martes, 28 de diciembre de 2021

Felices fiestas, para los sanitarios, sus familias y los pacientes y familiares.

 



Clara, la enfermera que apareció con su guitarra, como un elfo navideño, como un hada de los bosques de Valdelatas, con su convicción de que ese día, además de su trabajo como enfermera que con tanto cariño realiza, les iba a cantar a sus pacientes algún villancico que les alejara de aquella habitación en la que se encontraban por tener el cuerpo tocado y la mente dolorida. Tocaría su guitarra para traer a sus mentes recuerdos de infancia, instantes alegres, imágenes que les recarguen el alma y ayuden a reponer el cuerpo.

Clara aceptando propuestas: Belén campanas de belén, pero mira como beben los peces en el río, campana sobre campana, feliz navidad...

 Pequeño árbol de la Conserjería de celadores que fue emperifollado por Juan Carlos y Carlos con toda la ilusión navideña de unos celadores puestos y dispuestos para acompañar y ayudar a pacientes, auxiliares y enfermeros para el buen desarrollo de la actividad hospitalaria.


    Os voy a contar el regalo de Navidad que he sentido como tal. Los pacientes habían terminado de comer, tras los aseos, medicaciones mañaneras, tensiones controladas y cariños de cuidadores recibidos... El pabellón San Francisco de Cantoblanco estaba bajo control, los auxiliares estaban relajados esperando iniciar la segunda vuelta, el día tenía un tono grisáceo, llovía, era Navidad, había bolas de colores dorados brillantes, y muchos llevaban cuernos de reno y gorritos rojos en sus cabezas. De pronto la enfermera Clara apareció con una guitarra entre sus brazos y animó a que la acompañáramos en un recorrido mágico, las cuatro auxiliares la siguieron: Jesús lleno de su energía transgresora y vital; Carmen la mujer que puede con todo y sonríe a sus pacientes mientras hace su trabajo; Yune, la ojazos como la llamaba María, una paciente muy amable y agradecida; María, la auxiliar que trabajaba con tiento y gran escucha hacia sus pacientes, y la celadora escribidora que también siguió a Clara, la enfermera que nos contagió de su ternura y de su luz y sabedora de que íbamos a hacer algo bueno para los pacientes y algunos de sus familiares. 

    ¿Por qué ha sido un regalo para mí? Pues porque en mi casa no hemos cantado ningún villancico en nochebuena, no hemos podido reunirnos con la familia más amplia, porque mi hija no ha podido ver a sus primos y a sus tíos y disfrutar del calor de su abuela, porque no sabemos cuántas navidades nos quedan para disfrutar juntos, porque ese aislamiento preventivo se ha realizado porque no queremos poner en riesgo a la gente que queremos y nos importa. Porque en definitiva todo está siendo envuelto por un miedo pandémico con montones de casos cercanos, de familiares, amigos, compañeros de trabajo, etc. Y a pesar de ese extraño olor a Covid, a pesar de eso, ahí estábamos, cantando villancicos a las personas, la mayoría octogenarios, que aun a pesar de tener que llevar oxígeno, sueros goteando en sus venas analgésicos o antibióticos, pastillas acompañando desayunos, comidas y cenas, sufriendo malestares convulsos, ellos, ellos también cantaron con nosotros y por un momento sonrieron felices, se olvidaron de la vía que llevaban puesta y la zarandearon acompañando el ritmo con aplausos, e incluso hubo quien se emocionó, y lloró de alegría no por dolor... A Ramona el alzhéimer la dejó en paz por unos minutos, y recordó cómo era la letra de aquel villancico; María aplaudió feliz, olvidando la razón por la que estaba en Cantoblanco; Mari Paz miró fijamente y esbozó una mágica sonrisa, leve pero ahí estaba; José aplaudió y solo pensó en ese peine y esos cabellos de oro, ni temblores, ni tristezas; hasta Concepción cantó con nosotros, ella a la que le dolía el cuerpo hasta la médula y veía las estrellas cada vez que la aseábamos, vio en Clara y sus acompañantes una luz de esperanza...



    Formar parte de aquella banda de duendes mágicos hizo del día de Navidad algo especial, la dureza de trabajar en un día como aquel fue compensado por las caras de felicidad y los momentos llenos de emoción que pudimos compartir. Gracias compañeros, gracias a la mujer que con su guitarra despertó sonrisas y acarició almas. Gracias a todos aquellos que con su trabajo, especialmente en estas fechas tan especiales y duras, hacen del mundo un lugar más bonito para vivir.


Isolina Cerdá Casado

martes, 14 de diciembre de 2021

Vida, Navidad, impulso.

 La inspiración está en el aire, a tu alrededor, envolviéndote, acurrucando tus pasos. 








   No siempre se produce, ni la luz, ni el impulso, ni las ganas, pero cuando ocurre, cuando algo despierta la chispa creativa agradeces al mundo estar viva. Por eso, por esa certeza de que en algún momento un papá Noel te devolverá la luz no debes tirar la toalla, solo esperar, caminando eso sí, pero sin rendirte nunca.

Isolina Cerdá 

domingo, 5 de diciembre de 2021

Como un carballo

    En verano, aquel día que viniste a vernos te vi muy bien, hablamos, nos acompañamos familiarmente en la sobremesa. Me sentía feliz de que estuvieras, de tenerte cerca...la pandemia había espaciado todavía más los encuentros, y la necesidad de mirarnos a los ojos era mucho mayor. Quién iba a pensar que ese día iba a ser el día en el que te iba a ver por última vez. Recuerdo que en la despedida te abracé fuerte, de esos abrazos que estrujan, sentí que te sorprendiste, no esperabas esa euforia cariñosa, pero me salió natural, creo que después de todo este tiempo de abrazos contenidos el impulso cariñoso es irrefrenable, nos desborda, lo necesitamos. Fue intenso pero fue el último. 

    Tu hijo no hacía más  que afearte el gesto horrible de morirte, "y ahora vas y te mueres", era incapaz de imaginar la vida sin ti, como si eso fuera algo que decide uno, tal vez una parte de ti ya se había ido con ella, normal que la otra parte se hubiera visto obligada a caminar aun a pesar de la gran ausencia. Es ley de vida, todos caminamos igualmente aunque nos falten trozos importantes sin los cuales parecía imposible seguir haciéndolo.

    Lloré, fue un llanto de desahogo porque nuevamente la vida se presentaba en su versión más cruda, y cuando te vi, cuando llegó ese momento en el que justo antes de enterrarte abrieron la caja y vi tu cuerpo inerte tuve la certeza de que ya no estabas en él, aquel cuerpo que te había tocado se había quedado sin tu luz, ya estabas en otro sitio, sí, posiblemente dentro de cada uno de los que te recordaremos con cariño, los que no nos olvidaremos nunca de tus gestos, de tus palabras, pocas, pero precisas. Y entonces recordaremos ese porte tuyo, esa mirada, que siguió guardando secretos hasta el final de su vida. Aquella infancia en medio del monte, envuelto en sueños de evasión temprana con el rocío de un licor café que adormecía el alma, con el frío de la sangre, con el sabor de un vino casero con olor a bodega fresca. 

    Eras el guapo de Laiantes de arriba, el apuesto gallego que llegó a Crevillente de rebote y se quedó por amor, feliz con su compañera de batallas, la dulce y maravillosa Conchi, con la que se enfrentó a duras batallas y afrontó nuevos proyectos, supongo que el Martin's fue el más recordado. Y allí te quedaste a descansar para siempre, se quedó el cuerpo, tú sigues aquí, en nosotros ya sabes, en nuestro corazón. No sé por qué me viene a la cabeza aquella foto, en la terraza de mi antiguo piso, tenías en tus hombros a mi hermana Mónica apenas debía tener un añito, ambos sonreíais, un instante maravilloso del que gracias a aquella fotografía yo fui testigo, un día reíste junto a ella, otro ángel. Puede decirse que estoy en una época poco inspiradora, con falta de impulso creativo, apenas escribo, y aunque quería escribirte he vuelto varias veces al texto y hoy, sentada en un sillón rojo, en medio de una marabunta de gente con impulsos consumistas navideños lo estoy haciendo, como algo que tenía pendiente, porque tú eres otro de los pilares de mi vida, uno de esos que siempre ha estado, aunque hablara poco, aunque en ocasiones diera la sensación de que eras como un carballo, como decía tu hijo, un roble duro, silencioso, frío, pero los que te queremos sabemos que estabas lleno de sueños de rocío gallego. Y agradezco ese último abrazo apretado, intenso al que de alguna manera me abocó la pandemia. Esta es una mala época, época gris, de tristeza navideña para todo aquel que ha dejado a alguien en el camino, de recuerdos difíciles de soportar por las ausencias, pero como tú hiciste y como hicieron todos, seguiremos adelante porque otros vienen detrás y también merecen vivir felices y crear así buenos recuerdos para un futuro esperanzador.

    

     


    


Pos pandemia. Corazón postraumatizado.

      Hoy, ahora, hace un momento, me dio por hacer limpieza del bolso. Mi bolso es una especie de contenedor de vida, también de objetos pu...