miércoles, 21 de diciembre de 2016

¡Más mantas, por favor!


Se sentó ante el ordenador, acababa de ver un vídeo en el que una periodista musulmana gritaba la pasividad del mundo ante lo que estaba pasando en Aleppo. Dos días antes había ocurrido un atropello en Berlín, no fue un accidente, alguien condujo un camión hasta un mercado navideño con la intención de arrasar con todo. Ella no sabía qué escribir, pero se había sorprendido con una extraña reacción, interna, todo ocurrió en sus adentros, tuvo una especie de visión. Era raro, ella no solía tener visiones, aunque era cierto que tenía una gran imaginación que aunque no había desarrollado lo suficiente, sí era consciente de ella. La visión era clara: había una gran cama, sobre la cama un hombre, tembloroso, de facciones muy alargadas, delgado, como si estuviera consumido no tanto por el hambre sino por una fuerza interna extraña. Estaba como encogido, no llegaba a ser una posición fetal, pero se estaba aproximando a ella. Pelo negro, barba hirsuta y densa. Entonces alguien le tapaba con una manta, era una manta muy cálida y gruesa. La mirada del hombre no se alteraba, miraba al horizonte, tal vez veía el horror, había espanto en la profundidad de sus adentros. Era mucho el dolor que había producido, dolor por dolor tal vez, dolor que ya no mira nada, que no empatiza. Pero él, él era arropado, su cuerpo frágil cubierto con una manta. El niño del hospital, la niña que consiguió huir, el joven que gritaba la impotencia vía twitter, todos ellos sostenían la manta. 


El amor cambiará el mundo. 
El amor, ¿qué es eso? No, doctor, no sé hacia dónde vamos pues hay más armas que mantas, y todos sabemos que con las armas matamos pero con ellas somos incapaces de abrigar a nadie. 


Isolina Cerdá Casado

martes, 20 de diciembre de 2016

El contagio navideño de la mujer de bronce.



Había mucha luz pero estaba lloviendo. Alguien le prestó el paraguas, se lo colocó en la cabeza, cubría también sus hombros. Pero la mujer que le dejó el paraguas no fue consciente de que el resto del cuerpo estaba empapado. Aquella mujer inmóvil no tenía ninguna gana de adentrarse en ese estado navideño en el que todo el mundo se empeñaba en introducirla: guirnaldas, árboles, bolas de cristal de colores, luces y más luces por todos los lugares. Ella solo quería permanecer ahí, semitumbada, mirando al vacío, recordando viejos tiempos en los que todo era una fiesta, en los que no conocía esa sensación que de un tiempo a esta parte la embriagaba por dentro, esa especie de vacío que producían las ausencias, o los dolores, o qué se yo. Entonces alguien llegó, quizá fuera un trabajador del Ayuntamiento de Leganés, con más o menos entusiasmo, se situó frente a su mirada y le colocó un árbol de navidad, era un árbol gigantesco, altísimo, lleno de bolas blancas y marrones. Para desespero de la mujer de bronce no podía salir corriendo, el material del que estaba hecha no se lo permitía, obviamente tampoco podía volver la cabeza hacia otro lado. Entonces tras un período de crisis optó por mirar hacia delante, era algo obligatorio pero podía no haber visto aun con los ojos abiertos, ella lo hizo, e intentó ver el lado bueno de esa navidad que le habían colocado delante. Y para su sorpresa, sí había un lado bueno, siempre lo hay, en todo. 
Entonces se dio cuenta de que la ilusión es renovadora, purificadora y contagiosa. La ilusión ajena se contagia, sí y más la de los niños. A su lado pasaba mucha gente, mucha: niños y niñas, personas mayores, jóvenes que se acercaban al Centro cultural José Saramago. Nadie bailaba alrededor del árbol, es cierto, pero de vez en cuando un niño se acercaba y miraba hacia lo alto, sorprendido y emocionado por lo gigantesco de aquel árbol de navidad callejero. Y esa sonrisa inocente era mágica, sí, era contagiosamente mágica, no importaba que hubiera un vínculo familiar, la alegría de los niños y las niñas en navidad es el verdadero sentido de la fiesta. Es el reconocimiento de que en algún momento todos hemos sentido esa ilusión del niño, hasta la mujer de bronce. 


Hay que proteger a los niños, cuidar su ilusión, cuidar su mundo mágico. A todos, a los del vecindario, a los de Madrid, a los de España, a los de Siria, a los de Alepo.

¡Feliz Navidad!

Isolina Cerdá Casado

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Peones azules en los pedidos online

    Hacía tiempo que no la veía, sabía que estaba trabajando. Al verla a la salida del cole fui a saludarla, me dijo que estaba nuevamente sin trabajo. Le habían contratado para un período determinado de quince días. Le pregunté que qué tal la experiencia, imaginaba que me respondería que bien o algo parecido, había trabajado para El Corte Inglés, gestionando los pedidos online. Sin embargo me quedé atónita cuando me miró con un gesto de insatisfacción y de tristeza. "El peor trabajo de mi vida, de verdad, no me he sentido peor en ninguno de los anteriores puestos". Era cierto que aunque trabajaba para gestionar los pedidos realizados a través de la gran empresa, no la había contratado directamente El Corte Inglés sino una ETT. De camino a casa, los niños correteaban, hablaban de sus cosas, y ella me iba detallando su experiencia. De vez en cuando se detenía, ella dejaba de hablar pero su mente seguía dándole vueltas, yo atendía a mi hijo ante alguna llamada de atención, o les cogía de la mano para cruzar el paso de peatones, pero ella seguía con esa mirada perdida en el triste recuerdo de aquella experiencia. Y volvía a esa especie de factoría de sueños, cuya efectividad económica era de primer mundo pero si se profundizaba en sus entrañas parecía estar ubicado en un país tercermundista. "Pasábamos por un control, no podías meter móviles, ni nada que no fuera útil para el trabajo. Nos daban media hora para comer, en ese tiempo no podías utilizar tu móvil, en estos tiempos era una especie de tortura, ocho horas de trabajo y en tu media hora de desconexión seguías incomunicado. La media hora de descanso no sabías cuándo te podía tocar" 
    Decía que varias veces la obligaron a irse a comer a las diez de la mañana, cuando su jornada acababa  a las 16:00, trabajaba ocho horas, la media hora de la comida no se la pagaban. ¿A quién podía apetecerle comerse un cocido o un guiso a esas horas? A las seis de la mañana cogía el autobús, que la propia empresa había habilitado para llevar a los trabajadores. No disponías de taquilla en la que dejar tus cosas antes de entrar a la zona de trabajo, lo cual había dado lugar a numerosos robos. El trato a los trabajadores fue nefasto, absolutamente degradante, su jefa más inmediata la trató como escoria. "Deja eso y haz aquello", la mandaban, "vuelve donde estabas, y que sepas que por dejar eso inacabado te podría despedir", "pero si tú me has mandado dejarlo así" "no quiero escuchar excusas tontas". Gritos, vejaciones verbales,... Ella contaba que durante el tiempo que duró aquella tortura no dejaba de pensar en que cada vez le quedaban menos días para terminar, en aquella temporalidad finita encontraba consuelo. Éramos peones vestidos de azul, los que iban de verde tenían una categoría superior y los de rojo, esos eran lo que llevaban el látigo.
El primer día el autobús que les tenía que recoger, a ella y a otros tantos trabajadores de la zona, no fue a buscarlos. Fue un sábado y tenía que ser la primera jornada de las quince firmadas en el contrato, no fue a trabajar, ni ella ni los otros compañeros que esperaban su llegada. Cuando les dieron la nómina comprobaron que ese primer día no solo no se lo habían pagado, cuando estuvieron disponibles y esperando a ser recogidos para ir a su puesto de trabajo, sino que les habían descontado 52 euros por absentismo laboral. Por una jornada de ocho horas le pagaban 34 euros y por aquel extraño primer día en el que no fueron a trabajar porque la empresa no cumplió con ese compromiso para ir a recogerles resulta que le descontaron 52 euros. Llamaron, reclamaron, pero le dijeron que no le pensaban pagar de otra manera, y que era inamovible la postura de la empresa.
Según parece en aquel espacio a parte de los colores asociados con su categoría correspondiente, estaban los empleados diferenciados entre sí por la empresa contratante. Los que trabajaban allí por parte de la ETT no tenían acceso a los espacios comunes de los que trabajaban directamente contratados por la gran empresa comercial. Lo supo muy bien, porque hubo algún día en los que pudieron tomar un café, cinco minutos, literales, y no les dejaban ni apoyar el cuerpo relajado sobre superficies frágiles, ¿más frágiles que un cuerpo expuesto a un nivel de presión elevadísimo? 

Cuando me contaba todo esto me entraron unas ganas locas de contarlo, había descrito una imagen de cómo se sentía que me llegó al alma. "Era como si fuéramos peones dirigidos por un látigo que manejaban personas como nosotros pero poseedores de un mono rojo, nosotros simplemente éramos máquinas." Máquinas en las que los botones eran las emociones que golpeaba el látigo de otro hombre máquina vestido de rojo. Sentir fortuna porque tu contrato tiene una duración determinada no debe ser fácil. Ella sabía sobradamente que había quien no podía elegir, y aun sabiendo y sintiendo la corrosión del látigo se veía obligada a volver, porque no hay otra opción si tienes que comer y dar de comer y no hay otro sostén económico en la familia. Una amiga que conoció aquellos días volvió a trabajar allí después de los quince días, no le quedaba otra. A veces no hay opciones, ella tenía opciones, era afortunada. Lo más indignante fue el trato, la impotencia ante los gritos. Tal vez le tocaron los peones rojos malos, es posible que alguno fuera bueno, quizá los verdes con los que se cruzó tampoco fueran amables, y era muy extraño que la opinión generalizada fuera la misma. 

¿No os ha pasado que vas por la calle y al ser testigo de una pelea en la que hay una persona violenta, al escuchar los gritos hacia la persona vulnerable, algo se encoge por dentro aunque no conozcas de nada a la persona receptora de la brutalidad? Es la empatía. Debe ser que allí, en aquel horrible lugar todos acababan siendo contagiados por esa actitud fría y desconsiderada, mal asunto cuando el objetivo final supuestamente es satisfacer sueños, de consumo claro. Tal vez ese es el error, el objetivo final real es el beneficio económico a toda costa.  

La verdad es que a partir de ahora cada vez que haga un pedido online será difícil no pensar en ese peón vestido de azul que tiene que preparar mi pedido y comprobar que todo está perfectamente colocado y empaquetado. 

La navidad me gusta, lo que no me gusta es que haya peones azules sintiéndose tan mal tratados, maltratados, por un engranaje cuidadosamente estudiado pero sin una exigencia básica: el respeto.

Isolina Cerdá Casado


martes, 13 de diciembre de 2016

Sangre e inspiración.


Una foto, dirigí el objetivo hacia el dedo, mi dedo, había mucha luz, estaba en la calle, y la cámara del móvil captó la sangre, captó el fluido vital. Fue una señal, a veces ocurre, no vas buscando nada y sin embargo lo encuentras. Tal vez mi sangre brillaba demasiado, y traspasaba carne y piel, era coqueta, quería que la captara la cámara, quería ser libre. Tómame, anda, loco objetivo, alocada escribidora, toma mi imagen y déjate inspirar.


Hoy conducía mi coche, de vuelta del cole, de dejar a los niños en el colegio. Había mucha niebla, un ambiente otoñal típico, en el que el frío, las hojas caídas y la poca visibilidad te llevaba a lugares en los que la vida pasa de lejos, como siendo observada por unos ojos curiosos sabedores de que algo tienen que hacer para colaborar con el mundo. Mi mente volvió a lo de siempre, la escritura. Un señor se acercaba a paso lento al borde de la carretera,  se disponía a cruzar el paso de peatones. Yo circulaba muy despacio y me detuve con tiempo suficiente para verlo llegar despacio, y cruzar con cierta dificultad, tenía algún problema físico, no sé de qué índole, si accidental o enfermizo, transitorio o permanente. No sé, el caso es que caminaba con dificultad, su pelo era blanco, caminaba solo pero con determinación. Tal vez se estaba obligando a ello, en ocasiones nos falta el impulso y aunque no nos pasa nada físicamente (o sí en la mente) somos incapaces de caminar. Y este hombre lo hacía. ¡Qué tonta! De repente lo vi, era el ejemplo perfecto, el modelo a seguir, la conducta a imitar. Caminar a pesar de la dificultad. Cojeaba ligeramente, y el movimiento de su cuerpo estaba determinado por un ritmo marcado por una especie de contractura brutal que  debía abarcar al menos la mitad de su tronco. 
Tuve el impulso de pararme a un lado y preguntarle, a dónde iba, qué le pasaba, a qué se dedicaba... Quise saber más de su vida, de la vida de una persona anónima, era como si mi alma movida por una gran curiosidad trascendental quisiera saber más de él. ¿Cuál es tu secreto? ¿Qué te motiva? ¿Por qué te has levantado de la cama y aun a pesar de la dificultad te diriges a algún lado? ¡Tenemos tanto que aportarnos! No estamos solos, tal vez tu visión es lo que yo necesito escuchar, tal vez su ayuda es lo que necesitamos.
El otro día estuve tomando café con unas personas a las que no conocía, llegué hasta su casa por mi marido, por la afición común a los pájaros. Grandes personas, que se sinceraron, que compartieron sus miedos, y también su valentía. A ella le acababan de diagnosticar un cáncer de colon, tenía miedo pero ella era valiente, tenía un buen diagnóstico, estaba localizado, era operable y no había metástasis. Ella dijo: "Le dije a mi marido que no quería escuchar un no, que yo ya había elegido el Sí, sí se puede, lo mismo que elegí cuando operaron a mi nieta a corazón abierto". Pues sí, sí, sí, como dijo Divaldo Pereira Franco en aquella conferencia maravillosa: uno puede enfermar pero tiene que tener una actitud saludable. Yo asentía, asentía, sabía muy bien de lo que estaba hablando, lo sabía casi todo. Yo un día pensé que no me quería morir, que me daba miedo la muerte, ese día también pensaba que si no tuviera hijos, o éstos fueran mayores no me daría tanto miedo irme. Pero eso es falso, no te quieres morir porque siempre hay algo que puedes hacer por mejorar el mundo, bueno y por más cosas claro. En fin, que hoy empiezo otro proyecto, y tiene que ser hoy, la imagen de ese hombre me ha impulsado, la llamada de mi padre también, palabras de apoyo a la creación, y ese sí maravilloso de la mujer valiente.

Isolina Cerdá Casado

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Una pinza blanca en medio de un paisaje otoñal


Cuando vi a la pinza con esa tristeza vital le dije: "Mira, ya está. Tu desidia se va a acabar. Aparca la ropa a un lado, vente, engánchate a mi oreja y vamos a dar un paseo".

A veces un paseo es la solución. Un paseo con los ojos bien abiertos. 
Mirando ese cielo azul maravilloso, sin una nube grisácea, especialmente cuando llega después de días y días lluviosos, que sin quererlo coincidían con hechos tristes.
Ver el cielo y sentirlo.







Admirar a ese ángel que tocaba la melodía de una navidad incipiente, que empezaba a caer sobre nosotros sin pensarlo, rápidamente, sin tiempo de digerir estados. Dejándose rebozar por esas gotas de rocío que aún conservaba la hierba cubierta del manto blanco de la noche, repleta de gotas frías y blanquecinas procedentes de los sueños nocturnos. La pinza no quería otra cosa que no fuera seguir mirando, seguir sintiendo, seguir caminando. Aunque fuera colgada de mí, de mi cazadora negra, al ver el dolor que me causaba en la oreja se soltó de ella y decidió dejar de aplastar la carne lobular para asirse con fuerza a la prenda que me protegía del frío. Las hojas caídas le inspiraban relatos de amor frustrados por la mala suerte. Pero ella era afortunada: una pinza blanca que había conquistado la ciudad con su mirada abierta.
 Mucha gente miraba con curiosidad a la mujer que manejaba la pinza con soltura y la fotografiaba con emoción. Pero ella era ajena a todas las miradas, solo quería ilustrar ese paisaje otoñal tan terapéutico con la ayuda de una sencilla pinza blanca.



Isolina Cerdá Casado


martes, 6 de diciembre de 2016

Breve historia del dolor.

No quiero ser negativa, es simplemente que quiero constatar que el dolor del alma no siempre se reconoce, ojalá nunca tuviéramos que conocerlo. La primera vez que lo sentí fue algo nuevo, duro, triste, insoportable, pero nuevo. Lo sentí en el pecho, justo en el plexo solar, ahí donde llega el impulso de la lágrima que surca mejillas. Era extraño porque no estaba producido por una herida, no sangraba, ni era fruto de una caída, ni de un golpe tonto. Se originó como consecuencia de algo, algo físico, la transformación de la energía en otra cosa, y ese proceso golpeó el alma, no se vieron puños, ni machetes, ni martillos. Fue cosa del conocimiento, el básico, el que no entendía nada y que, al no entender, producía un nudo, que tampoco era visible, pero que se sentía con una presión desconocida en el pecho. El primer contacto con la muerte de un ser querido dio lugar al nacimiento de la sensación, y fue como el nacimiento de un río, ya no desapareció jamás, simplemente aumentaba de caudal conforme la vida iba transcurriendo. En ocasiones había tanta lluvia que se desbordaba el río, entonces la cuenca anterior no servía, y no había contención. No se podía disimular el dolor, y simplemente  se desbordaba. 
Hoy he vuelto a ir al tanatorio, este año he ido demasiadas veces. Y ese dolor, el dolor, ese, ese del pecho, ese que te presiona fuerte, que casi no te deja ensanchar la caja torácica, ese dolor me fue descrito, ella se presionaba en el pecho y me decía: "Aquí, tengo un dolor aquí, muy fuerte, tan fuerte que casi no respiro, como si algo no pudiera ser contenido, como si se me rompiera ahí dentro algo." Era la fuerza del agua, del golpe, de la transformación de la energía. Pero también era esa necesidad de apego a lo físico, el alma vuela libre, se transforma, viaja, pero ese cuerpo al que también hemos querido porque era el contenedor de nuestra alma querida deja de tener vida, es materia pero era la materia que contenía el alma amada. 

Isolina Cerdá Casado

lunes, 28 de noviembre de 2016

Horizonte imperceptible


Salía del hospital Severo Ochoa, aún con la cabeza dando tumbos por aquella confesión de una mujer anónima, que no me conocía de nada, pero que algo vio en mí, se sintió impulsada por aquella mujer, yo, que se ofreció a ir a por la sacarina. Había ido al hospital para ver a una amiga, fundamentalmente para apoyarla en unos duros momentos, sentía que tenía que tenía que verla físicamente e intuía que estaría allí. La semana anterior había habido un maratón de donantes de sangre en el hospital y me quedé con las ganas, así que pensé que de no estar o no encontrarla donaría, no sabía si por mi operación de febrero sería posible, pero sí, lo fue, el carcinoma basocelular era uno de los cánceres que permitían donar sangre una vez superado todo el proceso y pasado el tiempo suficiente. Al no responder a mi llamada fui directamente al banco de sangre. Pensé que sentada en aquella camilla, con el tubo de extracción puesto podría pensar en Mercedes, no sé, el resquicio del trabajo de ese viernes venía conmigo. Viernes maravilloso, lleno de nervios, sabiendo que lo había dado todo, pero consciente de que el todo podía mejorar y llegar al máximo. Lo que nos pasa a los actores, en fin.
Justo cuando me sacaban la vía me llamó mi amiga. Pude verla, estar con ella, mostrarle mi apoyo. La cuestión es que tras despedirme de ella me fui directa a la cafetería, te dan un vale para que te tomes algo, cuatrocientos mililitros de sangre por un bocata y un café con leche, merecía la pena, no por ese vale, claro, todos sabemos de casos en los que se necesita esa sangre. Hallábame yo sentada en aquella mesa, abriendo el papel de film del bocata de jamón serrano y mirando ensimismada por esa gran pared de cristal que daba a la zona de aparcamiento, cuando aquella mujer se sentó en la mesa contigua a la mía, yo me percaté de que una persona se había sentado en esa mesa pero no había reparado en ella en detalle hasta que dijo en voz alta: "¡La sacarina! ¡Voy, y me dejo la sacarina!". Eso hizo que me volviese hacia ella y me di cuenta entonces de su avanzada edad, de su volumen corporal y de la relativa dificultad de movimiento. Así que me ofrecí a ir a por la sacarina. Ayuda que la mujer rehusó y agradecida por la voluntad se levantó y se fue hacia la barra del bar en donde estaban los sobrecitos de azúcar y sacarina. Yo volví a mirar hacia lo lejos, pensando una y otra vez en mi amiga, en lo difícil de su situación, en el dolor. ¡Qué familiar me resultaba todo eso! 
Volvió la señora, con su sacarina, yo seguía ensimismada, con la mirada allá a lo lejos, en un horizonte que no se podía ver, solo sentir. Y de pronto, volvió a hablar en voz alta, yo giré nuevamente la cabeza hacia la derecha, y ella siguió hablándome, supongo que desde el principio me hablaba a mí, o tal vez al horizonte y al ver que yo le prestaba atención enfocó el discurso hacia mi persona. Decía que estaba muy cansada, mucho. Yo pensaba: "Pues anda que yo, si te cuento mi finde te caes de culo". Pero mi pensamiento me lo guardé, y seguí escuchándola mientras comía el bocata. "Es que mi hijo tiene ataques de epilepsia, vengo de estar con él. Toda la noche con él. No he dormido nada, no he dormido. Y no había desayunado todavía. Soy diabética, sí, lo soy. Y mira a qué hora desayuno. Me acabo de tomar la pastilla." No sé muy bien a qué pastilla se refería, pero asentí. Entonces me dijo que a su hijo no le hacía efecto la medicación. Que se la habían cambiado y que se había caído, tres veces, durante la noche. Yo seguía con mi bocadillo, y la miraba de vez en cuando. Era una mujer muy corpulenta, tenía el pelo corto y algo despeinado, unas gafas con gruesos cristales cubrían sus ojos. Comía una napolitana de chocolate con cubiertos. "Vaya, pues lo siento. Los médicos no siempre aciertan con la medicación". "Claro que no"-añadió ella. "Si es que tú no te imaginas lo que estoy pasando", me decía con un trozo de napolitana de chocolate en la boca. "Lo imagino, eso es algo muy duro. Ver a un hijo en esas circunstancias." Le decía yo, apoyando sus palabras y mostrando comprensión. Me daba mucha pena y me conmovía realmente. Luego empezó a entrar en otros temas. "Lo que me pasa...si yo te contara...que ahora mi marido está en un juicio...una vergüenza...y todo por tocarle las tetillas a una niña. Doce años tenía. Ya ves." Fue horroroso escuchar eso haciendo el gesto de tocar pellizcando imaginariamente hacia delante. Seguía contando lo que le pasaba, el tono del discurso empezó a disgustarme, no sabía exactamente si lo que me decía era verdad. Su tono era el de una señora mayor, ese tono al que asocias sabiduría y coherencia, sin embargo no lo era, no estaba bien. Mi cabeza se iba volando, miraba de vez en cuando al horizonte, en el que estaba en un primer momento, ese en el que veía el dolor de una separación forzosa que se iba a volver a producir. Ese en el que la enfermedad lo ennegrecía todo y en el que solo la fortaleza vital de una mujer trataba de disminuir los efectos brutales del cáncer terminal. Entonces la mujer empezó a hablar de su marido. "Yo ya no le dejo dormir en mi cama. Si a lo mejor lo llevan a la cárcel, dos años, por no pagar. Lo que esos querían era dinero."  No debí seguir escuchando, sin embargo lo hice, no solo escuché sino que le pregunté si solo tenía ese hijo enfermo. Entonces me dijo que tenía una hija y un hijo más. Entendí que ella era abogada, la hija, pero reconozco que a esas alturas de la conversación yo estaba con la cabeza tan embotada que solo quería marcharme de la cafetería y dejar a aquella mujer con su napolitana. Envolví el resto de bocadillo y me despedí recomendándole que se cuidara bien, y que no se olvidara de ella misma para poder ocuparse de su hijo. No tenía que haber entrado en recomendaciones tontas. Quién sabe qué tipo de mujer era, a lo mejor calló cosas en su vida que jamás tenía que haber callado. No me pude quitar de la cabeza la imagen del marido haciendo eso a una niña. Lo peor de todo fue que en algún momento de ese monólogo que dejaba de serlo cuando yo abría la boca, ella dijo algo así como que el marido era tonto, que al menos tenía que haber disfrutado, que se iba a ir a la cárcel sin disfrutar. ¿Disfrutar? ¿disfrutar? Uf, qué horror, no sabía, tenía la cabeza llena de imágenes, horribles todas ellas. ¿Disfrutar? ¿de qué? ¿de quién?
Aquel desayuno reponedor fue horroroso, me abofeteó el alma, fue como si la vida me hubiera enseñado con aquella mujer y su historia un cuadro que también existe entre todos los cuadros que he visto en su museo. Visto, sufrido, sentido. Fue como si en medio de una ciénaga llena de barro empezaran a salir flotando pollos muertos. Salí corriendo. Al llegar a casa tuve la necesidad de escribir.

Isolina Cerdá Casado

jueves, 24 de noviembre de 2016

Lina, ay, mi querida Lina.


El domingo 20 de noviembre de 2016, es decir, antes de ayer, hubieras cumplido setenta años. La sola idea de imaginarte con esa edad me emociona. En ocasiones pensar en eso, pensarte caminando, respirando, mirando con esa mirada tuya tan especial el mundo que nos rodea me causa cierto bienestar, como una caricia, una caricia que me llega desde la memoria emocional. Estás en mí, en ellos, en la gente que siempre te quiso, que vivió contigo tantas cosas. Sí, estás. Estáis todos. Pero aun a pesar de eso, aun a pesar de que sigues aquí de alguna manera, no puedo ignorar ese vacío, esa necesidad física de tu abrazo, abrazo cálido, carnoso. Se lo dije a tus nietos ayer. "Ayer la abuela Lina hubiera cumplido setenta años". Ellos me preguntaron porqué no les había dicho nada. No sé, quería haberte escrito algo, escribo mucho, pero no sabía por dónde empezar, me faltaba el impulso, estaba como ensimismada, me sentía con falta de energía, toda esa energía que a ti te sobraba, ya ves. 
Supongo que no siempre es posible describir una sensación, estaba entre la soledad y el vacío pero con tantos matices que no podría aproximarme realmente con la palabra escrita al dolor concreto. Sí era dolor, ahora lo veo. 

Isolina Cerdá Casado

martes, 15 de noviembre de 2016

Café con miel y pies en la cabeza.


Estaba en el borde, bueno, en realidad un poco más arriba. Miraba la taza de café, tenía muchas cosas que hacer, no era prioritario estar ahí, sentada frente al ordenador, con una taza de café con leche, mi segundo café de la mañana, un resto de tostada me miraba con cierto aspecto suplicante, como si no quisiera que mi boca volviera a acercarse a ella, quería seguir viva, tal vez con el único objetivo de ver en qué quedaba todo eso. Lo de sentarme, lo de encender el ordenador, lo de ponerme a escribir al tuntún, lo de fotografiar el café, lo de necesitar hacer algo que se alejara de las rutinas del mantenimiento de la casa. Y era cierto que la casa me pedía a gritos atención, pero yo pasaba por alto sus demandas. El desorden reinante se hacía cada vez más visible, el espejo del baño te devolvía la imagen llena de motas, gotitas de pasta de dientes que mezclada con saliva de niña decoraban una parte importante del útil mueble. Sabía dónde estaba el limpiacristales, sabía que todo era cuestión de ir a por el trapo o incluso el papel de aquel rollo gigantesco, pero me faltaba el impulso. Nunca he sido ordenada, ni limpia, no más de lo necesario, pero es cierto que estaba llegando a un límite. Seguro que si trabajara por horas en la limpieza de la casa no dejaría que llegara a este grado de acumulación polvoriento. Ya, lo sé, si me pagara alguien, no sé quién claro, a lo mejor el dueño invisible de esta mansión. ¿Vivo en una mansión? Sí, cuando tengo que limpiar me parece una mansión. Luego, en la vida cotidiana es cierto que me faltan habitaciones. Aunque también es cierto que no me permito una queja, porque la verdad es que tengo mucha suerte. Tal vez necesitaría una manta nueva, una especial, una que me envolviera en esos momentos en los que te permites horas de asueto. Momentos en los que te plantas, y decides no hacer más de lo necesario para poder estar pulsando teclas, y que salga lo que tenga que salir. Pues sí, es una suerte poder hacerlo, solo la conciencia es la que me grita desde dentro, pero en ocasiones soy tan fuerte que me vuelvo sorda, y no la escucho. Ahora es uno de esos momentos. Como cuando llamo a mis hijos y se vuelven sordos ante todo sonido procedente de mi boca. ¿Ellos se vuelven fuertes frente a mí? Tengo las manos frías, congeladas, lo mismo que los pies. El calor está dentro tal vez en el músculo del miedo, el Psoas, lo acabo de conocer. Somos tan densos. Como el gran bote de miel, toda mi mente es una gran masa pegajosa y dulce llena de propiedades. Y sin embargo, ahí está, dentro del bote, creando poso. ¿Para qué quiero el poso? Estoy empezando a notar que la miel de mi masa gris está saliendo por las orejas y justo en este momento me cae por la frente un chorro pegajoso que trato de atrapar con la lengua. Es dulce pero cada vez que la saboreo un temblor de vida como un escalofrío brutal, me tambalea el alma. Mencionar el alma me traslada a otra dimensión. Deja el alma. No quiero.



    El alma es lo que empuja a la miel gris a recorrer mi cuerpo y volverme pegajosa. Yo me quiero pegajosa, yo me sé viva, yo me voy a limpiar el baño y luego volveré a sentarme a contar un cuento que venga de dentro, sin planificar, como un goteo de miel que sale porque los pies creativos no paran de saltar encima de la cabeza. Claro, por eso me duele, son los pies locos llenos de miel que bailan libres. ¿Te vas a limpiar el baño? ¿La conciencia ha aprendido a proyectar? Espero que la miel logre detenerla. 

Isolina Cerdá Casado






lunes, 14 de noviembre de 2016

Los maravillosos abrazos del Hada Mariposa


Caminaba por el bosque, estaba triste, no sabía muy bien qué provocaba su tristeza. No siempre tenía que haber un motivo. Muchas veces le ocurría así, estaba triste y ya está, sin un por qué. Aunque si lo pensaba bien, esta vez sí había un claro porqué. No, no quería pensar otra vez en las personas que se habían ido, pero se habían ido, por una enfermedad, sin querer irse, sin estar preparada para decirles adiós. Eso era, sí, que no podía encajar tanto adiós forzoso.
Pero bueno, lo que le ocurría en el momento del paseo era esa profunda tristeza que sentía por dentro, y que le pesaba como si cargara con una gran losa invisible. El paisaje era precioso, sí, grandes árboles, hierbas y arbustos enmoquetaban el suelo, pájaros, cervatillos...bueno, lo cierto es que no vio cervatillo alguno. Comenzó a oír un tintineo, como unas campanillas que se aproximaban, entonces se encontró de frente con ella. Un hada, era una hada mariposa. Sí, brillaba mucho para ser solo una mariposa y tenía un aura mágica que la envolvía. Era tan bonita que cualquier amago de temor se esfumó ante semejante aparición. El hada la miró, le sonrió y acto seguido la abrazó. 


Uf, fue una sensación maravillosa: calor amable, cariño regalado, afecto gratuito, generosidad mágica. El hada no sabía que era un hada, no sabía de su tintineo, ni de su brillo en la mirada. El hada se dejaba llevar por el impulso, por un impulso interno, tenía una necesidad, la de dar un poco de su calor de alma viva llena de energía. No podía saber el poder que tenía de curación, pero sí sabía que cada vez que abrazaba a alguien esa persona quedaba consolada y arropada, porque ese abrazo mágico permanecía envolviendo al alma. No siempre triste, a veces el alma esperaba ilusionada la llegada de su tintineo. Los abrazos de las hadas que mutan en mariposas son especiales, solo las personas que los reciben pueden saberlo. 
De vez en cuando hay que mostrarle al hada su poder y su grandeza, de ahí que hoy escriba sobre ella, para que sienta mi agradecimiento por esos abrazos mágicos, el mío y el de todas las personas que han sido receptoras de su abrigo suave y calentito.

Isolina Cerdá Casado

lunes, 7 de noviembre de 2016

Labios negros

   Había tenido una mañana muy atareada. Sonó el despertador demasiado pronto, al menos eso le pareció a ella, sin embargo, eran las siete y veinte, sí, no había error. Abrió los ojos como pudo y se fue directa al baño, se lavó la cara, los dientes, se peinó, se aseó y mientras se preparaba un café se dio cuenta de que no se había mirado al espejo. ¿Cómo era posible? Había estado frente al espejo del baño y sin embargo su mirada estaba ausente. El nervio óptico estaba en modo off. Pero, ¿y el cepillo? ¿y la toalla? ¿el mismo grifo del lavabo? ¿No debía mirar antes de acceder a ellos? Y sobre todo, ¿no tenía que mirarse a sí misma? Por lo visto no lo necesitó. Claro debió ser el piloto automático. Volvió al baño, se miró. Uf, estaba horrorosa. Prefirió no indagar más en la caricatura que le devolvía el espejo. Se fue a despertar a los niños. Su tono empezó a elevarse cada vez más, sin embargo los niños parecían atender inversamente al volumen de sus gritos. Ellos también estaban en modo off, no la escuchaban. Así que el momento del desayuno fue un caos, lo mismo que la ida al cole, lo mismo que la llegada a aquella ciudad desconocida, lo mismo que su cita con el que podía ser su jefe. 
    Estaba sentada en la sala de espera, la secretaria le dijo que en un minuto la recibiría el señor García. Aquella mujer que custodiaba la entrada de la oficina del Director general era muy guapa, estilizada, adecuadamente vestida, elegante, perfecta, eso pensaba ella, la mujer estresada que no tenía tiempo ni para mirarse al espejo. Se dio cuenta de que la secretaria del señor García la miraba con cara rara, como si algo no cuadrara en su perfeccionamiento vital de perfecta gestora de agendas y personas. No le extrañó, al fin y al cabo ella era totalmente la imagen opuesta de la perfección. La puerta del Director tenía un cristal opaco, que devolvía la imagen de todo aquel que se colocaba frente a él. Y justo en ese momento ocurrió, sintió como si su seguridad se hubiera derretido y toda ella se viera desprendida de esa armadura tan necesaria cuando estás a unos minutos de un cambio de vida. Ese hecho apenas duró tres segundos, tiempo necesario para coger el pomo de la puerta, ver su imagen reflejada en el cristal y adentrarse en ella. ¡Se había pintado los labios de negro! Un negro perceptible, llamativo, chillón. Entonces, por fin, fue consciente de que algo no iba bien, justo en el momento en el que se dio cuenta de que se había pintado los labios con el rotulador permanente. Entonces, cuando se adentró en aquella oficina y vio a aquel señor sentado en un cómodo sillón de jefe, de piel negra y brillante, fue consciente de que algo había de bueno en aquellos labios. ¡Hacían juego con el sillón de aquel particular dios con la capacidad de cambiar el rumbo de su vida! Pero de pronto sucedió que le dio un ataque de risa, a la mujer, el señor García seguía con su cara de mueble de madera maciza. Tanto se desternilló que la secretaria del director abrió precipitadamente la puerta con el espejo opaco, con tres segundos de refuerzo supuso la mujer, preguntando si es que le ocurría algo a la señora de labios negros.

Entonces, la mujer se agachó, se levantó la capa de seguridad y les dijo a su ex-posible jefe y a la ex-potencial compañera de trabajo, que tenía que marcharse a casa, necesitaba ir al baño con su nervio óptico dedicado cien por cien así misma. Y se marchó, alejándose de su ex-futuro lugar de trabajo, dispuesta a reparar la carencia de atención que había tenido con ella misma. 

Isolina Cerdá Casado

jueves, 3 de noviembre de 2016

Asunción

    Mi querida tía Asunción se fue al cielo. Ahora toca, otra vez, reorganizar la realidad, la vida nos sigue poniendo a prueba. Mostrándose una vez más en su crudeza más dura y difícil de asumir. En los últimos años, ya más de diez, mi relación con ella se reducía a las visitas que le hacía, dos, tres veces al año, en esos viajes que hacemos de Madrid a Crevillente la iba a ver. Ella vivía en una cueva, en aquella cueva en la que mi abuela me ofrecía horchata de arroz, en una casa misteriosa y muy especial. Entrabas en su espacio mágico, con sus macetitas, con algún pájaro, con sus perritos de los que siempre hablaba con cariño, y te encontrabas con ella: una mujer grandísima, que te envolvía con sus brazos carnosos, con su abrazo afectuoso, con su sonrisa inconfundible, con su comprensión. Preguntaba por tu vida con mucho respeto, a mí me encantaba su forma de entender a los demás, de ponerse en el lugar del otro, del gran apoyo que era para sus hijos y sus nietos, hasta para mí. Con ella, cuando me sentaba en su sofá y hablaba conmigo, me sentía comprendida, sentía su apoyo. Tal vez no eran las palabras, era como el alma, sí, como si mi alma reconociera en ella un alma amiga. Es cierto que no la veía mucho, que no compartía sus momentos cotidianos, o esos momentos en los que el nerviosismo se apodera de nosotros, el estrés, no sé. Ella nunca se mostró nerviosa conmigo, o enfadada, solo tengo recuerdos de su sonrisa, de su mirada. Ahora, cuando me siento por fin a escribir sobre su recuerdo, añoro no haber compartido más momentos, no sé, bueno, sí sé, cocinar con ella, acompañarla en otras facetas de su vida, ella fue precisamente la que me habló de la mermelada de tomate, que ahora disfruto.  ¡Cuántos tesoros que tal vez hubiera podido tener si hubiera estado más tiempo con ella! Creo que esta especie de añoranza es buena, significa que ella siempre será una persona importante en mi vida, de cuyo recuerdo nunca se desprenderá esta memoria selectiva que tenemos.
No podemos retroceder en el tiempo, lo único que se puede es aprender, sacar un aprendizaje vital de lo vivido que nos ayude, que nos sirva para seguir construyendo una vida, para caminar con energía, cargados de sueños.

    Tu recuerdo me enriquece, querida tía, gracias por haberme recibido siempre con una sonrisa, gracias por apoyarme, gracias por quererme. Todavía no he encarnado tu pérdida, todavía no me lo creo aunque estuve ahí, acompañando tu cuerpo, acompañando a tus hijos y a todas las personas que te han querido, llorando. Descansa en paz y ten por seguro que cada una de las semillas que plantaste están dando su fruto, que tienes flores preciosas llenas de colores vivos poblando tu jardín. Te quiero mucho y siempre estarás en mi corazón.

Isolina Cerdá Casado

lunes, 24 de octubre de 2016

Bondad 1


No era consciente, no lo era, la vida estaba llena de belleza pero él no se había parado a mirarla desde otro punto de vista, había dejado que un velo negro cayera sobre sí mismo, perdió la esperanza de volar. Había voces que le decían que estuviera atento, que en cualquier momento todo iba a dar un giro. La vida es así, sorprende, aunque en ocasiones parezca que no hay vuelta atrás. Quería ser fuerte, quería hacer caso a lo que le decían las personas que se interesaban por él, pero algo en su interior, tal vez tristeza, como un pozo oscuro que se lo tragaba todo, le empujaba a pensar en un final aplastante. Un hombre sabio le había dicho que la bondad salvaría el mundo, le dijo que debía hablar sobre eso, que debía intentar hacer algo para que ese mensaje llegara lo más lejos posible. Tal vez hasta el propio pozo de negrura. Aquella flor, abierta, con otros pétalos emergentes cerca de esa belleza, le hizo ver una claridad que con el velo no pudo alcanzar antes. La bondad, ese cariño que mucha gente despertaba en él, ella debía estar bien arraigada en sí mismo, debía quererse, sentirse amado por su propio yo, debía entender que ese ser que veía reflejado en los cristales era importante, no solo para el mundo sino también para sí mismo. 
Se tumbó en la cama, se acurrucó, casi en posición fetal y dejó que sus propios brazos le dieran calor, se dio cuenta entonces de que jamás se había abrazado así mismo, su cuerpo importante había estado carente de sus propias caricias. Estuvo largo rato amarrado a su propio cuerpo físico, entonces el alma sintió que no era un ente ajeno al cuerpo y lo recorrió entero llenándolo de energía positiva y espíritu creativo. 

Ese día volvió a nacer, porque alma y cuerpo se encontraron, se amaron y respetaron. Así siguen, caminando juntos, muchas veces ambos regalan amor, un simple gesto positivo y lleno de bondad, y hacen de este mundo un lugar más agradable para todos.




Levantó su mano izquierda y la impulsó para que acariciara a su mano derecha. Le sorprendió el tacto de su propia piel. Ambas manos se cogieron y se apretaron, y fueron conscientes de que no estaban solas, se tenían la una a la otra.









Isolina Cerdá Casado

miércoles, 12 de octubre de 2016

La plancha y las fuerzas armadas.

He de reconocer que lo peor que llevo entre los muchos quehaceres que nos ofrece la casa es la plancha. No hay nada que me cause tanta pereza y a su vez tanto bienestar una vez terminada la tarea. El caso es que en esos menesteres me hallaba yo, de fondo unos locutores narraban el desfile de las Fuerzas Armadas, era lo que estaban echando por la primera de TVE. Era sorprendente ver desfilar a esa gran cantidad de soldados, de tierra, mar y aire. ¿Necesitábamos a tantos? En mi ignorancia, seguía con la boca abierta ante la gran variedad de tropas, y mantenía las manos ocupadas con la plancha, cuando de pronto llegó mi hija y se quedó mirando la televisión. 

Hija.- ¿Qué es eso?
Madre.- Es un desfile de soldados, de las Fuerzas Armadas.
Hija.- ¿Pero eso está pasando ahora?
Madre.- Sí, hija, es en directo, está lloviendo, como aquí. Porque hoy es el día de la Fiesta Nacional.
Hija.- Mamá, ¿entonces, si estamos en una guerra, ellos son los que nos defienden?

Lo ideal sería no llegar a estar nunca en una guerra, lo ideal sería que no fueran necesarios nunca, en ningún lugar del mundo. Pero por desgracia la amenaza existe. 


Mi hija preguntó también: -¿Y esas niñas rubias? ¿qué hacen ahí?
- Son princesas.- Respondí yo.
Hija.- Pues qué morro, sus padres son reyes y tienen más dinero y seguro que pueden comprar más cosas.
Madre.- Ya, pero tú estás en tu casita tranquila, no es un palacio, es verdad, pero es una casa linda. Si yo fuera reina no estaría tanto tiempo contigo, seguro que no. Aunque tampoco tendría que planchar, tendría a alguien que lo haría por mí. Jo, qué morro tiene la reina. 




Isolina Cerdá Casado




martes, 11 de octubre de 2016

Las chispas mágicas de Tepahi


    En los adentros de un mundo que avanza sin tiempo para encarnar suficientemente lo vivido, un montón de gente, padres y madres cargados de ilusión, vuelve a unirse para contar un cuento, para contar que la Naturaleza pide a gritos que reparemos en ella y que la cuidemos y la respetemos como merece, eso es Mami Naturaleza. Escenografía hecha a base del aprovechamiento de los recursos, procedente del reciclaje, de la creación colectiva y sobretodo de un trabajo ilusionado y gratuito. Del mismo modo el vestuario procede de esa misma forma de ver el mundo, generosidad, trabajo de uno mismo, trabajo de un colectivo, ideas que se hacen grandes, que crecen, que nos arrastran a un mundo lleno de imaginación y fantasía. 

Una madre sufrió una transformación metamórfica y anduvo gollumneando por el escenario.



https://www.youtube.com/attribution_link?a=OqAA2R57EYY&u=%2Fwatch%3Fv%3DPEIIBDr_Xok%26feature%3Dshare



Estos son solo unos pocos, el resto estaba liado y no se pudo poner a posar en la foto, el dire era uno de los que no se pararon para ser retratados. Menos mal que no nos vio. jejeje

Todos estábamos cargando con nuestros problemas, o nuestra vida cotidiana, nuestros sueños, nuestros recuerdos, todos con nuestra carga. Pero ahí, ese día, no importó nada más, ni las molestias musculares, ni los problemas de la hernia, ni la pierna herida, ni esa carga. Nos habíamos comprometido y debíamos responder ante nuestra gente y ante los curiosos y ante la Asociación de Vecinos. Tepahi lo volvió a hacer, volvimos a tener a una cantante en directo que se atrevió y lo hizo muy bien, por primera vez, valientemente. Los personajes caminaron por el bosque y llevaron de la mano a todos los niños y mayores que se adentraron en él. Nuestro director volvió a correr, a mil por hora, y lo hizo, dirigió y se implicó hasta la médula. Los técnicos corrieron y se estrujaron al máximo, yo creo que estaban contagiados de esa magia ilusionada. Al final salió bien, el público aplaudió con ilusión, con emoción, creo que se vieron salpicados por las muchas chispas mágicas que saltaban de esas hojas verdes llenas de esperanza de la Abuela Sauce, de las cabezas de los trolls, de las latas de los leñadores, de los pétalos de las flores, del brillo cegador de las hadas, del aleteo cubano de las mariposas, del azul de los avatares, del cabello de oro de los Elfos, de la grandeza de los Hobbits, de la marcha de Baloo y del Rey Loui y sus monos bailarines, de la calva de Gollum, de los saltos impresionantes de Mowgli, del caminar pausado de los Entz, del gorro verde de Duendolín, de la generosa mujer de negro y de las manos mágicas de un director que no se rinde nunca.

     Hoy el impulso de escribir sobre lo acontecido este pasado sábado 8 de octubre también me lleva a lo acontecido ayer. Todo Tepahi está triste porque un hada llora, pero yo sé que el hada se repondrá pues la luz está en ella, no se ha ido, se ha transformado y permanecerá por siempre a su lado iluminando su camino. 

Isolina Cerdá Casado


viernes, 7 de octubre de 2016

Actividad neuronal

 

Aire mojado
Caricias de jazmín
Sol naciente
Rostros matutinos
Cuerpos impulsados
Mujer reflexiva
pensante,
mujer que mira allá,
a lo lejos.
Sin ver nada
solo pensamientos.
Necesidad imperiosa
¿Por qué estaba aquí?
¿Cómo fue que llegó?

No importa el cómo
Estaba aquí.

Isolina Cerdá Casado


jueves, 6 de octubre de 2016

H2O


Allí estaban ellas, la miga de pan y los restos de café molido, se resistían a acompañar al agua por el desagüe, y aprovecharon la poca fuerza del H2O al marcharse para quedarse pegados al suelo del fregadero. Con un poco de suerte la mujer que limpiaba el contenedor de la vajilla sucia no se daría cuenta, y ambos restos podrían seguir ahí, a expensas del grifo, pausadas, mirando el techo de la cocina, disfrutando las unas de las otras, tampoco necesitaban más. Nada sabían ellas de lo que le había costado a la mujer con el pelo recogido en una coleta hacer desaparecer la montaña de platos sucios y de vasos llenos de los restos de ADN familiar. Quizá en ellos se pudiera estudiar su conducta, la de todos. Los restos de café molido sabían que su función ya había terminado, habían conseguido su objetivo, que la mujer de la coleta caminara con energía por la vida, era por la calidad del grano del que procedían. 
Un momento, ¿qué estoy haciendo? La mujer con coleta escribe sobre un fregadero sucio y lleno de migas de pan y restos de café molido. La mujer con coleta necesita hacer algo urgentemente con su creatividad pues de seguir así acabará escribiendo sobre su mal formación temporal en la piel de su pie producida por una arruga del calcetín tobillero unido este a la presión de una zapatilla de deporte atada con demasiada fuerza, tal vez por ponerse las zapatillas en un momento en el que apresurada se vio obligada a terminar cuanto antes con ese delicado trabajo diario de calzarse antes de salir de casa para ir a recoger a sus hijos, y que al apurar al máximo el tiempo de salida no le quedaba otra que darse mucha prisa, hasta el punto de no ser consciente de lo mucho que le apretaban las zapatillas, y como consecuencia de ello, justo antes de darse una ducha y liberar su pie de la susodicha zapatilla, casi se cae de culo al ver la extraña forma que había adquirido el pie aprisionado. No sabía si ducharse, planchar el pie o escribir sobre ello. 
Al final la mujer con coleta desarrolló el tema de la arruga tatuada en su delicado pie. La pobre está mal, tiene fiebre creativa.

Isolina Cerdá Casado

miércoles, 5 de octubre de 2016

Sombra de ave, que no sopa de ave.

    La sombra de aquella mujer era alargada, vista desde arriba, mirando lo que en el suelo se dibujaba de ella parecía una especie de ave, sin embargo no eran alas, aquello que franqueaba su figura ensombrecida por el sol que la perseguía era un larguísimo pañuelo con el que se resguardaba del frío mañanero. Ese día, de vuelta de dejar los niños en el colegio, le dio por fijarse en las imágenes que le ofrecía el trayecto que todas las mañanas recorría, primero acompañada de sus dos hijos y luego sola. Por alguna razón se centró más en lo que había a ras de suelo. ¿Era posible que su cabeza anduviera gacha por alguna razón que anímicamente la machacaba? ¿o se trataba sencillamente de una cuestión de ineficacia? Tal vez no había ingerido cafeína suficiente y su cabeza no se había acabado de erguir. También era posible que el café tomado no fuera de una calidad extraordinaria, solo uno con suficiente poso le habría enderezado aquella mañana en la que el cansancio se acusaba más de lo normal. ¡Ojalá hubiera sido un pájaro! Así no vería sombras alargadas sino cabezas en movimiento, que se desplazan de un lado a otro, potenciales nidos de bellos hijos aún por llegar.


En la hierba descubría cosas extraordinarias, una hoja y una pluma hablaban de sus experiencias vitales. La hoja cayó de un árbol movida por los vientos de otoño. La pluma cayó del cielo, de una paloma viajera que quiso dejar un resquicio de sí misma en ese tramo de hierba húmeda.


Desde los adentros subterráneos de una pesada chapa metálica un ratoncete me guiñaba un ojo. Hecho extraordinario si tenemos en cuenta la miopía de esa mujer alada que caminaba con la cabeza inclinada.


La mujer siguió caminando ajena a todo lo que acontecía a sus pies, pero consciente de que un mundo tan maravilloso como aquel no debía ser ignorado, lo mismo que lo que le ofrecía el sentido de la vista si ampliaba unos grados la inclinación de su cuello, e incluso si una vez enderezado su cuello levantaba la cabeza para llevar su mirada hacia el cielo y casi sentirse un ser afortunado a pesar de no ser un ave y no estar dentro de una olla para enriquecer un caldo.
La mujer cogió uno de los patines con los que cargaba y se fue patinando a casa con su pañuelo azul y los pies fríos. Era afortunada, sí, pues si fuera un ave no hubiera podido estar escribiendo como lo hacía tecleando con sus diez deditos en un ordenador maravilloso, algo cacharrete sí, pero maravilloso.

Isolina Cerdá Casado

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Una imagen inspiradora y positiva.


Hace unos días subía esta foto, emocionada al ver cómo, después de casi diez años, esta plantita me sorprendía con el regalo sublime de la belleza de sus flores. Durante todo el tiempo que ha estado en casa no había producido ninguna flor. Escribía sobre el recuerdo que tenía, cuando era niña e íbamos a visitar a familiares o amigos en Ourense, esta planta era muy común por aquellos hogares en los que caminaba de la mano de mi madre. En las siguientes fotos se recoge la evolución de las mismas. Las traigo hasta aquí porque me emociona el hecho de que haya gente que lea mis textos, lo hago porque llevaba tiempo sin volver aquí, a este blog lleno de pensamientos intimísimos del alma. Pero también lo hago porque ver esta belleza me llena de optimismo, refuerza mi camino, y he vuelto a sentir el impulso de compartirlo, de gritarlo, al final la vida te puede sorprender, lo mismo que esta planta. Fíjate que está en el baño, cosa curiosa, entre vapores y aromas diversos, ante un espejo que recoge intimidades inconfesables, de transformaciones increíbles, de imágenes de ultratumba.
  Cuando era niña mi abuela María decía que si te mirabas al espejo durante la noche podían aparecérsete fantasmas e incluso ver la imagen de ti misma cuando mueras. Se lo atribuyo a ella pero lo cierto es que murió siendo yo muy niña, pero entre esos caprichos que tiene nuestra memoria a la hora de seleccionar recuerdos y ordenarlos en su cajón, mi memoria lo colocó en el del tiempo vivido en aquella cueva con esa mujer de pelo blanco y caminar pausado. 
    Pues eso, este es mi regalo, os lo ofrezco como imagen positiva, vital y esperanzadora.
   Vivamos la vida con optimismo siempre que se pueda, caminad siempre que podáis, emprended, luchad...

Isolina Cerdá Casado





martes, 30 de agosto de 2016

Click


Déjame que te cuente un cuento, ya sé que estás mal, que no estás para historias de abuela, sé que ahora mismo no quieres escuchar nada, ni si quiera un murmullo que venga de un corazón alado. Pero créeme, la única manera de que te sientas mejor es no cerrándote a los regalos que te trae la vida. Cuando a una la golpean las malas noticias o los brazos inconscientes, hay que llenarse de fuerza y caminar, no te rindas, no lo hagas, camina hacia donde quieras pero hazlo, aléjate de aquello que te produjo el golpe, de pie, caminando. Las cosas pueden parecer sencillas desde la distancia, tal vez pienses que yo no tuve que batallar nunca contra monstruos similares, ellos van atravesando generaciones, y hemos conseguido muchas cosas que ahora nos parecen normales pero que en otro tiempo no lo fueron, entonces eran deseos imposibles. Linda mujer, princesa rosa, con buen cuerpo amplias caderas, largo pelo, ojos negros, sí, eso es lo que dicen, pero también tienes fuertes brazos capaces de sujetarse a un resquicio de esperanza. Ellos pensaban que nosotras solo estábamos para tener hijos, cuidar de un marido y de una casa llena de criaturas que revolotean. Pero ahí, en el mismo lugar en el que yacen los instintos de amamantar y abrazar eternamente a nuestros hijos también está la capacidad de crear otras cosas, de abrazar sueños que van más allá de una bonita casa con paredes blancas. Y no se trata de demostrar nada al mundo, no, querida, no. Es un deseo, una necesidad expresiva y de creación que nos ayuda a desarrollarnos en todas nuestras facetas como ser humano.
No tienes que asumir toda nuestra carga, no te pido eso, solo imploro que no te rindas, que busques ahí, en ese sótano en el que han metido a base de machetazos a tus sueños de persona humana, hombre o mujer, qué más da, puedes buscar ahí, escarba, tal vez un insulto los metió dentro, un empujón cerró la puerta, una mirada echó la llave y un embarazo te hizo mirar para otro lado, olvidándote de ti misma y de tus aptitudes. Pero hay una voz de mujer que todavía suena en el aire, un grito que quiere expresarse, que te quiere contar su cuento, ella también tuvo tentaciones de caer en el pozo del olvido, porque la vida se le torció en el momento en el que fue obligada a casarse con un hombre que no la amaba de verdad, la engañó y ella renunció a la comodidad o al tormento de tener a un hombre a su lado que no merecía sus fuerzas y no inspiraba sonrisas sinceras. Luchó con un hijo a su cargo, el padre se esfumó ante el primer resquicio de obligaciones paternas y ella empezó a caminar sola. Encontró un trabajo y no soltó ni un momento la manita de su hijo. Ella tenía tanto amor dentro que pronto conoció a su segundo amante, volvió a ser víctima del engaño; la debilidad no es la que nos hace tropezar en la misma piedra sino el amor desmedido. De aquella relación nació su segundo hijo biológico y aunque el padre del segundo hijo no desapareció como figura paterna sí se marchó lejos, hasta su país de origen, desde allí hablaba con su hijo cuando ya éste era capaz de marcar el número de teléfono con el prefijo internacional de Colombia. Hasta aquí toda esta historia es un muestrario más de cierta normalidad reconocible, la mayoría de las veces una mujer no abandona un trozo de sí misma y desaparece, digo la mayoría porque he conocido casos excepcionales en los que una madre soltó la mano de su hija para coger otras manos de hombre fuerte y desconocido, no es habitual. Tampoco es habitual que un hombre abandone a sus hijos y desaparezca pero sucede, a ella le pasó, dos veces. Y el hecho indiscutible es que sus dos hijos biológicos vivían con ella.
Mañanas dulces, en las que las ausencias eran compensadas con montañas de amor, el trabajo de la mujer valiente compensaba la falta de calor y llenaba la despensa. Ella caminaba erguida, con paso firme, a pesar de que los rumores le golpeaban la nuca. Cuando una mujer camina fuerte sin un hombre a su lado causa pavor, altera la norma, y provoca comentarios machistas aplastantes. Pero ella no cejó en su actitud, y cuando el corazón volvió a alterarse a causa del dolor ajeno tuvo que intervenir.
Su hermana pequeña había sido siempre una locuela transgresora, a la que no le daba ningún miedo pisar líneas rojas en las que no solo arriesgaba la vida de los que caminaban cerca sino también su propia vida. Lo más absurdo que le pudo pasar fue dejarse arrastrar por el mundo que se cocía en los arrabales de la droga, en donde se normalizaba la violencia y la mujer atrapada por las sustancias psicotrópicas se veía perdida y empujada hasta lo más degradante de su condición. Un hombre podía acabar enfermo y hasta muerto; una mujer presa de la drogadicción podía enfermar, morir y dejar hijos huérfanos, con graves secuelas, pues aunque la inconsciencia pudiera llevarla lejos del riesgo de quedar embarazada, una mujer no puede ignorar al ser que crece dentro de ella, por lo menos durante nueve meses; sin embargo, el hombre también inconsciente puede alejarse de su acto, sin sentir cómo sus carnes se abren para ceder espacio a un nuevo ser. Primero fueron entradas y salidas a la cárcel, porque para conseguir la droga tuvo que delinquir, en medio iban llegando hijas, de padres distintos, tan enganchados a las drogas como la madre. Después las entradas y salidas fueron al hospital, hasta que su cuerpo no resistió más y en un golpe de pureza, porque no había dejado de estar ligada a la mentira química, se fue a vivir con los ángeles, solo ellos podían entender porqué había destruido su cuerpo de forma tan salvaje. Los seres celestiales lo saben, solo los extremos son los que se cruzan en ese mundo, los malos muy malos y los buenos muy buenos, los débiles de espíritu, los incapaces de empatizar, los que no tienen proyectos creativos ni esperanza.
Así fue como tres hermanas de diferentes padres y con secuelas de diferentes grados quedaron a expensas de los servicios sociales.
¿Qué crees que hizo la mujer de corazón inmenso? Ella adoptó a las tres niñas, recibía una ayuda social por ello, eran sus sobrinas y se transformaron en sus hijas, porque su inmensidad no se podía medir, el amor no es mensurable. De este modo pasó a ser madre oficial de cinco hijos, dos hijos biológicos y tres niñas adoptadas por las que también corría su sangre.
Ya sé, sí, no entiendes porqué en este instante traigo a colación su historia, no lo sé, tal vez porque en el fondo hay cosas comunes en las que todas coincidimos, y miedos, miedos que empujan a hacer cosas que nadie entiende pero que tienen que ver con una debilidad común, es algo social, está en las raíces del mundo que nos envuelve. Deberías salir de ahí, de esa encerrona en la que te viste inmersa, escapar, sin mirar atrás. Si no estás bien, vete, antes de que sea demasiado tarde.
Sabes, ella no pudo correr, se le truncó la vida, a la fuerza, violentamente. Conoció a un hombre, un ángel, eso pensaba ella, eso pensábamos todos, eso era en realidad, pero hasta los ángeles pueden llegar a convertirse en diablos cuando están en una situación extrema, lo que decíamos de los extremos, son peligrosos, tanto las circunstancias como las personas, hay circunstancias que te arrastran hacia un lado de la balanza en el que nunca estuviste y que eres incapaz de reconocer.
Se conocieron en el trabajo, ella como docente, él como encargado en un centro de educación especial. Él era una persona excepcional, todo el mundo que lo conocía hablaba bien de él, objetivamente era una buena persona, siempre dispuesto a ayudar a todo el mundo. Convivía con ella y con sus cinco hijos. Todo el mundo admiraba que un hombre aceptara a una mujer con cinco hijos en edad escolar a su cargo, todos lo admiraban a él y la cuestionaban a ella, hasta que conocían los detalles de la adopción y entonces también la admiraban a ella. Todo parecía ir bien, hasta que un día las cosas empezaron a fallar, problemas económicos que sacaron a flote problemas que tenían que ver con puntos de vista diferentes en la educación y los límites, y la pareja admirada comenzó a romperse. Todo lo que vino después no está tan claro, él estaba destrozado y se fue a vivir a su piso, que había sido su casa antes de marcharse a vivir con ella. Pasó varias semanas en un estado depresivo que fue creciendo con el paso de los días. De pronto un día ocurrió algo impensable, inimaginable. Él fue a la casa de ella, ella debió abrirle la puerta sin sospechar que podía estar en peligro, él no era una persona violenta, jamás mostró una pizca de agresividad. Los niños estaban en el colegio, ella no trabajaba, estaba en casa. Cuando los niños regresaron a casa no podían abrir la puerta con la llave y nadie contestaba en el interior. Los bomberos se encontraron con la tragedia: ella había muerto por un mal golpe, y él había muerto porque su corazón que estaba enfermo sin saberlo no pudo soportar la consciencia de lo que había causado su desesperación.
Yo pienso una y otra vez en ella, y en ti, y en todas las mujeres que luchan día a día, en todas las que mueren, en todas las que soportan las injusticias de la desigualdad, de las cadenas invisibles. La mujer valiente murió asesinada, un crimen social, la maté porque era mía y sin ella no podía vivir, ni dejar vivir. Digo social porque ese monstruo está con nosotros, vive aquí, dejamos que crezca, que siga alimentándose y reproduciéndose.
Pero tú, ay, mi niña bonita, no puedes tirar la toalla, no puedes dejarte manipular, eres madre, sí, pero eres persona, tienes valor y valía, aunque golpe tras golpe tus sueños se hayan visto machacados. Estas palabras vienen del tiempo vivido, de los gritos ignorados, de los cadáveres que sembraron los monstruos engrandecidos, los que fueron reforzados, los que hallaron apoyo en risas cómplices, en miradas culpabilizadotas, en despropósitos, en palizas enmudecidas.
Hay un trocito de ti en el suelo, lo he visto, era un sueño muy bonito: tú eras matrona, traías niños al mundo, recibías con tus manos sabias a esos seres frágiles y angelicales. ¿Lo hubieras sido, verdad? Tú querías ser enfermera y te querías especializar en ese proceso mágico del nacimiento. He visto otro trocito de ti en el interior del ascensor, allí cayó aquel día en el que desesperada ibas a ver a tu familia para contarles la verdad de la persona con la que te casaste, pero no te atreviste, no llegaste a contarlo todo, no pudiste, fuiste incapaz de hablar. Te viste en la responsabilidad de mantener las cosas tal y como estaban, no querías que nadie sufriera, ya lo hacías tú por todos. En ese trocito de tu sueño eras feliz, con un hombre que te quería, que te amaba sinceramente y sin necesidades enfermizas de posesión.
Este no es un cuento de princesas, ni de príncipes azules, es un cuento de mujeres valientes que luchan día a día por situarse en el mundo, encontrar su lugar y permanecer en él, vivas y fuertes.
Y si él ya no te quiere, tal vez es porque nunca te quiso, pues vete o déjalo ir, no necesitas a nadie, en realidad solo te necesitas a ti misma, si te tienes entonces puedes tenerlo todo.
El grito que escuchas, el grito que lees viene del tiempo, de la suma de dolor que ya no aguanta más y ha de hacer algo, llega hasta ti y te pide que no te sumes a la rendición, que no colabores con la crueldad amarga de esa violencia aceptada y permitida. Recompón tus sueños, vuelve a pensar en ellos, llénalos de fuerza nuevamente y camina, solo te necesitas a ti, creyendo en ti, apoyándote en ti misma, consciente de tu valía, tus hijos esperan verte fuerte, verte llena de luz, la luz está en ti y solo tú puedes darle al interruptor.


Isolina Cerdá Casado



Pos pandemia. Corazón postraumatizado.

      Hoy, ahora, hace un momento, me dio por hacer limpieza del bolso. Mi bolso es una especie de contenedor de vida, también de objetos pu...