Casado

domingo, 22 de septiembre de 2013

Sujetadores. Mi colaboración de los domingos en Héroes del pensamiento.

Domingo, un objeto de inspiración: sujetadores.



    Mucho más sugerente que una faja, desde luego. En la foto, hecha con cariño hace unos segundos he colocado al lado del sujetador azul marino a los polvos pédicos, para desligarlo de cualquier referencia erótica, sé que es difícil, más si cabe por la primera palabra del nombre compuesto de su acompañante: polvos. La realidad es que me senté delante del ordenador, a eso de las once y media de la mañana de este domingo otoñal, uf, sí, ya estamos en otoño, y me puse a darle vueltas al tema sobre el que escribir, pensé en la faja, pero gracias a mi desorden me encontré con el sujetador. Estaba un poco enfadado conmigo, porque la noche anterior, mientras me tomaba un yogur, sentada en la cocina, mirando al vacío, me saqué al susodicho objeto y respiré. Fue a parar al primer sitio en el que cayó, sobre los papeles y medicaciones varias que pueblan la mesa de la cocina, tal vez mi subconsciente me estaba indicando que era un buen sitio para que a la mañana siguiente, hoy, lo tomara como objeto inspirador de mi mente inquieta. Sí, fue el subconsciente, no mi desorden enfermizo el que lo sitió en semejante e inapropiado sitio. Observándolo desde la distancia, y sintiendo la libertad de mis domingas, me pregunto quién lo habrá inventado, quiero decir, a quién se le ocurrió la idea de producirlo y venderlo. ¿Sería una mujer cansada de sentir ese movimiento libre en su pecho? ¿A caso se trató de un expedicionario que al volver de uno de sus viajes estudió la manera de que las domingas de su esposa no acabaran alargándose hasta el ombligo tal y como observó que pasaba en los pechos libres de las indígenas? ¿No pudo darse cuenta que la libertad de esas mujeres también era un grado a favor del bienestar femenino?  Últimamente tengo que reconocer que no lo soporto, cada vez que puedo, me desprendo de él, como si de una faja se tratara, y respiro, es tal vez una asociación errónea, esa presión que siento en el pecho no la produce el sujetador sino mi propia mente, las preocupaciones varias se enfocan ahí, en el centro de todo, en el punto medio de mi cuerpo. Pero por qué me preocupo, qué es lo que hace que tenga esa sensación tan angustiosa en mis adentros. En ocasiones no hay nada externo, o sí, pero no es más grave, ni menos, que días antes o días después. La doctora me ha mandado que me relaje, que haga yoga o lo que quiera, pero que dedique unos minutos a mi bienestar; sé que no basta con quitarse el sujetador, pero ayuda, la verdad, es una especie de prenda constreñidora, que no te pones de una manera puntual, como pudieras ponerte una faja, sino que está todos los días apretándote el pecho. En fin, que estamos en otoño ya, que me voy a poner con la comida y a limpiar los mejillones, que vienen cargaditos de vida marina; qué lástima, ser un mejillón y acabar tu vida en una nevera lleno de algas y restos de parásitos marinos, teniendo que compartir cajón con los estirados gallos, limpios y relucientes. Pues al menos ellos no se han tenido que poner sujetadores, y no ha habido nadie que insinuara que sus domingas podían dejar de ser sensuales por un descenso en su nivel gravitatorio, ellos han sido libres en su batea de agua marina, cual mujer indígena corriendo por la selva amazónica. Claro que, esta pobre mujer, igual tropezaba con una máquina taladora de árboles milenarios y de repente le entraban las ganas de ponerse un sujetador y sentarse en la silla de la cocina a comerse un yogurcito. Qué pena de vida, por dios te lo digo, es un asco, que como la cosa siga así no vamos a tener ni para comprar mejillones. Si ya lo digo yo, la culpa la tienen los sujetadores y esos que nos obligan a apretarnos las domingas, quiero decir, los machos. Feliz domingo, queridos y queridas, disfrutad porque el lunes está demasiado cerca.


Isolina Cerdá Casado

jueves, 19 de septiembre de 2013

La fregona. Acerca de la relación de amor con la autora.

https://anchor.fm/isolina0/episodes/La-fregona--Texto-de-Isolina-Cerd-Casado--En-clave-de-comedia-ep8r2v



    Siempre me intrigaste pero es cierto que te tengo abandonada. Pereza, esa es la palabra de que nuestra relación no sea más fluida. Siempre me ha intrigado esa forma tuya de moverte, tu cuerpo esbelto, tu largo y denso pelo. Podría haber pasado algo entre tú y yo, y sin embargo ya he asumido que no somos almas gemelas, que tienes intereses muy distintos, la pulcritud que va detrás de ti nada tiene que ver con mi abandono absoluto de estéticas con brillos esporádicos y finitos. Tú eres la señora del hogar, cuando pasas contoneándote de un lado al otro todo bicho viviente o ácaro insolente queda hipnotizado y se pega a ti sin poder evitarlo. Me molesta que estés presente en todas las casas y que no te hayas quedado aquí conmigo en exclusividad, culpa de un embarazo múltiple de la empresa que te creó, debo aceptar que hay montones de fregonas como tú repartidas por el mundo. Ya sé que estamos distanciadas, demasiado, esos bordes negros que se perpetúan en mi suelo me lo dicen todos los días: deberíais ir a terapia. Lo sé, estamos dejando pasar el tiempo como si no importara que nuestro hogar se llene de manchas perennes. Pero no puedes culparme totalmente del fracaso matrimonial, ¡te compré un cubo nuevo! De esos maravillosos que te acogen y aprisionan, dejando el pelo seco sin riesgos de molestos constipados. Y sin embargo, sigues igual, mirándome sin interés ninguno, no hay deseo, se esfumó perdido tal vez entre tanta maleza y podredumbre. Y no me llamas nunca, ni una mísera sonrisa se deja entrever entre tanta pelambrera, se ha roto el amor. ¿Es que no te das cuenta de que pasar una semana sin bailar juntas supone un gran deterioro para este mundo de pulcritudes obligadas? Que hay mierda, mucha mierda en la cocina. Y tú te has ido, sin avisar, perdida, extraviada porque no tuviste reparos en irte a bailar con él. Él, que no te ha hecho ningún caso desde que yo llegué, vas, y te vas, seguramente la culpa la tuvo algún vómito de mis hijos, que al no estar yo presente, él decidió tomarte y tú sin dolor de conciencia te fuiste a bailar y así llegaste a perderte. Pero sabes, te necesito, y te encontraré, tal vez debajo de la cama, en el trastero, en la terraza o metida en la bañera. ¡Juro por dios que nunca más volveremos a romper nuestro amor! Te he comprado un champú de marca, el “don limpio”, no más marcas blancas para empapar esa densa melena tuya. Hoy te encontraré y por fin podremos descansar juntas en una casita de limpios suelos. A por ti voy, fregona mía. No me queda otra, viene mi suegra, y no quiero que piense que soy…que soy…una…¡guarra!  

Isolina Cerdá Casado

Texto dramatizado:


Estás un poco como así, ¿no? No, estoy bien, de verdad.

    Qué más te dará a ti que te caigan del cielo estrellas rosadas. Y si te crees que no es bastante con los dolores del alma, entonces no te mereces una taza de chocolate caliente, hecho con cariño por la bruja hermana de la raptora de Hansel. Esa imagen de la niña temblorosa. No puedo quitármela de la cabeza. No estoy lista para abandonar los sueños. El arte es un estado del alma. Déjate de más mentiras, la vida no es un juego en el que hayan cientos de oportunidades, si entras en una puerta, ahí estarás, hasta que aparezca otra más bonita, pintada de azul, con flores rosas y grises. Todos lloraban, maldita sea, habíamos entrado en una de esas puertas que no tienen vuelta atrás. Tú eres una linda mujercita. Qué es lo que quieres para comer, y después, qué te prepararé para cenar, ¿hoy te apetece sexo? Déjate de chorradas, la gata herida sigue teniendo siete vidas, aunque sea gata y esté herida. ¿Qué va a ser de mí? Lo mismo que del caldo del cocido, por el desagüe, agriado, mutilado en mil sustancias asquerosamente putrefactas. Ve a tomar el aire que no estás demasiado bien, creo que se te ha fundido una bombilla, la que te da claridad y brillantez, ahora mismo estás a oscuras, y tienes quemazón en la tripa por los nervios y los derrames. Estás como la piel de naranja, con ese amargor anaranjado que se te queda en la boca, hasta que el zumo te lo borra de la memoria. La vida misma es así, amargura dulcificada con zumo de dulces cotidianidades. Estás más oxidada que un clavo enterrado en el suelo de la ciudad, en ese cachito de terreno libre de asfalto, más pequeño que el hueso de una aceituna. Donde las flores no nacen cada primavera, son plantadas por un funcionario jardinero al que le vienen muy bien unos euros temporales. La esencia de la naturaleza está corrompida. ¿Qué tonterías estás diciendo? ¿Has puesto el suavizante a la lavadora? Hazme el favor, levanta el trasero y ve a organizar este caos de vida que tienes. Empieza por lavarte la cara, verás el mundo de otra manera. Ese futuro borroso e incierto es provocado por una legaña gigantesca que tienes en tu ojo, está ahí, entorpeciéndote la mirada, llenándola de miedos amarillentos. ¿Qué tal persona era? Bueno, no la conocía, yo estoy aquí porque he visto mucha gente y me he dejado llevar por la masa. Pues en realidad era una magdalena muy esponjosa pero tenía un sabor amarguillo, como si le hubieran rallado una cantidad excesiva de limón, pero aún así, la gente se la engullía en menos de un minuto, a la pobre no le daban la posibilidad de endurecerse en el bote de los dulces, y cualquier amistad con los rollos de anís, terminaba rompiéndose porque no podía continuar sin su existencia. Tú no sabes a qué te estás enfrentando, no tienes ni idea de lo que significa que la luna llena llegue cada mes y te mire a los ojos, y te diga: ya está, prepara la maleta, ya has llegado a tu destino. Pero yo me lance con el tren en marcha, me tiré sobre un camión lleno de fresas, la caída fue suave pero yo sigo roja como un tomate, sabiendo que ella volverá a recordármelo cada mes. Tu tiempo se acaba, el billete no da para más. Iré a donde tenga que ir, pero conseguiré que mi billete llegue a más estaciones. Me voy a freír unos pimientos, justo lo que me importa ahora mismo la validez de mi billete. Putos recortes.

Isolina Cerdá Casado

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Na, por escribir de algo, he comprado el bote de mayonesa y no lo he guardado, me ha dado por escribir, en lugar de ponerme a ordenar.

    Estoy agotadísima, un cansancio acumulado que apenas puedo gestionar, no le doy tiempo para que se vaya repartiendo y compensando el descanso necesario. El bote de mayonesa está histérico perdido, no deja de mirarme y de dirigirme palabras de reproche: que a santo de qué me pongo a quejarme, que si él se tuviera que quejar por las molestias físicas a las que se ve sometido lo llenaría todo de salsa, de tanta lágrima contenida. Al pobre bote de cristal lo llenaron de mayonesa, y después de estar expuesto meses y meses en el estante del supermercado, llegó hasta mi casa después de golpearse con el bote de café y el cartón de leche. Pues yo lo entiendo, pero a mí no me han creado para contener mayonesa, yo soy una mujer cansada pero llena de ilusiones y sueños, mi salsa se crea en el mundo onírico, yo vivo feliz porque de vez en cuando chorreo mayonesa por los cuatro costados. La mayonesa se ha convertido en sueños potenciales. Lo que pasa es que no solo hay salsa, también la sangre roja se agolpa, corre, baila; en la sangre se gestan las ilusiones que caminan por las obligaciones mundanas, los dolores, las adversidades. Estoy blanda, como un montón de flan colocado sobre una lavadora antigua en pleno centrifugado. Bailando sin parar, cargando miedos en grandes sacos, tratando de no verlos, pero los llevo colgados a la espalda, por eso me duele tanto. Estamos a mitad de semana, sigue habiendo objetivos, sigo planeando explosiones creativas. Vamos, vamos Mari, que no se diga que no tienes energía, con todo lo enérgica que tú eres. Que es que la vida es corta, es que pasa muy deprisa, es que mi madre no está, es que mi hija me pide que le cuente un cuento, es que yo quiero poder contárselo durante toda la vida, es que me tiemblan las piernas y no me pasa nada. Agua, quiero beberme un vaso grande de agua fresca. Bien, adelante, hazlo bajo la mirada atenta del bote me mayonesa. Sí, así lo haré, con su permiso, en lugar de beberme el agua me voy a lanzar sobre ella. Y brindaré por los soñadores incansables que tienen mayonesa en las venas.

Isolina Cerdá Casado

domingo, 15 de septiembre de 2013

Jarras de cerveza. Mi colaboración en Héroes del pensamiento. Voy con retraso, no hay manera.

Domingo más uno, un objeto de inspiración: jarras de cerveza.
Entre que lo voy retrasando, entre que voy algo piripi, entre que son las 1:45 del lunes ya, entre que estoy resacosa de la actuación de hoy, no sé qué narices va a salir de aquí. Veo doble, bueno, tengo que fijar la vista, creo que aún queda algún resto de efecto gradoso (de los grados de la cerveza, quiero decir). Me siento feliz, la verdad, sé que no estoy ante ningún tribunal que valore estados anímicos, sé que me pongo a escribir y soy una transparencia vulnerable, pero es que encima con esas cacho jarras de cerveza que sólo costaban un eurillo pues me ha salido medio barato alimentar la locura transitoria o el pedo, vamos, que espero comprensión por parte de los más comedidos y recatados. Ya ves, que no he hecho nada extraño, ni nada que se salga de lo que mucha gente suele hacer, sin embargo siento que me he liberado, como una especie de aventurilla que estaba absolutamente justificada. He aparcado a mi marido y a mis hijos, y a mi padre, que anda pasando unos días con nosotros, y me he ido a desmelenarme, primero en el escenario, el papel que interpretaba ayudaba, la verdad, la Toñi, era una mujer algo ninfómana a la cual le ponía cualquier hombre, vaya, que daba igual su estructura física, a ella solo le importaba que tuviera pelo, porque le encantaba sentir el tacto de una densa superficie capilar, sobre todo en los bajos fondos innombrables. Después con la cacho jarra de cerveza. La gente pasando, nosotros sentados, actores recién paridos, felices aunque igual de pobres que antes de taconear en el escenario, hablando de futuros hijos faranduleros. Puf, lo más de lo más. La realidad ya es bastante dura, en medio de toda la vida dura que nos rodeaba, en el centro del círculo que los cuatro actores habíamos formado estaba el sueño por crear, por seguir montando cosas, por sentirnos vivos y esperanzados. Chelo con su ictus, su amiga con su sueño de ser actriz, Paco con su añoranza de Alicante, ellos estaban pegados al círculo, pero en nuestro círculo había cotidianidades oscuras, difíciles, rebozadas de sueños. Hospitales repletos de pacientes en espera de una cura, un cambio de postura o un suministro médico; intervenciones quirúrgicas dolorosas y que despiertan miedos inconfesables; dificultades terrenales con futuros inciertos; ocupaciones mundanas que van poco a poco desencantando a la soñadora imaginaria. Y esas cuatro jarras cerveceras que empapaban nuestros sueños de alcohol imprudente, soñar era gratis;  crear sueños es gratis, sí, pero creer en ellos no siempre es fácil. Me he subido al borde de la jarra, he mirado abajo, he querido lanzarme de cabeza, y he buceado. Por dios, que no estás acostumbrada, que vas pedo perdida con una mísera jarra y media que te has tomado, que ahora mismo las letras están bailando y escribo como a tientas, feliz sí, pero a tientas, sin pensar demasiado en el despertador de mañana, que apenas dentro de unas pocas horas sonará con la misma fuerza de todos los días, pero yo seré distinta, estaré distinta, porque la noche anterior algo pasó, y no tuvo nada que ver ese hombre extraño que me miraba en el vagón de metro, ni el hombre que estaba sentado a mi lado, un señor grande, de grandes brazos, en los que por unos segundos quise dejarme caer buscando apoyo, tal vez era peludo, yo que sé, sólo vi que tenía unos brazos gordos y fuertes, y pensé que estarían bien para apoyar mi cabeza, luego pensé, pero en qué narices piensas, ni si quiera le había visto la cara, ¿a caso estaba siendo poseída por Toñi? Pero si no sé si tenía pelo o no tenía, sólo lo vi reflejado en la ventanilla de enfrente, oh, dios mío, la jarra gigantesca me estaba desencajando mi absoluta mente cuadriculada. Pero si nunca he tenido una mente cuadriculada. Ya lo sé, pero es que hoy, hoy ha terminado siendo un gran día, hasta mi marido se ha dormido pese al sonar de las teclas, ya tengo el portátil en forma pero ahora escribo en la habitación de matrimonio, después de que la Toñi hubiera actuado en forma de mujer complaciente. Por dios, no me echéis de la sección, es el alcohol el que me hace escribir así, mañana ya no seré nadie, la Toñi se habrá ido a tomar fresco, y la Juani se habrá ido con la Kiki de cañas, pero hoy, hoy es el día en el que por primera vez las musas están borrachas y apenas dan dedo con tecla, hoy me siento burbujera o burbujosa, que en ningún caso está bien escrito pero ya me entendéis, que viva el teatro, que al final no me apoyé en esos brazos desconocidos, llegué a Puerta Sur sana y salva y cuerda y capaz de no equivocarme de andén para coger el metro que me llevaba hasta casa, salí de la estación y me recibió la luna, susurrándome palabras de amor. Sonreí, no era necesario decir nada más, ella me entendía, hoy la Toñi me había dejado bailar.  Mañana tendré agujetas.
Feliz lunes porque ya se me ha pasado el domingo cañero en cuatro caminos.

Isolina Cerdá Casado

martes, 10 de septiembre de 2013

Fajas. Mi colaboración de los domingos con retraso en Héroes del pensamiento.

Domingo más dos, un objeto de inspiración: fajas.
    De pronto me ha venido a la cabeza el nombre de faja, y me ha hecho mucha gracia, aunque confieso que no voy a hablar de ellas, me ha gustado el concepto, el aprisionamiento de algo que no queremos que se vea, la parte de ocultación que tiene la faja en sí misma. Uno piensa en una faja y se puede imaginar a una señora gorda intentado colocársela, pero es posible que algunos señores gordos también hayan echado mano de una faja, hasta incluso señoras muy aparentes las utilizan para que su imagen no se vea deteriorada por un plus de chicha en las caderas. ¿A caso hay alguien libre de pecado cuando hablamos de ocultar algo? Un pensamiento, un exceso de aires, un grano inoportuno, una cana terriblemente visible,…qué más da de qué se trate, el caso es que todos andamos enfajados.
    La mente nos enfaja constantemente, miles de cosas que uno diría pero que por llevar esa prenda  culpabilizadora y encorsetadora, nos reprimimos y cerramos la boca. Y eso hace que la faja apriete a nuestra alma, la ahogue, y de pronto vas caminando por la calle y oyes la noticia: “Se ha encontrado un alma amoratada al borde de la carretera, tirada, abandonada a su suerte”. Seguramente el dueño se cansó de sentir el ahogo constante y continuo, era un hombre bueno que había sido correctamente educado para integrarse y socializarse en un mundo lleno de normas. Pero su alma no aguantó esa prenda tan ceñida.
    Recuerdo un día que lo hice, me quité la faja, salí a la calle con la intención de sentir la libertad más absoluta, con la emoción de quitarme esa prenda tan molesta, me animé arrastrada por los vientos del cambio, y me seguí quitando más y más prendas, quise caminar medio descalza, luego me molestaban también los calcetines; quise caminar medio desnuda, pero después me molestaba la ropa interior, así que salí desnuda de casa. Ese deseo de libertad apenas pudo hacerse realidad porque en cuanto pisé la calle llegó una señora y me puso una manta encima, yo no tenía frío, estaba feliz, no es agradable pisar el asfalto pero sí es una sensación nueva caminar sobre él con el pie al descubierto. Lo mismo me pasaba con la faja, sentir el movimiento libre de mis carnes era una sensación explosiva, y yo sonreía, pero esta mujer gritaba y gritaba: “¡Está loca, llamen a una ambulancia!”. Y por más que trataba de explicarle que sólo quería sentirme libre, no me entendía, ella seguía preocupadísima por mi desnudez: “¡Niños, hay niños, tápese señora, por el amor de dios!” ¿A caso esos niños no han visto nunca el cuerpo desnudo de una mujer? Fue tal el revuelo que se montó, que no lo volví a intentar, la señora tuvo que ser llevada a un hospital porque no pudo controlar el ataque de ansiedad que le produjo mi imagen. Entonces me di cuenta que debía cambiar las formas, a partir de ese momento, cuando necesito quitarme las fajas, me voy a la punta de la montaña más alta y lo hago allí; al principio trataba de imaginarme haciéndolo en la ciudad, pero el recuerdo de esta señora encamada me devuelve al lugar maravilloso en el que me encuentro, en plena naturaleza, es cierto que los buitres me miran mal, creo que es porque nunca han visto a una de mi especie sin ropa y sin enfajar.

Isolina Cerdá Casado

martes, 3 de septiembre de 2013

La felicidad, Rosa y el miedo.

    En muchas ocasiones es suficiente con estar vivo, no necesitas más para sentirte el ser más afortunado de la tierra, sin embargo, en otro momento no dejas de emprender nuevos caminos para ver si alcanzas el bienestar y el solo hecho de iniciar algo y saberte camino a la consecución de un objetivo es lo que te llena por dentro. Sin lugar a dudas, ahora lo tengo claro, se me presenta transparente como el rollo de film que envuelve los filetes: la felicidad es un estado personal, una percepción muy subjetiva. Somos tan complejos pero a la vez tan simples. Ser capaces de sentirnos plenos con pequeñas cosas es inteligente, una vez que tenemos, eso sí, las necesidades básicas cubiertas. Yo tengo las necesidades básicas cubiertas, si no fuera así, debería ser capaz de sentirme feliz si pudiera alcanzar un buen plato de espaguetis, pero qué pasa cuando puedes tener ese plato delante de tus narices y comerlo cuando quieras, pues que ya no te hace feliz, sin embargo debería hacerte feliz igualmente, o  deberíamos ser capaces de sentirnos felices con cada una de las cosas que podemos disfrutar por pequeña e insignificante que pudiera parecer.
     Recuerdo una escena de la que pude ser testigo, mi tía, que había llegado de Brasil y pasaba una temporada en Galicia, hablaba con su hija que estaba en Río de Janeiro y atravesaba un momento difícil, anímicamente estaba destrozada. El consejo que Rosa le dio fue que mirara las flores. ¿Cómo que mire las flores? ¿A caso las flores la iban a tranquilizar? ¿Le iban a consolar  esos seres vivos de mil colores pero mudos como un transistor sin batería ni corriente eléctrica? No, las flores no le iban a decir nada, era ella la que tenía que ser capaz de escuchar. ¿Pero escuchar qué? Ser capaz de respirar profundo y mirar más allá de la flor, en su interior. En ese espacio donde los monstruos persiguen a las niñas buenas y a los niños nobles, en donde hay espadas que cortan el alma y la dejan enferma permanentemente, dolorida, ese lugar oculto a unas vendas palpables, sin posibilidad de poner ningún antiséptico efectivo que evite infecciones. Así que muchas veces me veo así, mirando fijamente a las flores, esperando descubrir en ellas la inteligencia emocional de esa rosa preciosa que está llenando de colorido el cielo. Cuando Rosa estaba entre nosotros, no era imaginable el mundo sin ella, lo mismo pasaba con mi madre o con mi hermana.
     A veces me ocurre algo terrible, de esas jugarretas del alma herida, el miedo al monstruo se manifiesta imaginando otros monstruos que vienen a invadir mi tranquilo pueblo. Entonces recuerdo esas ideas imposibles de antaño, las ideas que el paso del tiempo pisoteó como quiso, la imposibilidad, lo inimaginable de ciertas ausencias, de personas a las que querías tanto que la fuerza del amor que despertaban en ti hacía que pareciese imposible que dejaran de estar caminando por la vida. Pero ya no están. ¿Y si tú dejaras de estar? De repente piensas que tú misma podrías desaparecer, ¿qué pasaría con tus hijos? ¿quién cuidaría de ellos? Sí, es cierto, estaría su padre, estarían sus tíos, pero ¿y su madre?
     Mil cuchillos cortan la paz. Tranquila, mira las flores. No ha pasado nada de eso. Estás viva, estás bien. Sí, pero los monstruos del miedo emiten sonidos estridentes y me angustian hasta lo indecible.

Isolina Cerdá Casado

lunes, 2 de septiembre de 2013

Mi colaboración semanal en Héroes del pensamiento: Lo imposible.

Domingo más uno, un objeto de inspiración: Lo imposible.

¿Puede ser “lo imposible” un título de algo? Bueno sí, lo es de una película, y lo va a ser de este artículo retrasado. Es precisamente el retraso del artículo en cuestión lo que me inspira, la respuesta a la tardanza. Y es que en ocasiones las cosas imposibles se dan, supongo que hasta que no me toque la lotería, encuentre un trabajo o me case de nuevo, no volveré a escribir en un portátil. Lo de casarme de nuevo lo digo no porque los asuntos matrimoniales vayan mal, que podrían ir mejor sí, pero no es eso, es porque fue el regalo de boda que me hizo mi marido antes de que se oficiara la ceremonia por lo civil, para nosotros fue ceremonioso igualmente aunque no estuviera dirigida por un sacerdote, encima el hombre me regaló un ordenador portátil para que no me fuera corriendo en el último momento. Y la foto de arranque, que no he podido colgar, es precisamente la que muestra mi nueva mesa de trabajo, ya no lo hago en la cocina, no me inspiro en plátanos o trapos, ahora mismo estoy haciéndolo en la habitación matrimonial, uf, que nadie espere que relate aquello que pueda inspirar una cama, ahora mismo estoy algo falta de inspiración pasional, y eso que en el siguiente trabajo actoral voy a representar a una ninfómana, lo cual según mi marido es algo absolutamente imposible por falta de identificación con el personaje, él me ve más metiéndome en la piel de una monja, no sabe lo que su mujer oculta, pobrecillo. No tengo problema con mis excesos literarios y mis desnudeces, él no lee ni aunque le obligue un pollo.
    Pues total, a lo que iba, que las cosas imposibles no son tales, igual que lo del tsunami  tuvo lugar, del mismo modo mi tazón de café con leche volcó sobre el cursor de mi portátil, al principio no reaccionaba pero ya ha empezado a dar síntomas irreversibles de acciones automáticas no dirigidas por mí. Una y otra vez me lo recuerda mi marido: “Mira que te lo dije, anda que no te lo repetí  veces,  no te tomes el café con leche cuando escribes en el ordenador, se te va a caer encima y te lo vas a cargar”. Y una y otra yo le respondo lo mismo: “Pues tú no sabes la de cosas interesantes que he escrito yo a la sombra de un café con leche”. “Qué cosas interesantes escribías, mira que te lo dije…te lo dije…” Vale, ya lo sé, mea culpa. Total que ese sueño que siempre tuve se esfumó con mi café con leche, el sueño de la escritora viajera con un portátil bajo el brazo en el que escribir sus aventuras e impresiones. Es verdad que escribir escribía pero viajar no viajaba mucho, vamos nada, y desde que se rompió la batería ni si quiera viajaba con mi portátil hasta la terraza de casa. ¿Será que el café con leche no es tan sano y beneficioso como creo? ¿Debería dejarlo y darle a la manzanilla? ¿Tendría que hacer rosquillas en lugar de escribir artículos? No lo sé, la verdad, ahora mismo estoy en estado de shock, es como si de repente se hubiera roto una parte de mí, y a raíz de esta rotura me he dado cuenta de lo enganchada que estaba a estar actualizada, bueno, de ver si había algo nuevo en facebook, de mirar el correo, las cuentas, las noticias, etc. Llevo varios días sin entrar en facebook y ya he pasado ese mono inicial, creo que he superado mi dependencia, bueno, aunque como ya he arreglado el ratón del ordenador grande, el de la torre, pues tal vez vuelva a actualizar mi grado adicción. En fin, que ya que no puedo desear un feliz domingo, espero que el lunes venga bien, cargadito de energía para arrasar con esta semana llena de potenciales cambios.


Isolina Cerdá Casado

Pos pandemia. Corazón postraumatizado.

      Hoy, ahora, hace un momento, me dio por hacer limpieza del bolso. Mi bolso es una especie de contenedor de vida, también de objetos pu...