Os voy a contar el regalo de Navidad que he sentido como tal. Los pacientes habían terminado de comer, tras los aseos, medicaciones mañaneras, tensiones controladas y cariños de cuidadores recibidos... El pabellón San Francisco de Cantoblanco estaba bajo control, los auxiliares estaban relajados esperando iniciar la segunda vuelta, el día tenía un tono grisáceo, llovía, era Navidad, había bolas de colores dorados brillantes, y muchos llevaban cuernos de reno y gorritos rojos en sus cabezas. De pronto la enfermera Clara apareció con una guitarra entre sus brazos y animó a que la acompañáramos en un recorrido mágico, las cuatro auxiliares la siguieron: Jesús lleno de su energía transgresora y vital; Carmen la mujer que puede con todo y sonríe a sus pacientes mientras hace su trabajo; Yune, la ojazos como la llamaba María, una paciente muy amable y agradecida; María, la auxiliar que trabajaba con tiento y gran escucha hacia sus pacientes, y la celadora escribidora que también siguió a Clara, la enfermera que nos contagió de su ternura y de su luz y sabedora de que íbamos a hacer algo bueno para los pacientes y algunos de sus familiares.
¿Por qué ha sido un regalo para mí? Pues porque en mi casa no hemos cantado ningún villancico en nochebuena, no hemos podido reunirnos con la familia más amplia, porque mi hija no ha podido ver a sus primos y a sus tíos y disfrutar del calor de su abuela, porque no sabemos cuántas navidades nos quedan para disfrutar juntos, porque ese aislamiento preventivo se ha realizado porque no queremos poner en riesgo a la gente que queremos y nos importa. Porque en definitiva todo está siendo envuelto por un miedo pandémico con montones de casos cercanos, de familiares, amigos, compañeros de trabajo, etc. Y a pesar de ese extraño olor a Covid, a pesar de eso, ahí estábamos, cantando villancicos a las personas, la mayoría octogenarios, que aun a pesar de tener que llevar oxígeno, sueros goteando en sus venas analgésicos o antibióticos, pastillas acompañando desayunos, comidas y cenas, sufriendo malestares convulsos, ellos, ellos también cantaron con nosotros y por un momento sonrieron felices, se olvidaron de la vía que llevaban puesta y la zarandearon acompañando el ritmo con aplausos, e incluso hubo quien se emocionó, y lloró de alegría no por dolor... A Ramona el alzhéimer la dejó en paz por unos minutos, y recordó cómo era la letra de aquel villancico; María aplaudió feliz, olvidando la razón por la que estaba en Cantoblanco; Mari Paz miró fijamente y esbozó una mágica sonrisa, leve pero ahí estaba; José aplaudió y solo pensó en ese peine y esos cabellos de oro, ni temblores, ni tristezas; hasta Concepción cantó con nosotros, ella a la que le dolía el cuerpo hasta la médula y veía las estrellas cada vez que la aseábamos, vio en Clara y sus acompañantes una luz de esperanza...
Formar parte de aquella banda de duendes mágicos hizo del día de Navidad algo especial, la dureza de trabajar en un día como aquel fue compensado por las caras de felicidad y los momentos llenos de emoción que pudimos compartir. Gracias compañeros, gracias a la mujer que con su guitarra despertó sonrisas y acarició almas. Gracias a todos aquellos que con su trabajo, especialmente en estas fechas tan especiales y duras, hacen del mundo un lugar más bonito para vivir.
Isolina Cerdá Casado
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