miércoles, 14 de diciembre de 2016

Peones azules en los pedidos online

    Hacía tiempo que no la veía, sabía que estaba trabajando. Al verla a la salida del cole fui a saludarla, me dijo que estaba nuevamente sin trabajo. Le habían contratado para un período determinado de quince días. Le pregunté que qué tal la experiencia, imaginaba que me respondería que bien o algo parecido, había trabajado para El Corte Inglés, gestionando los pedidos online. Sin embargo me quedé atónita cuando me miró con un gesto de insatisfacción y de tristeza. "El peor trabajo de mi vida, de verdad, no me he sentido peor en ninguno de los anteriores puestos". Era cierto que aunque trabajaba para gestionar los pedidos realizados a través de la gran empresa, no la había contratado directamente El Corte Inglés sino una ETT. De camino a casa, los niños correteaban, hablaban de sus cosas, y ella me iba detallando su experiencia. De vez en cuando se detenía, ella dejaba de hablar pero su mente seguía dándole vueltas, yo atendía a mi hijo ante alguna llamada de atención, o les cogía de la mano para cruzar el paso de peatones, pero ella seguía con esa mirada perdida en el triste recuerdo de aquella experiencia. Y volvía a esa especie de factoría de sueños, cuya efectividad económica era de primer mundo pero si se profundizaba en sus entrañas parecía estar ubicado en un país tercermundista. "Pasábamos por un control, no podías meter móviles, ni nada que no fuera útil para el trabajo. Nos daban media hora para comer, en ese tiempo no podías utilizar tu móvil, en estos tiempos era una especie de tortura, ocho horas de trabajo y en tu media hora de desconexión seguías incomunicado. La media hora de descanso no sabías cuándo te podía tocar" 
    Decía que varias veces la obligaron a irse a comer a las diez de la mañana, cuando su jornada acababa  a las 16:00, trabajaba ocho horas, la media hora de la comida no se la pagaban. ¿A quién podía apetecerle comerse un cocido o un guiso a esas horas? A las seis de la mañana cogía el autobús, que la propia empresa había habilitado para llevar a los trabajadores. No disponías de taquilla en la que dejar tus cosas antes de entrar a la zona de trabajo, lo cual había dado lugar a numerosos robos. El trato a los trabajadores fue nefasto, absolutamente degradante, su jefa más inmediata la trató como escoria. "Deja eso y haz aquello", la mandaban, "vuelve donde estabas, y que sepas que por dejar eso inacabado te podría despedir", "pero si tú me has mandado dejarlo así" "no quiero escuchar excusas tontas". Gritos, vejaciones verbales,... Ella contaba que durante el tiempo que duró aquella tortura no dejaba de pensar en que cada vez le quedaban menos días para terminar, en aquella temporalidad finita encontraba consuelo. Éramos peones vestidos de azul, los que iban de verde tenían una categoría superior y los de rojo, esos eran lo que llevaban el látigo.
El primer día el autobús que les tenía que recoger, a ella y a otros tantos trabajadores de la zona, no fue a buscarlos. Fue un sábado y tenía que ser la primera jornada de las quince firmadas en el contrato, no fue a trabajar, ni ella ni los otros compañeros que esperaban su llegada. Cuando les dieron la nómina comprobaron que ese primer día no solo no se lo habían pagado, cuando estuvieron disponibles y esperando a ser recogidos para ir a su puesto de trabajo, sino que les habían descontado 52 euros por absentismo laboral. Por una jornada de ocho horas le pagaban 34 euros y por aquel extraño primer día en el que no fueron a trabajar porque la empresa no cumplió con ese compromiso para ir a recogerles resulta que le descontaron 52 euros. Llamaron, reclamaron, pero le dijeron que no le pensaban pagar de otra manera, y que era inamovible la postura de la empresa.
Según parece en aquel espacio a parte de los colores asociados con su categoría correspondiente, estaban los empleados diferenciados entre sí por la empresa contratante. Los que trabajaban allí por parte de la ETT no tenían acceso a los espacios comunes de los que trabajaban directamente contratados por la gran empresa comercial. Lo supo muy bien, porque hubo algún día en los que pudieron tomar un café, cinco minutos, literales, y no les dejaban ni apoyar el cuerpo relajado sobre superficies frágiles, ¿más frágiles que un cuerpo expuesto a un nivel de presión elevadísimo? 

Cuando me contaba todo esto me entraron unas ganas locas de contarlo, había descrito una imagen de cómo se sentía que me llegó al alma. "Era como si fuéramos peones dirigidos por un látigo que manejaban personas como nosotros pero poseedores de un mono rojo, nosotros simplemente éramos máquinas." Máquinas en las que los botones eran las emociones que golpeaba el látigo de otro hombre máquina vestido de rojo. Sentir fortuna porque tu contrato tiene una duración determinada no debe ser fácil. Ella sabía sobradamente que había quien no podía elegir, y aun sabiendo y sintiendo la corrosión del látigo se veía obligada a volver, porque no hay otra opción si tienes que comer y dar de comer y no hay otro sostén económico en la familia. Una amiga que conoció aquellos días volvió a trabajar allí después de los quince días, no le quedaba otra. A veces no hay opciones, ella tenía opciones, era afortunada. Lo más indignante fue el trato, la impotencia ante los gritos. Tal vez le tocaron los peones rojos malos, es posible que alguno fuera bueno, quizá los verdes con los que se cruzó tampoco fueran amables, y era muy extraño que la opinión generalizada fuera la misma. 

¿No os ha pasado que vas por la calle y al ser testigo de una pelea en la que hay una persona violenta, al escuchar los gritos hacia la persona vulnerable, algo se encoge por dentro aunque no conozcas de nada a la persona receptora de la brutalidad? Es la empatía. Debe ser que allí, en aquel horrible lugar todos acababan siendo contagiados por esa actitud fría y desconsiderada, mal asunto cuando el objetivo final supuestamente es satisfacer sueños, de consumo claro. Tal vez ese es el error, el objetivo final real es el beneficio económico a toda costa.  

La verdad es que a partir de ahora cada vez que haga un pedido online será difícil no pensar en ese peón vestido de azul que tiene que preparar mi pedido y comprobar que todo está perfectamente colocado y empaquetado. 

La navidad me gusta, lo que no me gusta es que haya peones azules sintiéndose tan mal tratados, maltratados, por un engranaje cuidadosamente estudiado pero sin una exigencia básica: el respeto.

Isolina Cerdá Casado


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