lunes, 21 de diciembre de 2015

Estoy contigo.


    El mismo cielo azul, aquí, allá, en cualquier sitio. Los mismos sueños o parecidos, los mismos ojos, las mismas lágrimas, corazones que están latiendo sin parar, todos miran ese mismo cielo azul. No hay nada más que cielo, pero el cielo está lleno de ángeles. No hay otra cosa que no sea el azul limpio que envuelve al mundo, las apariencias engañan, es mejor escuchar el latido que dejar que las cadenas aprieten tanto que esparzan la masa gris y se mezcle con el barro de las lluvias pasadas. Lo humano parece más sagrado que lo animal, eso nos parece a los incultos. Los que saben se dan cuenta de todo y les aterra. Les aterra saberse vigilados, les da miedo estar tan cerca del cielo y a la vez tan lejos. Da miedo la fugacidad del tiempo, de la vida.
    "Nosotros ya lo hemos hecho todo, lo que había que hacer está hecho". No me puedo creer que sea cierto, siempre hay algo que hacer, cambian los objetivos pero la vida siempre tiene razones importantes para impulsarnos, aunque sea simplemente para dar ejemplo.
    Últimamente no tienes mucho que contar, te vas por las ramas, hablas de reflejos, de pequeños soplos de aire sobrantes, de miradas, de palabras que algún desconocido dice y suelta buscando equilibrios. 
    -¿Y tú? 
    -"¿Yo?"-respondí con cierta incertidumbre.
    -.Sí, tú, ¿qué dices tú?



Yo quiero no dejar de tener impulso, impulso creativo, ganas y necesidad de decir algo, a la mirada indiscreta, a ese agujero negro que me observa y espera que yo haga algo bueno.


Por favor, no te vengas abajo, no te hundas, hundido no me vales, no es que yo quiera aprovecharme de ti, es que tu energía me ayuda a caminar, es que tus palabras de aliento siempre han ayudado a mi aliento. Muchas veces fueron tus ánimos, esos que me mandabas, otras simplemente la mirada, una mirada llena de apoyo, que era como una manta caliente para un alma temblorosa. No, no te tienes que hundir, no tienes que tirar la toalla. Toma mi hombro, cógelo, apóyate, aplástalo, haz lo que necesites es tuyo, lo amigos se ofrecen los hombros, pero también los abrazos, las miradas, las palabras que acarician, las que quieren dar un gran masaje cardíaco, las que hacen que vuelvas a tener impulso y ganas de caminar. Sí, yo te quiero, porque aunque no haya sangre común, hay almas que caminan juntas. Tanta vida en la que tú has estado ahí con tus cariños. No quiero que tengas dolor, no quiero que ella tenga dolor, no quiero que este mundo os haga sufrir, no lo quiero, puta vida, amarga vida, la enfermedad está aquí, todos estamos expuestos. Lo sé. Si ya lo sé. Si yo lo he sufrido. Si sabemos que eso forma parte de las pulsiones vitales. Pero hoy estoy rebelde, hoy no puedo asentir, hoy grito porque me siento mal con tu dolor, porque tu dolor es mi dolor, porque el dolor de ella me está aplastando la sonrisa, me la aplasta hasta dejar los labios sin sangre, los dientes rotos, la lengua cortada. 
    El que tiene un amigo que sufre sabe de lo que estoy hablando, un amigo de verdad, de los que abrazan cálidamente, de los que están a pesar de la distancia y del tiempo. Estoy contigo amigo, hoy y siempre, no estás solo, toma mi hombro, y mi pecho, y mis piernas, y mi cuerpo entero empezando por la parte que no se ve pero se siente, el alma.

Isolina Cerdá Casado

viernes, 18 de diciembre de 2015

Hospital

En la sala de espera de Cirugía, sentada en una incómoda silla que se tambalea a cada movimiento de la gente que se levanta o se sienta según su conveniencia.  En ese tambaleo soy testigo de múltiples situaciones familiares, personales, humanas en definitiva.  Lo de mi padre no es grave en principio,  lo sería si no se actúa a tiempo. Una chica joven le dice a un señor de unos ochenta años que si alguien te agrede verbalmente no tienes que responder agresivamente,  " es importante no ponerte a su nivel". Me pregunto si es que se lo decía al hombre autoconvenciéndose así misma. Al poco la llamaron, era ella la que iba a ser intervenida. ¿Era su padre?
Nada más entrar en la sala una mujer de unos sesenta le decía con un tono muy alto, a la que luego resultó ser su hija, que ella a los siete años ya estaba trabajando en la fábrica y ahora con veinte años no saben lo que es eso. Los padres miman tanto a sus hijos que los hacen ser unos inútiles. La mujer era muy gruesa, llevaba unas gafas de pasta con un denso cristal, su rostro tenía unas facciones en las que se habían fijado unos gestos de enfado con la vida. Unas mallas negras con una camisa floreada cubría su cuerpo.  Un pañuelo morado caía sobre los hombros. Su pelo rizado corto con un rubio de tinte forzoso. Zapatos ortopédicos y un gran bolso que apretaba contra el vientre al hablar. La hija iba muy pintada y arreglada, vestida de un modo muy cuidado.  Tenía carácter, hablaba con gestos contundentes que reforzaba con los brazos.
Había personas solitarias, que leían,  miraban el móvil o escribían. Esa última era yo.
La mujer de pelo rubio que había trabajado desde los siete años se levantó con dificultad al escuchar su nombre por megafonía. Apenas podía caminar. Su hija la acompañaba y la mmujer se sostenía de ella cual bastón.
Esta noche he dormido bien, no he soñado con centrales nucleares.
Otra operación.
Qué pasa cuando no hay un brazo al que asirte o un oído que te escuche, o una mirada que te   entienda. Supongo que entonces el ser humano se vuelve loco.
O no.
Escribir en el móvil es complicado.  Lo dejo,
pero sigo mirando a través de la ventana de la sala de espera, afuera el cielo se ve azul.

Isolina Cerdá Casado

jueves, 10 de diciembre de 2015

Jueves, un objeto de inspiración: La patata.

Iba yo a pelar unas patatas. Me disponía a seleccionar las de un tamaño parecido, iba a cocerlas para preparar la ensaladilla. Entonces la patata más grande me miró y me guiñó un ojo. La pequeña parecía molesta. Muy cerca de mí mi marido se preparaba unas tostadas y un vaso de leche. Cuando vio que miraba la patata con tanto entusiasmo intuyó que algo estaba pasando por mi cabeza. Y me dijo: "Querida, creo que la gente que ve lo que haces y lee tus textos va a empezar a sospechar que se te ha ido la cabeza. Vamos que estás más pallá que pacá."
 "¿Eso es lo que piensas tú, no?"- Le pregunté.
"Claro"-respondió con total convicción y con cierto asentimiento irremediable.


  Patata grande.- Vamos querido, pórtate bien y sígueme. No es tan malo, ya verás, lo único que pasará será que te transformarás, seremos parte del potaje, o bien parte de una ensaladilla, que no es mala cosa, te cuecen primero, sí, pero luego bailas con los huevos, el atún y la mayonesa, a veces le ponen hasta aceitunas. ¿Te imaginas? Las aceitunas son de un rango superior, de ellas se obtiene el oro líquido. Así que cambia esa expresión, no estés triste, o enfadado.

   Patatita.- Prefiero el inglés mamá, o la danza, no tengo ninguna gana de saltar a la cazuela en gayumbos, vamos, pelao y mondao.

    Patata grande.- Créeme, sería mucho peor acabar como el tío Julio, que ya le han salido raíces, y ahí sigue, al lado de la cafetera,, esperando a que alguien le sirva un café. No se da cuenta de que se han olvidado de él, y ahí está solo o con ese amigo que quiso aspirar a ser algo más que un puré, pues no, si eres una patata eres una patata, y si te apetece un café te lo sirves tú, y punto, ahora se le pasó el arroz. Vamos, vamos a la olla, antes de que nos salgan raíces y no nos quieran ni para bailar con los puerros. 

    

    En ocasiones me siento como el tío Julio, esperando y esperando a que alguien me sirva un café. Pero cualquier día me lanzo a la olla y me pongo a bailar con la pastilla de avecrem. En ese instante recitaré un texto que yo misma habré escrito en mis ratos de espera, seguramente tendré entonces varias raíces colgando de las orejas. Mi marido me mirará extrañado, y me preguntará con verdadera curiosidad:
"Querida, ¿aquella vez que cogiste la patata y el rotulador negro y te pusiste a dibujar como loca, con esa cara de mujer creativa a punto de parir, aquella vez, como digo, qué hiciste con la patata?" 
Y yo le responderé: "Querido, aquella patata se tomó un café conmigo, y me contó sus historias de vida. ¿Puedes creer que supuso para mí un antes y un después en la percepción de dicho tubérculo?"
Entonces mi marido me dirá: "No sé, querida has cambiado, te noto distinta, tal vez sea por un exceso de hidratos...Pero ya no te puedo cambiar, se me pasó la garantía." 
Y yo le responderé: "Sí, a mí me pasa lo mismo."

Isolina Cerdá Casado

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Criada no, asistenta.

¿Es posible rebelarse ante las miles de cosas que hay que hacer para sentir como que vivimos bien y que todo es maravilloso? Nunca fui tan consciente como ahora. Todo lo que uno disfruta cada día es fruto de un trabajo que alguien hizo para que así fuera, mejor o peor pagado, más o menos reconocido, pero nada es gratuito, todo disfrute material lleva asociado un trabajo manual y humano que le da valor.


Si voy vestida de esta manera, ya sé que con muy poco gusto y abusando de vaqueros y camisetas grises, es porque alguien se molestó en meter en la lavadora un cúmulo de ropa y tenderla después, o meterla en la secadora y doblarla rápidamente para evitar el pasar por la plancha aunque no siempre es posible. Si hubo vino, la copa limpia pasó por una mano, si hubo zumo de naranja alguien las partió y las exprimió y las sirvió. Si una trucha te guiñó un ojo con la boca abierta y rellena de jamón fue porque alguien se molestó en ir a la pescadería y comprarla, limpiarla, rellenarla, aderezarla y acompañarla en una fuente con sus patatas, cebolla, ajo y tomate, y con su aceitito y su pimentón y su chorrito de vino blanco.

    Si hubo un horno sucio es porque antes estuvo limpio y se manchó de tanto usarlo. Esa mano invisible bailó con desengrasante y lo dejó niquelado. Los espaguetis llegaron tras ser cocidos, y mezclados con salsa de tomate frito con cebolla, toque de orégano y laurel para su cocción.

El café vino después, vino porque alguien lo puso, se lo bebió sin limpiar la cafetera, y disfrutó de una comida deliciosa sobre una mesa que previamente alguien puso, con sus vasitos, sus servilletas, cubiertos, bebidas, pan y demás útiles necesarios para el correcto funcionamiento de las extremidades de un cuerpo hambriento.

    Y yo me pregunto: ¿Sería posible pagar a alguien para que hiciera todo ese trabajo que está pero que no se ve? ¿Sería posible valorar en dinero todo ese esfuerzo que generalmente asume una persona que no "trabaja" propiamente? ¿No es a caso el trabajo en el hogar el más desagradecido de todos? ¿No es triste que una persona, normalmente mujer, se tenga que sentir dependiente cuando el trabajo que realiza es tan válido como el de la persona que sale a trabajar fuera de casa y se le remunera? Ya sé que a mí no se me da bien lo del trabajo en casa, ya sé que no soy ejemplo, ya sé que ayer cocinó él, todo lo cocinable, ya sé que yo disfruto pudiendo escribir, y me desahogo expresando esa angustia que siento en ocasiones. Pero seguimos en desventaja, la mayoría de las veces somos nosotras, y me da rabia, me da pena, bueno, solo un poco, no sé, en realidad el café lo tomo yo, y dando gracias de que mi pareja tenga su trabajo, pero estoy como rabiosa, no, no es rabia, es... Me acuerdo de lo que decía una persona muy buena, ella no quería tener hijas porque sabía que la vida iba a ser mucho más difícil siendo mujer. Es duro también tener que mostrar una fortaleza, es duro luchar contra los parámetros que indican lo que se supone que debe ser lo correcto, no solo lo tenemos difícil nosotras, ellos también, pero también para los que no encajan ni siquiera en esta caja tan previsiblemente limitadora, aquel que se libera por un lado pero tiene los hilos constreñidores dificultando el caminar cotidiano, las miradas, las risas, las agresiones.

    Ojalá seas libre, ojalá te sientas libre, ojalá sonrías con ganas y sepas valorar esa risa.

   
Isolina Cerdá Casado

PD

Bueno, y ahora me voy a fregar que ya es hora, se me van a juntar los platos de la cena con los de la comida. Cualquier día los tiro por la ventana. ¡Calla, que estás tonta!

martes, 8 de diciembre de 2015

Vive, mujer.

Objetivamente ella estaba viva. Pero en ocasiones sentía que apenas tenía pulso, miraba su cuerpo y era como si no fuera suyo, como si esas manos castigadas por el trabajo pertenecieran a otra mujer. Por las noches soñaba que era otra persona. ¿Cómo era posible sentirse así? ¿A caso alguna vez ella había bailado en un escenario? ¿Si nunca fue a baile? Veía a Merce con su moño, se la veía tan feliz, con su bolsa de deporte y sus andares de bailarina. Aquellas imágenes venían hasta ella una y otra vez, eran momentos del pasado, cuando Luisa era solo una niña que jugaba con los palillos del bar cuando no la veía nadie. Su compañera del cole era una niña afortunada, podía ir a la academia de baile. Ella sentía un deseo increíble por hacer lo mismo, ella quería bailar, o tal vez veía en el baile una escapada a sus rutinas de niña responsable y con trabajo familiar. Ella tenía que ir al bar, allí sustituía un rato a su madre, que aprovechaba para subir a casa y preparar la ropa poniendo lavadoras y organizando la casa. Mientras tanto Luisa se quedaba ayudando a su padre, y siempre a la misma hora pasaba Merce con su moño, miraba hacia adentro de las cristaleras del bar y volvía la cabeza hacia delante, como si ella fuera invisible, tras la barra del bar una niña no es  una niña, es una niña responsable, casi una mujer trabajadora, con los deseos de niña pero con las amarras de un adulto, es una niña a medias.
     Tal vez por eso  se atrevía a soñar con el baile, lo había deseado tanto cuando era niña que ahora, de adulta, con trabajos de adulta y problemas de adulta sentía que su única escapada seguía siendo ir a aquella academia imaginaria a la que se escapaba todas las noches, cuando la gente normal dormía. Allí ella era feliz, cuando era pequeña se olvidaba de las regañinas de sus padres, cuando sacaba unas notas medianas y sus profesoras insistían en que era muy inteligente para ir tan raspada. Ahora allí era feliz porque los moratones desaparecían, esos golpes de vida y de su marido, nunca se imaginó que llegaría a convertirse en una mujer maltratada, al principio solo eran golpes accidentales, eso decía él, eso quería pensar ella. Poco a poco fueron convirtiéndose en rutinarios, estaban tan ocultos que nadie sospechaba, solo su alma herida que estaba deseando que se durmiera el ogro para ir a la academia a montar una coreografía liberadora.
    Un día, uno de tantos esos días en los que se sentía más muerta que viva, la mujer nueva del frutero la miró a los ojos, se quedó fija mirándola, fue como si atravesara sus ojos y su alma y estuviera viendo la negrura de dolor que la estaba matando. Nadie la había mirado así. Luisa no sabía qué hacer para escapar de su indiscreta mirada. Aquella mujer tenía una sabiduría especial. Aquella mujer también había sufrido en silencio. Se produjo como una especie de identificación de dolores. "Reconozco tu dolor porque yo también lo he sufrido". Luisa pensaba que solo ella sabía de moratones escondidos y malas palabras, empujones e ingratitud. Aquella mujer la llevó hasta un rincón de la frutería y abrió una puerta que daba a un espacio que quería mostrar a Luisa. Luisa iba a comprar sola a la frutería, sin su marido, al resto de lugares la acompañaba siempre. El frutero siguió atendiendo a las demás clientas. Luisa entró a aquella habitación llena de curiosidad y cierto miedo. Curiosamente la nueva mujer del frutero se llamaba Mercedes y llevaba un moño, tomó a Luisa por la cintura, encendió un aparato de música y la invitó a bailar. Mientras bailaban juntas Mercedes le susurraba a Luisa que no estaba sola, que había miles de piezas por bailar y montones de pistas de baile esperando sus movimientos. Los ojos de Luisa empezaron a llorar, vertían lágrimas sin control, como si tuvieran que llorar todo lo no llorado en soledad. En sus sueños liberadores ella siempre bailaba sola, pero ese día se dio cuenta de que era mejor bailar acompañada, así que Luisa compró unos tomates, manzanas y mandarinas, y agradeció a Mercedes que le mostrara esos pasos de baile, así mismo agradeció al frutero que se hubiera repuesto de la pérdida de su mujer y se volviera a casar con esta nueva mujer. 
    Luisa miró su cuerpo, se sintió más viva que nunca. Fue a la comisaría y denunció a su marido, un policía le acompañó a coger todas sus cosas, ya no volvería a bailar en soledad. Cambió de ciudad, se alejó del mundo que la mantuvo alienada hasta aquel instante en que un sencillo baile la devolvió a su ser. ¿Es posible que al mirarse al espejo no se reconociera? ¿Es posible sentirse tan fuera de sí misma que incluso su propio cuerpo le resultara un extraño? Se abrazó, se tocó el pelo, empezó de cero, pero esta vez se sentía muy viva y muy dentro de sí misma.

    No estamos solos, siempre hay alguien dispuesto a enseñarte un nuevo baile.

    -"¡Mamá!, ¿qué haces?
    -Nada, escribo.
    -¿Pues cuando acabes jugamos a bailar?
    -Vale, ya he terminado, voy."


Isolina Cerdá Casado


PD

La vida es eso que sucede mientras estás escribiendo esa historia que te inspiró una vida cualquiera...


     

lunes, 7 de diciembre de 2015

La mujer que se cortó la trenza y le dio la llave al príncipe para que entrara por la puerta. Ahí acabó el cuento.






    A veces creo que soy un muñeco de madera, mirando al vacío, casi sin vida. La vida se ha ocupado de tragarse mi cuerpo, ahora mismo me siento llena de bilis y ácidos estomacales puramente salvajes, me rodean y empapan mis ideas con impulsos absurdos. No sé, no sé nada, solo sé que no sé nada de nada, que no me pregunten, que no sé nada, nada sobre sentidos, nada sobre razones, nada que explique el por qué suceden las cosas, no tengo ni idea. Sí que me siento capaz de soñar y creer en otros mundos posibles, olvidando la suerte que tengo de estar donde estoy, de tener lo que tengo, de ir a donde voy. 
    Abre esta caja, en la caja encontrarás una carta, en la carta unas letras ordenadas que forman palabras. Y te dicen que la vida es bonita, que la disfrutes, que bailes mientras puedas, que sueñes. La escribió un ángel, desde el cielo me mira, y sigue diciéndome que la vida es un regalo. Y yo me pregunto por qué, de dónde nace su convicción, de dónde surgió ese amor a la vida cuando la suya estuvo tan llena de dolor y dificultad. Era luz, tal vez ella tenía una luz especial que la iluminaba a pesar de todo, o que hacía que la crudeza de los hechos se cociera con esperanza y cambiara el punto de vista.
    Hay un dolor que no todo el mundo conoce, un dolor que no hay forma de cambiar, un dolor oscuro, sin esperanza, un dolor de vida  que por suerte solo unos pocos saben reconocer. Mejor que se mantenga oculto, que no se muestre, que si ha de aparecer lo haga lo más tarde posible, cuando ya se hayan dado pasos firmes y con sentido. 
    Allá, en el fondo del castillo hay una niña que imagina una historia y juega con los muñequitos del belén, es feliz, se la oye feliz, juega y ríe. En ese mismo castillo hay unos pájaros rojos que cantan, están enjaulados pero ellos cantan, no conocen ese dolor oscuro, no lo conocen. Tampoco las tortugas saben de él, me acerco y les pregunto: "¿A caso no sabéis de qué os hablo?", "No, querida, siempre hemos estado metidas en esta piscinita pequeña, no conocemos otra cosa". La reina pasea por el castillo, se asoma a la ventana, ya no tiene que tirar su trenza, la cortó, el rey entra por la `puerta, tiene llave, ya no es un misterio, lo quiere, duerme con ella y la deja dormir. La reina está cansada de oír siempre lo mismo, que la vida son dos días. Hacía mucho tiempo que esa reina no se reía. Entonces decidió que debía hacer algo. Decidir ya era dar un paso importante, últimamente solo se deja llevar por la corriente del río que rodea su castillo.

    ¿Qué te pasa? ¿No sientes el impulso? ¿Estás vacía? ¿Llena de miedo? ¿Estás cansada? En el fondo de esa cabeza hay un poto, está Margarita, la señora Mcdonall y Mercedes, también está Isabel, ella habló, escribió y tiene que seguir haciéndolo. Por lo tanto, estás viva, con impulso, llena, activa, llena de mil historias.

    Pronto volverás a contar un cuento. 

    Isolina Cerdá Casado
    

lunes, 30 de noviembre de 2015

Pesadilla.



A veces es el cansancio, otras "que se te pira la pinza", en muchas ocasiones que no estás en lo que tienes que estar, mil explicaciones para intentar encontrar las razones de por qué aquella noche de miércoles con una luna gigantesca acabé al lado de la Central Nuclear de Cofrentes. La verdad es que no sé por qué me afectó tanto, iba de Madrid a Alicante, y en el kilómetro ciento ochenta más o menos, cuando hay que salir de la autovía de Valencia para coger la de Alicante se me fue el santo al cielo, y seguí hacia Valencia. Como consecuencia de ese descuido y habiendo avanzado bastante por la A3 no me quedó más remedio que coger la nacional 330 para ir de la autovía de Valencia A3 a la autovía de Alicante. Nunca había pasado por allí, y es complicada de transitar, mucha curva, carretera estrecha y montañas esbeltas y desconocidas. A mitad de esa carretera que me llevaba a Almansa me encontré con una ciudad, eso parecía a lo lejos, muchas luces, como si de una gran urbe se tratara. Me parecía extraño, con esa especie de oasis nocturno que no me cruzara con ningún coche, era raro. Hasta que descubrí la verdad, no era una ciudad, se trataba de una Central. Aquellas chimeneas daban miedo, eran gigantescas, echaban un humo blanco, sin dormir, trabajaban sin parar. Iba de Leganés a Crevillente, y un recorrido que se hace en cuatro horas lo hice en cinco, añadí casi cien kilómetros a la ruta más corta y lógica. 

La foto la he cogido de internet, yo no la llegué a hacer porque me encontré con poca batería en el móvil.

    Esa noche tuve un sueño horroroso, mezclaba dos de mis miedos, bueno, un conjunto de ellos: unos terroristas habían causado un incendio en la central nuclear y todos corrían despavoridos sin saber hacia qué lugar, era terrible, mis hijos, mi marido, todos corríamos, no sabíamos hacia dónde, en ningún lugar se podía estar a salvo. 
    Mucho estrés, mucho correr, muchas cosas por hacer, mil propósitos, mil proyectos, ahora mismo me siento fatal, cansada, cansadísima, allí en el fondo del cuerpo, como si me tuviera que enchufar como al móvil, para ver si la línea de batería sube a más de un punto. Pero no, hoy estoy que me arrastro porque me falta la energía, todos los días no estamos para fiestas y debe ser que hoy la resaca obliga al descanso, bostezo hasta después de tomar un café largo. En fin, mañana será otro día. Miro la foto tomada de google y pienso en aquella imagen que me impactó, no es igual, el humo que yo vi era distinto, era como un sombrero, como si no quisiera subir al cielo, me pareció tan extraño todo.

Isolina Cerdá Casado
     

martes, 10 de noviembre de 2015

Violencia machista.

Más de cuarenta mujeres muertas este año en España, 1378 mujeres asesinadas desde hace veinte años. Desde el más profundo dolor, hoy ni nunca, pero hoy en especial, no se puede ignorar esta realidad. Hoy he oído decir a un hombre que el avance en la igualdad puede ser una de las razones que están dando pie a estas reacciones violentas e irreversibles, la pérdida de poder causa las reacciones violentas, la mujer que logra emanciparse del hombre que la quiere a sus pies, en un descuido vuelve a ser capturada y aplastada por el ser violento e irracional. 
Se hacen muchas cosas por parte de la administración, pero se habla también de que los recortes han afectado muchísimo a que estas situaciones deriven en estos finales trágicos. Hablando con una amiga, respecto a lo mucho que le había cambiado la vida, contaba que fue a raíz de tener niños cuando de verdad llegó el cambio. No es que renunciara a su vida laboral, es que ella adaptó su vida a esas nuevas vidas que caminaban con ella, que dependían de ella, ese cambio no es igual en un hombre, no lo es, nunca, se modifica sí, pero el papel prioritario de mantenedor de la economía familiar es de él, la mayoría de las veces. Eso da poder. Y poder se escribe con J, eso decía un profesor de sociología. La igualdad no es real. Nunca lo es. Aunque trabajen los dos, aunque dejen de salir de copas los dos, aunque se vayan de vacaciones los dos. Tal vez la sensibilidad de la mujer, tal vez la mirada de madre, la vulnerabilidad, eso da poder al otro, y poder se escribe con J. Lo siento, no, no nos lo ponen fácil, la conciliación familiar no es real, al final siempre hay alguien que pierde, pierde con gusto, renuncia por amor. Pero si el que no renuncia guarda un gen violento, al que le gusta el poder cuando ve que está en riesgo, entonces mata, porque creía que era suya, porque ha considerado que se le ha ido una costilla que era suya, porque lo irracional se impone. ¿Qué pasa cuando muere una mujer, y su madre, asesinadas en plena calle por un hombre que tenía una orden de alejamiento vigente? ¿Qué sentido tiene esa medida si no está funcionando? Pues que se demuestra que algo no va bien. Y no es la primera vez.

Isolina Cerdá Casado





Y que conste que aunque la tele tiene muchos años, estas imágenes han sido tomadas hoy de TVE.

"Pues no es tan joven"

Por favor, ¡ya estamos en noviembre!
Bueno, empiezo a escribir sentada en la sala de espera del médico, y lo hago con un ansia desmesurada. Todo comenzó el día que probé por primera vez el patinete de mi hijo. Uy, qué subidón de velocidad, solución para seguir aprovechando hasta el último minuto de mi tiempo y salir justísima de casa pudiendo llegar a tiempo a los sitios. Total que el susodicho patín era empleado por una madre que siempre va corriendo a buscar a sus hijos al cole, solo había un patín en casa así que se lo iban turnando mis dos hijos. Mi hijo me pedía que se lo llevara al cole, porque de este modo la vuelta a casa la hacía en patín. Recientemente los tíos regalaron un patinete a mi hija, así que ya disponemos de dos patines. Esta semana voy a recogerlos al cole subida en patín y llevo otro patín colgado del hombro. El domingo pasado, 8 de noviembre, fuimos mi hija y yo a comprar unas cosas, y le propuse que fuéramos en patín, cada una con uno. Ella, de siete años, me decía: "mamá, la gente te mira raro". 
-No importa cariño, lo estamos pasando genial.
Pues bien, lo que ha inspirado este texto ha sido la siguiente situación. Hoy 10 de noviembre tenía cita en el médico a las 9:35 horas, llevé a los niños al cole, entran a las 9:00 cada uno fue con su patín y yo corriendo, ya que salimos justos de tiempo, como de costumbre. Volví a casa a las 9:15 y decidí sacar a la perrita a que hiciera sus cosas, a las 9:30 estaba llegando a casa. Y pensé: "¿Cómo voy a llegar a tiempo a mi cita médica?" Respuesta mental: "Coge el patín querida". Eso hice. La mujer que limpia el portal de casa me vio salir a toda velocidad cargada con el patín. "¿Que haces? ¿A dónde vas con el patinete? "Al médico Nieves, que no llego". No me paré a mirar su cara, no había tiempo.
    Iba yo a toda velocidad por la acera que bordea un centro comercial llamado Leganés Uno, cuando de pronto me encontré con una barrera humana, tres mujeres frondosas estaban alineadas todo lo ancho de la vía peatonal, iban en la misma dirección que yo, quedaba un huequín por el que pensaba atravesar. Pero cuando la que mejor oído tenía de las tres se apercibió de mi proximidad les dijo a sus otras dos compañeras de paseo mañanero en pos de Jeová (llevaban la revista a cuestas) que se hicieran a un lado "que viene una joven", dijo concretamente. Me alegró escuchar esas palabras, cuál no fue mi sorpresa que cuando pasé por su lado, la que me había echado tal piropo corrigió su afirmación, "pues no es tan joven". Toma ya, fue una afirmación impresionante, ese tipo de cosas sinceras que solo dicen los niños, los borrachos o las personas mayores que hablan sin limitaciones. Era cierto, 42 años no es precisamente una edad en la que una se considere joven, o sea considerada como tal, sin embargo, el efecto de su afirmación no me hundió en la miseria, al contrario, estaba haciendo algo que era atribuido a una joven, por más canas que tuviera, por más arrugas que dieran profundidad vital a mi rostro, por más larga que hubiera sido mi trayectoria vivencial había algo claro y contundente: Yo iba en patinete.
Estos son tres hombres, que me encontré a la vuelta del médico, que también me abrieron un hueco para pasar, lo hicieron sonrientes. Las mujeres eran mucho más frondosas.
   
  Entonces pensé que muchas veces dejamos de hacer cosas porque no son apropiadas para nuestra edad, porque ya no corresponde, porque los años no perdonan. Sin embargo qué gusto da ver a un señor mayor en bicicleta, o corriendo, o a una mujer bailando zumba y montando en patinete. Justo cuando estaba escribiendo este texto, la mitad del mismo, el resto lo estoy terminando en casa, con la lavadora puesta, la mesa recogida y la comida en marcha. Pues como digo, a la vez que tenía la sonrisa de lo que me acababa de pasar con estas señoras, otra mujer mayor, bueno, tal vez no fuera tan mayor, aparentaba por la voz tener unos setenta, pero solo escuchaba su voz y lo que decía, esta mujer, fuera como fuera, le contaba a otra todo lo que le pasaba, que cuántas cosas había superado, que estaba con depresión, que le habían operado de la rodilla, que día sí y día también se lo pasaba en la sala de espera del médico, que vaya vida más dura esta, que no paraba de luchar, que su hijo estaba en el paro, que no había manera de que encontrara trabajo, que... Por un momento pensé en levantarme y ofrecerle el patín de mi hija. "Señora no tan joven, ¿quiere usted darse una vuelta? Tal vez tenga la suerte de que alguien le ceda el paso pensando que es una joven alocada que va con su patinete y por un instante deje de pensar en la dura vida que ha llevado y rememore la sensación de sentirse joven, su mente se abrirá, dejará a un lado la rodilla enferma, mirará al cielo y pensará en la intensa vida que lleva".

Isolina Cerdá Casado



Ya de vuelta a casa, seguía con la sonrisa en el rostro.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Contrastes

A veces las cosas son mucho más sencillas de lo que parecen. La vida y nuestra felicidad no depende tanto de cosas materiales, no es una cuestión de tener o no tener sino de saber apreciar lo que tenemos. El sábado pasado una amiga que es una artista y una dulzura de persona me dejó el libro de Sebastiao Salgado, impresionantes imágenes. Rescato esta, aquí dejo la reseña del libro y su portada. Me encantó ver la vida, la lucha en la mirada de esta gente que tanto ha sufrido, habitantes del continente negro. El domingo siguiente, justo veinticuatro horas después mientras desayunaba veía un programa en la televisión en el que se dedican a reformar o buscar la casa de tus sueños, de los sueños de los que van a ese programa. Y era tal el contraste, el recuerdo de todo lo que contenía el libro sobre África, sus paisajes, conflictos y su gente frente a lo que estaba viendo en el televisor. "Queremos una habitación con baño, dentro, en la misma habitación, además de otro baño grande y con plato de ducha. Necesitamos mucho jardín, puesto que tenemos tres niños y un perro y necesitan espacio. Además queremos un gran espacio en el sótano para que podamos celebrar nuestras fiestas".  En una de las fotos que aparecían en el libro, había como cien personas en un mismo espacio lleno de literas. "También necesitamos que tenga piscina, en verano es imprescindible disponer de ella". En otra de las páginas un gran embalse de agua abastecía a una gran masa de gente, que iba a cogerla con barreños, grandes cubos y garrafas de diez litros. Se veía que aquel embalse estaba ya a la mitad. Me pregunto que ocurrió cuando el nivel de agua llegó al suelo. "Estamos muy mal porque no conseguimos encontrar la casa de nuestros sueños, es una preocupación tremenda, nos dificulta la vida". Curiosamente esta mujer de Angola sin casa, sin baño en la habitación y sin pierna sonreía a pesar de todo. Es obvia la pregunta: ¿En qué nos estamos equivocando? 
 Isolina Cerdá Casado



jueves, 5 de noviembre de 2015

Isolina y los laureles.


        El verde del laurel resplandeciente, el verde esperanzador que tiene que inundar el mundo porque al final llegan las oportunidades, si yo celebro esa posibilidad atraeré hasta mí todo lo bueno. Celebro que por fin ha llegado el día, el día de cogernos de las manos y girar en círculo, de movilizar la energía positiva, esa que atrae lo bueno con sonrisas gratuitas. Nunca debemos dar la batalla por perdida porque entonces será una derrota anticipada. ¿Eres capaz de disfrutar ante un radiante amanecer lleno de nubes? ¿Puedes ser feliz con solo pensar en serlo? No te olvides nunca de que lo bueno atrae a lo bueno.

    Confidencias escritas en una libretita: Cuando era niña me parecía que tenía un nombre muy raro. Lo cierto es que Isolina no es un nombre muy común, sí, siempre dudé acerca de su belleza e incluso puse en duda que fuera un nombre adecuado. No podía decir lo que pensaba, mi madre se llamaba así y la abuela paterna de mi madre también, de hecho un recuerdo añorante de hijo huérfano fue el responsable de rescatar a Isolina y hacerla nuevamente presente en el árbol genealógico. Es verdad que nadie me había dicho que fuera un nombre feo, pero creo que no era muy de agrado de la gente, tal vez por lo raro del mismo. Yo no había compartido esas impresiones acerca de mi nombre con nadie, solo eran pensamientos muy internos, intimísimos. Un día una profesora de Expresión Oral me dijo que tenía nombre de Hada. Mi mente se engrandeció, sentí que suspiraba por dentro ante la belleza de sus palabras. Desde entonces voy como volando por el mundo, camino por la vida ayudada en cierto modo por ellas. Si Isolina era un nombre de Hada, eso significaba que debía tener algún tipo de parentesco con ellas, o mejor aún, que mi madre y mi bisabuela materna habían sido hadas también. Resultó para mi sorpresa que yo siempre había sido especial pero nadie me lo había dicho antes, hasta aquel día en el que todo cambió.
    A veces alguien te tiene que ayudar a abrir los ojos para poder ver más allá del horizonte.


Isolina Cerdá Casado

miércoles, 4 de noviembre de 2015

¿Había un minion mirando al objetivo de la cámara cuando hacía la foto de las copas enjabonadas del gin tonic?


Tranquilos, yo cuidaré de vosotros siempre. No importa el tiempo que pase, o el tiempo que haga, o el peso del tiempo. Yo, como madre que soy, calabaza golpeada, verde y moteada, yo mujer valiente siempre estaré ahí. En los días de tormenta, en esos en los que las pesadillas aparezcan sin razón, en los que solo quieras llorar sin salir de la cama. Yo estaré contigo, siempre, ya verás, aunque mi cuerpo acabe siendo troceado y metido en agua hirviendo con una pizca de sal. Oh, querido hijo, una madre siempre estará incluso cuando las cuchillas del pasa puré estén bailando con mi carne naranja, una madre nunca olvida. Quien dice una madre dice una mujer, quien dice un hijo dice un ser al que amar gratuitamente sin esperar nada.
No, no te pierdas calabaza, que la fiesta de halloween no te afectó, ¿o en realidad te afectó más de lo que creías? Tus congéneres redondeados eran transformadas en rostros terroríficos y tú solo pensabas en tus propios hijos, llorabas porque temías el momento en el que ellos sufrieran los golpes de la vida, o del cuchillo o de la podredumbre, porque sabes de sobra que las calabazas se acaban por pudrir si no se baila con ellas un baile agarrado por el cuello. Y claro, tú lo sabes, pero desearías con todas tus fuerzas que ellos, calabacitos, calabacines, niños hermosos, no sufran y no tengan que aprender a aceptar el dolor, a acostumbrarse. Desearías que por siempre esos niños dulces, creativos e inocentes no perdieran las ganas de jugar, de imaginar, de ser libres.

Bah, bah, buenos propósitos, bellos deseos, la vida es cruda como un chuletón de carne roja ante el cual solo unos pocos podrán correr riesgos cancerígenos, mucha gente no puede ni plantearse estar expuesto. Puta vida. 

- Oye, un momento, escribe bien, sin palabrotas, ni palabras feas, no, no lo necesitas. 
-Tomemos un gin tonic, en copa grande, buen hielo, piel de naranja, especias varias, y una gominola para brindar por el niño y la niña que un día fuimos.
Pero sabes que luego tendrás que lavar la copa.
- ¿Ves? ¿Siempre acabas por ver el lado negativo de las cosas? No dices que luego tal vez retozaremos en el sofá, no, tienes que pensar en el puto estropajo.
- Vale, cariño, follaremos también.
- Pero...¿Qué voy a hacer contigo?
- ¿Quererme?
- Siempre.



Isolina Cerdá Casado

martes, 3 de noviembre de 2015

Pis, meada, evacuar... ¿Estás bien querida? Oh, sí, gracias.

Me levanté costosamente, el cuerpo me pesaba como si en cada una de las extremidades se hubiera adherido un kilo de carne, a esas prolongaciones tan útiles para bailar, asir y desplazarse. Mi cabeza sufría golpes continuados de sufrimiento cotidiano. Al final conseguí llegar hasta el cuarto de baño, vi mi cara ante el espejo y llegué a la conclusión de que dos días antes hubiera podido asustar al más valiente de los caminantes, era un rostro tamizado por el sueño, las apreturas de almohadas y sábanas, los pelos alborotados por las vueltas en la cama y el cansancio del día anterior mezclado con la actividad nocturna del mundo onírico.
La imagen me resultó familiar y por esa razón no escapé de ella muerta de miedo, de alguna manera esa mujer me daba confianza. Me tiré como un litro de agua a la cara y procedí a evacuar la vejiga, miccioné hasta que el chorro se convirtió en gota. Soy de las personas que nunca se levantan a mear a media noche. Eso dicen que no es bueno, lo de aguantar el pis, porque hace que la vejiga se agrande demasiado y luego no vuelve a su forma original. Como cuando engordas mucho y luego adelgazas, por más que te gustaría el cuerpo no vuelve a ser el mismo. Lo sé por experiencia. Pues sí, es cierto, lo mismo le pasa al alma, que si roza la locura nunca puede volver a ser cuerda completa, ese punto de delirio agranda la visión de esa parte de nosotros que tanto nos determina. Oh, mi querida alma atormentada, llegaste al mundo conmigo, naciste también tú de esa madre cariñosa que vigilaba mi caminar, tú tropezaste conmigo, viste llorar a los seres que amabas, lloraste también porque el dolor lo atraviesa todo, hasta la sonrisa de dientes blancos. Qué perdida me sentí cuando te creí muerta, cuando el grito fue tan grande que ensordeció y cegó los sentidos de vida.
Esa cara monstruosa de la mañana se asomó a la ventana en busca de la luz apagada de un sol muerto.
Qué me queda alma herida, qué impulso me moverá el cuerpo, hacia dónde dirigiré mis pasos, si tú no estás, yo ya me he ido.

Isolina Cerdá Casado

Escribe, si no quieres sentir cómo se te desgarra la carne, escribe.

Las suelas gastadas de los zapatos indican que he caminado mucho, las arrugas del rostro que voy cumpliendo años por suerte y el impulso de escribir, de coger un bolígrafo o una página en blanco del ordenador para contar cuentos, significa que todavía tengo algo que contar. Por lo tanto debo estar agradecida, tengo suerte, las pequeñas batallas cotidianas no me han impedido seguir caminando, no dejemos que la mirada gris se imponga, no dejemos en el olvido todas esas cosas buenas que nos pasan día a día. Todas las noches antes de dormir me visita un duende, me susurra al oído las cosas que me han pasado, las buenas y las malas, me dice que he tenido suerte, he podido desayunar tranquila, en casa, con un café con leche reposado, con unas tostadas, con imágenes del mundo. He tenido la suerte de despertar a mis hijos, de tocarles, de abrazarles, de acompañarles al colegio. Son cosas buenas que dejamos de valorar, nos olvidamos, las pasamos por alto.
    Hoy es un día lluvioso, no siempre resulta inspirador un cielo gris que lloriquea, sin embargo hoy pienso en la suerte que tengo de caminar bajo la lluvia, de ser arrastrada por mi amiga de cuatro patas, por su energía, de pasear tranquila aunque vaya con una perrita hiperactiva, disfrutando.
La vida es eso que pasa casi sin darnos cuenta. Supongo que por eso hay que vivir sin cadenas, sin limitarnos con constricciones que se originan en la culpa.
   A veces no hablamos por miedo a que se sepa la verdad, tememos que esa verdad pueda destruirnos, como si el recuerdo que nos quedó de algo vivido (y doloroso) tuviera que permanecer oculto dentro de un rincón de la memoria para que nadie lo llegue a saber nunca. Pero no nos damos cuenta de que el daño de ese silencio nos lo hacemos a nosotros, callamos pero eso que no dijimos ni contamos grita por dentro, nos aplasta, nos ahoga. En algún momento un mensaje de adulto atrofió nuestra pureza de niño libre y nos arrastró hasta el rincón del deber y de lo aceptable.
Somos seres sociables, necesitamos que se nos acepte, muchas veces aun a costa de nuestra salud. Pero el tiempo pasa, pasa tan rápido todo, y esos silencios forzosos quedan ahí, guardados a la fuerza, hasta que empiezan a mordernos, sentimos la carne desgarrada, pero seguimos callados. Llega un momento en el que entra en juego la propia cordura, el equilibrio, nuestra vida.
Y entonces miras atrás y te preguntas en qué momento cambió tu alma de niña y se inició el sufrimiento. ¿A caso no hay veces en las que esa actitud positiva está tan forzada que la risa no te libera, simplemente te ayuda a respirar?
Si lo necesitas debes contarlo.

Isolina Cerdá Casado

jueves, 29 de octubre de 2015

Países poderosos, grandes estados, un niño sirio os está esperando para no morir de frío, necesita una mirada amiga , una mano a la que asirse.

Hubo un tiempo en el que pensaba que las patatas éramos simplemente patatas, apenas encontraba algo diferente que me hiciera sentir que de alguna manera todo podía cambiar. Un día me encontré con una mirada especial, llena de ilusión, mirada limpia, mirada amiga. Entonces comprendí que no hay que tirar la toalla, siempre puede haber un ojo que amplíe tu mirada.
Patatas, patatas, qué somos, en dónde acabaremos, ¿sartén? ¿olla? ¿podredumbre? 

Personas, niños que se ahogan escapando de la locura.
¿No nos incumbe? ¿realmente no es asunto nuestro? 
Hoy untaba mis tostadas con mantequilla, tenía frente a mí un café con leche calentito, volvía a la vida tras el sueño, había dormido plácidamente en mi cama caliente, a las seis de la mañana mi hija me llamaba desde su cama porque le dolía el oído, la calmaba, le di agua, la arropé, sacó unas cuantas flemas, le di paracetamol y siguió durmiendo tras quejarse dos veces más. Yo no volví a dormir, así que a las siete me levanté anticipándome al despertador, me vestí, fui al baño, me lavé la cara, hice pis, volví a echarme agua en la cara y me dirigí a la cocina a prepararme un café.
Pues allí estaba, con el televisor encendido enterándome de cómo estaba el mundo sentada cómodamente en la silla de la cocina. Movía el café, no le pongo azúcar pero hago bailar a la cuchara, gira y gira. Entonces un hombre grita desde la pantalla, se dirige a los países poderosos, es un griego que se ha cruzado cara a cara con la sin razón y la desesperación, del mundo y del alma respectivamente. Han rescatado a muchos sirios del mediterráneo, casi ahogados, muertos de frío. Un niño está siendo reanimado porque se ha desvanecido y lo masajean para intentar darle calor y despertarlo. Esa imagen produce en mí una lluvia de lágrimas, dios, me siento tan impotente, tan responsable, no sé qué puedo hacer yo, yo, una mujer cualquiera, que vive en un país que no está en guerra, en el cual también hay niños que sufren por la crisis actual, y por otras circunstancias. Sólo se me ocurre escribir, escribir, escribir...
Las lágrimas las limpié con la servilleta que acompañaba a mi desayuno, pero el impacto de esa imagen se ha quedado grabada en la retina, el ojo de una patata que busca una mirada dulce y no siempre la encuentra.

Isolina Cerdá Casado

lunes, 26 de octubre de 2015

Hallowen

Bueno, tengo que decir que cuando yo era joven, niña, vamos hace unos cuantos años ya de esto, lo de la noche de los muertos no se celebraba, veíamos por televisión, en algunas pelis, esa festividad americana, no solo de América del norte sino del centro y del sur, acerca de esa noche que de alguna manera se convierte en especial. Velones rojos encendidos cerca de alguna foto, la típica visita al campo santo, en fin, poco más hacía yo. Recordaba o pensaba en algún ser querido que ya no estaba y del que me habían llegado rumores, e incluso caminaba muerta de miedo por la casa con cierto temor a que seres de ultratumba se me aparecieran de repente. Hoy en día se ha convertido en una fiesta. Se celebra de alguna manera la noche de los difuntos, y es un motivo de reunión, de fiesta básicamente, de quitarle importancia a esas monstruosidades creadas, representadas o dramatizadas. 
    Sé que por los niños hay que seguir, jugar, hacer fiestas, sonreír y vivir. Por ellos y por nosotros claro. Pero para mí estas fechas son grises, oscuras, que hacen que vuelva a revivir momentos durísimos de mi vida, que estuvieron ahí, que pasaron, y que no puedo celebrar.
    Mi hermana murió tal día como hoy, 26 de octubre de 1990, al día siguiente la enterramos. El 30 de octubre del año 2001 murió mi madre, el día 31 se le hizo una misa de despedida, el día 1 la incineramos. Ese 31 de octubre como en años anteriores tenía representación de Don Juan Tenorio de Zorrilla, en el papel de Brígida, estaba todo vendido, se representaba en el teatro Chapí de Crevillente. Recuerdo que en el tanatorio una de las actrices, Ana Penalva, que hacía de Inés, dijo que yo sabría lo que tenía que hacer y que lo haría porque era actriz. Me acompañó mi tía, nunca me había visto actuar, dijo que no me conoció cuando salí a escena. Hice lo imprescindible para que la función pudiera salir adelante. Y me fui antes de que enterraran a la novicia.  
    En realidad es algo tan necesario, el hecho de ponernos el vestuario, caracterizarnos y salir a escena es mucho más importante de lo que creemos, todos lo hacemos, todos nos acabamos poniendo el vestido negro y el velo y vamos en busca de Don Juan, a liarla.
    La vida, querido, la vida.
    Al final el filósofo iba a tener razón. Demasiados traumas y recovecos. Mujer con un alma excesivamente densa y oscura. Fus fus. Menos mal que mi querido amor no era filósofo, solo le gustaban los pájaros y todo tipo de animales curiosos.

Isolina Cerdá Casado

jueves, 8 de octubre de 2015

El monstruo.

    Volvía de la revisión del dentista, todo bien, el cepillado adecuado. Estaba metida en mi coche, se había formado un buen lío porque una calle estaba en obras y desviaron el tráfico de la arteria principal de Torrejón a una carretera secundaria. Total que estábamos sufriendo una retención importante. Un repartidor de alimentación había detenido su camioneta en doble fila, y se marchó a entregar su género al supermercado. Como en una dirección, la que yo llevaba, la carretera estaba colapsada, debido a esa detención de la camioneta el tráfico que venía en la otra dirección también se vio afectado, porque estaba haciendo de tapón, tal vez cuando el repartidor dejó su camioneta no venía nadie detrás de él, y no podía imaginar los perjuicios que iba a ocasionar. Mi coche llegó a la altura de la camioneta, justo detrás de él había un señor muy enfadado, con su coche detenido, la puerta abierta y mirando para todos los lados, sin dejar de tocar el claxon, tendría unos treinta años, parecía indio, aunque luego comprobé que era gitano por su forma de hablar.
    La fila mía no se movía, detrás del señor enfadado se iban acumulando más coches. La conductora que iba detrás de mí hablaba por teléfono, imaginé que explicaba su retraso a algún interlocutor. Yo estaba feliz, no era para tanto, diez minutos parados no iban a conseguir cambiar mi estado de euforia, lo había hecho bien con el cepillo. En un momento, por fin apareció el dueño de la camioneta, llegaba disculpándose. "Ya lo quito, ya lo quito". Entonces el que parecía indio salió del coche, dirigiéndose hacia el repartidor, ahí me di cuenta de que llevaba un niño de aproximadamente un año sentado detrás en su correspondiente sillita. Empezó a insultarlo de una manera violenta, y acto seguido le dio una patada al carro metálico que utilizaba para transportar la mercancía, cayendo todas las cajas verdes de plástico al suelo. El repartidor en ningún momento le hizo frente, e intentaba meter rápidamente las cajas y el carro en el camión, pero el conductor no dejaba de insultarlo y empujarlo. Yo observaba al niño estirando el cuello hacia delante, mirando a su padre. Esta escena transcurría al lado de mí, yo dentro del coche, entonces el conductor del coche que estaba delante de mí abrió su puerta. Yo rezaba para que el repartidor lograra cerrar su camioneta y escapar de aquella situación, a su vez sabía que este hombre alterado estaba poseído por el monstruo y no iba a atender a razones, si alguien intervenía el monstruo sacaría la pistola, o la navaja, o qué sé yo. Entonces, finalmente el repartidor cerró su vehículo y escapó, el conductor valiente que iba a intervenir no llegó a bajar de su vehículo y el indio que no era indio se volvió a meter en su coche.
    ¿Qué era tan importante para justificar su agresión? ¿tenía un mal día? ¿el niño estaba malito? ¿llegaba tarde?
    Recordé un testimonio que había visto por el televisor el día anterior, una mujer gritaba la impotencia sentida cuando en su intervención por ayudar a una mujer que estaba siendo víctima de maltrato por parte de su exmarido en plena calle, nadie oyó sus gritos de auxilio, o más bien nadie reaccionó para defender a esa mujer ante su agresor, solo lo hizo un señor mayor que apenas podía moverse y se llevó unas cuchilladas por parte del agresor y ella misma. Esta mujer fue una valiente, salvó la vida de la mujer víctima del maltrato. Pero no todo el mundo es capaz de hacer algo así, porque es el monstruo el que está actuando, y tienes que luchar contra la sinrazón y las palabras no son suficiente.
    Qué miedo pensar en un cara a cara con este monstruo en la intimidad del hogar. ¿Reaccionaría de la misma manera ante las dificultades que aparecen todos los días? Miedo, mucho miedo.

Isolina Cerdá Casado

sábado, 26 de septiembre de 2015

Una de tantas...

Jo, hoy no estoy con el punto irónico, hoy vuelvo a estar otra vez en plan tristón,bueno, no exactamente tristón sino apagada, bueno, tampoco apagada, no, no es la palabra, es más bien como asintiendo ante la vida. Como cuando te cuentan algo triste, y asientes, porque sabes de lo que te están hablando. Alguien te dice que nuevamente ha aparecido la enfermedad del siglo veintiuno y ya la conoces, sabes cómo es su forma de jugar, sabes lo que tienes que hacer, conoces las fases, pero te sigue atemorizando la palabra. No sé, a veces, tantas veces, parece que todo va bien y se tuerce. Pues sí, se ha vuelto a torcer, joder, que llevábamos una buena racha, sí, con las subidas y bajadas, con los baches y las piedras normales en los caminos rurales. Nuestro camino es rural, rural. Y como vamos en coche sentimos más los golpes. Si camináramos seguramente no sería tan brutal el tropiezo, lo veríamos venir. Andamos tan ocupados en planificar el viaje que nos olvidamos del viaje mismo. No hay que ponerse en lo peor, pero tener que volver a ponerse el traje, uf, con lo bien que estaba yo en bikini, por el cuerpazo que tengo más que nada, jejeje, eso es lo que dice mi marido cuando quiere algo, qué mala soy, no debería decir eso. El punto irónico está apareciendo, ¿dónde? "¡En el culo del Conde!" .
  -Vale, ¿de qué traje hablas?
 -El de ser fuerte, el de hacer frente a las dificultades, la armadura.
 La cuestión es que hablando con mi padre todo parecía ir bien, su voz era la de siempre, su ánimo alzado. Como si me estuviera diciendo: "Solo es una piedra más, una de tantas". Pero yo, yo me puse a pensar, a darle vueltas, otra vez, otra vez.
Te has olvidado de que la vida es un paseo, te has vuelto a olvidar de que lo que importa es eso que sientes en cada paso que das, en la sonrisa de tus hijos cuando entienden algo y te miran, y te guiñan un ojo, y te piden perdón por lo de antes, cuando tú ya te habías olvidado de lo de antes. Y te das cuenta de que las cosas que merecen la pena están sucediendo ya, ahora, aquí, en este instante en el que respiras profundamente y te dices a ti misma que vamos a seguir, que esta es una piedra, una de tantas,

Isolina Cerdá Casado

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Detergente, manchas en el alma, macarrones que vuelan y bañeras llenas de patos.

Hoy ha sido un día bastante complicado, mi hijo ha venido con una cacho mancha en el pantalón, y en la comida se plantó un macarrón lleno de tomate aceitoso en el bolsillo de la camiseta blanca, que digo yo, a santo de qué tiene que tener una camiseta un bolsillo con holgura suficiente para atrapar a un macarrón volador. En fin, que andaba yo un tanto preocupada con la susodicha mancha, cuando de pronto me viene mi hija con otros tantos restos de macarrones pegados en la faldita azul tan mona que se había puesto, sí, ella elige su ropa la mayoría de las veces.
Pues tras haber limpiado una camiseta blanca, un pantalón y una falda azul, para lo cual he utilizado un vaso de la caja de detergente lleno de polvo blanco; tras todo ello como digo y ver la efectividad del polvo blancuzco, que casi por arte de magia ha hecho desaparecer las manchas. Me he preguntado si no sería posible utilizar algo parecido para eliminar las manchas de otras zonas de mi cuerpo que andan guarras, guarras. Y que conste que no hablo de zonas púbicas ni rincones perdidos debajo de pies, brazos u orejas alcanzables si uno quiere con una esponja y un fresco gel. Hablo de las zonas que afectan al equilibrio del cuerpo y del alma. Son espacios casi invisibles, imperceptibles, pero tal vez el polvo blanco con una buena lavadora podría hacer algo con el ánimo, o la fuerza interna. No sé, digo sí sé, nada es fácil en esta vida. Supongo que por eso tiene tanto valor, la vida digo, aunque a veces no seamos capaces de verlo y sentirlo.
Bueno, venga, respira, va. 





¿Y si cojo el detergente y limpio las manchas de mi ánimo? ¿Dónde exactamente está la mancha del ánimo, que parece que me ha dado un golpe en el lateral de la cara? ¿De la cara de mi corazón? ¿En la piel del pulmón? ¿En la planta del pie?

- Ay, calla, que no me entero de nada. A ver, ¿qué pasa?

Mira guapa, si tienes algo que decir será mejor que te esfuerces y lo hagas porque el tiempo pasa y los sentidos se van modificando poco a poco, y cambian las prioridades.

"La bañera estaba llena a rebosar, desde allí, inmersa y sumergida en sus aguas turbias se podía ver el desorden reinante en su hogar. Allí vivían los duendes desorganizadores, se amontonaban los zapatos y las botas que un día acabaron en ese lugar huyendo del orden visible, mezclándose con medias sucias y productos de limpieza. Luces apagadas, apenas unos rayos de luz solar entraban por las ranuras de la persiana medio bajada. El cuerpo de la madre desesperada metida de lleno en un cubículo turbulento repleto de patos amarillos flotando. Sabedora de que si no se lanza a contar cuentos y a expulsar historias y puntos de vista morirá de pena y de frustración creativa. Pobre, su sol se fue lejos. Es una sirena encajada en una bañera, no puede nadar, está por tirarse al váter."

- ¿Qué? - Preguntó un tanto extrañada.
- Nada.- Respondió la voz interior.
-¿Qué? -Insistió en resolver su duda.
- "¡Que nades, coño!"-Respondió otra vez su voz interior.


Isolina Cerdá Casado



sábado, 19 de septiembre de 2015

¿Explosión ovular? Con cuarenta y dos, sentada en el suelo, con un café reflexivo, sintiendo que la vida es... ¿Estamos en otoño ya? Este texto es muy otoñal y el título muy largo.


Buscando, buscando en las imágenes guardadas en la memoria del ordenador me encuentro con esta foto y de pronto me digo: sí, tengo algo que escribir.Y no sé muy bien sobre qué voy a escribir, pero recuerdo momentos concretos, cuando las cosas iban bien, bastante bien, o eso creíamos, cuando había impulso vital, cuando uno imaginaba futuros llenos de esperanza. Llega una edad en la que te das cuenta de muchas cosas, y ese conocimiento solo lo puede traer el tiempo, la experiencia, la vida. Te pueden decir mil cosas, te pueden aconsejar que vivas, que disfrutes, que no te amargues por cosas que no merecen la pena, que intentes sonreír, aprovechar cada segundo. Pero no piensas que eso sea en el fondo tan importante, porque no puedes creerte que en algún momento tu vida se vaya a torcer, que pueda cambiar bruscamente, que algo llegue a ocurrir con la capacidad de torcer tus sueños hasta el punto de exprimirlos y aplastarlos. 
Ahora sé que eso ocurre, que cuando todo parece ir bien se puede torcer, y es como si fueras preparándote porque sabes que eso pasa, que de pronto cae del cielo un saco lleno de cemento y te aplasta las ideas. Pero es que dentro de esa línea vital, de asumir que en tu vida se pueden torcer las cosas, también hay torcimientos más pequeños, de corto recorrido, que forman parte de lo cotidiano, en los que tienes que seguir, no derrumbarte, darte cuenta de que es algo transitorio y no dejar que eso te afecte al gran recorrido vital. Por ejemplo, hoy estoy hecha polvo, estoy en plena explosión ovular, y en un estado nervioso irascible del que soy muy consciente. Pues bien, me paro, un segundo, segundo reflexivo, me asomo a la ventana, recorrido vital lindo, respiro, no permito que me hunda, no me descontrolo. Cojo una taza de café preciosa y la lleno del líquido elemento, y un bollo que acompañe y trato de calmar a mis nervios. "Os ofrezco una taza de café con un dulcecito, calmaos queridos." ¿Nervios? ¿Quiénes son ellos? ¿A caso son los primos alterados de las neuronas que quieren hacerse notar por el resto de la familia? ¿Son producto de haberles ignorado sobrecargando su capacidad vital? ¿A caso los he arrastrado hasta un punto estresante e insoportable en el que la única manera de hacerse notar es bailando descontroladamente aunque no suene música alguna? 
Bueno, no lo sé, no sé en qué punto estoy, solo sé que una siempre tiene que continuar luchando, y aunque parezca que nuestra lucha es la más importante, la más difícil y la más insoportable, en realidad todas las personas que caminan a nuestro lado se ven continuamente en situaciones de dificultad, teniendo que sortear baches, igual de profundos e inesperados. La cuestión es cómo hacerlo, ser capaz de tener una buena actitud y dar una tregua a esos primos alterados, dejarles reposar, permitirse un momento de relajación, respirar, agradecer al universo lo que te ofrece.

Oh, sí, Universo, 
Estoy viva,
Gracias.
Oh, sí, Universo,
Siento y sueño,
Gracias.
Oh, sí, querido,
Te agradezco lo que me das.
Yo, a cambio, voy a vivir con ganas
con fuerza, con alegría, con rotundidad.
Y seguiré caminando, y miraré al cielo, y sonreiré.
Gracias Universo por todo lo que me regalas día a día
confiando en que seré capaz de aprender en cada bache, 
en cada caída, con cada golpe.

PD

Ese sombrero verde me lo regaló un buen amigo, ahora mismo el Universo le ha puesto delante una dura prueba, espero de todo corazón que sea capaz de caminar con la fortaleza que necesita, y que todo se resuelva pronto.


Isolina Cerdá Casado




viernes, 18 de septiembre de 2015

Algunas veces...

  Algunas veces quiero escribir pero estoy tan vacía que no soy capaz ni de escribir la lista de la compra. Algunas veces veo las noticias y lloro, sin forzar, solo necesito prestarles un poco de atención, saber de lo que están hablando, ver las miradas de los niños, sus llantos, las zancadillas, los ladrones de guante blanco, las risas burlonas, la opulencia de unos pocos.
Algunas veces siento que estoy en el camino, otras creo que me he perdido en un frondoso bosque de hojas negras. Algunas veces miro las nubes y veo dragones, otras simplemente algún rastro de un avión e imagino qué personas viajaban en ese aparato que le hizo una raya al cielo y lo peinó sin crema suavizante. Algunas veces me siento capaz de todo, de saber a dónde voy y de dónde vengo, de visualizar el sueño, de reír sin necesidad de que haya un chiste de por medio, otras no soy capaz ni de mirar hacia el horizonte, y me siento ahogada en mis propios miedos. Algunas veces siento que la vida es un suspiro, que pasa muy rápido, que el tiempo se ríe de mí porque cuando creo que lo alcanzo ha vuelto a escaparse sin sentirlo, otras veces se eterniza y parece que no ocurre nada.
    El tiempo pasa muy deprisa, otro cumpleaños, otro curso, otro reto. A veces me falta el impulso, otras imagino objetos que hablan. 

Otras veces veo magdalenas deliciosas, colirios, botellas vacías, sueros sin suero, trapos usados y un soldadito caído en el frente, justo en frente del taper rojo.

Isolina Cerdá Casado

jueves, 3 de septiembre de 2015

Puntos de vista. Pareja de ajos.

Hay días en los que no se perciben las cosas de la misma manera, hay momentos en los que una lluvia es una lluvia, y otros en los que una lluvia es un llanto del cielo; otras veces al verte en el espejo descubres una cana más y un surco más acentuado en el rostro, sin embargo otras veces te ves en el espejo y solo percibes sabiduría y tiempo vivido. Hoy ha sido uno de esos días en los que un ajo no era simplemente un ajo.


    Querido, tengo que confesarte algo. No me pongas esa cara, anda, guapo, no sé qué te sucede, pero últimamente te veo muy apagado, y no es por nada, pero tú estás de vacaciones, yo no, a mí me siguen esperando las lavadoras de ropa sucia, de modo que no sé por qué estás así. Mi prima Cebolli nos ha invitado a la fiesta de presentación de su hijo Cebollino, y no solo eso, quiere que tú seas el padrino del acto. Asistirá Puerri, y también su marido, y parece ser que están invitados Pimientino y Tomatina, ¿te acuerdas de ellos? Nos lo presentaron en el huerto, aquel día que nos juntamos todos, después de esa tormenta terrible en la que el huertano pensaba que estaríamos inundados y nos recogió a toda prisa en el mismo saco que las patatas. Pues el señor Patatino también vendrá. ¿No te huele un poco a fiesta del Pisto? ¡Querido! ¡Querido! ¡No te habrás secado ya! ¿Vedad? Tienes los pelos demasiado tiesos, te llevaré a la peluquería de doña Berengenina, y ya verás como te da un subidón de autoestima. 

    Si hoy no estás demasiado bien, cambia el punto de vista, no siempre viene solo, a veces uno tiene que forzar el cambio y dejarse empapar por un rocío positivo. Y si no, ve a la pelu de Berengenina.

Isolina Cerdá Casado

Pos pandemia. Corazón postraumatizado.

      Hoy, ahora, hace un momento, me dio por hacer limpieza del bolso. Mi bolso es una especie de contenedor de vida, también de objetos pu...