El enigma del cubo de basura que atraía misteriosamente a las mujeres con espíritu creativo e impulsivo
Ella jamás hubiera imaginado un final semejante. El día había amanecido bien, normal, con sus historias de siempre, esas cotidianidades que hacían que un día corriente no dejara de ser corriente. Todo pasó como siempre pasaba, desde el mismo instante en el que sonó el despertador y lo pospuso diez minutos más, y luego lo volvió a retrasar diez minutos más tarde, esa sucesión de horas diferentes para el despertador móvil había hecho que se levantara de la cama con los minutos justos para vestirse, echarse un montón de agua en la cara, mal peinarse y sin tiempo para tomar café despertar a sus hijos a lo loco y con mucha prisa, ese retraso solo podía afectarle a ella, ellos debían ir vestidos, pienados, lavados, desayunados y sonrientes al colegio ese lunes corriente y moliente.
La pobre mujer, que en realidad era muy feliz porque en el fondo había dormido una hora más gracias a sus devaneos con el despertador, iba todo el día prácticamente a rastras. Colgó a sus hijos de ambos brazos y los tiró en la puerta del colegio, bueno, los acompañó hasta la entrada aunque sintió que los tiraba, en el fondo se hubiera quedado con ellos metida en la cama pero los tenía que llevar a que aprendieran, era necesario, la sociedad obliga a ello, debían convertirse en perfectos ciudadanos integrados socialmente. Ya que ella no lo había conseguido. Al menos eso era lo que sentía, que estaba fuera, que no dejaba de correr pero que no llegaba a ningún sitio. A veces esas cosas ocurren. Creces, conoces a un chico, te vistes de blanco y te casas, tienes tres hijos, un perro y dos gatos, trabajas dentro y fuera de casa, y ¡ya te has hecho mayor! Sientes que ha pasado el tiempo tan deprisa que es como si hubiera llegado de golpe el tiempo adulto. El tiempo en el que ya no estabas a tiempo de mirar para otro lado y bajarte del tren.
Así fue, en ese estado de ambigüedad mental y emocional, y con un cansancio pasmoso, así fue, como digo, el estado que la envolvía cuando se encontró con aquel misterioso objeto: el cubo de basura. Le pareció atractivo, por cualquier razón, ese instante en el que se sentó en el banco reparó en él, en su cuerpo esbelto, en su color de piel grisáceo, en su suavidad. Si una parte de ella hubiera estado cuerda en ese momento se habría dado una bofetada así misma para despertar de la ensoñación. Aquel cubo de basura la estaba mirando. ¿Quién miraba a quién? Ella solo estaba esperando a que sus hijos salieran de su actividad extraescolar, estaba deseando llegar a casa, hacer todo lo necesario para que sus hijos se metieran en la cama y libre de su cargo materno, tirarse también ella en la cama y seguir por donde lo había dejado aquella mañana de lunes corriente y moliente.
Pero no, las cosas nunca fueron sencillas para ella, en realidad tenía una misión en la vida, y lo sabía, siempre acababa por descubrir mundos peculiares, ella pintaba otras realidades, las pastillas que su médico le había recetado no eran suficientes para frenar su bendita locura. Así fue como decidió acercarse hasta el cubo de basura. ¿Me miras a mí? ¿Qué quieres? ¿Qué tienes por dentro? ¿Alma? ¿Atormentada?
Se atrevió a abrir su puerta, entonces sintió cómo las vísceras de aquel objeto sensual, ¿sensual?, bailaban en sangre, sangre social putrefacta, ¿acaso no era como se sentía ella en muchas ocasiones? Y no pudo más que dejarse llevar por aquella fuerza, antes le envió un wasap a su marido. "Recoge a los niños, creo que no llego a tiempo".
Una cosa estaba clara, ella se podía ir de aventura con un maromo gris pero antes dejaría apañados a sus hijos.
Cuando el marido llegó al centro deportivo preguntó por ella, nadie la había visto, solo quedaban unas botas gastadas por el uso y por la vida y las muchas carreras que se había echado las veces que corría hacia el colegio para no llegar tarde a recoger a los niños. La policía jamás pudo explicar por qué el calzado de aquella mujer estaba colocado tan sospechosamente a la entrada de aquel cubículo. Curiosamente no era la primera mujer en desaparecer en aquel Centro deportivo que acogía las piscinas municipales del barrio de la Fortuna de Leganés. Muchas mujeres han confesado su extraña atracción por estos cubos de basura cuya permanencia está siendo cuestionada por mentes socialmente integradas y con cierto grado de cordura.
Isolina Cerdá Casado