martes, 30 de agosto de 2016

Click


Déjame que te cuente un cuento, ya sé que estás mal, que no estás para historias de abuela, sé que ahora mismo no quieres escuchar nada, ni si quiera un murmullo que venga de un corazón alado. Pero créeme, la única manera de que te sientas mejor es no cerrándote a los regalos que te trae la vida. Cuando a una la golpean las malas noticias o los brazos inconscientes, hay que llenarse de fuerza y caminar, no te rindas, no lo hagas, camina hacia donde quieras pero hazlo, aléjate de aquello que te produjo el golpe, de pie, caminando. Las cosas pueden parecer sencillas desde la distancia, tal vez pienses que yo no tuve que batallar nunca contra monstruos similares, ellos van atravesando generaciones, y hemos conseguido muchas cosas que ahora nos parecen normales pero que en otro tiempo no lo fueron, entonces eran deseos imposibles. Linda mujer, princesa rosa, con buen cuerpo amplias caderas, largo pelo, ojos negros, sí, eso es lo que dicen, pero también tienes fuertes brazos capaces de sujetarse a un resquicio de esperanza. Ellos pensaban que nosotras solo estábamos para tener hijos, cuidar de un marido y de una casa llena de criaturas que revolotean. Pero ahí, en el mismo lugar en el que yacen los instintos de amamantar y abrazar eternamente a nuestros hijos también está la capacidad de crear otras cosas, de abrazar sueños que van más allá de una bonita casa con paredes blancas. Y no se trata de demostrar nada al mundo, no, querida, no. Es un deseo, una necesidad expresiva y de creación que nos ayuda a desarrollarnos en todas nuestras facetas como ser humano.
No tienes que asumir toda nuestra carga, no te pido eso, solo imploro que no te rindas, que busques ahí, en ese sótano en el que han metido a base de machetazos a tus sueños de persona humana, hombre o mujer, qué más da, puedes buscar ahí, escarba, tal vez un insulto los metió dentro, un empujón cerró la puerta, una mirada echó la llave y un embarazo te hizo mirar para otro lado, olvidándote de ti misma y de tus aptitudes. Pero hay una voz de mujer que todavía suena en el aire, un grito que quiere expresarse, que te quiere contar su cuento, ella también tuvo tentaciones de caer en el pozo del olvido, porque la vida se le torció en el momento en el que fue obligada a casarse con un hombre que no la amaba de verdad, la engañó y ella renunció a la comodidad o al tormento de tener a un hombre a su lado que no merecía sus fuerzas y no inspiraba sonrisas sinceras. Luchó con un hijo a su cargo, el padre se esfumó ante el primer resquicio de obligaciones paternas y ella empezó a caminar sola. Encontró un trabajo y no soltó ni un momento la manita de su hijo. Ella tenía tanto amor dentro que pronto conoció a su segundo amante, volvió a ser víctima del engaño; la debilidad no es la que nos hace tropezar en la misma piedra sino el amor desmedido. De aquella relación nació su segundo hijo biológico y aunque el padre del segundo hijo no desapareció como figura paterna sí se marchó lejos, hasta su país de origen, desde allí hablaba con su hijo cuando ya éste era capaz de marcar el número de teléfono con el prefijo internacional de Colombia. Hasta aquí toda esta historia es un muestrario más de cierta normalidad reconocible, la mayoría de las veces una mujer no abandona un trozo de sí misma y desaparece, digo la mayoría porque he conocido casos excepcionales en los que una madre soltó la mano de su hija para coger otras manos de hombre fuerte y desconocido, no es habitual. Tampoco es habitual que un hombre abandone a sus hijos y desaparezca pero sucede, a ella le pasó, dos veces. Y el hecho indiscutible es que sus dos hijos biológicos vivían con ella.
Mañanas dulces, en las que las ausencias eran compensadas con montañas de amor, el trabajo de la mujer valiente compensaba la falta de calor y llenaba la despensa. Ella caminaba erguida, con paso firme, a pesar de que los rumores le golpeaban la nuca. Cuando una mujer camina fuerte sin un hombre a su lado causa pavor, altera la norma, y provoca comentarios machistas aplastantes. Pero ella no cejó en su actitud, y cuando el corazón volvió a alterarse a causa del dolor ajeno tuvo que intervenir.
Su hermana pequeña había sido siempre una locuela transgresora, a la que no le daba ningún miedo pisar líneas rojas en las que no solo arriesgaba la vida de los que caminaban cerca sino también su propia vida. Lo más absurdo que le pudo pasar fue dejarse arrastrar por el mundo que se cocía en los arrabales de la droga, en donde se normalizaba la violencia y la mujer atrapada por las sustancias psicotrópicas se veía perdida y empujada hasta lo más degradante de su condición. Un hombre podía acabar enfermo y hasta muerto; una mujer presa de la drogadicción podía enfermar, morir y dejar hijos huérfanos, con graves secuelas, pues aunque la inconsciencia pudiera llevarla lejos del riesgo de quedar embarazada, una mujer no puede ignorar al ser que crece dentro de ella, por lo menos durante nueve meses; sin embargo, el hombre también inconsciente puede alejarse de su acto, sin sentir cómo sus carnes se abren para ceder espacio a un nuevo ser. Primero fueron entradas y salidas a la cárcel, porque para conseguir la droga tuvo que delinquir, en medio iban llegando hijas, de padres distintos, tan enganchados a las drogas como la madre. Después las entradas y salidas fueron al hospital, hasta que su cuerpo no resistió más y en un golpe de pureza, porque no había dejado de estar ligada a la mentira química, se fue a vivir con los ángeles, solo ellos podían entender porqué había destruido su cuerpo de forma tan salvaje. Los seres celestiales lo saben, solo los extremos son los que se cruzan en ese mundo, los malos muy malos y los buenos muy buenos, los débiles de espíritu, los incapaces de empatizar, los que no tienen proyectos creativos ni esperanza.
Así fue como tres hermanas de diferentes padres y con secuelas de diferentes grados quedaron a expensas de los servicios sociales.
¿Qué crees que hizo la mujer de corazón inmenso? Ella adoptó a las tres niñas, recibía una ayuda social por ello, eran sus sobrinas y se transformaron en sus hijas, porque su inmensidad no se podía medir, el amor no es mensurable. De este modo pasó a ser madre oficial de cinco hijos, dos hijos biológicos y tres niñas adoptadas por las que también corría su sangre.
Ya sé, sí, no entiendes porqué en este instante traigo a colación su historia, no lo sé, tal vez porque en el fondo hay cosas comunes en las que todas coincidimos, y miedos, miedos que empujan a hacer cosas que nadie entiende pero que tienen que ver con una debilidad común, es algo social, está en las raíces del mundo que nos envuelve. Deberías salir de ahí, de esa encerrona en la que te viste inmersa, escapar, sin mirar atrás. Si no estás bien, vete, antes de que sea demasiado tarde.
Sabes, ella no pudo correr, se le truncó la vida, a la fuerza, violentamente. Conoció a un hombre, un ángel, eso pensaba ella, eso pensábamos todos, eso era en realidad, pero hasta los ángeles pueden llegar a convertirse en diablos cuando están en una situación extrema, lo que decíamos de los extremos, son peligrosos, tanto las circunstancias como las personas, hay circunstancias que te arrastran hacia un lado de la balanza en el que nunca estuviste y que eres incapaz de reconocer.
Se conocieron en el trabajo, ella como docente, él como encargado en un centro de educación especial. Él era una persona excepcional, todo el mundo que lo conocía hablaba bien de él, objetivamente era una buena persona, siempre dispuesto a ayudar a todo el mundo. Convivía con ella y con sus cinco hijos. Todo el mundo admiraba que un hombre aceptara a una mujer con cinco hijos en edad escolar a su cargo, todos lo admiraban a él y la cuestionaban a ella, hasta que conocían los detalles de la adopción y entonces también la admiraban a ella. Todo parecía ir bien, hasta que un día las cosas empezaron a fallar, problemas económicos que sacaron a flote problemas que tenían que ver con puntos de vista diferentes en la educación y los límites, y la pareja admirada comenzó a romperse. Todo lo que vino después no está tan claro, él estaba destrozado y se fue a vivir a su piso, que había sido su casa antes de marcharse a vivir con ella. Pasó varias semanas en un estado depresivo que fue creciendo con el paso de los días. De pronto un día ocurrió algo impensable, inimaginable. Él fue a la casa de ella, ella debió abrirle la puerta sin sospechar que podía estar en peligro, él no era una persona violenta, jamás mostró una pizca de agresividad. Los niños estaban en el colegio, ella no trabajaba, estaba en casa. Cuando los niños regresaron a casa no podían abrir la puerta con la llave y nadie contestaba en el interior. Los bomberos se encontraron con la tragedia: ella había muerto por un mal golpe, y él había muerto porque su corazón que estaba enfermo sin saberlo no pudo soportar la consciencia de lo que había causado su desesperación.
Yo pienso una y otra vez en ella, y en ti, y en todas las mujeres que luchan día a día, en todas las que mueren, en todas las que soportan las injusticias de la desigualdad, de las cadenas invisibles. La mujer valiente murió asesinada, un crimen social, la maté porque era mía y sin ella no podía vivir, ni dejar vivir. Digo social porque ese monstruo está con nosotros, vive aquí, dejamos que crezca, que siga alimentándose y reproduciéndose.
Pero tú, ay, mi niña bonita, no puedes tirar la toalla, no puedes dejarte manipular, eres madre, sí, pero eres persona, tienes valor y valía, aunque golpe tras golpe tus sueños se hayan visto machacados. Estas palabras vienen del tiempo vivido, de los gritos ignorados, de los cadáveres que sembraron los monstruos engrandecidos, los que fueron reforzados, los que hallaron apoyo en risas cómplices, en miradas culpabilizadotas, en despropósitos, en palizas enmudecidas.
Hay un trocito de ti en el suelo, lo he visto, era un sueño muy bonito: tú eras matrona, traías niños al mundo, recibías con tus manos sabias a esos seres frágiles y angelicales. ¿Lo hubieras sido, verdad? Tú querías ser enfermera y te querías especializar en ese proceso mágico del nacimiento. He visto otro trocito de ti en el interior del ascensor, allí cayó aquel día en el que desesperada ibas a ver a tu familia para contarles la verdad de la persona con la que te casaste, pero no te atreviste, no llegaste a contarlo todo, no pudiste, fuiste incapaz de hablar. Te viste en la responsabilidad de mantener las cosas tal y como estaban, no querías que nadie sufriera, ya lo hacías tú por todos. En ese trocito de tu sueño eras feliz, con un hombre que te quería, que te amaba sinceramente y sin necesidades enfermizas de posesión.
Este no es un cuento de princesas, ni de príncipes azules, es un cuento de mujeres valientes que luchan día a día por situarse en el mundo, encontrar su lugar y permanecer en él, vivas y fuertes.
Y si él ya no te quiere, tal vez es porque nunca te quiso, pues vete o déjalo ir, no necesitas a nadie, en realidad solo te necesitas a ti misma, si te tienes entonces puedes tenerlo todo.
El grito que escuchas, el grito que lees viene del tiempo, de la suma de dolor que ya no aguanta más y ha de hacer algo, llega hasta ti y te pide que no te sumes a la rendición, que no colabores con la crueldad amarga de esa violencia aceptada y permitida. Recompón tus sueños, vuelve a pensar en ellos, llénalos de fuerza nuevamente y camina, solo te necesitas a ti, creyendo en ti, apoyándote en ti misma, consciente de tu valía, tus hijos esperan verte fuerte, verte llena de luz, la luz está en ti y solo tú puedes darle al interruptor.


Isolina Cerdá Casado



lunes, 29 de agosto de 2016

Embobada

Estaba muy oscuro, demasiado, la botella de plástico vacía le indicaba que debía hacer algo si es que quería calmar la sed, ya no le quedaba agua, pobre, hija pues nada, seca, te quedas seca. No sabía qué iba a hacer con esa mirada amarilla, era desafiante para ella, tenía miedo. Hacía tiempo que no sentía eso: miedo. El frutero estaba lleno de tomates, estaba segura de que algo haría con ellos, se preguntaba qué narices se podía hacer con tanto tomate, la verdad es que eran unos tomates deliciosos, sabían a tomate, no era habitual, la verdad, los tomates no solían saber a tomate de verdad, tenían un extraño sabor artificial que no sabía muy bien a qué era debido. La cartera estaba vacía, no la había mirado pero lo sabía, no era una cartera propiamente, se trataba de un monedero negro, tanto como lo estaba su interior vacío, el del monedero, no necesitaba abrir la cremallera, ella sabía muy bien lo que había en cada rincón de su casa, especialmente cuando se trataba de dinero. El dinero era un bien preciado para ella, todo lo que había en su casa lo era, con todos los objetos que habitaban en su casa había vivido historias, sentido cosas, compartido tiempo, algunos tenían carga emotiva y sentimental, con todos se sentía enlazada y siempre le costaba horrores desprenderse de alguno de los objetos que poblaban su hogar. En realidad lo del dinero era meramente un objeto tramitador, con dinero podía acceder a muchas cosas, lugares, personas, comida. A su hijo le gustaban mucho los yogures de chocolate con nata, solo los de una determinada marca, eran caros de narices, pero a ella le encantaba ver cómo disfrutaba el enano comiendo esas copas. Hubo una época en la que no controlaba el dinero, en ocasiones se encontraba billetes sueltos en algún bolsillo, o en algún cajón, eso la llenaba de alegría, hacía mucho tiempo que no le pasaba, porque cuando algo escasea se tiene controlado hasta el último resquicio del mismo, era cierto que algún céntimo sí se descontrolaba, pero nada de billetes, ya no le sorprendían billetes verdes, ya no le sorprendía nada. Pobre mujer, se daba cuenta de que ya solo le sorprendían las nuevas canas, o los rasgos de madurez acentuándose en su rostro, o en la barriga, o en los brazos. A veces se miraba al espejo y se sentía rara, se veía tan distinta, era como si percibiera los cambios de golpe y porrazo, y se preguntaba en qué momento había ocurrido, y qué suerte por otro lado, lo de que vaya ocurriendo, lo de que el tiempo vaya pasando y ella siguiera ahí, viva. Conocía a demasiada gente que ya no estaba. Lo peor era que tenía la sensación de que se había perdido algo, sí, no sé, algo de vida por vivir. Como si hubiera podido hacer algo como bailar, o cantar, o reír más incluso, no sé, esas cosas que todo el mundo hace, no se trataba de copiar a nadie, sino de que saliera de sí misma, tal vez se había equivocado, pero ¿en qué? No sé, de pronto sintió ganas de vivir una aventura, y no era una aventura de una noche, bueno, es decir, no pensaba en sexo o algo así, qué sé yo, pues una aventura con el butanero, en realidad tenía gas natural, pero vamos que no se trataba de eso. Ella pensaba en aventura tipo viaje mochilero, en plan descubrir el mundo y a la gente, sin prejuicios y sin redes paralizantes, no sé, en plan espíritu libre. ¿Era que se sentía atada? Tal vez se trataba de ese tipo de cosas que atan con cuerdas invisibles, de miradas de lobo hambriento. Tenía hambre. Uf, qué hambre. Pensando, pensando, se había olvidado de comer. Su pequeño estaba pasando el día con su tío. Y ella siempre giraba en torno a él. Su yo maternal la había fagocitado. Así que al no estar su pequeño, ella no sabía qué hacer. Se quedó embobada mirando el ojo amarillo de aquel extraño lobo rojo del cuento. Amarillo, rojo, amarillo, rojo, amarillo, rojo y dorado.

Isolina Cerdá Casado

viernes, 26 de agosto de 2016

Ascuas de árboles que abrazan.


Todo comenzó con las cenizas, todo se inició en lo negro y oscuro de lo perdido, los últimos resplandores luminosos indicaban que había ardido hasta lo indecible. ¿Qué quedó de aquel objetivo indiscreto que ponía la mirada en los rincones más desapercibidos del mundo? Tras su paso el interés por la vida renacía. Pero si ya no está, ¿qué pasa con el mundo casi muerto por ignorado?
¿Qué quedó de aquel amor apasionado que platónicamente te llevó hacia el mundo desconocido del erotismo? No quedó ni tan si quiera el resto de calor de aquella caricia imaginada tras el cruce de miradas llenas de deseo prohibido. 
¿Qué? ¡Qué! Que no quiero que se queme nada más, que no quiero ver más ascuas que llegan de un pasado lejano, que quiero que los restos de vida sean caricias que vuelven, abrazos intensos que retornan de guerras brutales, pero vuelven, que quiero tenerte siempre para no tener que recordarte nunca.
Todo tiene un porqué, las cosas pasan por algo, pierdes para valorar lo que tienes e incluso para ser consciente de lo que tuviste. Que no tengas que ver cenizas para querer y recordar  a aquel árbol que te dio sombra y te protegió del fuerte viento tormentoso. 

Isolina Cerdá Casado


Flores rosas y abrazos carnosos




Estas tres flores tienen un significado, no hay que rendirse nunca, es posible que parezca imposible conseguir un sueño, pero cuando menos te lo esperes te sorprenderá ese colorido, esa pequeña gota de luz. Esta planta es muy típica en Galicia, la recuerdo en macetas de diferentes casas en las que paseé en mi infancia, con mi madre caminando a mi lado, yo bajo su ala. Hace muchos años y tras morir mi madre, ya en Madrid, la echaba mucho de menos, supongo que se trató de uno de esos momentos de profunda nostalgia que en ocasiones se nos sume el alma, paseaba con mi marido por una tienda de jardinería y vi estas hojas, recordé sus flores, y me amarré a ella, la abracé como se abraza un recuerdo infantil que de pronto te sorprende y compartes con cariño. Año tras año la planta no me regalaba ninguna flor, regalé un esqueje a una vecina y a ella sí le salieron flores, pensé que la había cuidado mal, que tal vez no estaba en el mejor lugar, la tenía en el baño. Recuerdo que una persona se refirió a ella como un privilegio que yo podía permitirme por tener ventana en el baño. La plantita se iba alargando, crecían sus ramas con el paso de los años, pasó por estados depresivos, que más parecía a punto de morir que de seguir creciendo. Pues bien, esta semana, después de casi diez años de convivencia, va y me regala esta imagen, tres flores preciosas y llenas de vida y recuerdos. No he podido evitar acordarme de ella, de ti, de tu energía arrolladora, de tus abrazos, de tu mirada cómplice y de tus palabras siempre sabias. 

Isolina Cerdá Casado

Maldades


El mundo está lleno de buenas cosas, sí, muy buenas cosas, pero hay otras partes, otras cosas que también están en el mundo y que son oscuras. Es cierto, todo no es bondad, hay personas malas, gente insana, que tiene suciedad, y no le importa nada, nada, son personas ajenas al dolor del otro, son seres peligrosos para las buenas almas. Dan miedo, siembran dudas, golpean, aprietan, estrujan, aplastan.
Cuando tienes hijos dan más miedo, o te sientes más vulnerable porque sabes que ellos lo son, van a tener que sufrir hasta que aprendan a reconocer las señales, la información inequívoca de que la maldad camina muchas veces a tu lado, te pisa los talones, te da la mano y trata de conducirte por sus caminos, los que ella conoce, caminos en los que eres absolutamente vulnerable.
La maldad te saluda, con un movimiento de cabeza, levantando la mano, guiñando un ojo, cediéndote el paso.
La maldad se mete en el cuerpo de un desconocido, de un vecino, de un policía, e incluso se mete en el alma de un niño, a veces se queda instalada en él. En ocasiones la maldad lo impregna todo, el aire que respiras, tú y tus hijos, y entonces no sabes qué hacer. Te da miedo, lo sientes. ¡Lo sientes tanto! Y te gustaría limpiar el aire, purificarlo, pero no es posible, no, no lo es, ellos tienen que aprender a defenderse, a fortalecerse frente a las malas personas. Si no les dejas aprender, entonces serán eternos seres vulnerables, y cuando tú no estés se sentirán débiles e incapaces. Entonces vivirán con miedo y llorarán en silencio en un rincón oscuro de la noche. 


PD

Quería escribir sobre la esperanza de que esa maldad desaparezca, de que una persona mala se convierta en buena, de que se produzca el milagro, para ofrecer esperanza a esa niña con rizos que camina al lado de su mamá. Pero no, siempre hay que estar alerta.

Isolina Cerdá Casado



sábado, 20 de agosto de 2016

Cadenas invisibles y lazos de esparto

    De pronto se encontró perdida en la selva. Un mundo lleno de sorpresas llevadas a cabo por las maravillas de la naturaleza. Pero ella no tenía la capacidad suficiente para apreciar su valor, no había tenido la oportunidad de ser abrazada por él. Se sentó en el suelo, un trozo de suelo despejado, sin dolor, sin verde, sin palabras bruscas ni miradas acusadoras, y allí se encogió toda, replegó su cuerpo todo lo que pudo, sus rodillas pegadas a su cara, los brazos envolviendo toda la parte de sí misma que podía ser abarcable por unas extremidades temblorosas, la melena negra cayendo sobre sus pies dormidos. Al principio los pobladores de la selva la miraban desde la distancia, poco a poco se acercaban a ella, se atrevían a pasar a su lado, incluso alguno la rozaba. Ella solo quería protegerse ante un mundo desconocido. No quería verse arrollada por las prisas, ni deseaba ser atropellada por ningún loco caminante, tampoco quería ver cómo se destruían los unos a los otros. Cerró los ojos y se quedó esperando a que los vientos cambiaran.Tal vez no era solo cuestión de esperar, lo mismo el mundo que la rodeaba esperaba verla en toda su esplendor de mujer fuerte y vital. El mundo no sabía de las cadenas invisibles que como mujer debía soportar, no, no sabía nada de los lazos que la aprisionaban, de las palabras que la amartillaban. Era una selva, lo que para una occidental que camina entre bloques de hormigón supone una selva. Todo eran miedos, monstruos con pinchos disfrazados de tiernos amantes. Debía levantarse, debía caminar. Cadenas invisibles y lazos de esparto. No estaba sola. Todas, todas estaban atrapadas.Una noche algo pasó. Un grito que se formó con la suma de millones de gritos, un grito poderoso, un grito liberador. Todas gritaron al mismo tiempo. El grito se fue haciendo más fuerte. Era un grito sobrecogedor y paralizante. Ese grito la hizo levantarse, ese grito la impulsó a seguir viviendo. Cada vez que un monstruo levantaba la mano, o intentaba clavar un cuchillo o aplastar la cabeza sin piedad, el grito entraba por los oídos del salvaje, se apoderaba de él y todo el mal que quería verter sobre el corazón de la mujer se volvía contra él, para que supiera del dolor, para que fuera conocedor de esos pequeños gestos que mataban como grandes errores salvajes que esparcen sangre. 

Isolina Cerdá Casado
    
     

viernes, 19 de agosto de 2016

El espejo.


Su pelo parecía una masa estropajosa gigantesca, era un cuerpo delgado con unos pechos enormes, al verse en el espejo sintió nauseas, que no era porque no se gustara así misma, ni porque pensara que se trataba de una imagen aberrante, ni si quiera pensaba en lo que pasaría por la cabeza de su pareja cuando la viera con esa imagen, no, ella sentía que no se reconocía ante el espejo. Se preguntaba quién era esa mujer. Se veía excesivamente alta, más de lo acostumbrado, sentía que la imagen que le devolvía el espejo no era la suya. ¿Era posible que el espejo se hubiera equivocado? Tal vez lo había pillado en un mal momento y entre todas las imágenes disponibles aquel espejo del baño tomó la que más cerca estaba de ella. Era cierto que ese pelo era suyo, pero era el pelo que tenía cuando tenía diecisiete años, tras someterse a un tratamiento regular de alisamiento había conseguido terminar con el encrespamiento. Delgada, lo que se dice delgada ya no era, tras sus embarazos su cuerpo había experimentado una transformación dolorosa, un montón de kilos se habían quedado instalados en su cuerpo y nada podía hacer con ellos mas que aprender a convivir con ellos. Los pechos sí eran suyos, claramente, aunque no recordaba que estuvieran tan levantados, en realidad en otra época había sido la envidia de su mejor amiga, su inseparable no disponía de semejantes protuberancias. Y era obviamente una envidia sana, eso es lo que dicen los que se mueren por tener lo que los demás tienen y no valoran. La verdad es que para ella sus pechos siempre fueron un incordio. ¿Pero qué le estaba pasando? ¿O qué le pasaba al espejo? ¿o eran sus ojos? ¿su mente traicionera? Fue corriendo hasta el umbral de la puerta, sus hijos dormían, existían pues, estaban vivos, así que todo lo que pensaba que era su vida era cierto, ese cuerpo no era suyo, ella no era ella. ¿O se trataba de un mensaje a través del tiempo? ¿Iba a empezar a contarle algo esa otra yo? ¿Algún mensaje desde el pasado? 
Se puso a pensar si esa otra yo que se miraba al espejo hacía más de veinticinco años estaría dispuesta a contarle algo. Pensó y pensó, trató de ponerse en su mente, esa mente joven de antaño, llena de sueños y de propósitos, y se acordó de los hijos que quería tener, de su sueño de vivir de su trabajo centrado en la creatividad, de su gran creatividad que no se había resentido por el paso de los años. Estuvo tentada de ponerse a bailar porque se dio cuenta de que esa otra yo que se le presentaba aquella mañana solo podía sonreír, porque lo que esa joven greñuda podía pensar de la mujer de pechos caídos era simple admiración, por no rendirse, por su tesón, porque aunque habían aparecido grandes obstáculos no habían sido lo suficientemente profundos como para rendirse y tirar la toalla, porque esa mujer oronda era feliz e inteligente, tenía un alma limpia y llena de arte por eclosionar. Poco a poco a la imagen de la mujer que le devolvió el espejo el pelo se le fue alisando, el cuerpo se le llenó de marcas de vida y de volumen y rebajó unos centímetros su altura. Lo único que no cambió fue su mirada, en ella estaban todos sus anhelos intactos. 
Se lavó la cara y los dientes, se volvió a mirar con coquetería y se guiñó un ojo. Preparó un café y se puso a trabajar en el nuevo proyecto creativo.

Isolina Cerdá Casado


martes, 16 de agosto de 2016

Avanti.

-Recoge, venga, nos vamos ya. Es la hora.-Le dijo con toda la delicadeza que pudo su amigo Martín.
"No voy, ve tú, yo me quedo aquí."
-Anda, no seas así, a mí no me espera nadie, además tampoco me pasa nada, no necesito hacer nada, yo estoy bien, tú no.-trató de convencerlo para que saliera por la puerta, pero él no quería, tenía miedo, era lo que le pasaba, tenía miedo a todo, tal vez le habían presionado demasiado y le daba pavor fracasar. 
Qué era el fracaso, ¿qué significaba exactamente? ¿Quién era el responsable de que dicha palabra adquiriera tal profundidad en el desarrollo del bienestar emocional? Se daba cuenta de que tendría que intentar no fracasar aunque no sabía muy bien por qué. Todo era relativo, siempre lo era. Intentarlo es atreverse a ser valiente.
Estaba sentado en el sofá cama del salón que solían ocupar las visitas que se alargaban noches enteras, tenía un café con leche entre las manos, movía la cucharilla de forma automática, sin ningún propósito más que el de entretener sus manos. Le gustaba tomar el café con la leche muy caliente, para él era un momento de relax justificado mientras el líquido conservara un resto de temperatura. Normalmente lo acompañaba con unas pastas. Martín seguía ahí, de pie, mirándolo, había cogido las llaves e incluso la cazadora de piel negra que tan bien le sentaba a Roberto.
Pero el café seguía caliente, Roberto no lo iba a dejar enfriar en el fregadero, la taza contenedora del café era de porcelana blanca con flores rojas, la había heredado de su madre, con otras cinco más, cada vez que se tomaba un café en ella y la sostenía entre las manos, recordaba algún momento que había compartido con ella. Se trataba del Teatro Español, un sueño.
Su madre le había animado a seguir su camino. Sorbió por última vez, ya no quedaba ni una gota de miedo. Se levantó, agradeció a Martín su impulso y se fue al casting. No esperaba nada, pero tenía que ir. 

Es lo mejor,
no esperar nada,
así cuando llegue algo
te sorprenderá gratamente,
una lluvia fresca para el alma.
La cuestión es tocar una puerta tras otra.
Seguro que alguien está esperando oír tu llamada.
También es posible que primero tengas que oírte tú mismo 
y creer, creer que tú eres capaz de abrir la puerta y entrar.
Avanti.


Isolina Cerdá Casado





lunes, 15 de agosto de 2016

El alma.


¿Por qué tal día como hoy pienso en eso? De pronto empecé a ver una sucesión de rostros sin vida, rostros de personas que había conocido, de personas que habían caminado conmigo, a mi lado, transitoriamente o desde siempre, y entonces tuve un lapsus, me quedé parada, bloqueada mentalmente, un instante de vacío y silencio. Cuerpos sin vida, sin alma, lo que los hacía especial había desaparecido, y lo que amaba, admiraba o simplemente respetaba, ya no estaba, sí estaba su cuerpo, su físico enfermo, pero el verdadero pulso vital se había ido.
El cuerpo es el contenedor de un alma, ella lo posee y le da sentido. Pero, ¿a dónde se va el alma cuando sale de él?
Se queda, está en otras almas, el alma no se va, no muere, un trozo de ella se queda, se reparte entre las personas que caminaron con ella, que la abrazaron, que la supieron ver en profundidad, más allá de un cuerpo físico.
Cuando mi mamá murió escribí un texto, en él decía que ella no se había ido realmente, que seguía aquí, que estaba en nosotros. 
Pero he de reconocer que el alma que encarna un cuerpo de vez en cuando echa de menos abrazar a otra alma encarnada en su propio cuerpo, entonces escribe: echo de menos el calor de tus abrazos carnosos, el tacto de tu mejilla angulada, tu pelo blanquecino y grueso, tu regazo envolvente, tu manita sin dedos, tu mirada.

Isolina Cerdá Casado 




sábado, 13 de agosto de 2016

Qué sabía él.


Y qué sabía él de lo que le iba a deparar la vida. Pues lo mismo que todos, nada. Nada de los besos con aliento a vieja, nada de los apretones impulsivamente cariñosos en la mejilla, nada del calor de un regazo cariñoso. Y aunque todo lo que encontró no le resultó agradable, la mayoría de las sensaciones fueron un regalo de vida. Le gustaba mucho el olor a tierra mojada que lo impregnaba todo tras una lluvia de esperanza. Lo tierno de tener a un bebé recién nacido entre tus brazos, la misma ternura que percibía el bebé inspirador. La mirada cruzada llena de deseo, o de impulso juvenil, o de sensaciones nuevas que jamás antes se permitió. Tampoco podía olvidar la mirada del enfermo, él, que nunca había enfermado, él, que jamás había ingresado en un hospital ni para enyesarse una articulación de niño travieso, que lo fue, y mucho. Ahora, que la veía a ella temblar de miedo, no podía expresar su dolor, porque ella era lo mejor que le había pasado en la vida, una mujer que le acompañaba en todas sus afrentas, en sus batallas, que comprendía sus momentos de evasión en solitario. Ahora, cuando estaba solo, no liberaba el alma, bueno, un poco sí, aprovechaba para llorar, dejaba caer las lágrimas, acercaba la taza de café a sus labios y siempre le caía alguna pena mojada en él. El dueño del local sabía que no iba al bar buscando conversación, ni para llenar horas de hastío, ni para entretener el alma con alguna partida de mus, Roberto solo quería llorar tranquilo. Esa noche Matilde no podía descansar por el dolor, ya le había pasado antes, pero esa noche lo vio claro, su mujer estaba verdaderamente mal. No había perdido la esperanza, eso nunca, cuando ella apareció en su vida lo hizo en el momento más oportuno, cuando apenas un hilo de luz entraba por la ventana. Matilde fue su esperanza, no podía fallarle ahora. Ese día el café estaba más salado de lo normal. Pero no tiraría la toalla. Decidió añadir azúcar. Antes de subir a casa compró kilos y kilos de azúcar, sabía que Matilde no podía tomar azúcar en exceso, pero él solo quería rebozarla, llenarla de esperanza, de fuerza. 
Qué sabía él de la alegría, la verdadera alegría energética, la que proporciona la esperanza, la que da la curación, porque Matilde tras esa noche floreció, flores de colores. Comprendió que la palabra milagro existía porque en ocasiones sucede, se produce, se crea, se fuerza el milagro. Pero qué sabía él de todo aquello, solo era un hombre.

Isolina Cerdá Casado

viernes, 12 de agosto de 2016

Matriarca, bye.

No pasa nada, tienes la sensación de que no está pasando nada, y sin embargo sí pasa, pasa mucho, siempre pasa mucho, siempre está pasando algo, en un instante mil llantos, mil risas, mil carreras, mil bromas, mil miradas al mundo, mil cruces de palabras: mil por mil, vida.

La mujer que no se podía mover, la que necesitaba de las manos de Berta, la que no era capaz de caminar hasta la ventana para echar un vistazo a la calle desierta, esa mujer que ya no controlaba ni el cuerpo ni las palabras, murió. Cinco hijas y solo una se compadeció de ella, cinco hijas y solo una la estuvo acompañándola hasta que el otro día se despidió para siempre de la única hija a la que lanzaba sus esputos con palabras hirientes. Eso era así porque en realidad era la única que estaba a su lado y la escuchaba. Berta siempre había tenido un corazón inmenso, tanto que en ocasiones le impedía caminar, por el peso, tener que cargar con tanto sentimiento le resultaba muy difícil en determinados momentos, ella no sabía porqué le pasaba eso, pero cualquiera que la hubiera tratado un poquito concluiría a ciencia cierta: "A esta mujer le pesan sus emociones". No es algo malo necesariamente, su grandeza le permitía disfrutar de pequeños placeres que pasaban desapercibidos para el resto de los mortales. Si alguien se iba de viaje y le preguntaba qué le podía traer, ella pedía una piedrecita contenedora del viento, la tierra y el impulso del que se la ofrecía. 
    Berta era una diminuta gota en medio del mar, cerca de la orilla, expuesta a quedar posada en una roca y desaparecer en una caricia de sol, dejando apenas un rastro imperceptible de sal. 

Isolina Cerdá Casado


Pos pandemia. Corazón postraumatizado.

      Hoy, ahora, hace un momento, me dio por hacer limpieza del bolso. Mi bolso es una especie de contenedor de vida, también de objetos pu...