lunes, 24 de febrero de 2014

Mala racha.


    Bueno, quiero compartir un estado de negatividad en el que nos encontramos inmersos, mi familia y yo. Recuerdo perfectamente el día en el que brindábamos recibiendo el año nuevo, sentía que el número era bonito, me dije a mí misma que este año sería un gran año. A dos meses de dicho momento eufórico acompañado de grandes manjares, buenos vinos y deliciosos postres, culminados con copas llenas de doce uvas aliñadas con alcohol, siento que me podía haber estado calladita. 
    Nuestra querida Paty se fue en el silencio más absoluto de su enfermedad, sin saber la gravedad de su estado hasta la inmediatez del momento en el que mi hijo y mi marido se despedían de ella. Apreturas económicas, un robo descorazonador que te golpea en el punto más alto de tu afición, la de mi marido, sus queridas gallinas y pájaros, se las llevaron amontonadas en jaulas preparadas para sacarlas en el mercado negro, negrísimo de almas negras negrísimas. Los tonteos de la salud, que menos mal que no afectan a los niños, a pesar de las toses horribles que entorpecen su descanso. El desánimo o la depresión que bombea en mi interior, que hace que en un momento de rotura de equilibrio interno, en plena batalla madre e hijo, rompa a llorar sin justificarse dicha reacción ante el desencadenante que abrió la botella. Y que como consecuencia de ver las lágrimas recorriendo mejillas cansadas, mi hijo me pregunte que por qué lloraba, no veía tan importante la discusión de los zapatos del carnaval. Y la vajilla, tres vasos rotos y una taza en menos de dos días. Accidentes absurdos que te confirman la mala racha en la que estamos. Y mi padre que no está cien por cien, le duelen las piernas, tal vez es desgaste. Para culminar la dirección de rotura de la buena suerte, el coche se rompe, plas, y ya te ríes por no llorar, a sabiendas de que no es una risa sincera que expresa alegría, es una risa nerviosa que muestra el baile histérico del alma temblorosa. Uf, y sólo llevamos dos meses del dos mil catorce. 

    En fin, de pronto he tenido el impulso de escribir, de contarlo, de compartir esta negatividad en la que me encuentro, o que siento, que sí que hay cosas peores, pero ahora mismo es como si todo se hubiera caído, y camino a paso lento porque me cuesta levantar las piernas. Estas pobres gallinas preciosas de la foto, espero que estén bien donde quiera que se las hayan llevado esos amigos de lo ajeno, los ladrones siempre han existido, pero qué impotencia más grande cuando te quitan cosas que has conseguido con tanto esfuerzo. 

Isolina Cerdá Casado

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