lunes, 20 de mayo de 2013

Un sombrero en una cabeza valiente

    Estaba sentada en uno de los asientos situados frente a la puerta de la sala 17 en la que el médico iba recibiendo a los enfermos. Éramos como diez personas, en un momento llegó una señora de unos ochenta años que estuvo unos minutos saludando a una mujer que esperaba ser llamada. La mujer que llegó llevaba puesto un sombrero muy elegante, tal vez demasiado elegante para el resto de vestuario. A mí particularmente me encantó verla, me gustan mucho los sombreros, y aquel le quedaba muy bien. La mujer caminaba con dificultad, tras saludar a la señora que esperaba tres asientos más allá del mío siguió su camino hasta su consulta. Ambas mujeres se conocían porque se contaron las razones de por qué se encontraban en esos menesteres. Al lado de la señora que permanecía sentada, había dos mujeres jóvenes, parecían marroquíes pero no llevaban pañuelo. En cuanto la mujer del sombrero se alejó, la mujer sentada les dijo a las dos mujeres que iban juntas que si su propia hija la viera con esas pintas no la dejaría salir de casa, se reía a la vez que le hacía esa confidencia a estas dos mujeres que estaban sentadas a su lado pero con las que no había intercambiado ninguna palabra hasta ese momento. Fue un comentario hiriente, me hirió a mí, porque mientras yo pensaba en lo que me gustaba ver a una mujer tan mayor con un sombrero muy bonito y elegante, llevándolo puesto y caminando con él a pesar de su dificultad propia de la edad y tal vez de la enfermedad, a esta otra mujer sentada, más joven, lo único que le llamó la atención fue lo ridículo que le pareció el hecho de que llevara puesto un sombrero. No pensó en la fortaleza de esa señora de ochenta años o más que salía de su casa feliz, limpia y bien vestida, con su bastón, con su sonrisa, a pesar de los malestares físicos, que sin duda los tenía porque uno no va al médico a pasear su sombrero.
    Recordé las muchas veces que mi padre me había dicho que él no se sentía ningún viejo, y que le molestaba mucho que la gente de su edad pensara que no había ya nada que hacer en la vida salvo seguir caminando como los demás esperan; miles de veces me ha repetido indignado que ya es bastante duro tener cierta edad como para que te atribuyan condiciones constrictivas contra las que tú deseas luchar.
    A veces no somos capaces de abstraernos de la tontería social que nos limita, nos para los pies, nos cierra puertas a la libertad: libertad de ponernos un sombrero en la cabeza por ejemplo.

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