viernes, 31 de mayo de 2013

Sueños. El texto que he presentado este año al concurso literario, lo prometido es deuda.

                                  Sueños

    No quería saber nada de lo que pasaba afuera, qué más le daba, todo había perdido su sentido. Ya no se interesaba por las cosas que contaban en las noticias, no quería saber nada de lo que había pasado en aquel acontecimiento popular donde por lo visto una bomba había acabado con la vida de tres personas en Boston, una de ellas era un niño de ocho años. Ocho, esa era la edad que tenía Miguel cuando se vino a vivir al barrio, ayer habría cumplido treinta y dos, de no ser por… No, no lo quería recordar. Era mejor guardarse los recuerdos en una cajita dentro de su corazón, que nada los enturbiara, no fuera a ser que al mencionarlo se borrara un cachito de todo aquello que había compartido con él. No le importaba nada. Prácticamente estaba dejándose morir, de seguir así, tarde o temprano su corazón dejaría de latir. Nadie llamaba a su puerta, ella había silenciado el timbre, y permanecía a oscuras en la parte de la casa más alejada de la entrada: su dormitorio. No quería ser molestada por nadie; el teléfono móvil dejó de sonar tras decidir que no lo cargaría nunca más. Tenía derecho, maldita sea, era lo único a lo que podía aspirar, o al menos era lo único que deseaba: que nadie la molestara.
    Ella pensaba que un sueño nunca se podía romper, era incapaz de imaginárselo, cómo destrozar un deseo soñado, ¿acaso es posible cortar, aplastar, matar, desbaratar una idea abstracta en tu cabeza que solo tu corazón es capaz de concretar? Desde niña había creído en los sueños, y sabía que tarde o temprano se realizaban porque si uno quiere algo con mucha fuerza el universo se confabula para que sea posible. Tal vez su padre cuando le contaba aquellos maravillosos sueños en forma de cuentos, y cuando le hablaba del mundo creativo e irreverente de la imaginación, excluyó esa parte menos agradecida de los sueños: la parte en la que uno deja de soñar, y se va apagando poco a poco. ¡Claro! Ella se encontraba en ese punto de apagado forzoso, su padre no estaba, ya no estaba. Vaya, con los padres, también esa idea se había frustrado, siempre pensó que su padre nunca le abandonaría, y no es que le abandonara, es que se murió. ¿Cómo se puede morir un padre? Un padre bueno, al que quieres, de cuya boca han salido montones de palabras de amor, cuentos y enseñanzas. ¿Es que ya era lo suficientemente madura como para no necesitarle? ¿A caso no se dio cuenta de que no se lo había explicado todo? “¡Qué asco de vida!” Era la expresión que había empezado a utilizar con demasiada frecuencia de un tiempo a esta parte. Se daba cuenta de su estado de hundimiento, permanecía noche y día metida en la cama, entre las sábanas, resguardada de los rumores del mundo. Apenas unos gritos vecinales la sacaban por momentos de su ensimismamiento. Y no es que estuviera loca, es que había perdido el más pequeño halo de sus sueños, ya no resplandecía nada dentro de ellos, estaban a oscuras en su pecho, sin pulso.
     Los días transcurrían sin más, sin cosas que hacer, no se podía hacer nada metida en la cama, como no fuera silbar, y lo cierto es que nunca se le había dado bien. Su hermano ya se había encargado de restregárselo en la cara, así que acabó por aborrecer el propio hecho del silbido. No hacía más que pensar y pensar, reconocía que esa nula actividad física le estaba pasando factura. Apenas movilizaba neuronas y el cuerpo estaba empezando a cansarse de permanecer en la misma postura día tras día. Hasta que una mañana, sabía que era ese momento del día porque entraba mucha luz a través de la última rendija de la persiana, sintió una presencia. No era una cuestión de entes fantasmales o algo así, no, era como si una parte de sí misma hubiera decidido levantarse sin la otra parte. Se estuvo riendo un rato ante esa idea absurda. Se imaginaba a la mitad de su cuerpo levantado frente a la cama gritándole a la otra mitad sus harturas, su cansancio frente a esa pasiva inmovilidad. Lo más raro de todo es que comenzó a escuchar voces, sabía que no tenía que ver con enfermedades psicóticas, las conocía bien, sin embargo no podían ser más que producto de su propia imaginación o fruto de sus contradicciones internas.
    Se preguntaba por la relación de los sueños con las tragedias o con los hechos tristes. Ella tenía un sueño y persiguiéndolo ocurrió algo que no esperaba, las luces se convirtieron en sombras, y ya no pudo seguir soñando. Era eso papá, era eso lo que no me llegaste a decir: que la vida está llena de obstáculos que te impiden alcanzar aquello que crees que te va a dar la felicidad, como un sueño por ejemplo. Pero en el fondo ella lo sabía, sabía que la vida no era fácil, porque el sueño estaba inmerso en el propio impulso para alcanzarlo. Cuando era niña, su padre le contaba un cuento cada noche, tanto ella como su hermano siempre esperaban la llegada de ese momento; pero a la vez que su padre se inventaba una historia, dentro de él bullían problemas mundanos que silenciaba para que no entorpecieran ese ratito tan especial con sus hijos. Luego él luchaba cada día, defendiendo la importancia de los sueños aun a pesar de que los suyos propios se tambalearan en la cuerda floja.
    Miguel era un buen amigo, de esos amigos de los que uno habla con orgullo sincero, porque has compartido con él momentos claves de tu vida. Los buenos amigos siempre están ahí, se convierten en una especie de presencias celestiales que te acompañan, también a ellos te los imaginas inmortales, casi como a un padre o a una madre, o incluso a un hermano. Pero de pronto, sin esperarlo, sin estar preparada, sin haberte dejado tiempo para hacerte a la idea, la vida se lo lleva y te deja desnuda, inválida emocionalmente, totalmente vulnerable ante el sinsentido, y es ahí, en ese momento cuando se empiezan a quebrar los sueños, y las ideas abstractas que se concretaban dentro de ti desaparecen, se esfuman con los vientos de la tristeza. Y en el momento que recibes la llamada, a la vez que te están diciendo que tu mejor amigo ha muerto en un accidente absurdo, tú ya lo empiezas a tener claro, no deseas seguir viviendo sin que él esté en este mundo. Y ya lo sabes, todo se acabó, la noche se convertirá en eterna también para ti, irás desapareciendo poco a poco, metida en tu cama, envuelta en la oscuridad que ya ha impregnado todo tu ser.
    Pero lo que ocurre es que ni si quiera podía planificar un final, porque la vida siempre te sorprende, para bien o para mal. Y de nuevo estaba sorprendiéndose al ver a esa mitad suya que se rebelaba ante esa prisión incondicional impuesta por los barrotes de su profunda pena. ¿Cómo podía un brazo moverse sin su otro brazo? ¿Y cómo podía gesticular su rostro sin tener al lado su simetría? ¿Qué pretendía esa pierna colgada de la mitad de la cadera sin ser consciente de que en cualquier momento podría perder el equilibrio y caer de bruces contra el suelo? O contra la cama, que casi era peor, porque caería sobre ella, bueno, sobre la mitad de ella, sobre sí misma, su otra mitad. Entonces, desde la oscuridad tremebunda y silenciosa su ojo triste miraba a ese otro ojo lleno de fortaleza, y encontró en él cierto parecido a esos ojos de su papá, que siempre la envolvían con ternura y cariño cada noche, y cada día. Y ese ojo empezó a hablarle de los sueños, reconociendo en él la mirada paterna llena de estrellas que la iluminaban. Entonces quiso no mirar, tenía miedo, su padre hacía más de cinco años que había muerto, pero parecía estar en esa mitad que se negaba a deshacerse entre las sábanas. En esa lucha terrible por no mirar percibió media sonrisa que siendo suya, estaba formada con la media boca rebelde y para su sorpresa encontró cierto parecido a la sonrisa de su gran amigo. Miguel siempre se reía de todo, era capaz de sonreír hasta en los momentos más inverosímiles, cuando su madre, la de Miguel, se rompió un brazo intentando matar a un mosquito, éste no pudo dejar de reír en unos cuantos meses; y siempre lo contaba de la misma manera: “Mi madre ha querido matar a un mosquito a batacazos con su brazo y el mosquito sigue vivo, aunque su cacería no fue del todo mal: ¡se cargó a su brazo! Jajaja…” También se acordó de aquella vez que se le murió un pollito. Ella, toda triste y disgustada le contaba lo que había sucedido. Queriendo que el pollo que su padre le había regalado estuviera al sol, calentito y a gustito, lo sacó a la terraza metido en una cajita de plástico transparente con rejitas por la parte superior, con su agua y su comidita. Lo sacó por la mañana, a la fresca, cuando el sol no calentaba en demasía, y al volver del instituto, se lo encontró muerto por lo que parecía ser una insolación y ella no podía dejar de llorar. Sin embargo, en cuanto se lo contó a Miguel, éste comenzó a troncharse de la risa: “Mi querida amiga, no debes sentirte mal, desde luego frío no pasó. Además que tu intención era buena, no pretendías asarlo con plumas y todo, pero el pobre pollo viendo el triste futuro que lo esperaba decidió programar el horno con ciertos años de antelación. Jajaja…” Sí, no había duda, era la sonrisa de Miguel. ¿Pero cómo era posible semejante cosa? ¿Acaso se habían puesto de acuerdo su padre y su mejor amigo para volver del más allá a fastidiarle? ¿Querían que su vida se tornara más lúgubre de lo que ya lo era sin tenerlos a ellos en el mundo? ¿O tal vez lo que sucedía era todo lo contrario?        
    Empezó a darse cuenta de una serie de cosas. A pesar de las desgracias ocurridas, a pesar de esas ausencias que tanto la entristecían, había algo dentro de ella que la empujaba a levantarse, algo que estaba en su interior más profundo, tal vez en el mismo lugar donde residían esos sueños benditos que tanto sentido daban a su vida. Entonces lo vio, lo que quedaba de ellos, de Miguel y de su padre, estaba ahí dentro, en ese lugar mágico donde baila el alma triste. Ahí suenan las melodías de su recuerdo, en su mano estaba recordarlas y hacerlas inmortales. Por la mejilla de la mitad encamada empezaron a caer lágrimas, el ojo encharcado no podía retener toda esa cantidad de pena acumulada; vio que también del ojo que la miraba desde fuera de su tristeza brotaban lágrimas sin parar. Sintió que su brazo triste, ayudado por su pierna triste se desprendía de aquel aglomerado de ropa que cubría su medio cuerpo triste. Y entonces toda ella se unió, como un gran bloque de piedra hecho de masa de sueños y de amor. Se sentó a los pies de la cama y lloró.
    Y en ese silencio mantenido durante días, en ese silencio al que se amarró con fuerza después de haberse tenido que despedir de su amigo del alma, cuando sintió que ya nada le importaba, se agudizó su sentido auditivo de forma extraordinaria, y empezó a escuchar los rumores de la vida, sentía gritos, alguien la llamaba, golpes en la puerta que se intensificaban. Pero ella era incapaz de moverse, no podía, no le era posible mover un músculo, todavía no sabía cómo había logrado sentarse a los pies de su cama, notaba que tenía las mejillas húmedas, esa humedad le bajaba por el rostro y recorría su cuello, parecía que la iba a estrangular. Se oyó un gran estruendo, tan terrible que la hizo temblar de miedo, pero entonces reconoció su nombre, la estaban llamando con desesperación, con un desaliento que ella misma era capaz de reconocer. Su madre entró en la habitación, se sentó junto a ella y la abrazó con fuerza, estuvieron enlazadas un buen rato. Sentía que su mamá le secaba las lágrimas, la apretaba contra su pecho; ambas mujeres lloraron juntas. Los bomberos esperaron en la puerta, petrificados por la intensidad emocional de aquel encuentro, finalmente las dejaron solas en esa delicada fusión.
    Tras haber tocado fondo, los sueños de Margarita volvieron a su lugar, retornó el sentido a su vida. Se dio cuenta de que había aprendido muchas cosas, que esos seres queridos que se habían ido para siempre estaban con ella, dentro de ella, y que mientras ella viviera, ellos también vivirían. Se hizo escritora, que era lo que su padre quería ser, así que su sueño realizado fue también el sueño de su papá, y aquellos cientos de cuentos que cada noche les contaba su padre fruto de su creatividad encontraron su camino en los cuentos que ella misma llegó a publicar. Eso sí, antes de publicarlos se los contaba a sus hijos y le mandaba a su hermano un correo con el cuento en cuestión. La risa de Miguel siempre hacía su aparición en esos momentos en los que era mejor reírse que llorar, y agradecía cada minuto de su vida que había podido pasar con él.
    No le llegó a contar a nadie aquella visión tan extraña de su cuerpo partido en dos mitades, ni de cómo la media boca le hablaba a su otro medio cuerpo. Se limitó a guardárselo en un cofre en el que metía las cosas extrañas e inconfesables que le habían pasado en su vida. Como nunca jamás quiso contar aquella extraña aparición, cuando apenas tenía siete años, de un duende maravilloso llamado Duendolín que la enseñó a cuidar los cuentos como se merecían los personajes que salían en ellos. No quería que pensaran que Margarita estaba loca. 
   

      

domingo, 26 de mayo de 2013

Mi colaboración en Héroes del pensamiento de los domingos

Domingo, un objeto de inspiración: Las ollas, sartenes y una merluza respingona.



    Hoy no me centro, no me centro, no estoy inspirada, jopeta. No me lo repitas más, ¡merluza! Eso es lo que eres una merluza destemplada, no me mires con esa cara de pez que tienes, ni tampoco las mires a ellas; ni ellas ni yo tenemos la culpa de nada, es la vida y ya está, es la supervivencia del más apto, yo tengo piernas y una cartera, compré tu cadáver y ahora te voy a cocinar. ¿Por qué narices tienes que utilizar esa palabra? Es simplemente un pez sin vida, que encima no tiene la culpa de estar tan sabroso. Pues es lo que vamos a comer, bueno, si su mirada me lo permite. Me hace sentir culpable y eso es lo que pasa, que estoy hasta el moño de tanto sentido de culpa que arrastro. ¿Estás graciosilla? No, gracia ninguna, que me duele la cabeza, tanto como a esta merluza troceada.


      Creo que el artículo de hoy se va a quedar en articulillo, porque me estoy empezando a identificar con este pececillo, sé, como él también sabe, que esta piscinilla con agua caldeada en la cual flotan las patatas para el puré no forma parte de la decoración de un baño turco, como tampoco la sartén en la que hierve el aceite se acerca ni por asomo a una piscina de aguas templadas para calmar el alma. Si así fuera, sartenes como piscinas, me iba a convertir yo misma en merluza y me tiraría por el trampolín directa al receptáculo. Pero si yo fuera una patata me arrastraría como fuera para largarme de esta casa. Somos muy patateros aquí. Pero hija, ¿qué me estás contando? Vas a defraudar a tus lectores domingueros que alguna chispa hallaban en tus textos, qué ha sido de ella, de la chispa. Se quedó pegada a la cerilla que utilicé para encender la ramita de incienso. ¿Será que este retraso en la llegada de la primavera sentida ha retrasado también el estado depresivo y por esa razón ha llegado en estos días con tanta intensidad? Pues mira, sí tiene su lógica, es posible que este estado tenga un responsable directo en el tiempo, tiempo de tormentas y lluvias reiteradas, por lo menos por aquí, por Madrid. Bueno, a ver, qué vas a contar de las ollas, que estamos esperando a ver por dónde sales ahora. Las tengo amontonadas, como si no fueran grandes tesoros, bueno, no son grandes tesoros pero sí grandes cofres que guardan tesoros, tesoros breves, intensos, tesoros fugaces, que despiertan sentidos y calman ansias estomacales. Lo siento, creí que las ollas me iban a hablar, sentía que me iban a arrancar palabras enlazadas y con sentido, palabras graciosas, pero no. Hoy, el cansancio y la depresión post primaveral, me hacen ver a las ollas como objetos aburridos, cansados de trasladar, cocinar, contener, marear a unos alimentos crudos y transformarlos en ricos platos, sabrosos alimentos, recetas imbatibles. Que la inspiración me pille trabajando, que la chispa me encuentre tecleando en el ordenador, pero hoy, por más que espero, tecleo, le doy y le doy, nada, que no sale la cosa ligera y sin forzar. Me sirvo un café para ver si la cosa mejora, si las neuronas se ponen en fila y circulan un, dos, tres. Pero nada, pienso en lo que me contó una mamá del cole, cuando nos la encontramos en el parque, que su suegra se moría, que el cáncer se extendió, que se iba, que el médico decía que no tenía dolores, pero que sin embargo a ella se la veía mal, quejándose de molestias. Y que por más que le dijera el médico que la mujer no sufría, eso no era lo que parecía. Eso es lo que pasa, cuando estás mal, sensiblona, pochona, recuerdas las cosas malas que te contaron, y olvidas las buenas que te pasaron. No me queda más remedio que publicar el texto, no soporto la presión de tener que hacerlo y no haberlo hecho, así que solo espero que aquel que haya llegado hasta el final, se ponga en mi lugar y se compadezca de esta pobre merluza troceada que ahora mismo solo puede pensar en su lindo y lejano mar.


Isolina Cerdá Casado

lunes, 20 de mayo de 2013

Un sombrero en una cabeza valiente

    Estaba sentada en uno de los asientos situados frente a la puerta de la sala 17 en la que el médico iba recibiendo a los enfermos. Éramos como diez personas, en un momento llegó una señora de unos ochenta años que estuvo unos minutos saludando a una mujer que esperaba ser llamada. La mujer que llegó llevaba puesto un sombrero muy elegante, tal vez demasiado elegante para el resto de vestuario. A mí particularmente me encantó verla, me gustan mucho los sombreros, y aquel le quedaba muy bien. La mujer caminaba con dificultad, tras saludar a la señora que esperaba tres asientos más allá del mío siguió su camino hasta su consulta. Ambas mujeres se conocían porque se contaron las razones de por qué se encontraban en esos menesteres. Al lado de la señora que permanecía sentada, había dos mujeres jóvenes, parecían marroquíes pero no llevaban pañuelo. En cuanto la mujer del sombrero se alejó, la mujer sentada les dijo a las dos mujeres que iban juntas que si su propia hija la viera con esas pintas no la dejaría salir de casa, se reía a la vez que le hacía esa confidencia a estas dos mujeres que estaban sentadas a su lado pero con las que no había intercambiado ninguna palabra hasta ese momento. Fue un comentario hiriente, me hirió a mí, porque mientras yo pensaba en lo que me gustaba ver a una mujer tan mayor con un sombrero muy bonito y elegante, llevándolo puesto y caminando con él a pesar de su dificultad propia de la edad y tal vez de la enfermedad, a esta otra mujer sentada, más joven, lo único que le llamó la atención fue lo ridículo que le pareció el hecho de que llevara puesto un sombrero. No pensó en la fortaleza de esa señora de ochenta años o más que salía de su casa feliz, limpia y bien vestida, con su bastón, con su sonrisa, a pesar de los malestares físicos, que sin duda los tenía porque uno no va al médico a pasear su sombrero.
    Recordé las muchas veces que mi padre me había dicho que él no se sentía ningún viejo, y que le molestaba mucho que la gente de su edad pensara que no había ya nada que hacer en la vida salvo seguir caminando como los demás esperan; miles de veces me ha repetido indignado que ya es bastante duro tener cierta edad como para que te atribuyan condiciones constrictivas contra las que tú deseas luchar.
    A veces no somos capaces de abstraernos de la tontería social que nos limita, nos para los pies, nos cierra puertas a la libertad: libertad de ponernos un sombrero en la cabeza por ejemplo.

domingo, 19 de mayo de 2013

Mi colaboración de hoy, domingo 19 de mayo en Héroes del pensamiento. Domingo: un objeto de inspiración. Los bolsos.


Domingo un objeto de inspiración: bolsos.

    ¿Qué puede haber más enigmático que lo que contiene el interior de un bolso? Es casi tan enigmático como el interior de la casa de alguien a quien no conoces, o en la cual nunca has estado. Habrá personas que probablemente tengan una casa siempre preparada para las visitas, casas impolutas, sin una mota de polvo sobre la balda del mueble del comedor, o con un extractor de humos sin un chorreón de grasa anaranjada por el tiempo. Personas que limpian el baño cada vez que cae una gota de agua en el suelo, gente pulcra y ordenada que no permite que un resto de leche del desayuno entorpezca el esplendor del mantel de plástico que lo cubre. Uno no podría nunca imaginar la realidad de ese mundo cotidiano hasta que no llegara por sorpresa a esa casa y entrase en el baño por una urgencia urinaria y se encontrase con los restos de vidas intímas incómodos. Recuerdo una vez, esto es que me acabo de acordar y lo tengo que escribir porque soy así de impulsiva, hace como ¿veinte años? Uf, como pasa el tiempo de rápido, venía con nosotras una chica nueva, de reciente incorporación y que al poco se fue tal cual vino. La cuestión es que esta chica hablaba con mucha naturalidad de todo, incluso de las bragas sucias. Un día contándonos que había tenido la visita de un amigo que por lo visto la visitaba de vez en cuando, a casa de sus padres cuando éstos no estaban, nos relató cómo tuvo que esconder las bragas sucias debajo de la cama para que él no las viera. Era casi más pudoroso para ella el que este amante ocasional descubriera sus desórdenes mundanos, que el hecho de que sus propios padres la pillaran retozando en la cama con un hombre al que no conocían en ese ámbito postural. Y lo más sorprendente fue que nos lo contara, tanto una cosa como la otra. Por un lado es tranquilizador saber que cualquier mujer se ha podido dejar las bragas sucias tiradas por el suelo, pero por el otro es desagradable imaginarte las bragas sucias de otra persona. A mí por lo menos no me gustó ver esas intimidades en mi mente. Así que cuanto más mostrar las intimidades hogareñas, pero ¿y qué pasa con los bolsos? Sí, vamos a centrarnos. He aquí mi bolso:


    Como se puede ver en la foto este bolso con cuadros negros y blancos es el que llevo habitualmente, le acompaña el otro pequeñajo que ha querido posar también y lo he dejado porque no quería discutir con él. No debería ser un bolso conflictivo, pero este bolso blanco y negro tiene muy mala leche, y me hace unas jugarretas que nadie lo diría por su apariencia seria y modosita. Cada vez que introduzco en él alguna cosa, lo mezcla en su interior como si de una coctelera se tratase con todos los otros cacharros que pueda haber en sus adentros, después cuando introduzco la mano en busca del objeto en cuestión puede aparecer teñido por trozos de carmín, rebozado por migas de galletas o incluso aromatizado por un plátano olvidado unos días antes en sus adentros. La cuestión es: ¿el bolso se está manifestando? ¿Quiere decirme algo? ¿No es el bolso sino yo la causante de esas mezclas explosivas? ¿Por qué pesa tanto mi bolso?
    Veamos parte del contenido del susodicho bolso:


    Para empezar, ¿es necesario llevar un plátano en el bolso? ¿Y un tomate? ¿Y por qué narices tengo que llevar una cartera tan grande llena de descuentos del día y del Carrefour que nunca utilizo porque se me pasan las fechas y me desoriento con las cantidades? ¿Por qué tengo que llevar una caja entera de Ibuprofeno en lugar de llevar un pastillero con tres pastillas que es la dosis máxima diaria? ¿No me puedo echar la crema de manos en casa y dejarla guardadita en el mueble del baño? ¿Para qué llevo esas botellas de agua del decathlon que pesan un quintal llenas de agua, una rosa y una azul, para mis hijos, cuando no voy a ir a buscarlos al cole? ¿Por qué narices me compré una agenda tan grandísima cuando en realidad apenas tengo acontecimientos que escribir en ella?
    No, no puedo responder a tantas preguntas complejas, solo me he tomado un café y otro ibuprofeno, y a todo esto me pregunto: ¿soy adicta al ibuprofeno? No, me lo mandó el médico. Ah, bueno, empezaba a preocuparme.
    En cualquier caso, he de decir, que mis bolsos, siempre, siempre pesan muchísimo, no soy capaz de ir con un bolso ligero. Incluso esos pequeñajos propios de las bodas, esos que no valen para nada porque no cabe nada, esos bolsos brillantes de lentejuelas y brillos extremos, consigo atiborrarlos hasta el punto de que en mitad de la ceremonia se abren de golpe y pobre del que esté cerca: una barra de labios, unas llaves, un paquete de pañuelos, unas monedillas, pueden caer del cielo procedentes del estómago de mi mini bolso que no fue capaz de aguantar tanta carga en tan poco espacio.
    En fin, las casas y los bolsos tienen grandes paralelismos, y algo común y muy determinante: la misma dueña que puede que sea impulsiva y desordenada, o previsible y pulcra. Es igualmente aplicable al género masculino. Miren su bolso y verán su casa. Yo llevo el bolso muy cerradito para que nadie se meta en mis intimidades salvo en alguna ocasión que olvido cerrarlo y se me van cayendo los plátanos o los tomates por el camino, o las compresas o las toallitas. Un momento, un momento, que yo soy muy pulcra ¿eh? A veces, y en ocasiones puntuales.
    Feliz domingo a todos, me voy a limpiar el baño, que tengo visita, ah, y los chorreones de grasa roja, está cada vez más oscura la jodida.

Isolina Cerdá Casado

sábado, 18 de mayo de 2013

Por fin voy a actuar con uno de mis textos. ¿Valiente? ¿Temeraria? ¿Arrebatadora? ¿Loca? Sí, todo eso y mucho más.

    Terapia virtual 
Un poto estresado recurre a una terapia de la que le han hablado...

    Ayer, a eso de las cinco de la tarde, me decidí, mi marido me había dicho las cosas claras: "Soli, a ver, tengo que ser sincero, a mí no me gusta nada, no me hace gracia, no es el tipo de humor que me gusta. Pero eso no significa que lo tengas que dejar abandonado. Que lo vean otras personas, yo no puedo ser objetivo" Mi hijo me decía que menos mal que no me iba a tener que ver. No sé si estaba influido por su padre, o que realmente lo pensaba, luego añadía "Mamá, es que estás muy fea con eso en la cabeza". No pretendo estar guapa, ni graciosa, aunque a mí sí me hace gracia, eso sí después de verlo tropecientas veces la gracia depende del instante.



    La cuestión es que decidí imprimir el cartel que con tanta ilusión había elaborado yo misma dos semanas antes, justo después de haber tenido un encuentro con unos buenos amigos, me pasé toda la semana con el poto en la cabeza, interpretando una y otra vez el texto. "Hola, qué tal, me llamo..." Decidí salir de casa camino de la fotocopiadora, para después con el indudable apoyo familiar (¿?) acercarme a mostrar mi trabajo.
     Pues eso, ayer, en esa tarde que parecía invernal más que del mes de mayo, cogí todos los bártulos, mi paraguas gigantesco, el pen con el material para imprimir el dossier, el bolso que pesaba lo suyo cuando apenas llevaba cuatro cosas, y el ordenador portátil, que con la contractura me parecía estar llevando un saco de patatas en lugar de un aparato digital con el que mostrar parte de la grabación de esta terapia virtual que tan bien me vendría a mí misma. El poto se había decidido a plantarse en la sala y ofrecer el resultado de su creación a la directora de la asociación, una mujer encantadora por cierto, que tuvo la amabilidad de atenderme. Iba caminando con cierta dificultad, estaba congelada de frío, delante de mí iban unos chicos arrastrando una maleta sobre la que apoyaban restos de hierros, imaginé que irían a tratar de venderlo, de sacarse unas pelas. Lo imaginé como imagino siempre el resto de la historia. Y yo me decía a mí misma, ¿qué me cuesta? Saco los carteles y el dossier y voy a la sala, ¿no había dicho que estaba en ello? ¿en la lucha por conseguir aquello que siempre he soñado? Pues sí, me atreví y tengo fecha de actuación: 7,8 y 9 de Junio.
    Lo siguiente es el miedo, porque el actor siempre se expone, pero también es cierto que no merece la pena no hacer las cosas por temor, tendríamos una vida demasiado triste y aburrida, al fin y al cabo yo no estoy plantada en una maceta.
    El monólogo dura unos diecisiete minutos, no tiene nada que ver con el estilo del club de la comedia, esto es otra historia, es una plantita que hace caso de su amigo el aspirador y se enfrenta a una terapia virtual para mejorar su estado y alejarse de la angustia y el desasosiego que siente ante su previsible y aburrida vida. 
    La cuestión es, ¿alguien se ha sentido poto alguna vez? ¿podemos llegar a tener esas mismas angustias que este poto verde y apagado? ¿sería posible identificarse con sus miedos? ¿podríamos ponernos en su lugar? El mundo de las plantas es misterioso. Os animo a saber más de esta pobre María de las Montañas, tendrá lugar su desahogo en Microteatro casi gratis en Leganés, tres pases por día, aún no sé qué horas, iré informando. Es en la calle Jacinto Benavente, 1. 
    Bueno, pues creo que voy a descansar, me acabo de tomar el ibuprofeno, me voy a poner calorcito en la contractura y miraré a ese poto que tengo, real como la vida misma, a ver qué otros malestares me cuenta que puedan ser introducidos en su terapia.



Isolina Cerdá Casado

jueves, 16 de mayo de 2013

En Cercanías renfe.

    Todo esto es lo que escribí en el trayecto al dentista que está en Torrejón, véase la prueba de que ese viaje ha tenido lugar esta mañana mismo, aquí va la imagen:

                                                 16-Mayo-2013

    Cierto era que me había tomado un ibuprofeno 600mg porque no me encontraba bien, no sé si es que era que me había enfriado o que tenía una contractura pero a eso de las seis de la mañana me volví a despertar por el intenso dolor en la parte superior de la espalda, justo detrás del pecho. Es posible que ese dolor con el que he tenido que realizar todas mis labores con normalidad aun sin estar bien me haya hecho poseedora de una mirada especial hacia todo lo que me rodea hoy, con esta sensibilidad es un buen día parar viajar en el tren de cercanías. En esos quince minutos de trayecto que duró el viaje de Leganés hasta Atocha, todo un mundo de riqueza humana se mostró ante mí. Y no hay nada más fascinante que dejarse llevar por la imaginación y ser capaz de crear ese mundo que está sosteniendo a la persona con la que te has cruzado durante unos minutos.
    Lástima no haber podido fotografiar algo, no hubiera sido correcto de todos modos, pero últimamente me está gustando mostrar una pequeña imagen de la realidad más objetiva que la mía propia.
    El señor que estaba sentado a mi lado tenía el pelo blanco, las uñas cuidadas, sus manos finas. Llevaba un traje azul oscuro y una camisa blanca. Tenía un maletín de esos marrones a lo ejecutivo apoyado sobre las piernas y encima del maletín estuvo ojeando su móvil, en una mirada rápida pude ver que la mayoría de números de las llamadas empezaba por 9, eran teléfonos fijos, seguramente se tratara de algún teléfono de empresa, tenía pinta de ser un directivo funcionario de algún tipo. Frente a mí una mujer de unos cincuenta años ojeaba un libro en cuya lectura se enzarzó unos minutos, de vez en cuando levantaba la vista y me miraba, no tenía pinta de intuir mi sed de historias. Tenía el pelo muy corto, y un semblante serio. Su bolso era de una marca deportiva y sonaba bonito, sonaba a orden interior, podía imaginar su organización. Pensé en mi propio bolso, desastre, lleno de mil objetos que nunca aparecen cuando son buscados: llaves, gafas, galletas, pañuelos, bolígrafos, crema labial, agenda, libreta, gomas para recoger el pelo y el móvil, claro. Las galletas que pueda llevar en el bolso por si a los niños les entra el hambre, siempre se acaban por romper en cientos de pedacitos y hacen que mi bolso se parezca más a un comedero de gallinas y pollos que a lo que es en su origen propiamente. En fin, intuía que ese caos en el interior del bolso no era compatible con la mujer que estaba sentada frente a mí.
    A su lado, frente al señor de las manos impolutas se sentó en la siguiente parada (Zarzaquemada) una mujer negra gordísima con una boca gigantesca y una mirada húmeda de ojos oscuros. Tenía el pelo como inmovilizado por kilos y kilos de laca, me hubiera apetecido tocar esa estructura inmóvil que tenía tan bien colocada encima de las orejas, debía tener un gran manejo con el cepillos. Sus manos nada tenían que ver con las del señor que la miraba, sus uñas eran amarillentas y algunas las tenía muy largas y otras no, pensé que podría ser una gata camuflada en su negrura. Tenía un cuerpo redondo de esos que te apetecería que te dieran cariño y te arroparan en el caso de ser un bebecito desvalido; era un cuerpo como el de la sirvienta negra que trataba de encorsetar a la señorita Escarlata. Era tan negra que hacía resplandecer el tono blanquecino del hombre que estaba sentado junto a mí.
    Yo me sentía un poco mareada y a pesar de eso, o tal vez por eso, mi cabeza no dejaba de seguir indagando. En los asientos contiguos a la mujer negra y a la lectora, mirando hacia mí, se sentó un matrimonio, primero la señora y acto seguido, y por gentileza de otra mujer que se dio cuenta de que viajaban juntos y le cedió el asiento, el señor. La mujer tenía una mirada seria, con una mente ocupada, se notaba que detrás de su mirada había todo un mundo activo de distracciones mundanas, de preocupaciones más bien. De vez en cuando la miraba y nos cruzábamos en el espacio visual, se la veía muy arreglada, a lo práctica, con sus cremas, su raya del ojo, su carmín, seguramente perfumada, aunque esto último no lo percibí con el sentido olfativo sino con el visual. ¿Es posible? Yo no veía al marido, pero sí a ella, me di cuenta de que cada cierto tiempo apretaba el brazo de él, era como si recordara algo, o algún pensamiento la llevara a mostrarle a su marido su presencia y proximidad. ¿Irían a hacer alguna prueba médica? ¿le ocurriría algo grave al marido? ¿estaría enferma ella? ¿irían a cobrar un décimo premiado que les solventaría todas las carencias económicas? ¿podrían ir de visita a la casa de algún hijo al que hacía tiempo que no veían? ¿y si en realidad no eran marido y mujer sino antiguos amantes que se reencontraban para volver a tener un encuentro sexual?
    En otro asiento, al otro lado del pasillo, un músico estudiaba unas partituras. Junto al músico una mujer, rubia teñida, de unos cincuenta años, repasaba ávidamente lo que parecía ser una agenda, estaba repleta de notas manuscritas. Tenía muchas citas. ¿Serían citas? ¿Qué tipo de citas? ¿Médicas? ¿Laborales? ¿De amistad? ¿Puramente sexuales? En esa observación constante pasó por el pasillo una chica con una larga melena, muy arreglada, unos tacones altos y unos pantalones ajustadísimos. ¿Iría a su trabajo? ¿Al instituto? ¿A una entrevista? ¿O habría quedado con alguien para tomar café?
    De vez en cuando una señora de unos setenta años tosía con tos perruna, como si tuviera los pulmones llenos de mocos verdes taponándole los alveolos, y sus estruendos rompían el silencio ambiental reinante. El hombre que estaba sentado frente a ella, miraba a un lado y a otro dudando entre levantarse despavorido para evitar el contagio, o permanecer en su sitio sin respirar, sabía que cualquiera de ambas opciones tendría como consecuencia la muerte.
    En la siguiente parada bajó el hombre ya contagiado, seguido de una mujer absolutamente perfecta según los cánones comerciales y socio culturales. No tenía ni un pequeño roce insignificante en sus manoletinas, llevaba puesta una ropa nueva, sin desgastes de uso, una faldita poco frecuente para un uso de batalla pero muy mona, con una cazadora de piel del mismo color que el maletín del señor blanquecino.Era delgadita, con un cuerpecito de una niña de quince años. Tenía un largo pelo negro peinado de peluquería o de casa, ella misma se lo tendría que haber planchado si no visitó al experto para tanta perfección. Perfecta sí, salvo por su cara. Me entraron ganas de dibujar sus facciones. Eran increíbles. Yo no diría que fuera fea, era peculiar. Su nariz era auténticamente aguileña y pequeña, la barbilla fina y prominente, y las líneas que marcan la sonrisa eran auténticos surcos trabajados con el paso del tiempo y el afianzamiento de los gestos. Eso sí, su piel era fina, de verdadera porcelana china. Iba muy maquillada, sin excesos, pero no había un centímetro cuadrado de su piel que no tuviera su ración de crema y maquillaje.

    Y en cuanto a mí, qué decir, miro desde fuera, desde la distancia, como si yo misma no formara parte de esta fauna variopinta de gentes diversas. Pues que otra persona me describa, yo hoy me veo torcida, con esta contractura soy incapaz de decir algo de mí positivo y atrayente; hoy soy un despojo andante de huesos doloridos y cabeza mareada. No sé ni cómo me atrevo a escribir cuentos de mujer cansada, apenas he dormido unas horas y ni si quiera el ibuprofeno ha logrado calmar el dolor y suavizar la expresión del rostro.
 
     Mientras acabo de escribir el texto que luego transcribiré, un matrimonio discute sobre el origen de las hormigas de su cocina. Todo se ha iniciado porque en el suelo de la sala de espera del Centro de Salud hay un ejército de hormigas tiñéndolo de negro. ¿Tal vez son los recortes los causantes de esta invasión en suelo sanitario? Por cierto que en mi casa también hay hormigas, y recortes, confirmado pues, la culpa la tiene...¿La crisis? ¿Rajoy? ¿Zapatero? ¿La limpiadora? ¿El niño que tiró las migas?

Isolina Cerdá Casado

miércoles, 15 de mayo de 2013

Empezamos por geranios y acabamos con la fugacidad del tiempo vivido, esto es de locos.

    Hoy es miércoles quince de mayo, hoy me animo a escribir nuevamente aun a pesar de disponer de poco tiempo. Le doy vueltas al tema, en realidad no sé sobre qué escribir, y si tengo duda tal vez no debería ponerme manos a la obra. Sin embargo, buscando buscando me asomé a la ventana, la que da al patio interior, y me fijé en él, en mi geranio, bueno, en el geranio de la ventana de mi casa. Sus flores han estado así de preciosas durante todo el invierno, no han tenido meses de parón, han estado luciendo ese rosa hasta en los días de nieve, que alguno ha habido, o los días de frío intenso y lluvia cansina. Y hoy, mientras fregaba el suelo de la cocina, tenía la ventana abierta y también estuve admirándolo, tenía una pregunta cociéndose en mi mente, cómo era posible tanta belleza conservada, ¿estaba en el lugar adecuado? ¿sentía que era receptor de los cuidados necesarios? ¿le venía bien el hecho de estar solo en la jardinera? (En sus orígenes compartía habitáculo con unas cuantas plantas aromáticas, pero pronto sucumbieron y él siguió adelante)

    Luego recordé los muchos restos de grano de café molino reciclado que le he ido poniendo a lo largo de los días, y me preguntaba si tal vez era cierto eso de los antioxidantes del café. Pero hoy, hoy no estoy chisposa, no tengo a las musas bailando cerca, todo lo más que tengo son estados pasajeros de inspiración, demasiado breves como para poder hacer algo con ellos. 
    Aunque eso no quiere decir que no hayan sucedido cosas en el día de hoy dignas de ser tenidas en cuenta, como lo que pasó ayer, en esa tarde de rayos y truenos, fue una tarde de tormenta en Madrid, a un señor de 42 años le atravesó un rayo, por suerte no fue el rayo sino una especie de afluente y aunque está grave todavía vive. Se fue a refugiar, según dicen, debajo de un árbol, y se puso a hablar por teléfono. El árbol atrajo al rayo y el señor al afluente debido a la corriente del móvil. A mí los rayos no me dan miedo pero empiezo a temerles casi tanto como a las arañas, ante las que toda mi fortaleza se viene a bajo, igual no es tanta la fortaleza de la que dispongo, en fin. 
    Ayer también hubo algo maravilloso, una imagen que me emocionó hasta el infinito, dos niños mellizos, que tras el nacimiento son colocados uno al lado del otro, y ellos, frente a este mundo extraño que les recibe se dan la mano, apretándose tanto que parecía más un reencuentro que un encuentro. Y es que claro, estuvieron muy cerca durante nueve meses, separados por una bolsita, escuchando la música de sus corazones. Uf, fue algo increíble, sentir ese gesto, parecían estar diciéndose el uno al otro que seguían teniéndose, que con toda la vida que tenían por delante ese amor fraterno ya había fraguado en ellos y tenían un aliado para el resto de sus vidas. Vidas fugaces como el tiempo, fugaces como la sonrisa, como la pena, como el cansancio. Para bien o para mal todo es fugaz, volamos incluso cuando tenemos la sensación de que no somos capaces de caminar. ¡Qué cosas!

Isolina Cerdá Casado






domingo, 12 de mayo de 2013

Mi colaboración de hoy domingo 12 de mayo en Héroes del Pensamiento.


Domingo un domingo de inspiración: La lavadora.

    Hoy iba a ser un día especial, como lo son los domingos con soles radiantes y ánimo elevado. Pero cuando me he acercado a la cocina en busca de mi café matinal, iba como sonámbula porque hasta que no me tomo mi café con leche reglamentario soy un montón de huesos y carne que se mueve sin rumbo claro y definido. Pues cuando abrí la puerta de la cocina me encontré con un espectáculo dantesco. La lavadora vomitaba ropa sucia, tenía ataques de tos extrañísimos y se la veía con cierta diarrea blanca emergiendo del cajetín del detergente. Después de reponerme del breve estado de shock emocional me puse a observarla, parecía enferma; pero si una lavadora no es más que un objeto muy útil pero un objeto sin vida. ¿Qué podía estar ocurriendo entonces en su interior para que se comportara de esa extraña forma?


    Piensa, piensa, ¿qué día es hoy? Domingo, hoy es domingo. ¿Qué haces tú los domingos? Pues, me levanto, pongo lavadoras, preparo desayunos, leo algo de prensa digital…y escribo. ¡Escribo! ¡Claro! ¡Escribo sobre objetos! Ella quiere ser protagonista del artículo de hoy, se está manifestando, no seguirá lavando ropa hasta que no se la tenga en una alta consideración, tan alta como para poder llegar a ser protagonista de uno de los artículos de Héroes del Pensamiento.
    Pero mi querida lavadora, ¿cómo es posible que te hayas llegado a poner así pensando que no te tenía en cuenta? Pero si yo no podría vivir sin ti hija. ¿Tú sabes la de tiempo que me ahorras? De no ser por ti tendría que irme a la orilla del río manzanares, que con lo contaminado que está no sé hasta qué punto sería efectivo mi trabajo; la otra opción sería ir al lavadero público, pero éstos han dejado de existir porque llegasteis vosotras y no tenía sentido perder tanto tiempo frotando y frotando, aunque bien es cierto que se perdieron las tertulias entre las mujeres que coincidían lavando ropa. Ahora las tertulias tienen lugar en otros puntos más lúdicos, como en las cafeterías, pero con la crisis se ha reducido hasta el café matinal y se habla con otras mujeres de camino al cole, en la cola de la carnicería, en el ascensor, en cualquier sitio en el que puedas mirar a los ojos a la otra persona y reconocerla como una mujer como tú con los mismos quebraderos de cabeza. Por esto de la crisis se ha reducido también la asistencia a las terapias con especialistas y una se desahoga hasta con la pelota de tu hijo con la que tropiezas y caes al suelo, empiezas echándole la bronca y después le cuentas cómo te sientes hasta el moño de tener que limpiar una y otra vez el mismo suelo cansino.
    Chica, tú haces tan bien tu trabajo que en ocasiones te metería cachito a cachito toda la casa dentro, e incluso he estado tentada a meterte a mi hijo todo entero para no tener que andar lavando por un lado la ropa y por otro llenando la bañera para lavarlo a él, pero no cabía dentro, por más que empujaba se me quedaban las piernas colgando y él mismo decía que se sentía un poco encogido así que no tuve más remedio que dejarte sólo para el lavado de ropa. Si tú me fallaras sería imposible seguir mi ritmo de vida, ya te lo digo yo, que no podría ni escribir una línea, no tendría tiempo, a pesar de eso, he de reconocer que tampoco yo soy una experta poniendo lavadoras, quiero decir, que yo poco froto, nada te ahorro, yo cojo todo el montón de ropa y va para dentro de ese espacio mágico que es tu estómago, sé sobradamente que me paso cargándote, por eso no me extrañaría nada que esto de la gastroenteritis dominguera sea cierta y no se trate tanto de un afán de protagonismo tuyo como de una verdadera enfermedad intestinal causada por mi atiborramiento de platos de ropa rucia a la que te someto día tras día.
    Por eso, por tu gran trabajo efectuado en todo este tiempo que compartimos he decidido que te mereces un descanso, comprende que no puedo prescindir de ti, pero sí te voy a preparar un espacio único en donde puedas recrearte y descansar desconectando de este mundo laboral que te rodea. Te voy a comprar una cama, de esas con colchón viscolatex, para que mientras nosotros descansamos tú también puedas hacerlo. ¿Qué te parece? Será cuando cobremos, que este mes anda jodido como para comprar colchones.
    Y así fue como convencí a la lavadora para que volviera a su trabajo y no pusiera tantos remilgos a la hora de lavar las grandes montañas de ropa sucia que esperaban turno para entrar en sus adentros.



    Creo que este artículo no me ha salido muy bien, está un poco manchado de la suciedad estresante de la obligatoriedad sentida para su producción, creo que lo que voy a hacer ahora mismo es cogerlo enterito y dárselo de postre a mi lavadora, a ver si lo limpia un poco y me lo transforma en un texto brillante.

Isolina Cerdá Casado

viernes, 10 de mayo de 2013

En la cola del banco

    Estaba esperando a que me llegara el turno, tuve un impulso, algo bullía por dentro, ¿tenía un bolígrafo? ¿dónde podía escribir? Encontré esa pequeña libreta de pósits verdes. Así que allí comencé a escribir...

    Llevo tiempo andando por unos caminos tortuosos. No sufras, no hay tiempo para llorar a moco perdido. Hay permiso para sonreír y mostrar felicidad porque el tiempo triste ya pasó. No me llores hija, si yo estoy contigo. Estoy escribiendo esto para ti, porque si desaparezco me gustaría que aun sabiendo que yo no estoy esa sensación de soledad no sea demasiado grande. Cierra los ojos, siente que hay caricias para ti guardadas en el cofre de los recuerdos.
     Tú eres linda, tú eres grande, tú me llevas contigo, tú puedes bailar sintiendo el calor de mi cariño. Los sentimientos son eternos, ellos están contigo, y yo me los llevo conmigo. Hay palabras que tienen poderes mágicos, poderes eternos, fuerzas que traspasan a la muerte, que trascienden, que vuelan.
    Tú sabes que yo estoy feliz, siempre que tú estés espléndida, contenta, alegre. La vida es un paseo, es mejor que lo disfrutes, que sientas el aire fresco o cálido, que no malgastes tus minutos en llantos absurdos; llorar no es malo, el alma lo necesita, necesita gritar su pena, liberarla. Pero una vez fuera esas lágrimas hay que volver a encontrar las razones, la fuerza.
    Yo te he abrazado cada vez que he podido, cada segundo que aparecía un abrazo en mi alma para regalarte, yo lo dirigía hasta ti y te apretaba fuerte, con la intensidad de todo el amor que yo siento por ti.  Vuelve a tus sueños, ¿qué quieres conseguir? ¿qué es lo que te haría feliz? Vuelve a ello. Cuando eras niña siempre estabas sonriendo feliz, una energía arrolladora lo envolvía todo, explosionabas, y jugabas constantemente, cualquier pequeño objeto servía para participar en tu juego simbólico. El tesoro de la imaginación lo tienes dentro de ti. Vuelve a él. Tus tesoros interiores nunca te los van a arrebatar, los llevarás contigo siempre, pero hay que saber volver a ellos.

    Te quiero, te quiero tanto que me ahoga pensarme lejos y no poder cuidar de ti. Y de tu hermano lindo, del príncipe precioso, del gran hombre potencial, del que habla con corrección y madura a pasos agigantados. Amaros siempre, mis niños queridos.

    Volví a casa, preparé la comida, un guiso de costillas, hoy la peque se iba al zoo y tras dejarlo todo listo y preparado, tras bailar con la escoba y la bayeta, me senté frente al ordenador y transcribí todo aquello que me había inspirado el ambiente de un banco atiborrado de gente. ¿Qué hubiera escrito de haberme ido a un parque tranquilo y haberme sentado frente a un lago lleno de patos flotando felices? Tal vez no hubiera necesitado escribir, me hubiera bastado con respirar profundo.


Isolina Cerdá Casado


jueves, 9 de mayo de 2013

Plátanos

 




    Está usted demasiado alterado, debería sosegarse, respirar, sentir. No es bueno tanto sufrimiento. Piense en su hermano. ¿Qué va a ser de él? Sí, es cierto que acabará totalmente machacado dentro de algún estómago hambriento, pero todos tenemos un destino, y ese es su destino. Estuvo mucho tiempo sonriendo a la vida y colgando de una palmera, además vivió durante muchos meses en un clima tropical que ya quisieran muchos en pleno febrero.
    No, me niego, no quiero terminar así, como terminan todos, yo quiero algo grande, algo que trascienda más allá del tiempo, más allá del espacio, yo quiero inmortalizarme de alguna manera. 
    ¿Y qué hacemos? En qué puedo ayudarle, no sé, usted dirá.
    Hágame una foto con él, y póngala en algún lugar donde todo el mundo pueda verme y que ponga la siguiente leyenda: "Este plátano vivió como quiso vivir, y aunque terminó como tenía que terminar nunca se olvidará de aquel día en el que alguien lo miró con apetito, lo desnudó y se lo llevó a la boca para culminar así toda una trayectoria vital que se inició aquel día en el que toda su familia fue metida en una caja y enviada a la península con un único objetivo: alimentar a algún hambriento. Soy consciente de mi destino, sé lo que va a ocurrir, pero no huyo, espero sonriente."

    Qué leches de chorradas estás escribiendo, no sabes ni lo que quieres decir, estás delante de la página en blanco dándole vueltas a otro tema más grave, y no quieres hablar de eso, por esa razón te metes con los plátanos. Eso es lo que sucede, en esta noche en la que tiemblo de miedo por una serie de pensamientos que me atormentan. En medio de ellos salen plátanos bailando, tomates que brindan con una copa de vino, y un grupo de manzanas que comen jamón recién cortado acompañado de unas cuantas cervezas. Todos empiezan a decir tonterías en tu cabeza. Tú misma no sabes lo que dices ni lo que piensas, solo sabes que esto te viene bien, lo de escribir, lo de desahogarte, lo de contar mentiras.
    Te estás desviando, te desvías y no haces nada por volver a encarrilarte. El otro día tuve un sueño extraño. Iba de excursión, con mi madre, mi abuela y una especie de oso amoroso, llevaba bajo mi responsabilidad a un niño, pero no sabría decir si era mi hijo, ante esa duda no debía serlo, tal vez mi hermano. Fuimos a cenar al interior de una cueva que había en lo más profundo de una montaña. Yo iba preocupada por mi abuela, porque no sabía si iba a ser capaz de atravesar todos los obstáculos. Llegamos a cenar, era un salón grande, muy grande, con unas amplias mesas redondas con manteles blancos, y servilletas blancas dobladas en triángulo. Yo las sentí vivas, como si en mi subconsciente onírico no hubiera ahondado la idea de que han muerto. Ahora acabo de recordar que también estaba mi hermana en esa cena. No sé por qué razón la idea de la muerte está tan cerca de mí, no sé si quiere decir algo, no sé si me estoy obsesionando enfermizamente.
    El kiwi solitario me mira con una gran pena...intuye que ahora mismo lo estoy utilizando para desviarme nuevamente del tema.
    La leche fresca me sienta bien por la noche, a estas horas, sobre las once y pico, con el cuerpo cansado y la mente un tanto alterada porque nuevamente... Hoy ha muerto Alfredo Landa. Esta leche fresca me acaba de recordar sabores de antaño, cuando mi abuela subía a la casa de Galicia con un cubo lleno de leche recién ordeñada.
     Creo que hoy no es un buen día para escribir. Diez años han estado estas cuatro mujeres secuestradas, sufriendo todo tipo de abusos y vejaciones. Uf, qué horror, no debería tener tanta empatía, me duele todo, me siento gravemente trastornada ante la sola idea de rozar su pensamiento, el de esas pobres víctimas.
    Hubo una época en la que pensaba que si quedaba paralítica, o tenía algún tipo de problema de salud, la escritura me salvaría, siempre he visto a la escritura como un anclaje a la vida, a la esperanza, al sentido de todo. Pero en realidad el amor es el anclaje.
    Todas las mañanas me encuentro con unos vecinos, la mujer empuja la silla de ruedas en la que permanece sentado su marido, cuya parálisis apenas le deja articular palabras y limita cada vez más su movimiento. Ella siempre está sonriendo, tiene una fuerza vital impresionante, no tiene tiempo de amargarse con pensamientos paralizantes, ella empuja con fuerza esa silla, y habla con todo el mundo, siempre tiene unas palabras especiales para los niños. Él también sonríe, con su media sonrisa, con su gesto limitado y paralizado por su enfermedad, tiene un anclaje claro que le permite dibujar eternas sonrisas, cuando no lo hace con la boca, lo hace con los ojos. Ella lo lleva hasta el autobús que lo acercará al centro de día en donde durante unas horas trabaja para mejorar su estado.
    Bueno, creo que las patatas se están empezando a rebelar porque yo no las menciono nunca, y las tengo muy cerca, como también creo que hoy no es un buen día para escribir, ni si quiera encuentro inspiración en dos plátanos inseparables que se sienten tristísimos ante la sola idea de dejar de estar juntos, quieren que un señor gordísimo los encuentre y sea capaz de zarmpárselos a los dos a la vez, para que ninguno de ellos quede solo y desamparado.

Isolina Cerdá Casado

miércoles, 8 de mayo de 2013

Buscando la inspiración en una foto: una bruja, dos huevos cascados y un pájaro.

    Foto de inspiración



        "Cuénteme señora, ¿qué es lo que le ocurre?"
      No sabría exactamente describírselo señor, yo llevo unos días extraños, en los que cualquier cosa sirve para hacerme volar. ¿Comprende? Yo soy una mujer bastante corriente, sin embargo desde que tuvieron lugar esos hechos extraños todo parece alcanzar unas dimensiones exageradas, es como si me poseyera una fuerza superior que hace que vea la vida de otra manera. 
     "Siga"
     A mi hija le dio por jugar con los objetos que tengo de decoración, ¿sabe usted? Bueno, yo no tengo grandes adornos en casa, algunas teteras, muchos libros, y una bruja. La bruja en cuestión ha tenido una vida bastante dura, la verdad, últimamente parecía feliz formando parte del juego simbólico de mi niña. Así que yo no me oponía a que mi hija la cogiera del mueble para jugar. Sin embargo el otro día ocurrió algo terrible, un balonazo terminó con su tranquilidad, le quitó la cabeza de cuajo, pero ésta mujer no ha dejado de reírse desde entonces, y su cabeza me persigue por toda la casa, lo peor que llevo es cuando aparece en el baño, no puedo hacer mis deposiciones siendo observada, así que estoy empezando a sufrir un grave problema de estreñimiento. La cuestión es que la bruja no ha dejado de ocasionar accidentes, quiero pensar fortuitos, el otro día, su otra mitad del cuerpo, la que dispone de piernas, le dio una patada a la huevera, supongo que recordando ese trágico accidente con el balón, y me rompió dos huevos. Eran unos huevos hermosos, de talla L, ¿sabe usted lo mucho que valen esos huevos? 
Luego mi hija comenzó a llorar porque quería una tortilla de huevos sanos, yo le expliqué que no importaba, que igualmente podíamos hacer su tortilla a pesar de que los huevos estuvieran cascados. No quiso cenar y se fue a la cama llorando. Tanto lloró doctor que el pájaro de juguete que tenía en la habitación se llenó de lágrimas. ¿Sabe de qué pájaros estoy hablando? Son esos que tienen hueco por dentro y que se llenan de agua y luego al soplar emiten un sonido que parece el canto de un pájaro. Sin embargo, este pájaro rojo, lo único que hace es llorar y llorar, me tiene frita y no sé cómo resolver esta situación. ¿Qué podría hacer doctor?
    "¿Ha dicho usted que volaba?"
    Sí, claro que lo he dicho. Como la bruja se ha quedado sin cabeza no puede conducir así que me presta su vehículo por las noches, y en ese momento es cuando mejor me lo paso, de todas estas cosas extrañas que vienen sucediendo en casa yo diría que esta es la más divertida. Fíjese doctor, la otra noche subí hasta la luna con su escoba, y desde allí contemplé la tierra, uf, qué planeta más hermoso, a mí es que siempre me gustó el color azul, me produce sensación de limpieza, frescura, tranquilidad. Allí sentada, en esos espacios lunáticos, me siento feliz, no oigo el llanto del pájaro, tomo mi café con leche relajante y respiro profundo. Luego vuelvo a la tierra, vuelvo a mi casa, a  cocinar, a poner lavadoras, a dar cariñito a mis hijos, a correr todo el día. 
     En realidad no sé si quiero solucionar algo de lo que me pasa, quiero decir que yo sé cómo se resolvería la inestabilidad y el estrés de la bruja, pero temo que si le pego la cabeza con un buen pegamento nunca más volveré a viajar a la luna, y yo necesito esas escapadas, porque si no es posible que me vuelva loca. 
    "¿Puedo hacerle una pregunta?"
    Por supuesto doctor.
    "¿En esa escoba habría sitio para un viajero más?"  


Isolina Cerdá Casado

Mi hijo me dibuja feliz, con una gran sonrisa.

    Mi figura se representa feliz, el pelo es una línea que cae de cada lado de mi cara. Tengo una sonrisa cruzándome el rostro, los ojos poblados de pestañas largas miran hacia el futuro. En mi barriga tengo un niñito, que también está feliz. Hay dos flores sobre la hierba, aunque no les ha dibujado una sonrisa te las imaginas con la media luna tumbada. Un gran sol ilumina la escena, y dos nubes, una grande, y otra pequeña que parece una paloma. Dentro de lo que parece un bocadillo gigante hay una frase: mamá te quiero muchísimo. Es el dibujo que mi hijo me regaló en el día de la madre.
    Hay algo que me ronda, vuelven los miedos, la percepción del tiempo, la vida misma. Uf, con lo tranquila que está una cuando no se plantea estas cosas, pasa todo tan rápido. Mi hijo de siete años se dibuja dentro de la barriga de su madre, para él mismo todo ha pasado fugazmente. Qué miedo sentir que todo pasa en un pestañeo imperceptible.
    Qué siente uno cuando va a morir, ¿se nota? ¿se puede dar cuenta de que el reloj ya no funciona igual? Quédate con cada sonrisa que te regale el día, quédate con la esperanza, quédate con los sueños felices. Y a pesar de que el dolor exista piensa que es tan fugaz como el tiempo mismo.



Isolina Cerdá Casado

domingo, 5 de mayo de 2013

Mi colaboración de hoy domingo 5 de mayo, en Héroes del pensamiento


Domingo un objeto de inspiración: El sombrero.

    Vaya, algún domingo tenía que pasar esto. La inspiración se quedó aparcada, perdida entre las sábanas de franela que me han hecho sudar como si hubiera estado caminando a través de un desierto. Vaya nochecita he pasado. Y claro, lo de coger un sombrero ha sido un hecho casual. Tengo varios en la cocina, una gorra está encima del frutero, ¿qué narices hace una gorra que publicita una tienda de jardinería codeándose con los plátanos? Pues no sé, en algún momento tenía que pasar, poseído por el desorden reinante, algún miembro de mi familia dejó la gorra sobre el frutero, después llegó otro miembro y comenzó a morder la gorra confundiéndola con una pieza de fruta, lo peor de todo es que no se llegó a dar cuenta de que ese sabor a tejido rancio no era insecticida de árbol frutal sino el sabor de una leyenda publicitaria impresa sobre tejido gorril. Esas cosas absurdas solo pueden pasar en una casa de mesas de cocina invadidas por objetos atípicos en semejante espacio.


    Yo ya sé que no podemos seguir así, un piolín que está impreso en una gorra azul de niño de una cabeza no superior a cuatro años, me mira con cara de desconcierto, preguntándome por su abuelita, afirma estar cansado de tener que escuchar las conversaciones que tienen sus compañeros de espacio: un sombrero de paja clásico jubilado ya, que echa de menos sus paseos por los campos de trigo, y un sombrero de paja verde que publicita un restaurante, O’Barazal, en el que se puede disfrutar del mejor marisco de las costas gallegas. El sombrero de paja tradicional se jacta continuamente de que él es auténtico, que no se ha tenido que vender a ninguna marca para funcionar perfectamente sobre la cabeza de algún agricultor, tacha al sombrero verde de playero dominguero, y de vez en cuando sueltan alguna palabrota mal sonante que chirría a los oídos de ese pollito amarillo cuya inocencia está muy lejos de los señores cubrecabezas.
    Y yo, aquí perdida, en este domingo extraño, domingo primero de mayo, día de la madre, mi día, día de mi madre, de la madre de mi marido, mi suegra, de mi tía que también es madre, de mis cuñadas, amigas y demás mujeres luchadoras.


    En este día en el que no me acompaña la chispa, en este día en el que me he tenido que dar una ducha para desprenderme de los sudores terribles del desierto franeloso de la noche. No me queda otra que reconocerme sola y sin la inestimable compañía de las musas mañaneras de esos domingos mágicos de los Héroes del pensamiento. Me siento tan vacía como la huevera espectacular sobre la que se posa otro sombrero de la casa. Un sombrero verde que llevó en la cabeza mi hija en su disfraz de carnaval, mi niña es la principal heredera de este desorden genético que me posee. No sé si debería decirlo con este tono positivo o amargarme por ser la portadora de esos genes terribles que hacen de la cocina un espacio mágico en el que conviven plátanos, gorras, patatas, sombreros y hueveras desconcertadas porque esperan ilusionadas un huevo para sentirse realizadas. No debería olvidarme del trapo amarillo, podría lanzarse nuevamente contra mí.
  


    Pues bien, en este domingo soleado, en el que tengo especial relevancia en los corazones de mis hijos, no he recibido ningún presente, creo que estos pobres no se han dado cuenta del día en el que nos encontramos. No me siento defraudada, pero sí olvidada, dejada de la mano de un dios injusto que no les recordó a estos pequeñuelos que hoy es mi día, y sin embargo mis labores me esperan como cualquier otro día, la lavadora me reclama que la llene de kilos de ropa sucia, pero yo tengo toneladas; el fregadero está atascado de montañas de vasos usados; la cama espera que le airee y le estire las dichosas sábanas de franela rosas, y mientras tanto, esta madre, mujer, cansada del mundo no puede hacer otra cosa que echar fotos a los olvidados sombreros desorientados por su inusual espacio de descanso.
    Me voy a tomar un café, me lo merezco, celebraré junto a esa taza caliente que hoy es mi día. ¡Yupi! ¡Feliz día a todas las madres olvidadas del mundo en este domingo sin inspiración!

Isolina Cerdá Casado


jueves, 2 de mayo de 2013

Siguen pasando cosas

    Hoy, en este día extraño, festivo en Madrid, he vuelto a sentir emociones contrapuestas de sentidos vitales. Uf. No sabría decirlo muy bien, o tengo la sensación de que va a ser muy difícil de explicarlo con palabras. La vida pasa, tan rápido como una  hoja de otoño cae al suelo en una ráfaga de aire. Estábamos de fiesta en la parcela, celebrando el cumple de mi sobrina, cuando alguien cuenta un hecho que sucedió ayer mismo, es entonces cuando todo nuevamente vuelve a temblar, cuando te vuelves a dar cuenta de que los estados son pasajeros, que la felicidad es transitoria y que en cada época de tu vida se siente de una manera y la percepción del tiempo y de los acontecimientos es diferente.
    Ayer, cuando comprábamos el pan mi hija y yo en la tienda de abajo de casa, una ambulancia estaba aparcada en la puerta del portal vecino al nuestro, en ese momento llegaba la policía nacional, y yo pensé: "ha debido pasar algo gordo, tal vez un caso de maltrato, o un atraco, o que sé yo". Me guardé la imagen con la idea de comentárselo después a mi marido. Comíamos fuera de casa y llegamos a la hora de dormir prácticamente. Ni si quiera le dije nada, olvidé aquel asunto por otras cosas que pasaron en el día de ayer. La cuestión es que hoy me he enterado de que ayer, en ese momento que yo subía al coche y me percataba de la llegada de la policía nacional, una familia quedaba destrozada de una manera brutal. El padre, con 44 años, vecino nuestro, antiguo compañero de colegio de mi cuñada, murió ayer mientras veía la televisión, un infarto fulminante, padre de familia, su hija estaba viendo la televisión con él, le dijo que se hiciera a un lado para dejarle más hueco, y pensando que dormía lo dejó allí, a lo suyo, sin saber que algo grave había pasado. Cuando llegó la madre se dio cuenta de que algo no iba bien, los sanitarios de la ambulancia no pudieron hacer nada más que confirmar su muerte.
     Hoy, en este día peculiar, los niños saltaban en la colchoneta, unos cuantos los peques del grupo, había dos de tres años, una de cuatro, otra de cinco, otra de siete y mi sobrina de nueve añitos. Saltaban felices. Otros tantos jugaban al fútbol con algún mayor atrevido. Ellos eran ajenos a todas estas turbulencias que trae la vida, no tenían ni idea del valor de esa felicidad que estaban disfrutando, de la delicadeza de ese tiempo de inocencia. Sin embargo, mi cuñada, los miraba, a mi lado, las dos los mirábamos con esa especie de añoranza de los tiempos felices. Me decía: "Qué bonitos, podíamos grabar todos estos instantes, seguro que les gustaría verse dentro de diez años".
    Nunca se sabe lo que nos deparará la vida, siempre parece ser un misterio, como si no lo supiéramos. Éramos muchos, mucha gente reunida por un acontecimiento feliz, qué miedo daba pensar en que eso mismo que le ha pasado a este vecino le podía haber pasado a cada uno de nosotros. Aunque he de reconocer que yo he pasado épocas muy duras, y que en tiempos de aguas calmadas me ponía alerta, sentía que la vida volvería a manifestarse con un acontecimiento brutal, de esos trascendentes.
    Bueno, son las doce de la noche, tengo frío, mis dedos están helados, siento el cansancio pesado en mis pies, la tristeza que me invade, el miedo que me ahoga, y la morcilla de la barbacoa que reaparece en forma de incómodas repeticiones. Creo que debería ir a dormir, descansar, mañana será otro día, igual se me manifiesta un nuevo objeto queriendo protagonismo en uno de mis textos. Tal vez.

Isolina Cerdá Casado

Pos pandemia. Corazón postraumatizado.

      Hoy, ahora, hace un momento, me dio por hacer limpieza del bolso. Mi bolso es una especie de contenedor de vida, también de objetos pu...