Bueno, ya sé que no estás tal cual te veo en la foto, querido geranio olvidado tras una ventana de cristal. Esta foto hace ya unos meses que fue tomada, sino fuera por la cámara y esa imagen captada no me habría dado cuenta del estado de abandono en el que te encuentras, en el que te tengo más bien.
Creo que me va a venir bien estos días de descanso, de medio descanso, de desconexión, de cierta relajación respecto a las obligaciones horarias escolares. A veces sucede que empiezas a correr y te olvidas de la sensación de caminar despacio, sin prisa, sin tener una hora prefijada con la que cumplir o a la que llegar a los sitios, y ahora mismo siento que eso es lo que necesito, parar.
Vale, ya estoy parada, y ahora qué.
Ahora a seguir parada, o relajada, sin mirar el reloj más de lo necesario, sintiendo la brisa vespertina que mueve mi pelo y las toallas colgadas de la cuerda verde.
Es hora de reconocer que mi equilibrio se ha visto alterado, que me atormentan las imágenes del trágico suceso, una y otra vez, no sé por qué, pero hasta tal punto me ha afectado que camino por la calle y la veo a ella, veo a mujeres sentadas en el asiento del copiloto, y sus rostros se me asemejan a los de ella, y no consigo olvidar su trágico final, y no consigo borrar de mi mente la descripción del escenario terrible. Y pienso en sus hijos, en los cinco, y es tan injusto que no puedan recibir el calor de su madre.
Supongo que pasará, tal vez ahora, con la edad, me he vuelto más sensible a los golpes que te da la vida, o porque no estoy todo lo fuerte que debiera estar, o porque tiemblo de miedo ante lo que podría pasar.
No se puede vivir con miedo, no se debe vivir así.
Venga, ya está, ale, ya lo has escrito, ya te has desahogado, ya estás libre.
No, no es tan sencillo, creo que yo soy un flan tembloroso, un flan que necesita su reposo, temo que alguien me haga desaparecer de un bocado.
Perdona, un flan no tiene consciencia, no está vivo, no puede tener miedo,
¿o si?
¡Ay, no sé!
Isolina Cerdá Casado