Hubo un tiempo en el que pensaba que las patatas éramos simplemente patatas, apenas encontraba algo diferente que me hiciera sentir que de alguna manera todo podía cambiar. Un día me encontré con una mirada especial, llena de ilusión, mirada limpia, mirada amiga. Entonces comprendí que no hay que tirar la toalla, siempre puede haber un ojo que amplíe tu mirada.
Patatas, patatas, qué somos, en dónde acabaremos, ¿sartén? ¿olla? ¿podredumbre?
Personas, niños que se ahogan escapando de la locura.
¿No nos incumbe? ¿realmente no es asunto nuestro?
Hoy untaba mis tostadas con mantequilla, tenía frente a mí un café con leche calentito, volvía a la vida tras el sueño, había dormido plácidamente en mi cama caliente, a las seis de la mañana mi hija me llamaba desde su cama porque le dolía el oído, la calmaba, le di agua, la arropé, sacó unas cuantas flemas, le di paracetamol y siguió durmiendo tras quejarse dos veces más. Yo no volví a dormir, así que a las siete me levanté anticipándome al despertador, me vestí, fui al baño, me lavé la cara, hice pis, volví a echarme agua en la cara y me dirigí a la cocina a prepararme un café.
Pues allí estaba, con el televisor encendido enterándome de cómo estaba el mundo sentada cómodamente en la silla de la cocina. Movía el café, no le pongo azúcar pero hago bailar a la cuchara, gira y gira. Entonces un hombre grita desde la pantalla, se dirige a los países poderosos, es un griego que se ha cruzado cara a cara con la sin razón y la desesperación, del mundo y del alma respectivamente. Han rescatado a muchos sirios del mediterráneo, casi ahogados, muertos de frío. Un niño está siendo reanimado porque se ha desvanecido y lo masajean para intentar darle calor y despertarlo. Esa imagen produce en mí una lluvia de lágrimas, dios, me siento tan impotente, tan responsable, no sé qué puedo hacer yo, yo, una mujer cualquiera, que vive en un país que no está en guerra, en el cual también hay niños que sufren por la crisis actual, y por otras circunstancias. Sólo se me ocurre escribir, escribir, escribir...
Las lágrimas las limpié con la servilleta que acompañaba a mi desayuno, pero el impacto de esa imagen se ha quedado grabada en la retina, el ojo de una patata que busca una mirada dulce y no siempre la encuentra.
Isolina Cerdá Casado
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