sábado, 29 de marzo de 2014

Injusto.

 
  Hoy es un día gris, el cielo va a llorar de un momento a otro, acompañará con su pena a la tristeza de una familia que ha sufrido un golpe más. No podemos explicarnos por qué, por qué estas cosas pasan, estas cosas tristes de niñas que con tan solo quince años dicen adiós al mundo. Haya pasado esto o esto otro, haya ocurrido por un cáncer, por una caída fatal, por un atropello, por una enfermedad silenciosa y desconocida, da igual: el dolor es el mismo, la impotencia la misma, la pena igual de terrible e insoportable. Tengo cuarenta y un años, he visto y he vivido muchas cosas, muchas penas, muchas desgracias para las almas sensibles que caminan con sus cuerpos finitos. 
    Desgraciadamente sé lo que se siente, sé lo que significa, sé que esa herida siempre va a estar ahí. Con el tiempo se irá soportando mejor; menos mal que esta medicina gratuita e irremediable irá haciendo su efecto, y la vida seguirá con su transcurso de aparente normalidad. Quedarse con un buen recuerdo, aislar el dolor en una urna de cristal colocada al lado del corazón, sentir que esto estaba escrito en el libro del destino y que no había culpables, que no hay un responsable. 
    Ayer estuve moviendo tierra en mis adentros, y me di cuenta de que esas heridas te determinan tanto o más de lo que pudiera pensar tu cordura. Recuerdo un accidente terrible que ocurrió en mi pueblo, y tantos otros, pero este dio un vuelco al corazón muerto por la empatía. Era un niño de unos cuatro años, jugaba con su hermano a tirarse por una cuesta con un monopatín, lo hacían en una calle por donde nunca pasaba un coche, el padre trabajaba en un local que daba a esa calle en un negocio propio. Un día un coche subió por la calle, justo en el momento en el que los hermanos se tiraban con emoción por esa cuesta. El coche se tragó a uno de ellos, el otro lo presenció todo y por suerte no le alcanzó el golpe fatal. Conocía a ese angelito, y aquella trágica noticia me golpeó el alma. Pero estas cosas pasan, pasan una y otra vez. 
    Tengo cuarenta y un años, ya lo he dicho, y lo que más me atemoriza es la certeza de que estas cosas seguirán ocurriendo, normal que el miedo de vez en cuando baile conmigo y apriete tanto mis costillas que apenas me deje respirar.

Isolina Cerdá Casado

domingo, 23 de marzo de 2014

Domingo, un objeto de inspiración: huellas.


    Hacía mucho tiempo que no escribía un domingo, empezando por el encabezado con el que iniciaba mi colaboración de los domingos en Héroes del pensamiento. Pues bien, resulta que estaba en casa, acababa de poner una secadora y un lavavajillas, tenía unas tostadas frente a mí y un vaso gigante de café, me encontraba sola, literalmente, mis hijos se habían ido con su padre a la parcela, y yo, sola, en compañía de cobayas, tortugas, peces y pájaros, me sentía como en aquellos tiempos, en los que adquirí el compromiso de escribir un artículo cada domingo y era capaz de inspirarme hasta en una bayeta de cocina, mohosa y acartonada. Mi plan inicial era ponerme a ordenar la casa, seleccionar objetos, colocarlos en un lugar poco visible,  barrer, limpiar el polvo, poner una música agradable tirando a marchosa y sorprender a mi familia al regresar de sus horas de asueto en la naturaleza con una casa más limpia que la que podría ofrecer el mayordomo de don Limpio. Sin embargo, empecé a sentir un no sé qué en el cuerpo. ¡Mierda! ¡Lo iba a volver a hacer! 
    Una parte de mí buscaba desesperadamente un objeto de inspiración, quería recuperar esos momentos creativos en los que un zapato hablaba o un váter me perseguía por la casa, recordaba a la maravillosa fregona hacia la que sentí unos celos tremendos por su abandono, por su dejadez. ¡Quiero volver a sentirlo! La otra parte de mí se negaba, trataba de impedirlo, no, no lo harás, dijiste que no lo volverías a hacer, hablaste con Sera, "me siento con la obligación y sin embargo me falta el ánimo, bla, bla, bla..." Coge la escoba, maldita sea, no me vengas con chorradas, no hay historias que te hayan inspirado, ni tienes ensayo de teatro, ni tienes que estudiar un guión, ni coser un traje de carnaval, lo único que has  de hacer en este domingo frío y soleado es limpiar. 
    ¿Limpiar? ¿A eso se iba a reducir mi vida? Entonces mi parte racional se levantó, luchando fieramente contra esa otra parte que se negaba a aceptar que era una mujer dedicada a su casa, una maruja en toda regla, y que no estaba cumpliendo. Esa parte de mi, que me machacaba con el sentido de culpa, hizo que cogiera la balleta y comenzara a buscar un bonito lugar por el que empezar a cooperar con mi yo comprometido con el correcto funcionamiento del hogar. Pero cuando me acerqué al horno y vi aquella huella, oh, aquella maravillosa huella que mi hija dejó sobre él en el día de ayer, en el que un delicioso bizcocho se cocía en sus adentros, sentí que lo que verdaderamente me importaba era lo vivido, todo ese recuerdo de ella insistiéndome en que le preparase su bizcocho preferido. Recordé cómo me decía que un huevo olía a caca de gallina, vi la gallina correteando y poniendo el huevo. No podía borrar aquella huella de aquel momento. Entonces me fui al baño, al que se había convertido en un trastero provisional y cogí la pelota gigante de pilates, llevaba puesto el pijama con el que había interpretado a Margarita, aquella niña maravillosa me estaba poseyendo y tiró la balleta por la ventana, la balleta empezó a volar como aquellos pájaros que "volaban y volaban y volaban...." Y entonces la culpa se fue de viaje al país de los cuentos y yo me senté sobre mi pelota y me puse a teclear en el ordenador portátil, un domingo cualquiera, el primer domingo de primavera. 
   
     Había sido una semana intensa, podía perfectamente hacer las dos cosas, pero primero tenía que disfrutar de las huellas de la creación, primero eran las pulsiones del corazón, primero era el recuerdo de aquella historia de amor, primero era el grito de aquella niña viendo a las hadas de sus cuentos, primero era reconocer y acariciar a mi yo creativo, después ya sacaría brillo y pondría orden en mi guarida.

Isolina Cerdá Casado


jueves, 20 de marzo de 2014

Amor


        Hoy quiero compartir una historia de amor, como tantas historias preciosas que vivimos, que suceden, que pasan desapercibidas. Como dos rosas preciosas que estaban destinadas a aparecer juntas en la foto, o a compartir grandes momentos de una vida, caminando juntos en un trayecto lleno de creación y repleto de imágenes que quedarán para siempre grabadas en una película hermosa.
    Ella era más joven que él, era una bellísima mujer que tenía unas manos mágicas, transformaba rostros, perfilaba labios, embellecía y ponía a punto esas pieles que no debían brillar, perfeccionaba, ayudaba a que los actores se metieran en la piel de un personaje. De sus manos creativas se alimentaba la magia del cine. En ese mundo lo debió conocer a él, al hombre creativo, fascinado por el mundo del celuloide, inmerso en fantásticos rodajes, luchando, viajando, con ese punto de vista del hombre maravillado por las posibilidades de una cámara. Un hombre que iba más allá de la realidad, veía a través del objetivo, el plano perfecto, la luz ideal, todas las maravillas técnicas que tenían que ser dirigidas por una cabeza privilegiada llena de imágenes, era una especie de mago, llevaba a la pantalla todo aquello que andaba bailando en su imaginario. Y captaba, conseguía captar el mundo sin que le entorpeciera una sombra, encontraba la luz allá donde estuviera, estaba metido en las mismísimas entrañas del cine. 
    Ambos se encontraron y ya nunca más se separaron, eran almas que debían caminar juntas, y juntos viajaron, formaron una hermosa familia y todos se iban de acá para allá a grabar las maravillosas películas que salieron de esa cabeza privilegiada y llena de imágenes. Este señor maravilloso, Salvador, que así es como se llama, se llevaba con él a toda la familia, a esos rodajes larguísimos y emocionantes; y su querida mujer siempre estuvo con él, Victoria cuidaba de sus hijos y además trabajaba como maquilladora, creaba y creaba, era una artista. Para Salvador ella era la inspiración, si en algún momento tenía alguna duda, bastaba con verla para saber que su vida tenía una grandeza, un tesoro, el amor, el maravilloso amor que había logrado alcanzar con esa preciosa mujer que le había dado su mayor creación: sus hijos. Nada se podía igualar a ello, ni si quiera aquel momento grande, en el que fue el centro de todos los objetivos y todas las cámaras le miraban a él y aplaudieron su gran trabajo, el Goya fue un regalo que vino acompañando a su más preciado tesoro.  
    No es fácil conseguir un Goya, se ha debido trabajar mucho y muy bien, aunque ahora parezca demasiado lejano aquel momento o cercano en ocasiones, pasa tan rápida la vida. En cualquier caso Salvador es un gran señor, con una riqueza interior tan inmensa que va dejando trocitos de arte por donde quiera que pasa, no en vano muchos de sus hijos están tocados con la varita creativa del séptimo arte. Han pasado muchos años, muchos, aunque parece que fue ayer cuando rodaban en Almería una de aquellas producciones, y cuando el pequeño se subió al furgón y apareció en otra zona de rodaje. Su hija lo recuerda con cariño, aquellos momentos familiares vividos estarán siempre presentes en su haber, los viajes trepidantes, los entresijos cinematográficos en los que bailaban todos juntos.
    Los tiempos han cambiado mucho, la vida siempre trae consigo cambios, y con esos cambios hay elecciones que hacer y decisiones ante las que jamás tendríamos dudas. Victoria enfermó, y Salvador no tuvo dudas, ella era su gran película, ella era la protagonista de su gran historia de amor, ella estaría cubierta de amor por siempre, ella, convertida en la princesa de la casa, adorada por sus hijos, por sus nietos, y por el propio Salvador nunca estaría sola con el miedo, ellos le contarían cuentos, le arroparían, le acompañarían hasta ese momento en el que Victoria no pudiera expresarse con palabras, pero todavía pudiera sonreír y sentir los cuidados de las personas que la quieren con locura. 

    Una princesita preciosa, Rocío, baila delante de Victoria, Victoria sonríe, Salvador sonríe, Laura sonríe. En la vida hay que sonreír a pesar de todo, porque nunca se sabe, tal vez una noche cualquiera puedan sorprendernos unas hadas preciosas, irrumpiendo en nuestra habitación y llevándonos al país de los cuentos... un mágico lugar en donde todo puede pasar.

    Dedicado con todo mi cariño a Laura, mi querida hada Primavera, a su papá Salvador y a su mamá Victoria.

    Isolina Cerdá Casado

domingo, 16 de marzo de 2014

Cuento: Una mujer de cabellos blancos y un tesoro.

   


El sol se está marchando,
la luna le despide con cariño,
el sol la abraza con un último 
rayo anaranjado y lleno de vida.
"Vete tranquilo, has hecho un buen
trabajo querido,
 los habitantes
del mundo ya no tienen frío."



    Había una vez una mujer muy mayor, su pelo era blanco como la nieve, tenía la mirada profunda, como si se escondieran ellos los secretos de una historia que jamás pudo contar a nadie, tal vez por falta de tiempo.
    Muchas habían sido las veces en las que había tenido el impulso de compartir su tesoro, sin embargo no lo había hecho, porque sabía que no todo el mundo estaba preparado para escuchar y comprender.
    Así que hasta ese momento había caminado por la vida protegiendo su secreto, como si se tratara de un pequeño bebé al que cuidaba, alimentaba y cobijaba sin que nadie más supiera de su existencia, era un bebé que fue creciendo feliz.
    Se había dado cuenta de que con el paso de los años no solo ella iba cambiando, también su secreto cambiaba con ella. A veces parecía que el secreto tenía vida propia y se alejaba como esas formas que cruzan el cielo en los días azules, e ignorando su secreto se sentía perdida, como si la tristeza la hubiera hecho olvidarse de la existencia de su tesoro.
    Otras veces el secreto la abrazaba por la espalda, y la sorprendía llenándola de esperanza, se asomaba a él y encontraba lo que necesitaba saber en ese momento.

    La mujer con el pelo blanco como la nieve miraba a su nieta. La pequeña estaba con un cuento entre sus manos, uno de esos cuentos con relieve, de esos que se abren y parecen levantar ciudades enteras o niños con pantalones a cuadros, o árboles de cuyas ramas cuelgan apetitosos frutos.
     Entonces sintió el impulso de compartir con ella su precioso tesoro, ese tesoro guardado con tanto anhelo. El secreto que solo ella conocía; ella silenciosa, ella en la noche callada, ella escondida entre las sábanas, ella abriendo esa cajita que sólo tomaba forma en su interior luminoso.

    ¿Cómo la iba a mirar su nieta a partir de ese momento? El momento recreado en su imaginación en el que le decía a esa pequeña flor que también ella podía tener un tesoro como el suyo, un tesoro que crecía paso a paso.

    Sí, mi querida Lara, todas las experiencias que vives van llenando tu cajita de piedras preciosas y la única manera de ir llenando el cofre de tesoros es caminando, y aunque pienses que un camino recorrido fue absurdo si miras hacia adentro verás cómo se ha llenado un poquito más tu alma. Para enriquecer tu alma juega, salta, ríe, vive y si puedes sumérgete en la lectura de miles de historias, aprende con ilusión porque la riqueza interior nadie te la puede arrebatar, ninguna crisis mundial terrible podrá arrancar el tesoro de tus entrañas, por más sofisticadas máquinas de las que dispongan, sólo con la riqueza interior tu mente podrá seguir siendo libre.

    La mujer de cabellos blancos apretaba el mando de su silla de ruedas, había perdido la movilidad de su cuerpo, apenas le quedaba una posibilidad de presión en la mano derecha. Su hija la cuidaba y su nieta seguía alegrando su alma. A pesar de que ya no podía caminar sola seguía llenando su cajita de tesoros, y esperaba seguir haciéndolo durante mucho tiempo.

Isolina Cerdá Casado
    

sábado, 1 de marzo de 2014

Sigue, lluvia, sol; sigue, caminando, viendo, sintiendo; sigue, la vida, sigue, sigue...

    Hoy ha amanecido lloviendo, con el insomnio de la nube, con la tristeza del alma herida. La vida sigue, ya sabemos que nosotros seguiremos luchando, caminando sobre suelos mojados, lluvias purificantes, y nuevos miedos, nuevas situaciones, nuevos retos. Aprendiendo de las caídas, sabiendo que el sol saldrá de nuevo. Que tus hijos seguirán reclamando tu fuerza, tus abrazos, tus ojos esperanzados y soñadores. Sí, la vida sigue, inexplicablemente...

Isolina Cerdá Casado

Pos pandemia. Corazón postraumatizado.

      Hoy, ahora, hace un momento, me dio por hacer limpieza del bolso. Mi bolso es una especie de contenedor de vida, también de objetos pu...