jueves, 8 de octubre de 2015

El monstruo.

    Volvía de la revisión del dentista, todo bien, el cepillado adecuado. Estaba metida en mi coche, se había formado un buen lío porque una calle estaba en obras y desviaron el tráfico de la arteria principal de Torrejón a una carretera secundaria. Total que estábamos sufriendo una retención importante. Un repartidor de alimentación había detenido su camioneta en doble fila, y se marchó a entregar su género al supermercado. Como en una dirección, la que yo llevaba, la carretera estaba colapsada, debido a esa detención de la camioneta el tráfico que venía en la otra dirección también se vio afectado, porque estaba haciendo de tapón, tal vez cuando el repartidor dejó su camioneta no venía nadie detrás de él, y no podía imaginar los perjuicios que iba a ocasionar. Mi coche llegó a la altura de la camioneta, justo detrás de él había un señor muy enfadado, con su coche detenido, la puerta abierta y mirando para todos los lados, sin dejar de tocar el claxon, tendría unos treinta años, parecía indio, aunque luego comprobé que era gitano por su forma de hablar.
    La fila mía no se movía, detrás del señor enfadado se iban acumulando más coches. La conductora que iba detrás de mí hablaba por teléfono, imaginé que explicaba su retraso a algún interlocutor. Yo estaba feliz, no era para tanto, diez minutos parados no iban a conseguir cambiar mi estado de euforia, lo había hecho bien con el cepillo. En un momento, por fin apareció el dueño de la camioneta, llegaba disculpándose. "Ya lo quito, ya lo quito". Entonces el que parecía indio salió del coche, dirigiéndose hacia el repartidor, ahí me di cuenta de que llevaba un niño de aproximadamente un año sentado detrás en su correspondiente sillita. Empezó a insultarlo de una manera violenta, y acto seguido le dio una patada al carro metálico que utilizaba para transportar la mercancía, cayendo todas las cajas verdes de plástico al suelo. El repartidor en ningún momento le hizo frente, e intentaba meter rápidamente las cajas y el carro en el camión, pero el conductor no dejaba de insultarlo y empujarlo. Yo observaba al niño estirando el cuello hacia delante, mirando a su padre. Esta escena transcurría al lado de mí, yo dentro del coche, entonces el conductor del coche que estaba delante de mí abrió su puerta. Yo rezaba para que el repartidor lograra cerrar su camioneta y escapar de aquella situación, a su vez sabía que este hombre alterado estaba poseído por el monstruo y no iba a atender a razones, si alguien intervenía el monstruo sacaría la pistola, o la navaja, o qué sé yo. Entonces, finalmente el repartidor cerró su vehículo y escapó, el conductor valiente que iba a intervenir no llegó a bajar de su vehículo y el indio que no era indio se volvió a meter en su coche.
    ¿Qué era tan importante para justificar su agresión? ¿tenía un mal día? ¿el niño estaba malito? ¿llegaba tarde?
    Recordé un testimonio que había visto por el televisor el día anterior, una mujer gritaba la impotencia sentida cuando en su intervención por ayudar a una mujer que estaba siendo víctima de maltrato por parte de su exmarido en plena calle, nadie oyó sus gritos de auxilio, o más bien nadie reaccionó para defender a esa mujer ante su agresor, solo lo hizo un señor mayor que apenas podía moverse y se llevó unas cuchilladas por parte del agresor y ella misma. Esta mujer fue una valiente, salvó la vida de la mujer víctima del maltrato. Pero no todo el mundo es capaz de hacer algo así, porque es el monstruo el que está actuando, y tienes que luchar contra la sinrazón y las palabras no son suficiente.
    Qué miedo pensar en un cara a cara con este monstruo en la intimidad del hogar. ¿Reaccionaría de la misma manera ante las dificultades que aparecen todos los días? Miedo, mucho miedo.

Isolina Cerdá Casado

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