jueves, 30 de abril de 2020

Entrañas

Eso que nunca te podrán arrebatar, la libertad de expresarte, ni siquiera las imágenes horrendas, ni ese sonido al respirar, ni el recuerdo de sus ojos. No, al menos podré seguir escribiendo, aunque lo haga sobre lo terrible, intentando ver luz a través de la penumbra. Esto es transitorio, la sensación de ahogo, de que respiras con una dificultad que te asfixia, como un golpe seco en la garganta. Estoy bien, sabes que no hay otra posibilidad, afirmar para ver si se hace realidad, a veces uno desea tanto algo que el universo se lo concede, lo deseo, lo estoy. Tarde o temprano todos lo estaremos. Vivos o muertos. No te vayas, no te vayas a ese lugar de charco barroso y agua escasa, donde la hierba no es verde, es de un marrón oscurecido por heces líquidas ennegrecidas por la sangre, con pieles que parecen mapas de dolor pintadas por derrames de un largo e irreversible adiós. Yo ya no soy yo, soy la suma de lo que han visto mis ojos multiplicado por cien y elevado al cuadrado de un alma rota. Tal vez en un futuro todo sea diferente, seguro que sí pues si no no habrá futuro. El paso del tiempo hará que sane, con vómitos de llanto, a base de gritos de auxilio amargo que solo oirán aquellos que quieran llorar conmigo. Mejor no, caminaré ligera para que no se den cuenta de que en cada paso que doy de un tiempo a esta parte unas cuantas perlas de dolor están aquí dentro, en mi pecho, en mi cabeza, en el interior de mis entrañas, así voy caminando a trompicones por el dolor de cabeza y del abdomen, retorciéndome para que parezca que bailo en lugar de arrastrarme para seguir. Porque hay que seguir, eso lo sé, está internalizado desde muy niña, allí en los adentros de mi ser, donde se atreven a salir tulipanes plagados de moratones cada primavera. 

Isolina Cerdá Casado 


jueves, 9 de abril de 2020

Coronavirus 3: Soltar. Escrito terapéutico.

    Cierra los ojos y escribe, escribe sobre eso, eso que te hace llorar en cuanto te paras, no necesariamente sentada, de pie incluso, te paras con la mente, con la mirada, y ves más allá del presente palpable, ves a través de la memoria, y revives imágenes, sin querer necesariamente, ahora sí lo estoy haciendo, ahora vuelvo consciente, como una especie de tormenta de ideas para descargar, no sé si a otros compañeros les pasa lo mismo, de esta sensación no he hablado con todos, una compañera me dijo que a ella le salía el llanto en la ducha, supongo que era cuando podía hacerlo íntimamente y disimulando la pena. Otro compañero explotó justo en el momento que pudo salir de la REA, cuando pasó el instante en el que ayudaba a prolongar la vida de una mujer con el ambú dirigido por las personas que no se atrevieron a entrar en la habitación por miedo a ser contagiadas, él, un celador valiente, ahí estuvo sintiendo esa responsabilidad tremenda. Explotó con llanto, sabía que no era solo por ese momento, lo sabía, era un cúmulo de momentos. La mujer después de superar tres paradas murió allí, en aquella REA apenas media hora después. Así mismo me pasa a mí por momentos, no puede ser estrés postraumático puesto que seguimos estando en plena pandemia, y aunque ha bajado la carga en número, no se ha extinguido, ojalá llegue pronto ese momento, pero mientras deseo que llegue solo puedo escribirlo, escribirlo para descargar, sí, ya lo sé, en el fondo esto es un acto de egoísmo, soltar para sentirme mejor, como cuando hablas sobre algo que te hace mucho daño y parece que cuando lo cuentas pierde peso por dentro y te liberas, pues lo mismo, esto es puramente descarga.
    En un texto anterior, en el que apenas escribí por encima algunas cosas que había vivido, una amiga me dijo que tenía suerte, que podía escribir sobre lo que sentía y que eso era una buena forma de soltar. Yo le explicaba que sí, que siempre había escrito porque tenía esa necesidad de expresar con palabras lo que me inspiraba la vida, tenía impulsos que nacían de dentro y que eran claramente para ser leídos. Hoy empiezo a escribir con otro propósito, o en el fondo es el mismo propósito, el de expresar eso que me hace llorar en cuanto fijo la mirada hacia el infinito, como cuando miras hacia un punto y eres capaz de atravesarlo porque tu concentración no te deja desviar la mirada y te quedas ahí, mirando fijamente sin más, y empiezas a llorar, te caen las lágrimas, sabes que es por ese conjunto de cosas, por todas esas imágenes, que no lo son, son vidas, es la vida latente, latiendo, luchan por seguir haciéndolo porque no merecían otra cosa que seguir impulsando vida.
    ¿Por dónde empezar? ¿De verdad quiero empezar? ¿De dónde crees que viene la lágrima? Separa, busca, no es todo, es un conjunto de todo, es como una masa compuesta por muchos ingredientes. Higiene de manos, guantes azules pegados a las muñecas para que no se escurran en ningún momento, cabeza cubierta, mascarilla FP2, bata impermeable, otros guantes también cogidos con esparadrapo a la bata, pantalla. Celadora lista para entrar. Toda una sala con pacientes encamados esperando ser atendidos. Hace calor, yo tengo calor con ese traje impermeable, con la pantalla que me aprieta el cráneo, nunca he soportado las diademas, con la mascarilla que casi no me deja respirar. Él está peor, miro su pulsera identificativa, apenas puedo verlo, Pedro. Hola Pedro, ¿cómo estás? Vamos a mirar tu pañal, ¿de acuerdo? Le hablo con un tono fuerte, porque apenas se nos oye, la mascarilla y la pantalla se comen nuestra voz. Pedro nos dice que vale, muchas gracias, muchas gracias...Cuando le toco para movilizarlo girándolo hacia mí siento su calor, lo siento a través del triple guante, está ardiendo, tiene mucha fiebre. Se deja asear, agradeciendo. Pedro, sé fuerte bonito. Pedro me mira, asiente llorando. Yo le aprieto la muñeca para transmitirle fuerza y le sonrío con los ojos, él asiente con la cabeza. Y pienso, no quiero pensar pero pienso, y me acuerdo de mi padre. Pedro no es tan mayor pero tendrá hijos. No puedo llorar, cómete las lágrimas, aquí no ayudan a Pedro. El ambiente de la sala está muy cargado. 
Camas y más camas, un total de doce camas, en el centro del pasillo de la sala tres, todas llenas de pacientes, los sillones de la entrada también están llenos de gente esperando cama, algunos hasta dos días de espera, cansados, agotados. 
Se oyen gritos, una mujer pide que la saquen de allí, señora, señora, ¿puede llamar a mis hijos? Que me quiero ir de aquí, por favor, dígales que entren. No pueden pasar señora, miro su pulsera, Petra, Petra en cuanto se ponga buena se va a su casa, sus hijos están afuera, pero no pueden entrar. Pero ¿por qué? Porque si entran se pueden poner malos. Tranquila Petra, tenga fuerza, necesita sus fuerzas, no se rinda Petra. 
El sonido de los reservorios de oxígeno, ese sonido que se te clava en la sien, sabes que está necesitando mucha ayuda el paciente. Hay muchos encamados con reservorio. Como el del aislado, está muy quieto, no respira, parece que no respira. Nos acercamos la auxiliar y yo, no hay nada que hacer, está frío, ya está frío, entre una vuelta y otra respiró por última vez. Solo, hasta que dejó de estar consciente quería estar con los suyos, hasta que dejó de respirar echó de menos a su familia, lo mismo que su familia a él, estuvo solo consigo mismo en esa lucha para la que no nos prepara la vida, después de tanto luchar. Hay una imagen que no me la quito de la cabeza, la rigidez del cuerpo inerte, su color...Me da miedo el normalizar esa imagen, me da miedo que no me dé miedo, me da miedo que se esté convirtiendo en un quehacer tan frecuente el movilizar cuerpos sin vida. 
Como en las películas, cuerpos y más cuerpos, buscando espacios nuevos en el hospital para poder albergar los éxitus, allí te salva la ficción, pero aquí no te salva nadie, sabes que este virus es mortal, no es una película que ves desde la protección de una sala de cine, o desde la distancia de un sofá, sabes lo que les hace a los mayores y no tan mayores, no puedes evitar empatizar y tener miedo. Llora, llora, llora.



Salí del cuerpo, salí, volando, volaba por encima de mi cuerpo. ¿Era ese mi cuerpo? ¿era yo tan mayor? No, yo no me sentía así. Para nada, tenía mucha vida por delante, pero mucha, mis nietos, mis hijos...¿mi mujer? ¿ella estaba conmigo? ¿vino ella también? ¿la buscaré? Pero...¿dónde estoy? Es un hospital...al final lo cogí. Cabrón del bicho. Perdí la noción de todo. Estuve como ese hombre. Desorientado, se ha quitado la vía, pobre...parece que llora, debe ser una doctora o enfermera...acaba de tocar mi cuerpo...yo ya no estoy en él...ahí está el bicho solo...protegeos...yo ya salí de ahí...acaban de comprobarlo con un electro, no estoy pero me despedí luchando, que lo sepan, que en la primera línea de batalla estuve fuerte, y si salí de mi cuerpo no es porque me rindiera ni porque me venciera, salí porque no quería que él siguiera vivo, el bicho, fue una lucha sin cuartel...Están tristes, sí, yo tenía mucha vida, están tristes porque no me pudieron coger la mano, y yo estaba tan desorientado y concentrado en la batalla que no supe que la mano que me cogía no era la de mis seres queridos, no lo supe, pensé que eran ellos, no fui consciente. Ahora soy yo quien les coge la mano a ellos, pero el dolor no les deja ser conscientes de que yo siempre estaré a su lado, seré esa luz que ilumina los nuevos caminos para la esperanza. 

Vamos a salir de zona sucia. Virkon, el desinfectante rosa, tercer guante fuera, virkon, segundo guante fuera, virkon, pantalla fuera, virkon, bata fuera, virkon, marcarilla y capuchón fuera, virkon, primer guante fuera, desinfectante de manos, virkon, a los zapatos, por arriba y por abajo. Salimos a zona limpia. 
Respira, ve a echarte agua a la cara que está roja como un tomate, y sudada, como tu traje, y tocada, como tu alma, tocada pero no hundida, las imágenes estarán contigo, esas que te hacen llorar. Respira, hay que seguir. Cabrón del bicho. Vamos compañeros y compañeras celadores, vamos médicos, enfermeros, auxiliares, limpiadores, ambulancieros, cocineros, soldados, repartidores, bomberos, policías, luchadores recluidos, luchadores esenciales, luchadores pequeños y grandes...Juntos lo conseguiremos.

Isolina Cerdá Casado



domingo, 5 de abril de 2020

Coronavirus 2: Esperanza, luz al final del túnel.


Hoy es domingo 5 de abril, domingo de ramos, un domingo de ramos atípico, extraño, inimaginable. Ayer volví a mi trabajo en el Hospital La Paz después de tres días de descanso, y del mismo modo que me puse a escribir aquel 22 de marzo, no hace tanto y lo digo como si fuera un tiempo lejanísimo, pues bien, igual que aquel día compartía ese dolor tremendo que me produjeron tantas imágenes, corazones en sus últimos latidos, cuerpos sin vida o llegando a ese final que jamás imaginaron en una soledad tan amarga; del mismo modo que conté la explosión de llanto de aquel día al salir de las Urgencias desbordada de cansancio físico y mental, hoy tengo que escribir sobre esta luz esperanzadora. 
    Sé que seguimos en un punto álgido del coronavirus en España, sé que tal vez, y solo tal vez estemos en una especie de meseta que tal vez sea un oasis en medio del desierto, pero lo cierto es que ayer pude saborear el agua, sentir su función sanadora. No nos confiaremos pero...dejénme que me regodee en esa sensación de optimismo que tanto necesitamos. 
Entré en el hospital con la misma sensación de miedo, de angustia, de incertidumbre. De hecho cuando estaba entrando por la puerta iba hablando con una compañera que me dio una mala noticia, otra compi del turno de noche había caído, ella, su marido y su hija... Otra vez esa sensación de impotencia, de sentir que no solo me estaba poniendo en riesgo a mí sino también a mi familia, enseguida la descarté, lo importante es que estamos trabajando para ganar la batalla contra el virus, todos estamos en eso, todos estamos haciendo lo que podemos. 
De la Consejería nos dirigimos a la Urgencia, preguntas al turno al que íbamos a relevar y repuestas positivas. "Bien, bien, ha estado bien". ¿Bien?-me preguntaba con incertidumbre, ¿qué significa bien? ¿ha mejorado? ¿hay menos pacientes afectados? Fui a presentarme a mi sala, estaba en la UCE, de camino a ella pasé por la sala tres. Vi camas vacías, muchas. En la UCE me dijeron que la primera vuelta sobre las cuatro y cuarto, que no había mucho pañal. La sala 2 ya no tenía camillas y sillones llenos en medio de las camas, la sala 1 tenía camas libres, la sala de espera convertida en una sala más estaba al diez por ciento de su capacidad, lo mismo el gimnasio que tenía apenas un veinticinco por ciento de pacientes, la sala de terapia cerrada, en la carpa apenas quince pacientes algunos de ellos fuera de la carpa. Entonces me invadió una alegría maravillosa, me emocioné, muchísimo, lloraba por momentos, cuando nadie me veía, era un llanto feliz, esperanzador. Del mismo modo que cuando toda esta situación arrancó la Urgencia funcionó como una especie de espejo de lo que iba a suceder después en la sociedad, tuve la sensación y la esperanza de que lo mismo iba a ocurrir con esta maravillosa normalidad hacia la que parecía que nos dirigíamos en la Urgencia y que por ende lo miso ocurriría en el resto del país. Me permití sentir esa alegría que pronto íbamos a sentir todos, sentí que sí, que por fin estaba viéndose la luz, que había esperanza, que este estado de alarma, este reclutamiento forzoso, este encierro tan duro que tan bien se estaba cumpliendo por parte de la mayoría de ciudadanos especialmente por los más pequeños de las casas, esta situación inimaginable estaba dando sus frutos. 
Podría decirse que la UCE mostraba los resquicios de lo que estaba siendo este manto oscuro del coronavirus, había un pre-éxitus, un señor mayor, como los tantos mayores que han estado y están luchando al límite de sus fuerzas; hombres y mujeres con miedo pero con valentía afrontando esas afecciones que el monstruo les causó; una auxiliar encamada, tosiendo costosamente, como reflejo de lo que esto ha causado en los sanitarios, expuestos, en primera línea, lo mismo que el resto de colectivos tan importantes gracias a los cuales estábamos ayer en ese nivel de mejora. Porque sí, porque es mejora, porque estamos mejorando. No hay que tirar la toalla, ni confiarse, ni bajar la guardia, no, es solo que hoy, esa luna y ese sol, nos están enviando un guiño de luz, para que lo veamos, para que sigamos fuertes. Ayer no fueron lágrimas llenas de agobio, impotencia y tristeza, no, eran lágrimas de esperanza. Por eso lo comparto, porque ahora no nos podemos relajar, lo estamos haciendo bien, el esfuerzo tan grande de quedarse en casa está siendo devuelto, hay menos enfermos nuevos, más altas, y poco a poco lo conseguiremos. 

Isolina Cerdá Casado


Pos pandemia. Corazón postraumatizado.

      Hoy, ahora, hace un momento, me dio por hacer limpieza del bolso. Mi bolso es una especie de contenedor de vida, también de objetos pu...