domingo, 30 de agosto de 2015

Cosas que pasan: cebollas que hablan, dedos horrorosos, vejigas enfermizas y un marido que te quiere.


Hace unos días estaba inspirada, veía las cosas que me rodeaban, y era capaz de ver con otros ojos, deteniéndome, observando e imaginando. Vi una cebolla rodeada de verduras, y era capaz de escucharla en conversación con las berenjenas, los pimientos y los tomates. Que se sentía sola, que qué podía hacer allí entre ellos, sin una igual con la que conversar. Un pimiento gracioso le sugería hacer un pisto, rápidamente añadía que era broma, que no había querido ofenderle, que no había sido una gracia adecuada. Los tomates le miraron mal, tal vez lo que les fastidiaba no era tanto el hecho de acabar en una olla sino la realidad de que no pudieran elegir lo que iba a ser de ellos, seguramente lo que más les dolía era esa dejadez que la señora de la casa mostraba hacia ellos, esa falta de entusiasmo para freírlos, enlatarlos o hacer un suculento gazpacho, la mayoría de ellos acababa pocho, blandengues por una pasada madurez. Ahí volví a hacer fotos, tratando de inmortalizar la imagen que veía, la historia que inspiraba. 



Ese mismo día estaba haciendo la comida y mi hijo me preguntó vía wasap con el móvil de su padre, que qué íbamos a comer. Le mostré la materia prima de la comida, pollo al vino. 


Miraba la caja de verduras y mi pie asomó por ahí, procedente del suelo, un pie a primera vista normal, correcto, adecuado, pero si acercaba al objetivo el dedo gordo del pie aparecía rancio, sin vitalidad, cansado hasta la cavidad más recóndita del uñero. Pobre, en ocasiones vemos el conjunto pero no percibimos el detalle.


Menos mal que salió un poco borroso, bueno, tampoco era para tanto.

     Pero supongo que lo que hoy me ha movido a teclear, y por fin escribir creativamente ha sido lo que me pasó ayer. Nunca se debe subestimar la preocupación de un marido. Ay, pobre, qué mal lo pasó, y qué mal lo pasaron aquellos que me querían y que supieron de mi desaparición, bueno, más que desaparición fue "ilocalización", vamos que no me localizaban. La cosa fue como sigue, cuando acabé la última función, fui al baño a orinar y sentí un dolor horrible en la vejiga, desde el día anterior ya había estado sintiendo molestias al orinar. Total, que tras haber concluido mi trabajo tomé la decisión de ir al hospital, lo cual no comuniqué a ninguno de mis compañeros porque realmente no quería aparecer como una víctima o heroína, tuvo su aquél el trabajo con esas molestias horrorosas. Cuando fui a avisar a mi marido de que no iba directa a casa descubrí que no tenía batería, de modo que no se me ocurrió pedir un teléfono o entrar en un locutorio. No lo consideré importante porque días atrás cuando volvía de actuar por la noche, siempre encontraba a mi marido dormido en la cama, así que pensé que lo más probable es que estuviera dormido, seguro que ni se iba a enterar de mi paso por el hospital.  Allá que me fui directamente al servicio de urgencias del hospital Severo Ochoa. Un señor gritaba al fondo, era horroroso escucharlo, pensé en los demás enfermos y en los familiares, y también pensé en el personal médico. Como sabía que la cosa no iba a ser una hora cortita me llevé el texto de ¿Quién, yo?, con la idea de escribir por el reverso de los folios, tenía que escribir alguna cosa, debía centrarme en el libro, en la dedicatoria, a quién se lo dedicaba, cómo hacerlo, qué escribir... Mientras esperaba entraban enfermos, un señor muy mayor en una silla de ruedas empujada por una mujer sudamericana. Pensé en mi padre, qué lejos estaba yo para poder empujar una silla, qué frágil se le veía, pero mi padre estaba bien, sí, pero el tiempo pasa, claro ya son ochenta y dos... 
    Era ajena a todo lo que pasaba en mi casa. En varias ocasiones pensé en pedir un teléfono, luego yo misma descartaba la idea. Si estará dormido, si siempre está dormido. Esperé los análisis, tuve dos entrevistas médicas, se demoraron bastante. Finalmente llegaron los resultados, positivo, tenía infección, me recetó un antibiótico. Eso suponía demorarme más, tenía que buscar una farmacia de guardia. Cuando llegué a casa eran más de las tres de la madrugada, y mi marido no estaba dormido, vino corriendo hacia mí, "¿estás bien? ¿qué te ha pasado? Casi me da un infarto, a punto de llamar a la policía, he contactado con tus compañeros, no sé quienes son, por facebook, no tenía ningún teléfono, claro que no sé qué ha sido mejor porque cuando me han dicho que te habías ido a las doce y pico, me ha matado, si sólo se tardan veinte minutos, dónde te metiste, Dios mío, he estado dando mil vueltas a la cabeza, pero ven, respóndeles con mi móvil, diles que estás bien, tienes a todo el mundo preocupado, van a pensar que soy un neurótico..." Pero cariño, tranquilo, si siempre estás dormido, lo siento, se me complicó la cosa, como a la Señora Mcdonal, ella en la bodega y yo en el hospital. Perdona, perdona, pensé que no... bueno, como siempre estás dormido cuando llego pues pensé que... En fin, que por suerte no pasó nada, no puedo ni imaginar lo que se siente cuando un hijo se demora. Ahora sé que cuando llegaba de currar y lo pillaba dormido, no lo estaba en realidad, esperaba a que llegara para adentrarse en el mundo onírico de la noche. En ocasiones el amor es tan sutil que parece invisible ante tus ojos, sin embargo está ahí, despierto, alerta... Pues eso, pero ¿cuál era el problema? Que había desaparecido ¿no? Pues ya estoy aquí, ale, ya se pueden ir todos a sus casas... 

PD

Por cierto que en la sala de espera del hospital escribí cosas como esta:

"Este es un libro escrito con el corazón, absolutamente impulsado por el alma, dirigido por un sensor de pulsiones vitales que iba moviendo mi mano.
Te echo tanto de menos que casi muero por el amor ausente."
No sé en qué momento volví a ser yo y me sentí con fuerzas para caminar a pesar de todo.

Isolina Cerdá Casado




sábado, 1 de agosto de 2015

Fotos inspiradoras, vacaciones, trabajo hecho y trabajo por hacer.


Hacía mucho tiempo que no escribía, en realidad no sé si estos minutos van a ser productivos a nivel creativo o no, pero el simple hecho de sentarme frente al ordenador y contar algo me llena de satisfacción. Un día estaba en casa, dando vueltas, pensando, organizando tareas, decidiendo los siguientes pasos a dar, y tenía frente a mí una caja de tomates, ese color rojo precioso tenía que quedar inmortalizado, les hice una foto a los tomatitos. Me dije a mí misma que en algún momento esa imagen me serviría.


 Otro día paseando a mi perrita me llamó la atención un hormiguero, pensé qué increíble y maravillosa forma de trabajar tienen estos seres diminutos, seguro que no se detienen por chorradas anímicas que te paralizan y te ahogan sin saber muy bien de qué lugar del alma proceden. Una hormiga con una cabeza gigante y marrón deambulaba por los alrededores del hormiguero, llevaba un ritmo rápido, sorprendente, iba sola, no necesitaba a nadie, tenía claro lo que iba a hacer, lo que buscaba, su objetivo en ese instante. Yo la miraba boquiabierta con los ojos como platos, tratando de indagar en ese mecanicismo tan preciso que seguía, iba sola, no le importaba, ella continuaba con esa labor, tal vez revisaba el trabajo realizado por las demás congéneres suyas, es posible que estuviera anotando en su cabeza lo que las pequeñajas currantes habían hecho, o no, tal vez trabajaba sin más. Pero ella iba sola, y no le importaba, tenía claro a dónde quería llegar. ¿Podía aprender algo de su manera de correr? Porque corría sobre los montones de tierra, allí estaba yo, de cuclillas, con mi perra lamiéndome la oreja y soltando algún ladrido de vez en cuando para hacerme volver a lo cotidiano. Me di cuenta de que unas personas me miraban, tal vez les llamó la atención el ladrido de la perra, o el hecho de que una mujer estuviera mirando al suelo y haciendo fotos con una perra histérica a su lado. Me volví a decir a mí misma que esa imagen me serviría. 



Hoy, día uno de agosto, hago una foto, que engloba un gran contenido vivencial mío, de la cotidianidad de los días pasados, de los sueños, de las incertidumbres, de la riqueza de un buen desayuno con tostadas de tomate y jamón serrano recién cortado, de lecturas desesperadas buscando la inspiración del trabajo para mejorar, para que Mercedes viviera realmente a través de mí, volví a Stanislavski, me volví a mirar a mí misma, y traté de desmenuzar ese trabajo creativo con responsabilidad porque sentía que debía hacerlo por mí, por un director implicado y un autor emocionado. Y por fin, ayer, el último día de representación, se produjo el milagro, en un instante dejé que el acto creativo me embriagara, y llegó la emoción sin buscarla, porque había trabajado y estaba inmersa en el trabajo. Solo ocho espectadores, uno de ellos mi padre, otro el autor. Fue un momento delicioso...



Hoy, apenas disponía de unos minutos, pero mis piernas querían decirme algo, las chanclas, las gafas, el libro, la tele con esa terrible noticia de un padre que mata a sus dos hijas por venganza, por rabia, por irracionalidad, porque el monstruo se había impuesto. El ordenador encendido por la página del blog, sin ninguna pretensión, solo la riqueza emocional. Los tomates en la caja, esperando. Este momento, estos minutos, con los restos de café en la boca, con el poto dándome vueltas en la cabeza, con una lluvia de ideas que están zumbándome por el cogote o más bien en el interior del tercer ojo, el sabio, el que ve con el alma.
El inicio de las vacaciones, ¿libre para crear ahora? Uf, qué emocionada. Venga, vamos, esto acaba de empezar. 


He vuelto. Estoy viva. 

Isolina Cerdá Casado

Pos pandemia. Corazón postraumatizado.

      Hoy, ahora, hace un momento, me dio por hacer limpieza del bolso. Mi bolso es una especie de contenedor de vida, también de objetos pu...