martes, 26 de noviembre de 2019

Cordialidad y simpatía en el metro.



  Esperaba la llegada del metro de la línea 12, dirección Puerta del Sur. Estaba sentada en un banco de esos metálicos y fríos que hay en las estaciones de metro. Aprovechaba para redactar una respuesta a un mensaje de whatsApp de un amigo. De pronto llegó una chica, de unos treinta años calculo. Llevaba unos pantalones vaqueros rojos bastante holgados, una cazadora gigante gris oscura que le cubría el cuello y un gorro de lana gris que tapaba totalmente las cejas y el pelo. Tenía unas gafas de pasta con una graduación muy elevada dado el ancho de sus cristales. Me preguntó si estaba trabajando, lo hizo con una voz que salía a un ritmo entrecortado como si le costara hablar. Entonces levanté la mirada del móvil y le respondí que no, -voy camino del trabajo pero no estoy trabajando ahora-.
 -¡Ah!- respondió- yo los domingos no trabajo. Me voy a sentar contigo en el tren.-Me dijo, tras saber que yo iba a coger la línea 10.
No pude negarme, y simplemente le respondí que vale, aunque lo cierto era que me inquietaba un poco, así que en cuanto llegamos a Puerta Sur, después de estar de pie, compartiendo barra de sujeción, le dije que iba a correr un poco, que tenía prisa. Sin esperar respuesta salí corriendo del vagón de la línea 12, sin mirar atrás, subí las escaleras mecánicas corriendo, llegué a la entrada del andén de la línea 10 y para mi desesperación no estaba el tren, así que fui corriendo hacia un extremo de la vía, justo donde se abría la puerta que salía directamente a la estación de Begoña en el final de mi recorrido.
Me volví a sentar en un banco metálico a esperar, al poco escuché de nuevo aquella voz entrecortada y que me resultaba familiar. Era ella nuevamente, se puso frente a mí con las dos mochilas. Claramente no se había dado por aludida respecto a mi deseo de alejarme, pensé que había quedado claro cuando empecé a correr. Entonces me dijo, mientras yo seguía aprovechando para buscar el número de la cooperativa de mi hija que tenía en la agenda del móvil, sin haber escrito el número, aquella mujer me dijo con cierto nerviosismo: "Ya está llegando el tren, venga que ya está aquí, vamos". Para entonces ya tenía asumido que la iba a tener sentada a mi lado todo el viaje. Subió al tren prácticamente pegada a mi lado, como si fuéramos amigas inseparables. Entonces me preguntó hasta qué estación iba yo. "Hasta Begoña"-respondí. -Yo voy a Casa de Campo.-dijo rápidamente. Me puse a anotar el número de la cooperativa en una libretita para tenerlo a mano y tuve que hacer muchos esfuerzos porque la presbicia está en pleno apogeo. Entonces me dijo que tenía que ir al oculista. "Sí"-respondí yo. "¿Has ido?"-me preguntó. "Pues no".-le dije. "Pues si no vas tendrás que ponerte las letras más grandes, eso se puede hacer, y así lo vas a ver mejor".-Siguió aconsejándome.
Entonces me dijo: "Yo escribo con la izquierda".
-Yo también-le dije, reflexionando que aquella mujer y yo teníamos muchas más cosas en común de lo que pensaba.
-A mí me quisieron hacer escribir con la otra. Pero no. Yo soy de ésta. -decía mirando los dedos de su mano izquierda a un palmo de su cara. -Vosotros quietos ahí.-dirigiéndose a sus dedos- Pero no, yo soy de ésta, y me costó, me costó mucho pero lo conseguí. Sí, pero al monitor le costó mucho. Hice muchos garabatos antes y al final lo conseguí. - siguió hablando- Yo hago tres transbordos, tres, eso es mucho. ¿Y tú?
- Yo uno.- respondí.
- Yo tres.- reafirmaba sus palabras con la mano levantada y mostrando tres de sus dedos.-
Entonces llegamos a Casa de Campo.
- Ésta es la mía. Ya ha llegado, Casa de Campo.- dijo.
Y justo cuando estaba en el umbral de la puerta para salir al andén, se paró, me miró y me preguntó por mi nombre. - Isolina.-le dije.
- ¡Ah!Yo Belén.- dijo ella alargando el brazo y acercando su mano hasta mí. Choqué mi mano con la suya. Y se fue.
Se cerró la puerta del vagón y acto seguido arrancó el tren. Cogí la libreta y empecé a escribir.

Es curioso, pero vivimos en una sociedad en la que una persona con ganas de hablar y comunicarse llega a sorprendernos hasta incluso molestarnos, y para esperanza de la humanidad las personas que parecen menos capaces logran que levantemos las miradas de la pantallas de los móviles para hacernos conversar. Una cosa es parecer y otra ser.

Isolina Cerdá

viernes, 22 de noviembre de 2019

20 de noviembre, recuerdos...


Hoy habrías cumplido setenta y tres años. Si el cáncer no te hubiera arrancado la vida hubieras podido vivir cosas especiales y bonitas, como conocer a tus nietas y a tu nieto, venir a Madrid a visitarme, seguir con tus interminables partidas chinchoneras con tus amigas, verme en el teatro interpretando un papel inquietante y maravilloso,... Pero sobretodo hubiéramos disfrutado de ti, de tu arrolladora forma de ser, de tu energía.
No todo ha sido bueno, qué te voy a decir a ti que no sepas, te fuiste sabiéndolo sobradamente: la vida es un camino lleno de baches, subidas y bajadas, golpes y caricias, calor y frío, dulzuras y amarguras... Es así, casi un campo de minas, que en el transcurso de un paseo tranquilo te puede arrancar el corazón de cuajo y esparcirlo por el cielo dejándote con la amargura pegada a tu piel para siempre.
Pero el ser humano se sobrepone, es valiente, luchador, capaz de superar los golpes cotidianos, tanto los que vienen de fuera como los de dentro porque en eso consiste la vida: volver a levantarse y regenerar la mirada, volver a percibir la luz de ese sol que sale todos los días y cuyo calor dejaste de sentir de golpe y sin preaviso, sin cazadora, sin camiseta, desnuda en el centro de un iceberg en riesgo de desplome por el cambio climático.

Isolina Cerdá

El acento y el abrazo invisible de Galicia


  Iba caminando, dirección al trabajo, dos hombres hablaban entre sí, debían tener más de setenta años, rozando la octava decena tal vez, o más.
Me detuve para a asegurar la bota izquierda, con las prisas la dejé sin cerrar del todo, con la cremallera bajada hasta el tobillo, podría haber salido volando en cualquier momento. En ese tiempo de arreglos en cuclillas noté algo maravilloso, una sensación, una caricia en los sentidos, como si algo me abrazara el alma, así, en plena calle, con la luz del atardecer reflejándose tibia y anaranjada en los espejos de los coches. ¿Qué era? ¿De qué se trataba si la proximidad de aquel par de octogenarios no alcanzaba ninguna parte física de mi cuerpo? De pronto me di cuenta de que, aunque sus brazos no podían alcanzar ninguna parte de mi cuerpo como para causar algún tipo de reacción epitelial, sus voces sí, y aquel acento me envolvía el alma.
Uno de ellos era gallego y tenía ese acento orensano que me ha acariciado en tantos momentos. ¿Cómo es que un acento cualquiera puede remover tanto la estructura emocional? Pues porque el acento se origina en la tierra y la tierra despierta los sentidos, te acurruca cuando andas falta de abrigo, te mece cuando necesitas caricias en el corazón, te centra cuando estás perdida. Fue una especie de abrazo invisible que me llevó directamente hasta el calor materno. La tierra, bendita tierra gallega.

Isolina Cerdá

martes, 12 de noviembre de 2019

Bolsas de mierda atadas con lazos bondadosos. Aunque tal vez habría que tirarla en el fondo de un volcán en plena efervescencia y luego echar una buena flema.

 
Iba camino a casa tras dejar a la niña en el cole, y entonces me encontré con el carrito. Un poco más y lo abrazo.


Eres una señal, sí, tú, carrito plateado, llevando a cuestas una escoba y un recogedor. Me miras. Yo también te miro. Qué bien me vienes querido. ¿Puedo hacer uso de tus cavidades? Dos concretamente, cubos dispuestos a recoger eso que no nos gusta ver pero que está plagando calles, caminares, transitares, vidas rotas, vidas truncadas, vidas que toman rumbos impuestos por la desidia. Te vas a venir conmigo.
Te voy llenando si te parece.
Mira, ahí un insulto gratuito. Pa dentro.
¿Lo has visto? Ese grupo de hombres, con gestos, con acciones, con palabras, agreden. ¿Metemos su furia, su ignorancia y su brutalidad en lo más profundo de tu bolsa negra? Porque negro es como se queda el mundo, porque el dolor es negro, aunque el negro no es feo, ni malo, ni gris. El negro es bello, porque tiene el mismo color que tú, es la belleza de los matices.
 Seguimos caminando. ¡Uy! ¿Lo has visto?
Está robando el coche. ¿Qué cogemos? ¿Nos apropiamos de su violencia, de su delincuencia barriobajera, de su mano larga? Hasta el fondo.
¿Qué hacen? ¿Lo has visto? ¿Qué problema tienen con los que vienen de fuera? Son pobres ¡Ellos también lo han sido! Emigrantes. El mundo es tan global como lo son tus prendas, que se tiñeron al otro lado del mar, que se trabajaron con manos que estaban allá, al otro lado del continente, con sueldos impensables aquí, con dolor impotente de niña para la que no hay otra salida que sentarse allí, con suerte en una banqueta y bailar con los tejidos que nunca convertirá en pantalones para sí misma. Los llevas tú, y yo. 
Barriendo esa hipocresía capitalista, barriéndola hasta el final del recogedor, tirándola en el fondo de la bolsa negra. Aunque el negro es bonito, es bello, es elegante, sobretodo si lleva un traje de Armani, y juega en un equipo de baloncesto. Otra cosa es que esté subido en una barca mal hecha, frágil como su situación familiar, social, histórica. Porque el de la barca puede ser malo, como lo puede ser el del traje que va en un coche, que coge a una mujer por antojo, y se la lleva a una nave, y allí, como un monstruo que es acaba con su vida, la de la niña feliz que camina libre. Para adentro, hacia lo más profundo del cubo, en donde arderán en los infiernos, allí, allí han de estar los malos, y las malas, de aquí y de allá, de dentro y de fuera.
¿Estás bien? ¿Seguimos? 
Mentiras, acciones que truncan vidas. Adentro.
Enfermedades, que no vinieron del alma humana, pero que te atacan, sin piedad, sin oportunidad, o teniendo que luchar mucho, tanto que sudas sangre, o te hierve, te burbujea,  y te duele al ver hasta qué punto llegó atacando a esa persona que es parte de ti, de tu recorrido, de tu vida, de tus alegrías, del aire que respiras. 
Vente conmigo, vente, quédate ahí, adentro, en esa bolsa negra, esa bolsa que ataré fuerte. 
Ayúdame carrito, ayúdame, llévate esos dolores,
llévatelos lejos, tan lejos que no los tenga que ver, ni que oír, ni que sentir.
Porque amartillan.
Sí, con sus golpes. 
Manadas de mierda.
Voy a atar la bolsa.
La voy a atar con un gran lazo hecho de algodón de azúcar, de la dulzura de la niña que en la feria pide uno; hecho de abrazos fuertes, como los que da el hada mariposa y los que da la medusa blanca que canta con esa voz que eriza el alma; lazo hecho de cultura, de esas expresiones creativas inspiradas en la belleza del mundo, del teatro, la pintura, el baile, la escritura; hecho de trabajo duro, del espíritu de superación, de la fuerza incansable de esas mujeres que trabajan el campo, las que trabajan en casa, las que luchan por sus hijos...y los hombres buenos, por su bondad...lazos bondadosos.
Ata, ata fuerte.
Y respira.

Isolina Cerdá Casado


Isolina Cerdá Casado

lunes, 11 de noviembre de 2019

Pensar diferente pero respetar de la misma manera. Respeto. Yo respeto, y soy respetable y respetada. Tú respetas, y eres respetable y respetado. Él o ella respeta y es respetable y respetada; Nosotros respetamos y somos respetables y respetados; Vosotros respetáis y sois respetables y respetados; Ellos/ellas respetan y son respetables y respetadas.

El sol estaba yéndose, la oscuridad empezaba a cubrirlo todo. 


    Hacía mucho tiempo que no escribía impulsada, con ganas de contar algo, de decir, casi de gritar. Yo no suelo escribir sobre política, nunca en realidad, leo cosas, eso sí, sobre política también. Ahora en estos días, hoy concretamente, cosas hirientes, porque ese momento que es un acto tan importante de democracia, como lo es el hecho de votar en unas elecciones, ese momento parece que se está convirtiendo en una especie de veda abierta, donde todos escupimos contra todos, contra este o aquel político, contra este o aquel partido, sin pensar en que detrás hay personas con alma que han ido a depositar su voto libremente y que el insulto hacia esta u otra ideología resulta hiriente para las personas que creen en este o aquel proyecto. 
    Y es que desde el odio no se consigue nada, desde la actitud negativa de partida, cuando se pierde el respeto, incluso defendiendo una causa justa, entonces todo lo que sale de ti está podrido. En ocasiones se escribe sin ser consciente de quién va a leerte, qué ojos van a recorrer el texto que en un momento de impulso rebelde has vomitado sobre una hoja en blanco, y resulta que esas palabras herían a quien tú no sabías que lo hacía, tal vez dijiste algo sobre ser madre y alguien que no lo es se sintió menospreciada, o sobre la suerte de tener una madre pendiente de tus pasos y revivió el dolor de alguien que la perdió de forma brusca y absolutamente injusta...Bueno, hablar de madres, de hijos, de padres, de esto o de aquello, es igual, supongo que el caso es hacerlo desde el respeto, respeto, respeto.
     Cuando vi la película de Amenábar, "Mientras dure la guerra", sentí pavor, como una especie de piel erizada, porque no hace tanto tiempo, supongo que se trata de ver objetivamente un hecho, sin teñirlo de una ideología, sin excusarse en ella. Si un hombre mata a otro está mal, sea de izquierdas, sea de derechas, sea del norte o sea del sur, da igual. Si una mujer roba a otra está mal, sea de izquierdas, sea de derechas, sea del norte o sea del sur, da igual. Si una persona insulta y/o agrede a otra por ser diferente a ella misma, por ser negra, blanca, gay, lesbiana,  rica, pobre, está mal, sea de izquierdas, sea de derechas, sea del norte o sea del sur, da igual. 
    Hay gente mala, la hay, en todas las corrientes ideológicas. Pero también hay gente buena, sí, como gente mal informada, gente ignorante, gente que se deja llevar por una palabra, por una frase, por un gesto, da igual, en todas las corrientes ideológicas. La cuestión es que somos personas y no deberíamos perdernos el respeto ante un gesto tan democrático como el poder elegir quién nos representa. 
    Cuando escucho hablar de los políticos que de alguna manera llegan al poder, o lo pretenden alcanzar, o están acercándose al mismo, siempre recuerdo las palabras que decía mi profesor de Sociología de la Cultura, el gran Cecilio Nieto, hace ya unos cuantos años: "Queridos y queridas, nunca lo olvidéis, poder se escribe con J". No lo he olvidado.

Isolina Cerdá Casado
    
   

Pos pandemia. Corazón postraumatizado.

      Hoy, ahora, hace un momento, me dio por hacer limpieza del bolso. Mi bolso es una especie de contenedor de vida, también de objetos pu...