-Recoge, venga, nos vamos ya. Es la hora.-Le dijo con toda la delicadeza que pudo su amigo Martín.
"No voy, ve tú, yo me quedo aquí."
-Anda, no seas así, a mí no me espera nadie, además tampoco me pasa nada, no necesito hacer nada, yo estoy bien, tú no.-trató de convencerlo para que saliera por la puerta, pero él no quería, tenía miedo, era lo que le pasaba, tenía miedo a todo, tal vez le habían presionado demasiado y le daba pavor fracasar.
Qué era el fracaso, ¿qué significaba exactamente? ¿Quién era el responsable de que dicha palabra adquiriera tal profundidad en el desarrollo del bienestar emocional? Se daba cuenta de que tendría que intentar no fracasar aunque no sabía muy bien por qué. Todo era relativo, siempre lo era. Intentarlo es atreverse a ser valiente.
Estaba sentado en el sofá cama del salón que solían ocupar las visitas que se alargaban noches enteras, tenía un café con leche entre las manos, movía la cucharilla de forma automática, sin ningún propósito más que el de entretener sus manos. Le gustaba tomar el café con la leche muy caliente, para él era un momento de relax justificado mientras el líquido conservara un resto de temperatura. Normalmente lo acompañaba con unas pastas. Martín seguía ahí, de pie, mirándolo, había cogido las llaves e incluso la cazadora de piel negra que tan bien le sentaba a Roberto.
Pero el café seguía caliente, Roberto no lo iba a dejar enfriar en el fregadero, la taza contenedora del café era de porcelana blanca con flores rojas, la había heredado de su madre, con otras cinco más, cada vez que se tomaba un café en ella y la sostenía entre las manos, recordaba algún momento que había compartido con ella. Se trataba del Teatro Español, un sueño.
Su madre le había animado a seguir su camino. Sorbió por última vez, ya no quedaba ni una gota de miedo. Se levantó, agradeció a Martín su impulso y se fue al casting. No esperaba nada, pero tenía que ir.
Es lo mejor,
no esperar nada,
así cuando llegue algo
te sorprenderá gratamente,
una lluvia fresca para el alma.
La cuestión es tocar una puerta tras otra.
Seguro que alguien está esperando oír tu llamada.
También es posible que primero tengas que oírte tú mismo
y creer, creer que tú eres capaz de abrir la puerta y entrar.
Avanti.
Isolina Cerdá Casado
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