sábado, 4 de enero de 2014

Imágenes: Un puerro feliz que baila alrededor de una olla.


    Me sentía triste, iba deambulando por la casa con cierto peso añadido por las preocupaciones mundanas, le daba vueltas a asuntos familiares que me entristecían; cuando ves sufrir a alguien sangre de tu sangre, es inevitable que también tú sufras. Fui al baño, me vi en el espejo, estaba entristecida, quizá con más arrugas, alguna cana que en momentos de alegría se ocultaban por el revuelo de una melena feliz. Intenté arreglarme el rostro, inútil, los cuarenta habían emergido de pronto como un volcán con gastroenteritis aguda. Me peiné, me puse mis vaqueros rejuvenecedores, traté de vestirme alegremente para ocultar el estado del alma. Nada cambió el estado general de mi cara. Era como si me hubieran caído diez años más de repente. ¿Solucionaría la cosa un café cargado? ¿Tal vez un montón de magdalenas? ¿Unos bombones prohibitivos en estado de normalidad? Me dirigí hacia la cocina. A lo mejor lograba sentirme un mujer distinta si ingería algo delicioso. Olía a un extraño pupurri de verduras. No era precisamente lo que andaba buscando. Y entonces, casi sin darme cuenta lo vi. ¡Dios mío! ¡Aquel puerro solitario estaba bailando sobre la encimera de mármol! Imagino que no se daba cuenta de mi presencia. Yo sólo lo veía sonreír. ¿Pero por qué? ¿Qué era lo que le causaba aquel envidiable estado de felicidad? ¿Y desde cuándo los puerros podían bailar? ¿Estaba soñando? Me pellizqué. No, no soñaba. ¿Entonces? Bueno, tratando de normalizar el baile del puerro, más allá de su imposibilidad real de bailar, quise indagar el por qué de su felicidad. Qué justificación hermosa podían tener sus saltos de alegría?
    Entonces me di cuenta de todo. El puerro bailaba porque no estaba en la olla, cociendo con sus primos congéneres verduleros. El puerro se sentía feliz, su presente era feliz, y no se preocupaba en absoluto por el triste final que les pudiera deparar la vida a las zanahorias, patatas o repollo, con las que tal vez incluso compartió cajón en la nevera. Eso no significaba que en algún momento se hubiera sentido triste, ni tan si quiera que se alegrara por su mala suerte.  No, pero él podía bailar. ¿Por qué no bailar entonces? 

    La cuestión es que independientemente de que uno se pueda entristecer por lo que está ocurriendo a su alrededor, también es importante que se conceda un minuto para bailar por su propia suerte. ¿Bailas?

Isolina Cerdá Casado


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Semanal 1: Clic

Vamos, empieza ya, escribe, sobre lo que sea, oblígate, siéntate y dedica un tiempo a la escritura. Sabes que hubo un tiempo en el que la es...