Había estado muchos años ahí, en el mismo lugar, su edad rondaba los treinta años. Se consideraba mayor, pero en realidad esa percepción era debida a los cambios en el paisaje de los que había sido testigo. Primero era una simple carretera de dos sentidos con apenas una capa de asfalto, luego vinieron el ensanchamiento y las rotondas, la de la fuente y esa maravillosa en la que un dragón alimentaba el mundo de los sueños.
En todo ese tiempo se imaginó miles de historias y pudo ser el vigilante inmóvil del paisaje urbano, aunque no sólo incluía en el paisaje objetos inanimados, para él también era importante esa tribu urbana compuesta de hombres y mujeres, cómo iban evolucionando, pequeños niños y niñas a las que veía crecer día a día, que pasaban por su lado, se reían, jugaban entre ellos, sobre el césped. Veía cómo empezaban yendo subidos a un carrito, tal vez acompañando a sus hermanos al colegio, y apenas un tiempo después ya iban caminando. Llegaba un momento en que ellos, esos pequeños habían crecido lo suficiente e iban ellos mismos al colegio. Luego incluso corrían al trabajo, empujaban carros, etc.
Poco se fijaban esos seres en él, esas personas que organizaban el mundo a su gusto y necesidad, que descuidaban en ocasiones la conservación de la naturaleza. Muchos primos suyos desaparecieron con la creación del nuevo parque de madera, tal vez porque no eran de la especie adecuada o simplemente porque no encajaban en el paisaje urbanístico propuesto.
Pero si ellos hablasen, si pudieran decir algo estoy segura de que no se quejarían. Los árboles son seres que escuchan antes, que no imponen, simplemente proponen. Que disfrutan oyendo a los pájaros cantar, al viento soplar, al agua acariciar el suelo y en ocasiones taconear sobre él como si bailaran flamenco al son de relámpagos histriónicos.
Los árboles son seres integrados con la tierra, seres sabios con savia, seres que bailan en los días de viento furioso. Él era un simple árbol, que lo había visto todo. Alguien dijo una vez que abrazar un árbol podía ayudarte a recuperar energía vital. Para poder abrazar árboles hay que plantarlos, hay que respetar su crecimiento, dejarlos libres. Seguro que ese árbol de treinta años vio mi incertidumbre al llegar a Leganés, y sintió mi ilusión, me vio caminar deprisa, tranquila, gordísima, empujando un carro, de la mano de un niño, triste, emocionada... Ese árbol me ha estado acompañando y apenas reparé en que estaba ahí, siempre estuvo.
Pero hoy, al pasar a su lado, de pronto, sin que hubiera una causa justificada en realidad, me ha llamado la atención, y he reparado en su belleza, increíble belleza natural.
Isolina Cerdá Casado
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