viernes, 28 de febrero de 2014

Tragedia.

    Dejaré a un lado las palabras elaboradas, ahora mismo no sé si tienen algún valor. ¿Es posible que una tragedia terrible haga que despiertes del quejido falso e impulsivo que ahora parece no tener ningún sentido? ¿Mala racha? Ahora me doy cuenta de que es absurdo utilizar este tipo de términos, todo es tan relativo como las sensaciones que cada uno encarna ante un hecho objetivo.
    Nuestra alma está bailando en un mar variable, calmado en ocasiones, en otras tormentoso.
    Preparaba la cena, la noche del 26 de febrero, mi marido y mi hijo estaban en clase de natación, mi hija jugaba con sus princesas, y yo pelaba patatas escuchando de fondo las noticias, nuevos chorizos mohosos destapados de sus guaridas, entierros dolorosos, y nuevas víctimas de violencia de género. Una mujer en Barcelona y una en Fuenlabrada, ésta última apareció en su casa con signos de violencia y su expareja estaba también en el mismo piso muerto, no se sabía muy bien qué había causado su muerte.

     Hacía un mes que el amigo de mi marido había vuelto a vivir a su casa de Alcorcón porque su pareja había cortado con él y le había echado de la casa de Fuenlabrada en la que vivía con sus cinco hijos. Juan, que así se llamaba, era una persona normal, muy bueno, siempre atento y servicial, con una disposición a ayudar casi excesiva. Estaba destrozado, se mostraba incapaz de aceptar que su relación había terminado, continuamente hacía referencia a ella, a sus hijos, a las niñas especialmente de las que hablaba como si fueran sus propias hijas. Mi marido y él se conocieron tres años atrás, a través de los pájaros, ambos tenían en común la afición de tener pájaros, su cría, su cuidado, casi su estudio. Y a partir de ahí empezaron una relación de amistad que fue creciendo.
    Nuria era su pareja, llevaban unos cinco años juntos, ella tenía dos hijos biológicos y tres hijas que había adoptado, eran hijas de una hermana que había tenido problemas y ella se hizo cargo de ellas. Por lo tanto Nuria era una persona admirable, generosa, entregada y muy trabajadora, con un gran corazón. Ambos se conocieron en el trabajo. Ella era profesora en un centro de integración, él trabajaba en el mantenimiento del mismo centro.

    Hasta el 25 de febrero mi marido había estado en contacto con Juan casi diariamente, todos los fines de semana se iba con él y le ayudaba a arreglar los animales, pájaros, gallinas. En dos ocasiones ella había roto, Nuria lo había echado de su casa; él decía que ella quería que estuviera pegado a ella, que le pedía que alquilara su piso para ayudar económicamente. Él decía que no podía alquilar su piso porque entonces no tendría un sitio a donde ir en caso de que ella rompiera con él. La primera vez que cortó con él nosotros estábamos en Galicia. Volvió con ella a la semana porque ella le volvió a llamar. A él lo veíamos como una persona increíblemente generosa, asumiendo una situación particular de su pareja que no era fácilmente asumible, por lo cual era admirado. Ocuparse de cinco hijos que no eran suyos, ayudarla a ella en la vigilancia de las niñas cuando ella trabajaba, acompañarlas a cumpleaños, las niñas pequeñas tienen ocho y diez años. Ella había perdido su trabajo,  y esa situación le preocupaba a él, no hacía más que repetir que a ver qué iban a hacer sin su ayuda, que qué sería de las niñas, que cómo se las iban a apañar.
    Había perdido mucho peso, decía que se le había cerrado el estómago y que no tenía hambre, que no dormía porque se despertaba y no era capaz de conciliar nuevamente el sueño. Estuvo comiendo en nuestra casa dos domingos, esos días por la mañana se había ido con mi marido a la parcela y al regresar también él se quedó a comer en casa, mi marido lo veía muy decaído y creía que le vendría bien comer acompañado. Cuando mis hijos le saludaban con un beso o se despedían de él con afecto, Juan mencionaba a las niñas, que no podía, que se acordaba de ellas, que las echaba mucho de menos. Reconocía que estaba abatido, le hacíamos ver que debía tratar de rehacer su vida, que con el tiempo se daría cuenta de que era posible, que podría encontrar a otra mujer y tener hijos propios, que era una persona muy válida. Pero él hablaba nuevamente de comenzar con ella, hablaba de futuras condiciones que ella le pudiera poner, de que no iba a aceptar cualquier cosa. Él había llevado su nevera a casa de Nuria porque la que ellos tenían se había estropeado y él no tenía nevera, decía que no quería pedirle la nevera porque les iba a hacer una faena, no le había devuelto las llaves. Y al parecer había seguido en contacto con las niñas a través del wassap hasta hacía algo más de una semana, le preocupaba el que no pudiera seguir en contacto por falta de medios económicos para recargar la tarjeta de la niña. Sentía mucha pena por las niñas y lo manifestaba una y otra vez.

    El 26 de febrero mi marido le había estado enviando mensajes que no hallaron respuesta, se preocupó, y el 27 había resuelto acercarse a su casa después de dar su clase de entrenamiento para saber de él, porque le parecía muy raro que no respondiera a sus mensajes. Del trabajo mi marido vino directo a ver el festival de Carnaval del colegio de los niños. Salimos corriendo porque después tenían el entrenamiento padre e hijo, de camino a casa, para cambiarse, recibimos una llamada en el manos libres del coche. Aquella voz era igual que la de Juan, era su hermano, "¿ha pasado algo?", "le he estado llamando y enviando mensajes", "sí, sí ha pasado, lo han encontrado muerto, en casa de Nuria, los dos muertos". Mis hijos no se dieron cuenta de la otra parte de la tragedia, que Nuria también estaba muerta, poco más sabía el hermano. Recordé la noticia de Fuenlabrada que había escuchado el día anterior mientras pelaba las patatas para la tortilla, tuve como una pequeña intuición, no sé, yo no sabía dónde vivía Nuria y nunca había estado en su casa pero entendí que era de Fuenlabrada, al ver la valla de acceso a la comunidad, pensé muchas cosas. "Parecía un sitio grande, ella vivía en una comunidad grande, no, no, qué va. Tenían piscina, no desde la puerta no se veía piscina alguna, qué va, no, no. Pero si tenían las niñas, pero, qué va, no, no". Ni si quiera se lo comenté a Agus, además él hablaba todos los días con él, se habría enterado. Además, no, ¿Juan? Pero si nunca tuvo una mala contestación ni un mal gesto, ni si quiera cuando hablaba de Nuria, siempre hablaba con cariño y desde la preocupación. Pero cuando su hermano nos dio esa trágica noticia, entonces mi mente se fue a aquella noticia del día anterior.
    ¿Cómo es posible que haya pasado esto? ¿acaso habían habido malos tratos anteriores? ¿Puede uno fiarse de su propia percepción de las personas? ¿Estaba premeditado? ¿Por qué lo de las bolsas de basura en sus pies? ¿Fue un accidente? ¿Perdió el control de sus actos totalmente? ¿Cómo pudo camuflar tan bien su verdadero estado crítico? ¿Y por qué tuvo que ir a casa de Nuria? ¿Quería recuperarla a ella con la excusa de la nevera? ¿Qué paso por su cabeza? ¿Una discusión fue el desencadenante de todo? ¿Fue la insoportable soledad de él? ¿Cómo una vida tan aparentemente ejemplar podía terminar así? ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Y ella? ¿Y sus hijos? ¿Qué será de esas criaturas sin el cariño y las atenciones de una madre ejemplar? ¿Por qué su vida se ha tenido que ver así truncada? Una mujer que asumió la maternidad de unas criaturas necesitadas de cariño y atención, una persona extraordinaria con tanto amor en sus adentros que se embarcó en una gran travesía de entrega hacia los demás, que la crisis la había llevado a una situación dura porque sin trabajo era difícil llevar a buen término su afrenta. No se merecía ese trágico y triste final.

    En el tanatorio conocí al padre de él, un hombre extraordinario, decía que la policía cuando fue a tomarle declaración trataba de consolarlo, habían hablado con una larga lista de personas, ninguno había dicho nada negativo de Juan, al contrario, todos lo describían como un buen hombre, con buenas acciones, con grandes gestos. La madre, una señora entrañable, sentada frente al cuerpo de su hijo, toda vestida de negro, hasta el fondo de su alma, lloraba desconsolada, temblorosa, frágil. Nadie se explicaba lo que había pasado. En navidad habían estado todos juntos, los cinco hijos de Nuria y la familia de Juan, y Juan nos contó que Nuria lloró con su madre preocupada por un posible diagnóstico de cáncer de mama, que al final fue negativo y se resolvió bien. Apenas dos meses después estábamos en ese tanatorio de Alcorcón, con el cuerpo presente de Juan; ella, Nuria, también muerta en otro tanatorio suponemos de Fuenlabrada, con tantas lágrimas cayendo, derramándose desconsoladas, incrédulas, despavoridas por una tragedia que jamás debió producirse. Una mujer, sentada junto a esa madre enlutada no dejaba de repetir que era el destino, que cada uno tenía escrito su propio destino, y que ese era el de su hijo, el destino, todo está escrito.
    No lo sé, sólo sé que el lunes 24, cuando llegaba con mis hijos de la clase de inglés, había hecho compra, mi marido se llevaba al niño a natación, y Juan y él habían estado juntos, le habían vendido una pareja de canarios a alguien. Esperaban en la calle, hablaban con otro hombre, yo bajé del coche cargada de bolsas, mi marido se iba en el coche con mi hijo a natación, yo subía a casa con las bolsas y con la niña. Entonces Juan se acercó a mí y se ofreció a ayudarme a llevar la compra, le agradecí el gesto pero le dije que no era necesario, que yo podía. Insistió en ayudarme, finalmente desistió ante mi negativa y se fue a su casa. Él era así, servicial, dispuesto a ayudar, una buena persona. Es imposible no estremecerse al pensar en que un desenlace similar haya tenido lugar, y en ese estremecimiento una pregunta siempre quedará ondeante en nuestros adentros, ¿Cómo una persona como Juan ha sido capaz de hacer algo tan terrible? ¿Por qué? ¿Por qué?
    Desgraciadamente he tenido que vivir una tragedia de violencia de género, muy de cerca, conociendo al causante, al hombre que la mató, y comprobando que la violencia de género es una lacra social porque no se la ve venir, no se imaginó, era inimaginable, impensable. Pero está ahí, rodeándonos, y aunque tal vez nunca la maltrató físicamente, bastó una vez, y acabó con ella. ¿Por qué? No lo sabemos, no lo sé, no me lo explico.

Isolina Cerdá Casado

martes, 25 de febrero de 2014

Paseando, sintiendo el frío golpeándome la cara, bien, estaba bien, con la mirada abierta al mundo.

 

     En esta racha de negrura que llevo, salgo del cole, con ese estrés mañanero que se me pega al cuerpo de lunes a viernes desde las siete y media de la mañana, que es cuando inicio la batalla matutina de despertar y preparar a los polluelos para su peculiar caminar por la vida, hasta las once de la noche, que es cuando me tiro al sofá con un gran soplido, y miro a mi marido con hartura, como si tratara de disuadirlo de cualquier aproximación sexual. El pobre también resopla, y continua mirando la tele con pasividad asumiendo que no hay nada que hacer para resucitar la libido de su agotada esposa, lanzando al aire palabras de apoyo, como si él mismo necesitara escucharlas.
     Pues bien, que digo, que salgo del cole y me encuentro con otra mamá estresada, no necesariamente por las mismas causas que yo, simplemente por un cansancio como consecuencia de un no parar. Y me cuenta, y yo asiento, identificándome con su cara de cansancio alterado, viéndome en ella reflejada como si fuera un espejo que cae ante mí para decirme que yo también debería parar.
    Pero, ¿parar? ¿parar de hacer qué? Parar de autoflagelarme con el "debo hacer" y no hago, con el "tengo que" y no tengo.
    Pues sí, para, para, para. Si no empiezas a abrigarte, tendrás frío. Si no acaricias el alma, llorarás sin saber por qué.
    Caminé, caminé mucho rato, mirando al cielo de vez en cuando, aproveché para hacer unas compras, congelé las ideas porque hacía mucho frío en la calle, y paseando paseando pasé por un lugar triste, en el tanatorio no dejaba de entrar gente. ¿Quién se habría ido? ¿sería una persona mayor? ¿por una enfermedad? ¿por negligencia? ¿por averías en el sistema? Unas mujeres estaban aparcando el coche, no estaban muy afectadas, se notaba que era un deber el entrar en el tanatorio. Justo caminaba por la acera de enfrente, y caminando caminando, me di cuenta de que estaba en un lugar en el que pasaban miles de cosas, una fuente me inspiró, y entonces hice la foto.
    Miles de cosas, miles de sueños, un centro de formación justo al lado de un tanatorio, unos señores paseando a sus perros, unas mujeres que corren para dar un último adiós, un grupo de jóvenes que vuelven a su curso de jardinería, y a mis espaldas un instituto, y más allá un colegio, y todavía más allá un cementerio y acá, justo dando el clic al móvil supersónico una madre estresada, yo, dándose cuenta de que la vida es mucho más que un momento, es una intensidad para cuya percepción debemos estar muy despiertos. Por eso cuando llegué a casa me preparé un café y me puse a teclear. Todavía tenía pendiente una lasaña por preparar pero decidí que primero debía acariciar mi alma.

Isolina Cerdá Casado




lunes, 24 de febrero de 2014

Mala racha.


    Bueno, quiero compartir un estado de negatividad en el que nos encontramos inmersos, mi familia y yo. Recuerdo perfectamente el día en el que brindábamos recibiendo el año nuevo, sentía que el número era bonito, me dije a mí misma que este año sería un gran año. A dos meses de dicho momento eufórico acompañado de grandes manjares, buenos vinos y deliciosos postres, culminados con copas llenas de doce uvas aliñadas con alcohol, siento que me podía haber estado calladita. 
    Nuestra querida Paty se fue en el silencio más absoluto de su enfermedad, sin saber la gravedad de su estado hasta la inmediatez del momento en el que mi hijo y mi marido se despedían de ella. Apreturas económicas, un robo descorazonador que te golpea en el punto más alto de tu afición, la de mi marido, sus queridas gallinas y pájaros, se las llevaron amontonadas en jaulas preparadas para sacarlas en el mercado negro, negrísimo de almas negras negrísimas. Los tonteos de la salud, que menos mal que no afectan a los niños, a pesar de las toses horribles que entorpecen su descanso. El desánimo o la depresión que bombea en mi interior, que hace que en un momento de rotura de equilibrio interno, en plena batalla madre e hijo, rompa a llorar sin justificarse dicha reacción ante el desencadenante que abrió la botella. Y que como consecuencia de ver las lágrimas recorriendo mejillas cansadas, mi hijo me pregunte que por qué lloraba, no veía tan importante la discusión de los zapatos del carnaval. Y la vajilla, tres vasos rotos y una taza en menos de dos días. Accidentes absurdos que te confirman la mala racha en la que estamos. Y mi padre que no está cien por cien, le duelen las piernas, tal vez es desgaste. Para culminar la dirección de rotura de la buena suerte, el coche se rompe, plas, y ya te ríes por no llorar, a sabiendas de que no es una risa sincera que expresa alegría, es una risa nerviosa que muestra el baile histérico del alma temblorosa. Uf, y sólo llevamos dos meses del dos mil catorce. 

    En fin, de pronto he tenido el impulso de escribir, de contarlo, de compartir esta negatividad en la que me encuentro, o que siento, que sí que hay cosas peores, pero ahora mismo es como si todo se hubiera caído, y camino a paso lento porque me cuesta levantar las piernas. Estas pobres gallinas preciosas de la foto, espero que estén bien donde quiera que se las hayan llevado esos amigos de lo ajeno, los ladrones siempre han existido, pero qué impotencia más grande cuando te quitan cosas que has conseguido con tanto esfuerzo. 

Isolina Cerdá Casado

martes, 18 de febrero de 2014

¿Qué le dice una pipa pelada a otra pipa?


    Pipa 1. (Roberto).- ¿Crees que tenemos algún futuro querida?
   Pipa 2. (Matilde).-Cállate, déjame, no estoy para dialogar ahora.
 Roberto.-Pero, ¿qué te he hecho yo? A ver, simplemente he iniciado una conversación.
  Matilde.- Pues déjame, no estoy para conversaciones estúpidas.
  Roberto.- Pues sí que estamos bien, desaborida, que eso es lo que te pasa, por más sal que te hayan echado al freírte eres lo más insulsa que hay.
  Matilde.- ¿Tú de qué vas? ¿Te crees que estoy con ánimo de que inicien una conversación cuando lo más probable es que acabe destrozada en menos de un segundo? Dentro de una boca cualquiera, para formar parte de un bolo alimenticio asqueroso, mezclándome con saliva y partida en mil pedazos por unos dientes llenos de empastes cargados de años.
  Roberto.- Piensa en el lado positivo.
  Matilde.- ¿Qué lado positivo? Yo estaba muy a gusto encajada en mi flor de girasol, así que no me vengas con que hay un lado positivo estando encima de una mesa de cocina, escuchando el cantar de un canario enjaulado.
  Roberto.- Al menos no vas a acabar rancia, ¿no te gustaría dar placer a alguien en pleno apogeo corporal tuyo, tostadita en tu punto de sal?
   Matilde.- ¿Ehhhhhh? 
  Roberto.- No estoy hablando de comida, no, te hablo de nosotros, de iniciar una nueva vida, de marcharnos a otro lugar,...
   Matilde.- ¡Pero si estamos tostados!
   Roberto.- ¿Qué más da?
   Matilde.- ¡Si no nos podemos mover!
   Roberto.- ¿Te vendrías conmigo?
   Matilde.- ¿Qué?
   Roberto.- ¿Confías en mí?
   Matilde.- ¿Qué?
   Roberto.- ¿Confías en mí?
   Matilde.- Tú sácame de aquí, y verás si confío o no confío.

     Y Roberto subió a Matilde, la pipa frita más hermosa que jamás había visto, en su alfombra mágica y salieron volando por la ventana hacia un campo de girasoles que permanecía florido todo el año, nadie podía explicar semejante fenómeno de la naturaleza, se encontraba en el país de la magia, un lugar en el que todo puede suceder... 

"Hoy te quiero enseñar
Un fantástico mundo...."

    La mujer que en ese momento cocinaba unas lentejas con chorizo se quedó de piedra cuando aquellas dos pipas peladas salieron de su cocina montadas en lo que debía ser un prototipo supersónico de alfombra mágica para pipas. Su mandíbula inferior se descolgó, abriendo su boca hasta niveles impensables, en los que quedaron a la vista los empastes que tanto horrorizaban a Matilde. Algo no iba bien en su cabeza. Decidió llamar a su psiquiatra para descartar empeoramientos cognitivos respecto a su ya deformada percepción de la realidad.



Isolina Cerdá Casado

sábado, 15 de febrero de 2014

Para ti, mi niña bonita, una maravillosa mujer con nombre de reina y de princesa: Sofía.


        En ocasiones uno no sabe muy bien por qué le surge un impulso, pero heme aquí con un impulso creativo dirigido a ti. No me sentía con la fuerza y la inspiración suficiente para escribirte alguna cosa, palabras de ánimo, disponibilidad de ayuda, no sé, pero quiero que sepas que tú eres una persona muy grande, grande por dentro, intensa, y que a pesar de lo ocurrido, de lo doloroso de ver una ilusión rota que sigue a otras roturas y hace que parezca doloroso el simple hecho de ilusionarse; a pesar de esta tristeza reciente como digo, la vida sigue. 
     La mejor medicina es el tiempo, claro que sí, pero también el apoyo, la fuerza de los que están a tu lado y no quieren verte destrozada por la pena, porque igual que estas flores rosas han salido a flote en el duro invierno, tu cuerpo también te dará una flor, sin amargarte, sin obligarte, sin obsesionarte. Tranquila, la vida al final siempre te devuelve algo de lo que tú tienes en tu interior, y esa intensidad que es capaz de crear tan maravillosamente con un poco de espuma, se confabulará para que consigas crear lo que de verdad deseas.     Yo me considero una mujer cargada de dolores, en serio, he vivido muchas cosas, aunque ese dolor que te aflige no lo he sufrido yo por esa causa, sin embargo me pongo en tu piel, y lloro contigo, igual que mucha gente que te quiere de verdad, y de cuyas lágrimas he sido testigo. Ahora las lágrimas que se han derramado por ti y tu tristeza se unen para darte fuerza, una energía arrolladora que te impulse a seguir adelante con la vida, con una pena más de vida, pero con todas las alegrías que las personas que caminan a tu lado te regalan. 
    Porque tú eres un regalo para todos y para el mundo, y queremos verte bien, feliz, llena de luz, con esa mirada de mar en calma, con el alma inquieta y siempre dispuesta, y esas chispas que parecen salir de tus ojos cuando ves más a allá de lo que ve la gente corriente y moliente como yo. 
    Un beso muy fuerte para ti, jirafa, reina y princesita, dulce y llena de magia, lo conseguirás, lo que tú quieras lo vas a conseguir, porque eres muy joven, muy linda y te lo mereces. Vive y camina con paso firme, que se marquen bien las marcas de tus zapatos, porque por donde tú pases habrá una huella grande de vida en la que querer verse reflejada.

Isolina Cerdá Casado 

jueves, 13 de febrero de 2014

El tiempo, un reloj que se cae desplomado por el cansancio.


    Dejé el reloj, bueno no lo dejé, cayó, se posó en un saliente del tronco del olivo, ese querido hacedor de oro líquido y reparador. Le pedí que se quedara con él, ya no quería mirarlo otra vez con miedo, el miedo a su transcurso, a no darme cuenta de cómo fue y qué pasó cuando abrí los ojos y ya no estaban los sentidos. Se fueron a vivir con los ángeles. 
    Parecía que iba lento, y sin embargo corría demasiado deprisa, todo fue muy rápido; cuando me quise dar cuenta las agujas del reloj habían girado y girado, y ya todo había pasado. Pasó la hora del baile, de las alegrías, de las locuras imprevisibles...me quedé pensando cuál sería mi siguiente paso, qué metas quería alcanzar. Pero el sabio olivo me dijo que no debía pensar en las metas, debía concentrarme en disfrutar el presente y exprimirlo al máximo para que no me volviera a ocurrir lo mismo, para que el tiempo no se me volviera a escapar de las manos sin apenas darme cuenta.

Isolina Cerdá Casado

miércoles, 5 de febrero de 2014

La magia del teatro. ¿Qué le pasó a Duendolín?


    Hoy me convierto en reportera gráfica de uno de los ensayos de una obra de teatro que se estrenará en marzo, "Duendolín, el duende que pone fin a los cuentos". Es posible que hoy alguno de los que hemos estado allí tuviera un día regularcillo, otros todavía tenían el resplandor del maravilloso fin de semana, otros traían consigo restos de un encontronazo, un conflicto no resuelto o incluso una preocupación que le atormentaba por los adentros. Sin embargo, al entrar en el aula dos de la primera planta del Centro cívico José Saramago quedaban esos posos de vida aparcados en el umbral de la puerta mágica. Pasábamos a ser duendes, enanitos, bellas princesas y miles de animales, que con sus alas y sus ágiles o lentas patas nos dejaban soñar en que era posible vivir otra vida distinta, diferente, creada con las herramientas que te ofrece el teatro.


    Un loco director con mil ideas en su cabeza nos ponía a todos a bailar, a caminar como animales, a imaginar que nuestros hijos nos veían en sus sueños transformados en pájaros, hadas, y bellas criaturas del mundo onírico de los grandes cuentos. Nunca se sabe lo que puede llegar a salir de una cabeza poblada de magia, cuentos y música... 
    Y todos aprendemos la lección, la lección que nos damos los unos a los otros, que con imaginación pueden conseguirse muchas cosas, y con trabajo, y con el desarrollo de esos pequeños talentos que todos tenemos. 
    Entonces, cuando una pequeña gota de desaliento me viene a la cabeza, pienso en esas risas, en esas madres y esos padres que invierten su tiempo en crear algo grande, y cambio el rostro serio y preocupado por una boca con forma de barca que navega por las aguas claras del teatro, con honestidad y sinceridad, dándolo todo por conseguir la sonrisa  feliz de un niño, de montones de niños preciosos.

    Gracias gente, por vuestro tiempo y por vuestra risa, esto no se paga con dinero, esto es un esfuerzo gratuito pero tan valioso como un cofre lleno de tesoros del capitán Garfio.

Isolina Cerdá Casado


Nuevos horizontes que atufan a una madurez obligatoria. Pobre chica.

   

    Puedes pensar que no tiene ningún sentido, es como si el tiempo te estuviera arrastrando a la orillas de una nueva isla. Una tierra diferente, en la que los miedos la han poblado enteramente. El color de tu vida ha cambiado; va cambiando minuto a minuto.
    Empiezas a reconocer expresiones que tu madre repetía y que para ti carecían de sentido. Pero ahora, hoy, en este momento me doy cuenta de que estoy llegando a metas distintas. 
    Yo no soy nada, ni nadie, apenas una gota de lágrima herida.
    No quiero razonarte penas. Hace mucho frío en la calle. Por suerte en casa no, hay calefacción, pagaremos con dificultad las elevadas facturas que nos lleguen, tenemos monedas y elegimos gastarlas calentándonos. Mi casa es un hogar feliz, aunque las prisas nos hacen rebelarnos contra el poco tiempo disponible. Y gritamos, las paredes están cansadas de sentir el golpe de las ondas sonoras tensionadas.
    No queremos, sí, pero gritamos demasiado. Soy yo que ya no soporto que me direccionen las obligaciones externas. Vivimos en medio de una gran carrera vital. Y demasiadas veces el cansancio no nos deja ver en el horizonte una meta acertada. 
    ¿Pero tú estás cansada? Entonces, ¿para qué haces tanto ejercicio? ¿qué exigencias te aplicas? 
    Soy simplemente una mujer que arrastra las piernas y cuya cabeza pesa tanto que en ocasiones cae al suelo y sale rodando. Y la persigo, sin verla, porque mis ojos ruedan con ella.
    Pobre niña, ¿y qué haces con tus hijos cuando la cabeza gira y gira por los suelos? 
    Pues en ese momento ellos se entretienen dando patadas al balón improvisado, y el miedo es pataleado junto con el dolor de cabeza insoportable, y entonces todo vuelve a la normalidad.

Isolina Cerdá Casado

Pos pandemia. Corazón postraumatizado.

      Hoy, ahora, hace un momento, me dio por hacer limpieza del bolso. Mi bolso es una especie de contenedor de vida, también de objetos pu...