Hace tanto que no escribo que es como si me hubieran acabado los acontecimientos, las cotidianidades, la necesidad expresiva. Y el caso es que no se ha acabado nada, la vida sigue su curso y todo sigue igual en realidad. En una fase depresiva, ¿es posible que me encuentre en ese estado? las cosas se presentan como normales, como si no fueran importantes, como si en realidad no pasara nada, pero pasan, pasan cosas, pasan tantas cosas. Supongo que el paso del tiempo hace que el punto de vista cambie, no sé ni lo que digo, ni lo que escribo. El lavavajillas está en marcha, me acabo de tomar un café, no debería haberlo tomado porque sería interesante que esta noche durmiera de un tirón, la noche pasada apenas pegué ojo, eso suele pasar cuando hay algo que anda mareando muy dentro de ti. El geranio ha vuelto ha echar una flor preciosa, siempre acaba por renacer, es increíble, después de cada invierno frío y ventoso va la planta y me regala una nueva y esperanzadora flor. No sé, no sé qué me pasa, estoy mayor, estoy con la consciencia de que el tiempo está pasando muy rápido y que apenas me paro a sentirlo, sentir la vida, pero lo que sí me sucede es que me miro al espejo y veo las huellas ahí, alentadoras porque están, al fin y al cabo es la prueba más evidente de que no me he muerto, pero esa sensación de vivir con miedo es muy complicada. Me pregunto si yo misma no he captado las señales de algo, de la vida, del mundo, qué complejidad de mente que no se acaba de enterar de por qué ha de estar feliz y por qué debería estar triste, simplemente se siente de una u otra manera y no siempre hay una explicación racional que justifique ese estado. Bueno, sí, hay motivos para estar triste, hay sobrados motivos para ponerse a llorar y no dejar de hacerlo, pero no me quiero dejar caer en ese charco espeso lleno de tristezas. No es justo, pero cuándo lo fue. Nunca, nunca fue justa, siempre atacó a alguien vulnerable, o a alguien que jamás pensó que su tranquilidad podía estar tan expuesta, ahora mismo solo me apetece tumbarme en la cama y olvidarme, pero no puedo, no lo hago, es porque estoy luchando, aunque me regodee en la sensación de fracaso, de derrumbe vital. A pesar de eso, esta perdedora es una luchadora porque no ha dejado de permanecer fuera de la cama, levantada, caminando, cocinando, recogiendo, lijando, ¿lijando?, sí, las sillas de la terraza. Incluso amando sin ningún impulso real de hacerlo, solo porque él no tiene la culpa de mi desidia, ¿desidia? negligencia, inercia. Estás fatal chica. Supongo que debería agradecer el simple hecho de estar. Pero hasta me falta la energía para eso.
- Bueno, pues ya está, ya lo has contado. ¿Mejor?
- No lo sé, no lo sé exactamente. Me siento mejor porque he soltado un nudo, el nudo de la existencia de la tristeza. Una mujer adorable está luchando ahora mismo contra los designios de un destino cruel. Yo ya he vivido esa lucha de cerca, tan cerca como lo puede estar el corazón de una madre. No, no me siento mejor, no, es una canallada de la vida. Hay que amarrarse a algo, aunque sea a la piel áspera de un kiwi.
- ¿Cómo?
- Nada, que digo que no me voy a acostar en la cama, no me voy a tapar con el edredón, no voy a hacer todo eso porque voy a seguir en pie, lijando las cansinas sillas de la terraza, mirando el cielo, sintiendo este frío en la garganta, esta presión en el pecho, esta mirada perdida hacia un horizonte que no pinta demasiado bien.
- Pero, ¿estás mejor?
- Sí, lo estoy. Menos mal que creo, tecleo y expulso. En adelante teclearé más a menudo, para aplastar a los monstruos más que nada.
Isolina Cerdá Casado
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