lunes, 27 de enero de 2014

Miradas.


   Acababa de dejar a mi hijo Cristian en clases de inglés. Hacía un frío que pelaba. Buscaba imágenes. Qué cosas, ahora necesitaba inspirarme en una foto de algo para escribir. ¡Qué absurdo! ¿A caso no era suficiente con ver, con sentir y plasmar? Pues no, ahora quería más, quería que mis textos estuvieran acompañados por imágenes de la realidad inspiradora. La verdad es que me siento absolutamente privilegiada, poder escribir cuentos, poder contar cosas, sentimientos, emociones, gracias al manejo básico del lenguaje. Hacía un frío terrible, ocho grados, tarde fresca.
    Vi unas rosas preciosas subsistiendo al frío invierno madrileño. Y comencé a fotografiarlas con el móvil, ahora me doy cuenta de lo útil de este regalo tecnológicamente avanzado. Las veía como un toque inspirador entre la sombría y difícil cuesta de enero. Todos vamos con nuestra historia a cuestas. Mientras escribo esto, sentada en unos bancos anaranjados en la recepción de la biblioteca Julián Besteiro, un señor se ha tomado un vaso de leche de la máquina expendedora, mojando en él unas galletitas cuadradas que traía de casa. Me recordó a mi papá, él de vez en cuando también pasea galletas envueltas en servilletas de papel.¿Será cosa de la edad?
    El señor debía tener setenta y pico años. Cada uno lleva su propio paquete de vida, una libreta en la que escribe sus cosas, mental, fotográfica o espiritualmente. Antes de sentarme a las afueras del recinto sagrado, estuve paseando por los pasillos llenos de libros. ¡Cuánto me queda por saber! ¡Qué pequeña me siento paseando cerca de tanta sabiduría encuadernada!
    Y allí, a las puertas de la biblioteca, en la calle, expuestas al frío y escuchando conversaciones de grupos de jóvenes fumadores que parloteaban excusados alrededor de una papelera oxidada, estaban ellas, una negra y otra blanca.
    Ellas eran amigas, se hicieron amigas a la fuerza, las colocaron juntas para que no se sintieran solas; la vida es bastante compleja como para no poder compartir con alguien las penas temblorosas. Al principio rivalizaban por ver cuál de las dos se llenaba antes de basura, hasta que se dieron cuenta de que era absurdo competir: llenarse de mierda no era un triunfo del que sentirse orgullosa. Ahora pasan frío refugiadas en el calor de una amistad bicolor. Miran de reojo a la planta que las mira desde dentro, en ese lugar privilegiado caldeado con gas natural. Nunca se sabe en qué lugar se va a encontrar a un amigo.

Isolina Cerdá Casado


Imaginación.


    Seguramente en muchas ocasiones uno tiene la sensación de que no va a ser capaz de afrontar la vida. Estamos rodeados de grandes y maravillosas nubes que de vez en cuando nos saludan, y despiertan nuestra imaginación y nos confirman que todo es posible, que no hay impedimento para que la creatividad nos provea de grandes esperanzas. En este lunes frío, un veintisiete de enero, grandes rachas de aire trasladan nubes de un lado a otro, formas variadas, múltiples, creativas, preciosas. A mirar el cielo y disfrutar.


    El gran señor blanco me dijo si necesitaba su ayuda, le dije que no, él me quiso invitar a un café en el bar de la esquina, le respondí que no, que iba con prisa, mis hijos salían del cole en siete minutos, iba justa de tiempo, como siempre por otro lado, así que le propuse quedar en otro momento. Pero el señor de blanco me confesó que no era posible quedar otro día, se iba a convertir en un sapo, o en una rana, o en un dragón de un momento a otro, porque su ser cambiaba conforme la gente lo miraba con curiosidad. Así que me despedí de él con cierta pena pero feliz porque gracias a la imaginación y al viento esa nube seguiría estando viva dentro de cada uno de nosotros.

Isolina Cerdá Casado


Puesta de sol.


    La mujer estaba absolutamente desesperada, acababa de darse cuenta de que el fin de semana prácticamente se había escabullido, sin apenas ser consciente, estaba harta de tantos quehaceres ingratos que apenas la llenaban por dentro pero los sabía necesarios para poder vivir por fuera, entre las cotidianidades mundanales del hogar. 
    Acababa de tomarse un café con leche, ya era tarde, demasiado para mantenerse activa estimulándose a base de cafeína, sin embargo era tal la desconexión que conseguía en ese momento de sorber el líquido caliente y reconfortante que no le importaba permanecer despierta hasta altas horas de la noche. El domingo se estaba acabando, tantas cosas que iba a hacer y sin embargo no había hecho. Salió a tender la última lavadora del día, no se explicaba cómo era posible ser tan guarros o pretender ser tan limpios, la cuestión era que ese día había hecho girar el bombo de la lavadora como tropecientas veces. Se puso una cazadora, tenía una pinta curiosa, si alguien la hubiera visto se habría tronchado de la risa, pero a ella no le importaba lo más mínimo, ni su pelo despeinado, ni sus zapatillas de andar por casa cuatro números más grandes, ni la cazadora gigantesca que la cubría casi hasta las rodillas; en realidad se había puesto lo primero que había encontrado para salir a la terraza. Parecía un personaje salido de las cavernas del siglo veintitrés. Su cara seguramente también. Sin maquillajes, ni cremas, ni nada de nada. Sin embargo, en cuanto salió a su particular trozo de cielo sintió estar envuelta en llamas, pero no eran peligrosas, ella no lo sintió así, se limitó a percibir el abrigo cálido del cielo, era una puesta de sol preciosa, podía imaginarse disfrutándola sentada en la orilla de una playa de las rías bajas gallegas, sabía que algún día llegaría ese momento. Qué suerte haberse tomado aquel café y estar tan espabilada viendo el cielo llameante. A lo lejos escuchó gritos, sus hijos se habían enganchado nuevamente, ¿qué motivación tendrían esta vez los gritos de las fieras? Entonces volvió a la tierra, por un momento se había alejado tanto de su realidad que le costó volver al mundo, se dio cuenta de que no tenía arena blanca bajo sus pies sino unas zapatillas de andar por casa del número cuarenta y tres, tampoco tenía un bañador dorado lleno de perlas blancas sino una cazadora del equipo de fútbol de su marido, su pelo no bailaba libre al son de la brisa marina sino que estaba recogido malamente en un pretendido y malogrado moño. Y aunque el barreño estaba lleno de ropa húmeda, esperando ser colgada de las cuerdas, y sus hijos seguían con el cántico guerrero, ella sonreía feliz, por suerte, a pesar de que ya se había zampado el fin de semana, todavía le quedaban los resquicios más suculentos: una puesta de sol inspiradora bailando sobre los tejados.

Isolina Cerdá Casado

jueves, 23 de enero de 2014

He ido al médico, me acompañaron los negros. ¿Poesía? No, no, no, más bien prosa poética. Vamos una diarrea, como siempre.

    En blanco estoy, azulada grisácea, oscura, casi negra blanquecina,
estoy absorta en miedos profundos que van y que vienen,
que corren y saltan, que gritan y ahogan.

    Yo no soy nadie,
apenas una sombra imperceptible,
que tiene frío, que tiembla de miedo.

    Y en ese no ser, en ese no estar, vuelo
sin saber que llego hasta paisajes oscuros de otoño e invierno.

    Tú no sabes nada,
yo nada te he dicho,
pero hay algo en tu mirada,
eres cómplice de mi tristeza,
no es solo desesperanza desparramada.

    Es una luz apagada por un suspiro profundo
el último de todos, el que se emite sin fuerzas desde el suelo.
Quiero que quien sienta el mío, me acaricie con la mirada del amor sincero.

    Y en el fondo podrás pensarlo,
sentirás que algo está pasando por dentro
aunque te digan que no, que todo marcha bien,
tu miedo no se borra con una prueba cualquiera.
    
    ¿Y a quién pedirán ellos su compañía? 
¿Quién les empujará con cariño en su caminar?
Todos acaban sobreviviendo, las cosas ocurren, llegan, pasan...

    Pero si los sentimos con dolor antes de que lleguen, ¿a caso vamos a lograr que no nos afecten cuando hagan su aparición? Y si nunca jamás se producen, ¿quién te devolverá las horas que perdiste amargada entre llantos movidos por el miedo ante aquello que nunca pasó?


    Hoy he ido al médico, miraba a la gente, sentada, esperando, aburridos, con miedos callados; el corazón palpitaba tan fuerte que deseaba que me llamara el médico para que pusiera su mano en mi pecho y sintiera el grito de mi cuerpo ¿enfermo? ¿temeroso?
    ¿Por qué cojones tendré que ser tan sincera? La angustia interior puede ser tan terrible e insoportable...
Pero ¿de qué  estamos hablando? Tómate una tila, neurótica de pacotilla.
    Le dije al doctor que mi perrita se había muerto, por un cáncer, "le reventó el bazo". ¿Qué le importaba? Ya pero, ¿y si este dolor...? ¡Por favor! Sí, miedo, era miedo a ese dolor físico real. Me duele. ¿Puede doler el miedo? ¿Son nervios como dice mi marido? ¿No debería estar justificado sufrir por el futuro de mis hijos? La gente se muere, joder. "Vamos a mandar una endoscopia". Vale, sí, de acuerdo. "No la solemos mandar porque es muy desagradable, pero..."
    Creo que le llevé a mi terreno. "Nunca antes había oído hablar de la oncofobia", le dije yo. "Tal vez no sea nada lo mío, pero claro. ¿Usted me entiende verdad?", le dije esperando su asentimiento.
- No me hables de usted, me siento raro.- dijo el doctor.
-De acuerdo. -añadí yo.
    En todo momento yo estaba acompañada por mis zapatos, mi viejos camper, son los únicos que han resistido al paso de los años, han sido la mejor inversión que he hecho en mi vida en un par de zapatos, incluso ahora, mientras escribo esto en un rincón de la biblioteca, me acompañan.
    ¿Por qué será tan dura la vida? No sé, hoy percibo más esa parte en la que caen obstáculos ante tus pies. Menos mal que voy bien calzada, en estos puedo confiar, puedo darle una patada a esos susodichos incordios.

¡C'est la vie!
Isolina Cerdá Casado




Un regalo del cielo.


    Puede que no se aprecie demasiado, pero a lo lejos, allá en lo alto del cielo, se veía perfectamente los colores del arcoiris, mi hijo me pidió el móvil, yo conducía, él se ofreció a fotografiarlo con mi nuevo aparato. Nos dirigíamos a clases de inglés, él iba quejándose, que no quería ir a las dichosas clases que eran un aburrimiento, mi hija gritaba sentada a su lado en el asiento trasero del coche, los gritos tenían que ver con un manotazo que su hermano le había dado. Íbamos justos de tiempo, como siempre por otro lado, pero yo estaba estresada perdida, además de las quejas particulares que ambos tenían me sentía mal físicamente. De pronto uno de nosotros se percató de que había salido ese precioso guiño de color. Yo que les había mandado callar, con mis voces contribuía a mantener el ambiente cargado de tensión. Entonces tras la imagen me callé, mi hijo se calló, y mi hija también cerró su boca, todos quedamos fascinados disfrutando del paisaje celestial, hasta los cabezones parecían ser esculturas de bronce petrificadas en medio de una rotonda cualquiera de Leganés.

Isolina Cerdá Casado  

martes, 21 de enero de 2014

Abejas obreras sin miel luchan por la sanidad pública colgando sus reivindicaciones en los balcones de sus viviendas.


    En la zona de Zarzaquemada de Leganés, hay altos edificios de nueve plantas que se exponen a los vientos del norte. Las abejas que viven en semejantes colmenas se protegen con grandes trozos de tela en las que plasman las reivindicaciones más elementales de los moradores de esas estructuras verticales, como es la defensa de la sanidad pública. No hay mayor temor que la sensación de sentirse desvalido y desnudo ante las enfermedades venideras. Las abejas tienen miedo de ponerse enfermas porque los rumores de que puedan perder ese preciado abrigo les atormenta. Hay abejorros que no temen nada, porque ni viven en grandes edificios expuestos a los choques frontales de nubarrones cargados de agua, ni sienten que haya riesgo de pérdidas en sus coberturas, ellos tienen posibilidad de tocar a la puerta de un eficio en el que hay médicos que te atienden a cambio de kilos y kilos de billetes de miel. Pero si la producción escasea, ¿qué les pasará a las abejas obreras cuando no tengan miel que entregar a cambio de los cuidados de los médicos y no hayan edificios en los que se les atienda gratuitamente? 
    Yo, como abeja obrera, empujo a mi hija en el columpio y disfruto del contraste de color que ofrece una niña llenando un parque, y miro hacia arriba y me solidarizo con los valientes que cuelgan las sábanas blancas pintadas de gritos de alarma, y me pregunto por lo que pasará en un futuro, y miro a mi hija y pienso: ¿conseguirá un buen trabajo para vivir con la tranquilidad de un abejorro? ¿crecerá con salud y los miedos más profundos no se verán plasmados en ningún diario? ¿nos veremos obligados a pedir ayuda para ser atendidos por un médico? Después de su ratito de parque nos fuimos a comprar leche. ¿Y si no tuviera dinero para comprarla como tantas madres en esta época de precariedades laborales? No todos se atreven a pedir, hay que ser valiente hasta para eso. Bueno, no pensemos en ello, disfrutemos del ahora, que al fin y al cabo es lo que verdaderamente tenemos.

Isolina Cerdá Casado


lunes, 20 de enero de 2014

Un gran detalle: que alguien invierta su preciado tiempo en crear algo bonito para ti.


    Por mi cumpleaños mi cuñada Gicela me ha regalado una libreta decorada de mil maneras y con mil materiales para que plasme mis ideas y mis historias...


    Me emocionó muchísimo la sola idea de imaginarla por la noche, en las pocas horas libres que su trabajo le deja, plasmando su creatividad sobre una libreta, que ha llenado de curiosos detalles, lindos lindos.

Isolina Cerdá Casado

Tiendas, compras, pies que se mueven arrastrados por piernas cansadas dirigidas por mentes llenas de estrés mohoso.


    Me habían regalado un móvil por mi cumpleaños. Yo le decía a mi marido que no era necesario que me regalara un móvil con demasiadas prestaciones, no quería que gastara mucho dinero. El me convenció, entre el regalo de su familia y el nuestro podía asumir un regalo más bien caro. Batalló bastante conmigo hasta que me convenció. Paseábamos por Parquesur, un gran centro comercial de Leganés, y era tal el agobio de gente que había paseando por los pasillos gigantes colindados por las grandes tiendas llenas de productos para comprar que casi sentía la falta de aire. Todos tenían un objetivo: comprar algo. No siempre se trata de algo intercambiable con dinero, yo te doy euros tú me das productos. A veces es invertir tiempo y hacer bulto para poder estar paseando calentitos codeándose con los que sí pueden comprar, no todos tienen dinero para hacerlo. 
    Ya tenía el móvil en mis manos, me estaba familiarizando con el aparato en cuestión, entonces se me ocurrió hacer una foto a la gente, y después enviármela por wifi a mi correo electrónico, y así poder utilizarla como imagen en uno de mis textos, éste concretamente. Podía hacer unas fotos estupendas con ese magnífico móvil que casi no me atrevía a tocar por lo caro que me parecía. Mi vida podía mejorar, ¿tenía necesidad real de mejorarla? Supongo que no, pero lo cierto es que después de aquello me di cuenta de varias cosas: con dinero uno puede ser un poco más feliz, de hecho hizo falta dinero para hacer efectivo el regalo; gracias a que mi marido se molestó en buscar y buscar la opción más adecuada yo pude hacer la foto; gracias a que una amiga me arregló el ordenador portátil yo puedo seguir escribiendo en los momentos de inspiración y necesidad cotidiana; gracias a que somos lo que somos podemos hacer lo que hacemos. En fin, esto parece que aun siendo una cadena de favores, el hombre propone pero el dinero dispone. Pero la realidad también es que para que se pueda disponer uno tiene que poder trabajar de una u otra manera, y con tanto paro las propuestas y las disposiciones escasean.
    Empecé por pies perdidos que caminaban por una superficie clara, pies con sus zapatos que van de aquí para allá, saludándose, mirándose. "A mí me compraron aquí, dicen que me llevan al zapatero" "¿Y tú cómo vas?" "Bueno, voy bien, tengo las tapas gastadísimas pero mi dueña se cree que no me duele y no se gasta un duro en arreglarme los bajos" "Al menos a ti no te han tirado a la basura, como a mi prima Mustangcha, que la mandaron al vertedero por tener la piel corroída, cuando jamás se molestaron en ponerle una fina capa de grasa"...
        
Isolina Cerdá Casado

    

miércoles, 15 de enero de 2014

Para el Caballero, Jesús.

    Había una vez un caballero que estaba sentado en la punta más alta de una montaña, llegó hasta él un príncipe que quería saber el sentido de la vida y andaba buscándolo por bosques y por montañas, ya que decía estar desengañado de los determinismos de la vida en las ciudades.
    El príncipe quiso saber lo que aquel caballero pensaba a ese respecto, puesto que vio en él cierta envidiable intensidad en su felicidad, y éste le respondió:
    "Verás, príncipe, yo he atravesado una gran tormenta, me enfrenté al peor de los enemigos, un traidor que me atacó por sorpresa y desde dentro. Cada mañana me levanto agradecido porque vencí al peor de los monstruos, vengo corriendo hasta este punto de la montaña, respiro profundamente y miro hacia el horizonte, y elijo el cachito de tierra que descubriré en mi próximo viaje. Y siento que todavía hay muchos trozos de mundo por explorar, por sentir, por vivir.
    Ese es el sentido: Tener razones para seguir. En mi caso nuevos pedazos de mundo hasta los que llegar."

Isolina Cerdá Casado

Para una princesa aventurera, Gisela.

    Este es un detallito encontrado en el fondo del océano, pertenece a una princesita que atravesó el Atlántico en busca de un sueño. Su sueño era especial tenía que ver con la libertad que le podían dar las monedas, con el amor puro para lo cual debía encontrar a su príncipe encantado y con el desarrollo de su alma creativa que bailaba feliz delante de un lienzo en blanco.
    Esta princesita es tan valiente, cariñosa y detallista, que los habitantes del reino, en el que se instaló feliz aunque añorante en ocasiones, se sienten agradecidos a esos delfines que la siguieron por el mar en su gran aventura vital y la protegieron en su viaje. Porque gracias a la valentía de la princesa los moradores de la nueva tierra se han visto rociados con trocitos de su alma en esos cuadros que pinta llenos de sus maravillosas creaciones aladas.
    Con cariño, los habitantes del reino familiar.

Isolina Cerdá Casado.

Adaptación.

    Tienes muchas cosas que contar, por eso arden las imágenes en tu mente, se reproducen, disfrutan, incluso mueren. No te importan algunas cosas que para otros sí parecen ser importantes. No te gusta lo burdo, bruto y sin sentido, pero a veces tienes que soportar ese tipo de cosas. Algunos comentarios te hieren, quieres que te resbalen, te gustaría estar toda untada de jabón y de este modo no permitir que las palabras hirientes te afecten, se peguen a tu alma como una losa. No dejes que la cruda realidad te hunda. Uno tiene que aprender a vivir con aquello que no le gusta, acomodarse, aprovechar lo que se tiene, adaptarse.
    Tarea para hoy: imaginar que no llevas bragas, ni sujetador, ni camiseta, ni pantalón. Pero no estás desnuda, ojo. Tienes toda una capa blanca jabonosa pegada a tu piel, te recorre, te envuelve. Nada de lo que te molesta te puede afectar, tú estás protegida con tu armadura resbaladiza e incomible, eres feliz, te ríes del mundo, te proteges de ti misma, te adaptas. ¿Eres capaz de verte así? Estás salvada, puedes salir a la peligrosa calle, nadie te va a coger y a apalear, estás resbalosa, ¿recuerdas?

Isolina Cerdá Casado

martes, 7 de enero de 2014

Hasta siempre querida Paty, jamás te olvidaremos, jamás.


    Ha ocurrido esta misma noche, el siete de enero aunque escribo la madrugada del ocho por la grandísima pena que hace brotar un río de lágrimas incontenibles de mis ojos y soy incapaz de dormir. Llevaba un período de tiempo comportándose algo distinta, temblorosa en ocasiones, demandando más proximidad física de la habitual, pero nunca podíamos imaginar que estaba tan malita. Hoy, cuando la sacamos a pasear tuvo un comportamiento verdaderamente inusual, no se separaba de Agus, ni si quiera para ir a hacer pis; a lo largo del día había estado muy apagada, se lo dije a mi marido. Al volver del paseo, a eso de las ocho y diez de la tarde, decidió llevarla a la clínica veterinaria, porque se dio cuenta de que algo no iba bien. Desde la clínica me llamaron, mi marido y mi hijo de siete años, Cristian había ido con él. La analítica de sangre no pintaba nada bien, y los resultados de la eco posterior confirmaron los malos augurios, Paty tenía cáncer, en un estado muy avanzado, en el bazo y el hígado, y con manchas por todas partes. Estaba sufriendo, mucho, no tenía remedio, no era operable pero sí se podía poner fin al sufrimiento. Mi hijo, el valiente, fuerte e increíble Cristian, estaba presente. Él y su padre estuvieron acompañando a Paty en ese final, cuando mi hijo le dio un beso de despedida, ella se lo devolvió con un lametazo. Fue tan grande el dolor que mi marido no se sintió con la fortaleza suficiente de traerla a casa muerta para que le diéramos un entierro, sintió que le fallaban las fuerzas.
    Mi hija Lara, cuando le dije que Paty estaba muy malita, y que la iban a dormir, comenzó a llorar, sin saber que había muerto en realidad, no le dije nada explícitamente pero me vio llorar. Al llegar Agus y Cristian, cuando supo que Paty había muerto, comenzó a llorar, con una pena dolorosa que nunca había visto en ese cuerpecito de cinco años. Antes de que ellos llegaran comencé a tener un dolor intenso en el pecho, y tuve miedo, era el dolor de siempre pero me imaginé que si Paty había estado aparentemente bien y sin embargo tenía un cáncer, por qué yo no lo podía tener. Mi hipocondría se extendió hasta grados impensables. Me imaginé en el mismo estado que nuestra pobre perrita, y escuchando el dolor de mi hija al saber que Paty se había ido, me puse en su lugar en el hipotético caso de que a mí me pasara algo. Nunca se sabe, la verdad, en esta vida ningún minuto posterior al presente está asegurado.
    

   Nuestra querida Paty era especial. Lo eras, sí. Todo el mundo que te conocía decía lo mismo de ti, que eras la perrita más buena que habían conocido. Y era cierto. Incluso Piedad, que alardeaba de que tenía una fobia exacerbada a los perros, te quería y te dejaba que te acercaras a ella, porque decía que tú sabías que a ella no le gustaban los perros y te acercabas con sigilo y delicadeza hasta sus pies. Estuviste con nosotros mucho tiempo, así que lo has vivido prácticamente todo hasta este momento, y a partir de aquí siempre estarás con nosotros porque tu huella es imborrable. Yo nunca te había oído ladrar hasta el primer día que salimos con Cristian recién llegado a casa, apenas unos días, a dar un paseo por el parque. Recuerdo que se acercó otro perro, y te pusiste como loca, algo viste que no te gustó. Estabas protegiendo al dueño de aquel pañal que oliste con curiosidad antes de que te lo presentásemos. Como estuviste viviendo unos añitos sola con Agus, tuvimos nuestros momentos de adaptación cuando me vine a vivir a Madrid, imagino que tenías que asegurarte de que yo era una buena candidata para tu noble dueño. ¡Cómo lo obedecías! A mí al final también, claro, aunque me rompiste unos cuantos bajos de pantalón antes. ¿Te acuerdas? 
    Esta noche hemos llorado mucho Paty; Agus, Cristian, Lara y yo, y también Javi y Piedad, y también Marga, ellos se ocupaban de ti cuando nosotros nos íbamos a Galicia, y en alguna que otra escapada. Ellos te trataron muy bien. ¿Te acuerdas cuantas cositas te compraban cuando eras más pequeña y estaban mejor económicamente? Montones de chuches especiales para perritos incluso juguetes. Pero mañana, mañana te puedo asegurar que mucha gente va a soltar unas cuantas lágrimas de verdadera pena, porque tú, siendo como eras, tan noble, tan buena, nada conflictiva, lograste enamorar hasta las personas menos atraídas por la fauna perruna. Me viene a la cabeza Mariví, siempre te daba algún trocito de carne rica cuando coincidíamos en la parcela, eso sólo lo podías conseguir tú. Se pondrán muy tristes todos los primos de Cristian y Lara: Álvaro, Adrián y Marta. También las primas de Crevillente, con las que hemos estado estas navidades, que te manosearon todos lo que quisieron, tú les dejabas, siempre dejaste a los niños que se acercaran a ti. Y siempre con tu carita bondadosa y tu mirada triste y profunda.
    Tú, mi querida Paty, no eres sangre de mi sangre, ni mi prima lejana, ni política, ni mi hermanastra, eres nuestra perrita querida, eres más que cualquier relación parental o parentesca, eres la criatura más hermosa que nos ha acompañado en estos años, de dureza, de dolor, de alegrías, de emociones, de luchas. Siempre nos mirabas con la misma cara dispuesta a entregarte a nosotros, a hacer lo que te pidiéramos. ¿Te acuerdas? Cuantas veces tuviste que mostrar todo lo que sabías hacer. Seguro que estarías hasta el moño. "Venga, allá vamos. Sí, ¿quieres patita? ¿me siento? ¿me tumbo? ¿acierto en qué mano está la comida? ¿te doy un beso? ¿corro a por el palito y te lo traigo? Lo que quieras yo te hago." Siempre fiel a tu dueño. Era verlo y ponerte como loca, dar vueltas, hacerte pis de emoción. Va a necesitar mucho apoyo, Agus te quería con locura. También te ponías así de loca con Alfredo, ¿te acuerdas? Tal vez por el tono de voz, que  era muy parecido al de Agus, o porque Alfredo es muy majo y los perros sois muy listos, y tú eras la más lista.O porque los perros no olvidan, y tú jamás olvidaste que él te rescató de aquella residencia canina en la que te dejamos la primera vez, cuando nos fuimos de vacaciones y no podíamos llevarte. Él nos aconsejó que no te dejáramos nunca más allí, que salías deprimida perdida, y así lo hicimos. Eso es algo que tú sabías y que por eso le estabas eternamente agradecida, lo sé. 


    Siempre estabas alerta, ¿verdad? Bueno, para ti tal vez es normal, pero yo siempre admiraba tu reacción porque a los segundos había un cambio, alguien llegaba, tocaban a la puerta. Fuiste mamá de dos camadas. Hay hijos tuyos repartidos por el mundo. Bueno, un hijo tuyo, Casper, murió hace unos meses. Algo también muy triste, mi prima decía que otra estrella se había ido al cielo, junto con su madre, su abuelo, sus tíos, mi madre era tía suya.
    Mi padre también llorará, ¿te acuerdas cómo se empeñaba en sacarte a la calle todas las mañanas y las tardes cada vez que nos visitaba? Por su operación de cadera a mí me daba miedo que te sacara, por si lo tirabas, jamás se cayó paseando contigo, eras tan lista que estoy segura de que ibas con más cautela que él mismo.

    Victoria también te quería mucho, siempre que ibas a su casa te daba unas galletas prohibitivas, y cuando estábamos en los cumpleaños celebrándolos en la parcela te ibas a su lado, siempre te caía algún huesecillo con mucha chicha. Por no hablar de toda la gente de la calle que en algún momento se cruzó contigo, conquistabas a todos querida, preciosa, linda.
    No puedo creer que ayer te fueras. Salieras de nuestras vidas sin hacer ruido, sin ladrar, sigilosa, con una enfermedad que te comía por dentro y sin embargo no mostrabas por fuera. Ni una queja, cierto malestar en el viaje a Alicante que atribuimos a que te pudiste marear en el camino. 
    La veterinaria ha dicho que los perros son como las personas, tienen enfermedades, y en este caso, no se podía haber hecho nada, ni cirugía, ni tampoco prevención, un cáncer le puede salir a cualquiera. Espero que donde quiera que esté tu alma vaya abrigada con una cazadora blanca, se ponga un sombrero para protegerse del sol, una corbata cuando quiera parecer más masculina y que se tome una cerveza de vez en cuando y brinde por nosotros, porque nosotros nunca te vamos a olvidar.
    Te queremos Paty, siempre te vamos a llevar en nuestros corazones, siempre serás nuestra perrita querida. 

Con todo el dolor y el amor,

Isolina Cerdá Casado


domingo, 5 de enero de 2014

Diario de una copa de gin tonic.


    Es absolutamente inaudito, insoportable, extrañamente fascinante. ¿A caso le gusto? ¿Por qué me tiene que rozar con la máxima apretura de cuerpos? ¡Dichoso estropajo! ¿A caso se cree que yo estoy dispuesta a tolerarlo todo? El lavavajillas lagarto me acabó de rematar, después de pasarme la noche soportando los restos del delirio: unos cubitos derretidos que aguaban la ginebra y servían de refrigerio a los trozos de manzana y el zumo de limón, por no hablar de los restos de la ramita de canela. ¿Me merezco esto? ¿Tener que estar rebozada de jabón del barato? ¿Es que esos dos cuarentones no tuvieron su fiesta a mi costa con la excusa de tomarse un gin tonic? Yo fui el contenedor que usaron para emborracharse hasta las ranuras de las uñas de los pies. ¡Qué asco! ¡Si al menos me hubieran dado la oportunidad de reposar al lado de aquella copa seductora, altísima, bellísima e inusual para acoger un gin tonic hecho con deseo. Pero en el fondo lo entiendo, ella hubiera contenido mucho mejor un Ribera del Duero, si hubiera sido así, si su interior se hubiera teñido de rojo púrpura, no me hubiera podido resistir a esa seducción. Yo la miraba de reojo, justo unos segundos antes de que empezaran a echarnos líquidos, con el solo propósito de ingerirlos para después actuar con la frescura de unos gradillos liberadores de alcohol en sangre. La escena fue muy sugerente. El cuarentón acariciaba los mechones de pelo canoso de su mujer, más de diez años aguantando sus extrañezas. Al fin y al cabo ella tenía la paciencia suficiente de limpiar el váter cada vez que iba a hacer pis, e incluso recogía las prendas íntimas de su esposo tiradas por el suelo, sin el menor indicio de orden. Él la quería, no le importaba que su rostro se llenara de granos de vez en cuando, ni que dejara de depilarse por pereza; él siempre la deseaba. Sólo los gritos de su hija llamando a su madre entorpecían el momento dulce de desinhibición más absoluto en el sofá del salón. La madre dejaba a su marido, amante deseoso, y se iba a contarle el sexto cuento a su hija, con la esperanza de que se durmiera de una santa vez; no había manera, ni si quiera a las once y media de la noche podían estar tranquilos. 
    El alcohol empezó a hacer su efecto en mi cuerpo contenedor. Y lo que antes había sido una mirada, con el brindis de los amantes llegó el primer contacto con la otra copa. Ellos agradecían su amor incondicional, y las dos copas nos mirábamos sin saber muy bien cómo actuar. Jamás pensé que en algún momento de mi vida iba a liarme con semejante pivón. La cuestión es que ellos acabaron fusionándose con la mirada, lo que pasó con sus cuerpos no lo pude ver, se fueron a la cama y nos dejaron en el fregadero. Dos copas deseosas, borrachas, inusualmente unidas por el deseo ajeno. 
    Nos hemos hecho grandes amigas, una copa de gin tonic con una de vino. Las mezclas son siempre interesantes. Pero acabar con este jabón terrible pegado al cuerpo...no sé...prefiero recordarme brillante junto a ella.

Isolina Cerdá Casado


sábado, 4 de enero de 2014

Imágenes: Un puerro feliz que baila alrededor de una olla.


    Me sentía triste, iba deambulando por la casa con cierto peso añadido por las preocupaciones mundanas, le daba vueltas a asuntos familiares que me entristecían; cuando ves sufrir a alguien sangre de tu sangre, es inevitable que también tú sufras. Fui al baño, me vi en el espejo, estaba entristecida, quizá con más arrugas, alguna cana que en momentos de alegría se ocultaban por el revuelo de una melena feliz. Intenté arreglarme el rostro, inútil, los cuarenta habían emergido de pronto como un volcán con gastroenteritis aguda. Me peiné, me puse mis vaqueros rejuvenecedores, traté de vestirme alegremente para ocultar el estado del alma. Nada cambió el estado general de mi cara. Era como si me hubieran caído diez años más de repente. ¿Solucionaría la cosa un café cargado? ¿Tal vez un montón de magdalenas? ¿Unos bombones prohibitivos en estado de normalidad? Me dirigí hacia la cocina. A lo mejor lograba sentirme un mujer distinta si ingería algo delicioso. Olía a un extraño pupurri de verduras. No era precisamente lo que andaba buscando. Y entonces, casi sin darme cuenta lo vi. ¡Dios mío! ¡Aquel puerro solitario estaba bailando sobre la encimera de mármol! Imagino que no se daba cuenta de mi presencia. Yo sólo lo veía sonreír. ¿Pero por qué? ¿Qué era lo que le causaba aquel envidiable estado de felicidad? ¿Y desde cuándo los puerros podían bailar? ¿Estaba soñando? Me pellizqué. No, no soñaba. ¿Entonces? Bueno, tratando de normalizar el baile del puerro, más allá de su imposibilidad real de bailar, quise indagar el por qué de su felicidad. Qué justificación hermosa podían tener sus saltos de alegría?
    Entonces me di cuenta de todo. El puerro bailaba porque no estaba en la olla, cociendo con sus primos congéneres verduleros. El puerro se sentía feliz, su presente era feliz, y no se preocupaba en absoluto por el triste final que les pudiera deparar la vida a las zanahorias, patatas o repollo, con las que tal vez incluso compartió cajón en la nevera. Eso no significaba que en algún momento se hubiera sentido triste, ni tan si quiera que se alegrara por su mala suerte.  No, pero él podía bailar. ¿Por qué no bailar entonces? 

    La cuestión es que independientemente de que uno se pueda entristecer por lo que está ocurriendo a su alrededor, también es importante que se conceda un minuto para bailar por su propia suerte. ¿Bailas?

Isolina Cerdá Casado


viernes, 3 de enero de 2014

Volando sobre un pájaro de madera blanca.


    "Yo solo te digo que vueles conmigo, no te puedo decir exactamente a dónde vamos, pero sí que te aseguro que la visión va a cambiar." Me sentía tan entristecida en ese momento, mi mente estaba plagada de pensamientos negativos, recuerdos tristes de todas las vidas con las que me había cruzado en mi vida. ¿Cómo iba a imaginar que un pájaro extraño iba a poder conmigo, me refiero con mi peso, y que me iba a llevar a dar una vuelta por el mundo y ver las cosas desde otro punto de vista? Era un pájaro de madera, por dios, cuyas alas se movían por el efecto del viento y la elasticidad de unos muelles que las sujetaban a su cuerpo. Me dijo que cerrara los ojos, y que creyera, que me dejara llevar. ¿Llevar a dónde? ¡Pero si soy cincuenta veces más grande que tú! "La mente no tiene peso, querida, ni si quiera tamaño. No hay límites para volar." 
    Entonces empecé a comprender. Si un pájaro de madera era capaz de sugerirme que alzara el vuelo junto a él y que observara el mundo, yo también puedo ser capaz de creer que los cambios son posibles, sobretodo si dependen de un punto de vista.
    El mayor de los miedos es creer que todo es inmóvil, que nada está sujeto a cambio. Y los cambios más profundos empiezan dentro de nuestra cabeza, simplemente cambiando el punto de vista, esforzándonos por ser positivos y no dejarnos apalear por los pensamientos negativos. 
    Así fue como decidí asentir y dejarme llevar por sus plumas blancas petrificadas. Subí en su lomo, ¿lomo?, él se hizo gigante o yo empequeñecí físicamente, la cuestión es que pude subirme encima de él. Tras ello, el palo que lo mantenía sujeto al suelo del jardín en el que me lo encontré se despegó de su cuerpo, y ambos volamos juntos. Desde el cielo podía ver a mi marido recogiendo la cosecha, y a mis hijos que se columpiaban en un parque lleno de color, y me dije que cada uno de ellos estaba feliz, haciendo aquello que habían elegido hacer. Entonces, yo, solitaria en mi meditación, acompañada físicamente por un pájaro de madera, comencé a escribir en un trozo de cartón unos pensamientos azucarados con algodón dulce rosado, y recité unos versos, y me sentí tan feliz como mi familia. Por dios, qué afortunada fui entonces, hice un poquito de aquello que me gustaba. Qué afortunada soy, capaz de volar con un pájaro de madera blanca que alguien pintó con mucho amor. 
    Al regresar de aquel vuelo, me preparé un café con leche, me senté en una mesa situada en un lugar privilegiado desde el que podía ver y oír los sonidos felices de mis hijos y de mi marido, y me puse a contar un cuento.
    "Había una vez una mujer que se sentía perdida...Un día se encontró con un animal muy especial, que le ayudó a ver la vida de otra manera. La mujer no podía comprender cómo un simple trozo de madera con forma de pájaro podía llegar a influir en ella de tal manera que su mente se abriera y admitiera las caricias que le ofrecía el punto de vista animal, que no era más que un efecto de la vida que la rodeaba, cuya lógica no podía permitir que ella sufriera tanto sin justificación alguna. La mujer pudo comprender que la vida no está hecha para sufrir, hay que saber adaptarse, intentarlo y creer en los vuelos imposibles..."

Isolina Cerdá Casado


jueves, 2 de enero de 2014

Dolor de cabeza.

   
Mi querida hada protectora:
    Te escribo porque estoy en un momento extraño, bien, estoy bien, pero supongo que tener cuarenta años te coloca en una posición determinante, ya he pasado por muchas situaciones complicadas y de todas he salido airosa, pero ahora, ahora mismo, en este día dos de diciembre en el que el cielo llora sin descanso, me siento diferente, como si por un momento hubiera podido salir del camino de la vida, subirme a un árbol y desde arriba, sentada en una rama me hubiera puesto a observar el tránsito vital. Y miro al cielo y no veo sol, y siento que esa mujer que camina despacio carga con una gran maleta de acontecimientos, que en realidad no es tan distinta de las otras maletas con las que carga el resto de la humanidad.
    Supongo que esto es normal, que de pronto una persona se plantee cosas que en la cotidianidad no le da tiempo, y todo va sucediéndose mejor incluso de lo que uno pensaba. Y mientras preparas el café, te subes a la rama más alta del árbol, y a la vez que le pones el vaso de leche con galletas a tu hijo, estás subida a la copa más elevada del bosque verde. Y comienzas a hacer las cosas rutinarias a la vez que miras tu vida con lupa y te preguntas cómo es posible que todo haya ocurrido como ha ocurrido, y no sólo miras tu vida sino que también la de los demás, y no te puedes creer que un padre pueda superar la muerte de un hijo, incluso la de dos; ni puedes entender cómo es posible crecer y adaptarse a vivir sin la protección paterna o materna, y sin embargo se consigue.
    No sé, hada querida, tengo ahora mismo la cabeza dándome tumbos, como si tuviera una colchoneta elástica en mi cráneo y toda la materia gris se lo estuviera pasando pipa dando saltos y saltos. Estoy esperando el efecto del café con leche, a ver si calma esa actividad gimnástica de las células cerebrales y todo mi cuerpo se pone a saltar minimizando la sensibilidad craneal. ¿Qué quiero de ti? Ay, ¡si yo lo supiera! Me gustaría que me cogieras en brazos, me mecieras a la vez que me cantas una nana, con una letra apaciguadora y tranquilizadora, sentir que nada a mi alrededor es más importante que ese momento tranquilizador.
    Bueno, pues ya está, algo he soltado, mis miedos siguen brincando pero me siento mejor. A ver si este nuevo año viene lleno de inspiración, de nuevos y grandes propósitos, de ánimo energético, de luz, de sol, de lluvia, y de amor. Bendito amor reparador.

Isolina Cerdá Casado.

Pos pandemia. Corazón postraumatizado.

      Hoy, ahora, hace un momento, me dio por hacer limpieza del bolso. Mi bolso es una especie de contenedor de vida, también de objetos pu...