Domingo, un objeto de inspiración: Las ollas, sartenes y una
merluza respingona.
Hoy no me centro,
no me centro, no estoy inspirada, jopeta. No me lo repitas más, ¡merluza! Eso
es lo que eres una merluza destemplada, no me mires con esa cara de pez que
tienes, ni tampoco las mires a ellas; ni ellas ni yo tenemos la culpa de nada,
es la vida y ya está, es la supervivencia del más apto, yo tengo piernas y una
cartera, compré tu cadáver y ahora te voy a cocinar. ¿Por qué narices tienes
que utilizar esa palabra? Es simplemente un pez sin vida, que encima no tiene
la culpa de estar tan sabroso. Pues es lo que vamos a comer, bueno, si su
mirada me lo permite. Me hace sentir culpable y eso es lo que pasa, que estoy hasta
el moño de tanto sentido de culpa que arrastro. ¿Estás graciosilla? No, gracia
ninguna, que me duele la cabeza, tanto como a esta merluza troceada.
Creo que
el artículo de hoy se va a quedar en articulillo, porque me estoy empezando a
identificar con este pececillo, sé, como él también sabe, que esta piscinilla
con agua caldeada en la cual flotan las patatas para el puré no forma parte de
la decoración de un baño turco, como tampoco la sartén en la que hierve el
aceite se acerca ni por asomo a una piscina de aguas templadas para calmar el
alma. Si así fuera, sartenes como piscinas, me iba a convertir yo misma en
merluza y me tiraría por el trampolín directa al receptáculo. Pero si yo fuera
una patata me arrastraría como fuera para largarme de esta casa. Somos muy
patateros aquí. Pero hija, ¿qué me estás contando? Vas a defraudar a tus
lectores domingueros que alguna chispa hallaban en tus textos, qué ha sido de
ella, de la chispa. Se quedó pegada a la cerilla que utilicé para encender la
ramita de incienso. ¿Será que este retraso en la llegada de la primavera
sentida ha retrasado también el estado depresivo y por esa razón ha llegado en
estos días con tanta intensidad? Pues mira, sí tiene su lógica, es posible que
este estado tenga un responsable directo en el tiempo, tiempo de tormentas y
lluvias reiteradas, por lo menos por aquí, por Madrid. Bueno, a ver, qué vas a
contar de las ollas, que estamos esperando a ver por dónde sales ahora. Las
tengo amontonadas, como si no fueran grandes tesoros, bueno, no son grandes
tesoros pero sí grandes cofres que guardan tesoros, tesoros breves, intensos,
tesoros fugaces, que despiertan sentidos y calman ansias estomacales. Lo
siento, creí que las ollas me iban a hablar, sentía que me iban a arrancar
palabras enlazadas y con sentido, palabras graciosas, pero no. Hoy, el
cansancio y la depresión post primaveral, me hacen ver a las ollas como objetos
aburridos, cansados de trasladar, cocinar, contener, marear a unos alimentos crudos
y transformarlos en ricos platos, sabrosos alimentos, recetas imbatibles. Que
la inspiración me pille trabajando, que la chispa me encuentre tecleando en el
ordenador, pero hoy, por más que espero, tecleo, le doy y le doy, nada, que no
sale la cosa ligera y sin forzar. Me sirvo un café para ver si la cosa mejora,
si las neuronas se ponen en fila y circulan un, dos, tres. Pero nada, pienso en
lo que me contó una mamá del cole, cuando nos la encontramos en el parque, que
su suegra se moría, que el cáncer se extendió, que se iba, que el médico decía
que no tenía dolores, pero que sin embargo a ella se la veía mal, quejándose de
molestias. Y que por más que le dijera el médico que la mujer no sufría, eso no
era lo que parecía. Eso es lo que pasa, cuando estás mal, sensiblona, pochona,
recuerdas las cosas malas que te contaron, y olvidas las buenas que te pasaron.
No me queda más remedio que publicar el texto, no soporto la presión de tener
que hacerlo y no haberlo hecho, así que solo espero que aquel que haya llegado
hasta el final, se ponga en mi lugar y se compadezca de esta pobre merluza
troceada que ahora mismo solo puede pensar en su lindo y lejano mar.
Isolina Cerdá Casado
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