miércoles, 29 de abril de 2015

Mocos y botas. Escribiendo en la calle.


    Estas botas me han traído hasta aquí. Es un lugar peculiar.  Hay un niño que llora, tiene sueño, su madre lo está calmando. Yo acabo de descubrir que puedo escribir aquí,  sentada en un banco que no es el de mi casa. Hoy me siento bien,  feliz porque he escrito un cuento para mi hijo. Siento que es un día productivo, lo valoro en función de las letras escritas. Imágenes del terremoto de Nepal vienen a mi cabeza. Cuando grita la tierra es muy difícil ignorarla. Qué lejos y qué cerca a la vez. Da miedo.  Nada podemos hacer, bueno sí, ayudarles claro.  Supongo que también podemos pensar en lo que no hicimos. No sé. El mundo es un pañuelo y los mocos nos alcanzarán a todos, no importa en qué esquina situemos nuestra nariz.

Isolina Cerdá Casado

El árbol.

    Había estado muchos años ahí, en el mismo lugar, su edad rondaba los treinta años. Se consideraba mayor, pero en realidad esa percepción era debida a los cambios en el paisaje de los que había sido testigo. Primero era una simple carretera de dos sentidos con apenas una capa de asfalto, luego vinieron el ensanchamiento y las rotondas, la de la fuente y esa maravillosa en la que un dragón alimentaba el mundo de los sueños.
    En todo ese tiempo se imaginó miles de historias y pudo ser el vigilante inmóvil del paisaje urbano, aunque no sólo incluía en el paisaje objetos inanimados, para él también era importante esa tribu urbana compuesta de hombres y mujeres, cómo iban evolucionando, pequeños niños y niñas a las que veía crecer día a día, que pasaban por su lado, se reían, jugaban entre ellos, sobre el césped. Veía cómo empezaban yendo subidos a un carrito, tal vez acompañando a sus hermanos al colegio, y apenas un tiempo después ya iban caminando. Llegaba un momento en que ellos, esos pequeños habían crecido lo suficiente e iban ellos mismos al colegio. Luego incluso corrían al trabajo, empujaban carros, etc.
    Poco se fijaban esos seres en él, esas personas que organizaban el mundo a su gusto y necesidad, que descuidaban en ocasiones la conservación de la naturaleza. Muchos primos suyos desaparecieron con la creación del nuevo parque de madera, tal vez porque no eran de la especie adecuada o simplemente porque no encajaban en el paisaje urbanístico propuesto.
    Pero si ellos hablasen, si pudieran decir algo estoy segura de que no se quejarían. Los árboles son seres que escuchan antes, que no imponen, simplemente proponen. Que disfrutan oyendo a los pájaros cantar, al viento soplar, al agua acariciar el suelo y en ocasiones taconear sobre él como si bailaran flamenco al son de relámpagos histriónicos.
    Los árboles son seres integrados con la tierra, seres sabios con savia, seres que bailan en los días de viento furioso. Él era un simple árbol, que lo había visto todo. Alguien dijo una vez que abrazar un árbol podía ayudarte a recuperar energía vital. Para poder abrazar árboles hay que plantarlos, hay que respetar su crecimiento, dejarlos libres. Seguro que ese árbol de treinta años vio mi incertidumbre al llegar a Leganés, y sintió mi ilusión, me vio caminar deprisa, tranquila, gordísima, empujando un carro, de la mano de un niño, triste, emocionada... Ese árbol me ha estado acompañando y apenas reparé en que estaba ahí, siempre estuvo. 
   Pero hoy, al pasar a su lado, de pronto, sin que hubiera una causa justificada en realidad, me ha llamado la atención, y he reparado en su belleza, increíble belleza natural.

Isolina Cerdá Casado

martes, 21 de abril de 2015

Ración doble de café.



    Recuerdo que estaba sentada en un banco, era de plástico gris, incómodo como él solo. Otras personas estaban sentadas como yo, se escuchaba de fondo un rumor ambiental típico de un lugar repleto de gente. No estaba sola, aunque sintiera por momentos que solo yo ocupaba aquel lugar. Era la antesala de los vestuarios y la piscina en la que mi hija recibía sus clases de natación. Me sentía absolutamente hundida, no se trataba de un hundimiento provocado por algo en concreto, no podía echarle la culpa a nada que me hubiera sucedido, ni tan si quiera a nadie. Se podía decir que era un estado anímico bajo procedente del complejo mundo interior que todos tenemos.
    Me había tomado dos cafés después de comer, normalmente solo tomo uno, y reconozco que lo único que buscaba con ello era un cambio en el impulso, tal vez en el semblante, en la actitud. Mi marido me había estado repitiendo una y otra vez que por qué no sonreía, que qué me pasaba. No lo sé, era obvio que un simple café no me iba a sacar del pozo, pero por cualquier razón yo confiaba en que ese gesto de sentarme con una taza entre mis manos me iba a ayudar a reconfortarme como en tantas ocasiones. Tras la primera taza de café apenas noté mejoría, me tumbé en la cama y cerré los ojos con la esperanza de que algo cambiara, pero no fue así, supongo que por eso decidí insistir en el mismo gesto anterior: servirme otro café y esperar. Nada, no cambiaba el ánimo, seguía hundida, pero no me podía permitir parar, eso es lo que nos pasa a los adultos que tenemos niños, responsabilidades, que esperan nuestro impulso. También les pasa a muchos niños a los que se les obliga a ser adultos, y tampoco ellos pueden detenerse. Triste, pero es así.
    Ahora me encontraba sentada en este banco gris de plástico duro, moviendo nerviosamente las piernas por el exceso de cafeína que había en mi cuerpo. Con esa sensación de ahogo y mirando al vacío. Intentaba encontrar sentidos. Supongo que en parte el reciente cumpleaños, esos cuarenta y dos añazos tenían la culpa, no tanto el número sino el verdadero sentir físico de que nuestro cuerpo no es una máquina sin fecha de caducidad, y eso que yo no podía quejarme, a mí no me pasaba nada, nada de lo que yo fuera consciente, nada que no estuviera causado por mi propia hipocondría, aunque como mi amigo Roberto decía: “Quién sabe si no habrá algo malo dentro de nuestro cuerpo de lo que no tenemos noticia por el momento”. Pues sí, tal vez no anda tan equivocado, así ha sido en cierto modo en el caso de su mujer, mi querida Noelia. Una señora preciosa, muy trabajadora, que en toda su vida laboral no ha salido de la cocina de su afamado restaurante, creadora de unos platos de postre deliciosos, y otros tantos platos principales, con ella al mando su cocina ha sido receptora de múltiples premios y prestigiosos reconocimientos. Siempre pendiente de todos, esa mujer cariñosa que siempre te recibe con una sonrisa y su cariñosa mirada azul. Ella siempre lo entiende todo, incluso esa situación en la que se encuentra ahora. Justo cuando está a punto de terminar su período laboral, a punto de jubilarse, la vida la obliga a verse buceando en los mares salvajes en los que solo son capaces de nadar las personas fuertes, las que son sorprendidas por esa enfermedad cruel provocada por las células sin sueño. Recuerdo que para mí, esa proximidad con el cáncer, esa cercanía a la tragedia y los golpes de la vida, me dejaron incrédula hasta la médula, alejada de dios y sus amparos. Pero ella, ella no, ella habla con aceptación, ella es fuerte, ella se llena de energía, ella nos anima a todos, que está bien, que tranquilos, que no le va a hundir, que hará todo lo que esté en su mano, que sigue saliendo a caminar y entra en la cocina y crea sus platos.
    Apenas quedaban unos minutos, tal vez quince, para que se oyera por la megafonía que ya se podía pasar a recoger a los niños. Era definitivamente un día gris, de esos días oscuros, difíciles, con cuarenta y dos años, sin saber si tenía algo en mi cuerpo con poderes malignos, pronto me haría una mamografía, pronto tendría noticias. Pero, ¿por qué narices no pensaba en las buenas noticias? En el estado positivo, en la frescura de la vida, en que podía estar allí sentada, en que tenía una hija, que además iba a natación, que la veía feliz, que detrás de las nubes había un sol precioso. El café, el histriónico café con cafeína, la vida y sus achaques.
    De pronto, mientras la mirada atravesaba la pared que había junto a la máquina expendedora, pensé en mi padre, pensé en él, no sé por qué, tal vez la palabra “achaques”, o la voz del señor que estaba sentado junto a su mujer, que debían tener más de setenta años y esperaban a su nieta. La mujer le decía que tenía sopa para cenar, y un pescadito. El hombre alababa a su mujer, aunque se quejaba porque lo había abrigado demasiado, que estaba muerto de calor. Me imaginaba, entre los pensamientos negativos, a la señora vistiendo a su marido, “mete la pierna, concéntrate en lo que estás haciendo, hombre”. Era un pensamiento absurdo, él era autosuficiente, imagino que ella le seleccionaría la ropa que se tenía que poner. Supongo que al ser testigo casual de esa escena de una pareja de septuagenarios pensé en el ya octogenario de mi padre, y su forma de caminar por la vida. Recordé su tono tranquilizador, su gran empatía, su actitud ante la vida, con ese sueño suyo de encontrar pareja. Todos lo considerábamos como un sueño imposible y prácticamente inalcanzable con ochenta y dos años, él nos dice muy convencido ante nuestra actitud: “Sí, sé que es difícil pero a mí ese pensamiento me ayuda a seguir adelante, es una ilusión que me impulsa, es algo que a mí me viene bien. Y es así como lo considero, un sueño que me energiza”.
    Entonces me reconforté, no sé, me sentí mejor, tal vez tenga que aprender como él a caminar despacio, tranquila, sin prisas, no hay por qué estresarse, al final los nervios no ayudan a nada, solo si se canalizan bien pueden sernos útiles. Entré a recoger a mi hija, yo tenía una mirada diferente, algo había cambiado en mí, me sentía tranquila, mi hija me vio entre todas las madres, vino hasta mí, sonriendo, feliz, con el albornoz mal puesto, toda mojada, empezó a contarme algunas cosas que habían pasado durante la clase, yo la abracé, la acompañé a la ducha, le di el gel y el champú y esperé a que terminara.
    La vida, las pequeñas cosas, los detalles, los grandes y los pequeños, todo vale para encontrar sentidos.


Isolina Cerdá Casado

lunes, 13 de abril de 2015

Una paleta extraterrestre.

    Hola, no me detengo en presentaciones, no tengo mucho tiempo, apenas unos minutos. Por favor, cuidado, estás al borde, no te das cuenta, no eres consciente, no lo sabes, lo estás ignorando pero estás a punto de caer. Eso que sientes, esa especie de pulsación ahí, justo donde te tocas cuando algo te duele y no sabes su origen, en ese plexo solar gigantesco que tienes en medio del pecho, eso es algo extraordinario. Estás en peligro por ello. Mis congéneres se han dado cuenta de que posees un gran poder,
y lo quieren, van a venir a por él, a por tu plexo. Estoy esperándolos, te crees que soy una paleta de cocina, anda que no has frito huevos conmigo, pero soy un extraterrestre camuflado, estoy esperando a que vengan a recogerme, pero no solo me van a llevar a mí, quieren llevarse todos los plexos que puedan empezando por el tuyo. Creen que con tu plexo también se llevaran la emoción. ¿Te puedes creer que se piensan que emocionarse es algo extraordinario? Yo les he explicado, con restos de aceite incluso, por mal lavada que me tienes, que no siempre es bonito, que llorar es duro, porque duele, pero nosotros, los extraterrestres, no tenemos esa suerte, porque somos increíblemente racionales, listos hasta la médula, consideraron que convirtiéndome en paleta podría estar interaccionando contigo, te han escogido como ser extraordinario que eres, algo así como un prototipo. Alucinan con tus discusiones absurdas, y los caminos intermedios que siempre ves, tus gritos, tus extraordinarias disertaciones con tus hijos y con tu marido, como si fueras una de nuestra especie pero con el plexo mágico ahí, en el pecho, donde te tocas cuando duele. Así que, con el poco tiempo que me queda y como, todo hay que decirlo, me has caído bien, porque eres especial, te tengo que advertir, métete en la bañera, ponte el gorro de baño de natación de tu hijo, y las gafas de bucear, llévate una pajita para respirar bajo del agua sin ahogarte, ya sé que si no te mueres, y en cuanto dejes de oír el ruido de los motores de la nave, porque vienen en una nave roja que suena un poco, así como un secador de pelo, ese negro que tienes, bueno, pues que dentro de nada llegan, llénala ya, y métete, y espera a dejar de sentir los motores. Lo único que quiero es que te dejen tranquila con tu plexo solar, porque sencillamente me has caído bien, les diré que no estás, que nos larguemos a otra casa, si es que quieren más plexos solares, yo con lo que he visto me sobra y me basta, no quiero que se me vaya la olla como a ti, que yo no digo nada, que te respeto, pero nosotros somos más complejos y sencillos a la vez. Tengo que hacerles cambiar de idea como sea, ya los oigo, vete, vete ya.

  - Pero, ¿dónde narices he puesto la paleta? No me jodas, en la maceta, esto es lo que me faltaba. ¡Nene! ¿Para qué has puesto la paleta con el geranio? ¿Te has creído que es un juguete? Peor, ¿te has pensado que era una planta? ¿O es que estabas haciendo un happening? ¿Era eso? Qué orgullosa me siento, ¡Has salido a tu madre!

Isolina Cerdá Casado

Foto inspiradora.

    Parece que fue ayer pero no fue ayer, fue hace mucho tiempo. La vida pasa sin apenas darte tiempo. Sí, vale, ya lo sabemos. Beberé un trago de agua, creo que lo necesito. Siento que la garganta se me seca por momentos, se convierte en un árido desierto impracticable que no me deja articular palabras, no tiene la culpa la garganta en sí, la responsabilidad está en preocuparme en excesivas cosas, como si eso cambiara en algo su estado objetivo. Mi subjetividad me hace sufrir. Como si se tratara de un cuchillo de cortar pan, lo mismo siento que sentiría el pan recibiendo los cortes, así está el interior de esa garganta enmudecida. 
    El oso no dejaba de sonreír, todavía me pregunto por qué narices no lo tomo como referencia, al menos la expresión impertérrita de su cara, con esa sonrisa cosida. Es como un bote lleno de leche condensada, no puedes pensar en un bocadillo de chorizo sino en algo dulce. Hay tantas cosas que podría empezar a cambiar. Me digo a mí misma que voy a empezar a limpiar más, a dedicarle más tiempo a coger el limpia cristales y a pulverizarlo por las superficies acristaladas de la casa, al fin y al cabo tengo un casa muy bonita, si encima estuviera limpia sería mucho más acogedora. Tampoco hay que obsesionarse, al fin y al cabo te vas a morir igual. Aunque no es lo mismo mirar hacia el mueble, una vez te ha dado esa especie de patatús o lipotimia, y ver una capa de polvo posándose sobre él con todo descaro, e imaginarte a los del Samur, digo yo que vendrían a rescatarme, pasando un dedo por el mueble y comprobando que esa mujer que ha caído rendida ante los sinsabores de la vida, y está casi muerta en el suelo del salón, apenas dedicó cinco minutos de su vida a quitar el polvo de esos muebles reciclados. "Se habrá muerto de aburrimiento, con lo divertido que es limpiar y en lugar de eso se habrá dedicado a sabe dios qué cosas improductivas, como escribir o memorizar un texto teatral".
    Pero qué tonterías estoy diciendo, ¿quién iba a llamar al Samur? ¿mi perra Leia? Es lista pero con sus patitas dudo mucho que pueda teclear en el teléfono ningún número. Tampoco te imaginarías a un oso de peluche cogiendo una vela y queriendo encenderla por la emoción de ver cómo se desgasta poco a poco. Sería tan absurdo como imaginarse al hermano de Chewbacca animando al oso a encender la vela. El oso no puede articular sus dedos, así que no podría darle al mechero. Qué importante es tener dedos. Solo se aprecia cuando uno tiene que hacer cosas con ellos y no los tiene. 
    ¿Estás ya mejor? Bueno, estoy contenta porque he tenido algún lector de Rusia, eso me ha hecho imaginar que un texto mío ha sido leído por unos ojos que estaban muy lejos, un alma tal vez se emocionó o empatizó o se puso en el lugar de mi alma inspirada. Y entonces ese hecho positivo ha animado a mi yo creativo a ponerse a teclear, pero como no lo tenía claro he hecho una foto, y me he propuesto escribir a partir de una composición. Le cogí el peluche a mi hija, la vela estaba al lado del oso, el vaso de agua en la cocina, acababa de beber, de hecho lo voy a volver a hacer antes de continuar. El cuchillo lo cogí del cuchillero y el bote de leche condensada estaba sin guardar, apenas modifiqué su posición original, me acababa de tomar unas fresas con leche. Qué suerte tengo, me siento afortunada, es bueno valorar esos pequeños detalles que te da la vida. De momento el del Samur no ha tenido que venir, es buena señal, pero quién sabe si no vendrán mañana. No, no voy a limpiar el polvo. El cristasol estaba también en la encimera, por la mañana había estado utilizándolo, lo utilizo de vez en cuando, no las veces suficientes solo las imprescindibles, que al no ser las suficientes siguen acumulándose motas de polvo en lugares insospechados. Hoy no estoy triste, aunque hace mucho aire, ya sé que una cosa no tiene que ver con la otra pero en ocasiones apenas es una brisa la causante, bueno más  bien el detonante de la explosión, del desahogo. No, hoy no es uno de esos días, no hay ni una triste nube en el cielo, pero se escucha al viento rugir eso bastaría para ponerme a llorar en otro momento. Mi amiga sigue enferma, la mujer de mi amigo, del amigo de mi madre, del amigo que es casi tanto como si estuviera hecho de mi sangre, como si tuviéramos sangre familiar. Sin embargo hoy me encuentro con más fuerza, una fortaleza en el alma que debería analizar, si todo está más o menos igual por fuera, qué ha cambiado por dentro. No lo sé. También he empezado a escribir pensando en la deuda pendiente, pero a pesar de ese impulso no he podido corresponder a mi promesa, sigo debiendo un texto positivo, muy positivo, mucho más que el que le ofrece a una la imagen de ver al oso intentando encender la vela. Un texto positivo que te anime a calzarte las zapatillas y salir a correr, o a poner música y dejarte llevar. ¿Cuánto tiempo hace que no me dejo llevar por ella? Mucho, querida, mucho. Pues muy mal. 
    Bueno, aquí lo dejo, lo dejo porque no me sale nada más, lo dejo porque me duele el cuello y no tengo necesidad creativa ahora mismo, al menos no lo suficientemente grande como para paralizarme y no poder hacer otras cosas más que escribir.

Isolina Cerdá Casado



martes, 7 de abril de 2015

La piel áspera de un kiwi. ¿Eh?

    Hace tanto que no escribo que es como si me hubieran acabado los acontecimientos, las cotidianidades, la necesidad expresiva. Y el caso es que no se ha acabado nada, la vida sigue su curso y todo sigue igual en realidad. En una fase depresiva, ¿es posible que me encuentre en ese estado? las cosas se presentan como normales, como si no fueran importantes, como si en realidad no pasara nada, pero pasan, pasan cosas, pasan tantas cosas. Supongo que el paso del tiempo hace que el punto de vista cambie, no sé ni lo que digo, ni lo que escribo. El lavavajillas está en marcha, me acabo de tomar un café, no debería haberlo tomado porque sería interesante que esta noche durmiera de un tirón, la noche pasada apenas pegué ojo, eso suele pasar cuando hay algo que anda mareando muy dentro de ti. El geranio ha vuelto ha echar una flor preciosa, siempre acaba por renacer, es increíble, después de cada invierno frío y ventoso va la planta y me regala una nueva y esperanzadora flor. No sé, no sé qué me pasa, estoy mayor, estoy con la consciencia de que el tiempo está pasando muy rápido y que apenas me paro a sentirlo, sentir la vida, pero lo que sí me sucede es que me miro al espejo y veo las huellas ahí, alentadoras porque están, al fin y al cabo es la prueba más evidente de que no me he muerto, pero esa sensación de vivir con miedo es muy complicada. Me pregunto si yo misma no he captado las señales de algo, de la vida, del mundo, qué complejidad de mente que no se acaba de enterar de por qué ha de estar feliz y por qué debería estar triste, simplemente se siente de una u otra manera y no siempre hay una explicación racional que justifique ese estado. Bueno, sí, hay motivos para estar triste, hay sobrados motivos para ponerse a llorar y no dejar de hacerlo, pero no me quiero dejar caer en ese charco espeso lleno de tristezas. No es justo, pero cuándo lo fue. Nunca, nunca fue justa, siempre atacó a alguien vulnerable, o a alguien que jamás pensó que su tranquilidad podía estar tan expuesta, ahora mismo solo me apetece tumbarme en la cama y olvidarme, pero no puedo, no lo hago, es porque estoy luchando, aunque me regodee en la sensación de fracaso, de derrumbe vital. A pesar de eso, esta perdedora es una luchadora porque no ha dejado de permanecer fuera de la cama, levantada, caminando, cocinando, recogiendo, lijando, ¿lijando?, sí, las sillas de la terraza. Incluso amando sin ningún impulso real de hacerlo, solo porque él no tiene la culpa de mi desidia, ¿desidia? negligencia, inercia. Estás fatal chica. Supongo que debería agradecer el simple hecho de estar. Pero hasta me falta la energía para eso.
    - Bueno, pues ya está, ya lo has contado. ¿Mejor?
    - No lo sé, no lo sé exactamente. Me siento mejor porque he soltado un nudo, el nudo de la existencia de la tristeza. Una mujer adorable está luchando ahora mismo contra los designios de un destino cruel. Yo ya he vivido esa lucha de cerca, tan cerca como lo puede estar el corazón de una madre. No, no me siento mejor, no, es una canallada de la vida. Hay que amarrarse a algo, aunque sea a la piel áspera de un kiwi.
     - ¿Cómo?
     - Nada, que digo que no me voy a acostar en la cama, no me voy a tapar con el edredón, no voy a hacer todo eso porque voy a seguir en pie, lijando las cansinas sillas de la terraza, mirando el cielo, sintiendo este frío en la garganta, esta presión en el pecho, esta mirada perdida hacia un horizonte que no pinta demasiado bien.
    - Pero, ¿estás mejor?
    - Sí, lo estoy. Menos mal que creo, tecleo y expulso. En adelante teclearé más a menudo, para aplastar a los monstruos más que nada.

Isolina Cerdá Casado

Pos pandemia. Corazón postraumatizado.

      Hoy, ahora, hace un momento, me dio por hacer limpieza del bolso. Mi bolso es una especie de contenedor de vida, también de objetos pu...