jueves, 31 de diciembre de 2020

Adiós 2020, adiós.

 https://anchor.fm/isolina0/episodes/Adis-2020--adis--Con-la-msica-de-Martijn-de-Boer-NiGiD--Romance-for-pian-and-Cello-eodlvr


Apenas unas horas quedan para despedirnos, para dejarte atrás, para olvidarte del todo. Has sido un año terrible, porque nos has llenado el alma de imágenes muy duras, imágenes que jamás hubiéramos creído verosímiles en esta época, ni en este tiempo. Nos has hecho darnos cuenta de cuán importantes eran los abrazos, la cercanía, la proximidad física de corazones que palpitan. Hemos visto morir a gente luchadora, una generación que ya vivió un escenario bélico y sabía lo que era el hambre y la asfixia económica. Mucho dolor, por el tiempo perdido, por las distancias forzosas, por los momentos que no hemos podido compartir con tantos seres queridos. A cambio el valor de una llamada, el tiempo hacia dentro, la mirada a un yo perdido y angustiado. Cuerpos inertes, pieles quietas, sueños rotos. Ya solo pienso en vivir, en no perder más momentos, en agradecer estar viva y abrir la ventana y respirar profundo. Sé que este año también nacieron príncipes y princesas, que hubo bodas, bautizos y cumpleaños atípicos. Aplausos en ventanas, en balcones, en terrazas, a valientes, que salieron de casa para caminar entre reservorios llenos de miedo y de impulso vital. Te vas ya 2020. Te vas habiéndote llevado tantas cosas, tantos momentos, a tantas personas... Sé que el 2021 no va a ser fácil, no, porque tendremos que seguir luchando, porque tu recuerdo trágico estará presente, como las lágrimas que absorbieron las mascarillas de papel, pero también estarán presentes esas vacunas que serán la muestra de que el ser humano no se va a rendir en esa lucha, porque estamos juntos en esto, aunque haya personas incrédulas, también hay personas que engrandecen al ser humano y dan sentido y valor a la naturaleza, y en ella encontraremos el camino. 

Pensé que ibas a ser un año bueno 2020, y no lo has sido para nada, porque la excepción ha sido ese niño que nació en medio de la pandemia, o la recuperación, la superación y las tantas muestras de lo creativos que somos, de dar pasos hacia adelante y seguir luchando por los sueños que iluminan nuestros pasos. 

Te vas ya, casi te has ido, ojalá pudieras llevarte también esta tremenda tristeza generalizada. Pero has de saber que venceremos, que aunque tu número ya está asociado al de la gran pandemia también lo está a nuestra alma guerrera que en el 2021 seguiremos luchando para conseguir ganar la batalla.


Isolina Cerdá Casado

sábado, 12 de diciembre de 2020

Estrellas en las Urgencias del hospital La Paz.





Hoy al pasar por el pasillo de la sala 1 de la Urgencia, justo al entrar por la puerta que da el acceso más directo a la REA, un montón de estrellas cubría la pared que está frente a la puerta de cristales que se abre automáticamente cuando las ambulancias traen pacientes que requieren una intervención rápida. Si te parabas a mirar el detalle de cada una de las estrellas podías ver algunos de los nombres de las personas que forman parte del equipo humano que trabaja en las Urgencias de la general del Hospital La Paz. Había casi quinientas estrellas, cada una tenía un nombre y debajo el colectivo al que pertenecía. Por lo visto una enfermera del turno de mañana, Ana Guti, había tenido el impulso de recopilar nombres de los diferentes colectivos, enfermeras, médicos, auxiliares, celadores, personal de limpieza, personal de admisión, de atención al paciente, de seguridad, es cierto que no estaban todos los que en un momento u otro ha pasado por la urgencia, o incluso forma parte de ella, los celadores de rayos no se encontraron pero estaban, estaban porque el impulso era incluir a todas las estrellas que iluminan las Urgencias de la Paz. 



Ha sido un detalle muy bonito y simbólico, al verlo he sentido que éramos un conjunto, un gran equipo de trabajo, que todos y cada uno de nosotros éramos necesarios, no sé por qué pero recordé que justo en aquel pasillo, en la sala de sillones fue donde se situaron los primeros casos de sospecha de Covid, quién iba a imaginar lo que sucedería después, cuando casi el noventa por ciento de la urgencia albergaba pacientes de Covid, cuando dentro de las salas todos estábamos cubiertos por los EPIS y apenas había diferencia entre los distintos colectivos, combatíamos todos cada uno dentro de su especialidad, nadie se rindió y muchos cayeron, enfermaron a pesar de las medidas de protección. Paradójicamente ver estas estrellas me ha recordado un poco a aquellos momentos. Todos tenemos una función y en ese trabajo hay luz, mucha luz. La verdad es que ha sido un detalle muy bonito, ver tantas estrellas, tantos nombres, tantos colectivos representados. Y todos iluminando la entrada de la puerta más próxima a la REA. Me dije, simbólicamente todos estamos ahí, cuando llega un paciente a la urgencia nuestra actitud, nuestro deseo, nuestra vocación es la de ayudar al paciente para que mejore, para que supere ese momento crítico, para que pueda recuperarse cuanto antes. Estrellas iluminando al paciente en medio de la noche, estrellas que no son más que el reflejo de un sol cuya luz intentan recuperar, lucimos gracias a las personas que necesitan nuestra ayuda. 

Ha sido un gran regalo de navidad, muchos sonreíamos al verlas, algunos se buscaban, se fotografiaban, nos ha iluminado el alma, nos ha llenado de alegría el detalle y es que la mejor decoración de navidad son las personas, las que con su grandeza humana enriquecen este trabajo tan importante y necesario. 

Gracias Ana por tu impulso, y gracias a todos por aceptarme en este cielo maravilloso que forma parte de la Urgencia.


Isolina Cerdá Casado

domingo, 6 de diciembre de 2020

Deseos navideños desde el Hospital La Paz

 

Se llama Nuria y es un elfo, ah, también es celadora del Hospital La Paz. 


Noche de urgencias en el Hospital la Paz, segunda vez que soy testigo de una propuesta preciosa. Una compañera de trabajo, una celadora con el corazón de oro nos pide a los celadores que si podemos escribirle una carta de deseos, en voz baja nos confiesa que ella es un paje mágico, y tiene doble trabajo, no es por acaparar sino que es muy buena en su trabajo y tanto Papá Noel como los Reyes Magos se la rifan. La cuestión, esta compañera nos ha estado alentando para que todos escribamos esa carta de deseos, eso sí, pone una condición, no pueden ser deseos materiales. "Ya sabéis que con esto del virus puede acarrear problemas, es un virus muy travieso y se contagia fácilmente. Pero podéis pedir lo que sea, hasta la cosa más rara, somos tantos que no sería extraño que aparezcan deseos increíblemente raros. Sería representativo de nuestro sector." Hoy ha explicado sus razones. Este elfo tan especial cree ciegamente en la Navidad pero sobretodo cree en las personas y está convencida de que expresar esos deseos será una forma de hacerlos fuertes, mucho más fuertes que este horrible Covid que tanto dolor nos está causando.

Este elfo ha sufrido, tanto como lo viví yo, cómo estuvo la Urgencia en aquellas semanas de marzo y abril, bueno todo el hospital la Paz, fue terrible. Aún hoy me tiembla la voz y se me humedece la mirada cuando lo recuerdo. Pero desgraciadamente no es un recuerdo lejano, todavía este virus está muy presente en cada uno de nosotros y de todos los madrileños, y de toda España y de todo el mundo... Pero hay esperanza, hay un gran movimiento esperanzador...

Este elfo estuvo con un EPI puesto, corrió empujando camillas a la REA, cambió pañales a pacientes muy malitos, se llenó de fuerza cuando el Covid entró en sus carnes y lo echó como pudo y lo aisló de su familia y gritó y bailó hasta que pudo volver al hospital a seguir con su tarea.

Hoy nos pide que le escribamos una carta... Yo deseo despertar mañana y ver a la gente feliz y sonriente, deseo que el Covid 19 desaparezca, que no hubiera existido jamás, que siguiéramos viviendo con la tranquilidad que lo hacíamos antes; cuando veíamos a un amigo y le abrazábamos efusivamente, o nos encontrábamos con  nuestro sobrino y le dábamos dos besos, o cuando tomábamos tranquilamente un café en un bar sin recortar tiempo ni acompañantes. Deseo volver a dar abrazos, deseo poder moverme con libertad, deseo que todo vuelva a la normalidad y que los investigadores con su varita mágica hecha de trabajo, destreza y financiación lleguen a conseguir que este virus sea inocuo, que se esfume sin dejar rastro.

Este año la Navidad es un campo de combate hecho de abrazos contenidos, de distancias forzosas, de mil momentos de añoranza. Nuestras armas serán los besos no dados, las copas sin brindar, los pensamientos tristísimos por no poder reunirnos alrededor de una mesa todos los que otros años lo hicimos. Pero a cambio ganaremos la guerra, a cambio no contagiaremos a ese ser que tanto amamos. 

Este año todos somos soldados en una guerra que afecta a toda la humanidad. Y ganaremos porque no hay otra opción. 

El deseo más grande de todos es que podamos vencer al virus, y que salgamos más fuertes de esta pandemia, y que todos los que cayeron en el camino nos sostengan con su recuerdo de grandes hombres y mujeres valientes, luchadores inocentes, sabios llenos de luz. 

Cuando empecé a escribir la primera vez esta carta de deseos, este es el segundo intento, tuve que parar, por la tristeza, por la pena que me daba, porque este peso nos afecta a todos. Entonces leí un artículo que hablaba sobre esa tristeza generalizada, porque todos estamos acusando esa falta de abrazos, esa preocupación global, ese miedo continuo, y me di cuenta de que no estaba sola, en realidad todos estábamos en el mismo lado de la trinchera, todos íbamos a experimentar la misma sensación que ese soldado solitario lleno de barro en una noche lluviosa vigilando el frente, todos comunicados con nuestros teléfonos móviles, o con señales de humo, ninguno se iba a echar atrás, todos unidos en la misma guerra, todos juntos podremos acabar con el enemigo común. Así que ese será mi pensamiento cuando el día de nochebuena no pueda estar con la Familia y el mismo pensamiento tendré este fin de año, en el que no estaré con mi padre por primera vez en cuarenta y siete años de vida, ni con mis hermanos, ni mis cuñadas, ni mis sobrinas. Este año estamos en guerra para no perder ningún efectivo más. Estas navidades no abriremos las puertas al virus, defenderemos a la humanidad desde la trinchera. ¡Y ganaremos! 

Aquí explicando su maravillosa idea. 


Isolina Cerdá Casado 

 



viernes, 30 de octubre de 2020

Los abalorios de una bella princesa que ha vivido mucho



 Abalorio: "Objeto de adorno vistoso y generalmente de poco valor". Esta es la primera acepción de la RAE cuando buscas el significado de la palabra abalorio. Hay que cambiar el título de este artículo, no sirve, porque lo que lo ha inspirado ni tiene poco valor ni es meramente un adorno. Pero contaré desde el principio de dónde surgió la princesa y qué quería exactamente decir con abalorio.

    Estaba en la puerta de las Urgencias del Hospital La Paz, allí trabajo como celadora, mi puesto de trabajo principal esa tarde era la puerta de la urgencia, recibes a la gente, gestionas diversas historias, llevas los papeles a su casillero correspondiente, acompañas a los pacientes a un box o a sala, resuelves dudas y una serie de funciones más que no vienen a cuento aquí. La cuestión, una de las administrativas majísima, y con la cual no había coincidido con anterioridad, o al menos con la cercanía de aquella tarde, como digo la administrativa separada por un cristal de la celadora, me sonreía con los ojos cada vez que me daba un papel que tenía que acercar al filtro. Era muy amable, su corte de pelo era más bien aniñado, melena corta con flequillo, pelo negro, sin muestra alguna del paso del tiempo. Delgadita, más bien bajita, cuerpo pequeño. Sabía que era si no de mi edad, rondaba, unos cincuenta, a mí me faltan dos y medio para alcanzar la cifra, pero vaya, más o menos estábamos cerca, eso creía yo. La cuestión es que en un momento dado, y bajo la protección de su mampara de cristal mágico anti Covid, se atrevió a quitarse la mascarilla, no del todo, solo la cogió, la bajó hasta la barbilla y respiró profundo, justo me pilló mirándola, y entonces vi lo que he llamado abalorio pero que en realidad quería decir "haberes" de lo mucho vivido. Y es que la zona del labio superior, donde sale el bigotillo, que los hombres afeitan y las mujeres depilan, estaba repleta de arruguillas, plieguecillos, montañitas con algún pelillo fino y casi imperceptible. No sé por qué pero me inspiró sobremanera. Aquellas muestras de vida vivida, rasgos de sonrisas, de miles de morretes regalados, de ceños fruncidos, de vida vivida con intensidad. Allí estaba, aquella princesa, cuya intensa vida se resumía en plieguecillos y pelillos tapados por una mascarilla obligatoria. Y entonces pensé que la piel carga con toda la vida y con su riqueza, entonces sentí que tener arruguillas en los labios era una suerte, indicaba que seguías poniendo caras, gesticulando, riendo, llorando,...como una especie de tesoro mágico. 

"¿Ves esta primera? Oh, sí, esta salió el día que mi madre me castigó sin cenar porque me puse a hacer magdalenas sin avisarla y cuando ella se levantó de la siesta descubrió que su cocina estaba repleta de harina, montó en cólera, ya que se había pasado la mañana limpiando, yo me puse a llorar porque nunca la había visto tan enfadada, aunque luego se puso a reír, y yo con ella porque le hacía mucha gracia cómo el cocinero de cerámica que sujetaba las paletas estaba lleno de harina y no entendía cómo narices le había caído tanto polvo blanco encima del sombrero azul, yo le explicaba que al abrir la harina se me rompió el papel del envoltorio porque no conseguía abrirlo y todo se llenó de un blanco navideño, el cocinero de cerámica que además era un cerdito rosado se volvió blanco y comenzó a saltar de la alegría porque jamás imaginó una nevada semejante en una cocina. Sí, esa fue la primera arruga. Qué gran momento fue aquel. La conservo con cariño... "

    Entonces aquella imagen me llevó a las miles de historias vividas que hay detrás de una cara llena de arrugas y sentí que había mucha belleza ahí metida, en los rostros, en los cuerpos, de hombres, de mujeres, y quise escribirlo, quise gritarlo, porque era esperanzador, porque en realidad no había que esconder nada, ni tapar, ni disimular, pinta la arruga, sueña feliz porque has vivido tanto que rebosas vida princesa...

Isolina Cerdá Casado

lunes, 19 de octubre de 2020

Marina en busca de la inspiración

Se sentó a los pies de aquel árbol, y mirando hacia arriba pudo ver como éste con sus ramas más jóvenes acariciaba las nubes. Ella debía estar haciendo lo mismo, sin embargo tan solo podía tocar la tierra áspera, alguna piedra que sobresalía del suelo y el manto verde de la hierba llorona del amanecer. 
Estaba descalza, había salido de su casa en pijama, era muy temprano, intuyó que no se iba a cruzar con nadie y así fue. Empezaba a sentir el frío aunque ya lo hacía cuando aquella madrugada abrió la puerta sigilosa y la cerró tras ella. 
 Algo le había despertado, era la necesidad, había estado impulsándola una y otra vez de un sitio a otro, siempre dando tumbos. Sentía que su vida había sido eso: una extraña sucesión de golpes, saltos, giros. Pero esa madrugada, supuso que serían cerca de las cinco de la mañana cuando escuchó aquella voz, fue como una brisa alentadora, que la empujó a saltar de la cama, parecía haberla enganchado a su corriente esperanzadora y sin saber muy bien a dónde la llevaba se dejó arrastrar. Y así, sin más explicación que un impulso, envuelta en esa especie de magia sonanbulista llegó hasta él, el árbol de hojas alargadas, extrañamente impregnadas por un poder sanador que no todo el mundo conoce. Ella buscaba inspiración, quería que él dirigiera sus letras porque algo sentía en su interior, un impulso explosivo tal vez, que necesitaba que saliera y se mostrara, a lo mejor él la podía ayudar.

Esos días había estado dándole vueltas a aquella historia que su abuela le había contado una y otra vez en sueños; su abuela era una persona distinta en el mundo onírico a la que había sido en la realidad. Recordaba sus asperezas, como si la vida que le había tocado vivir no fuera lo bastante interesante como para dejar que su verdadero yo se expresara libre. Pero en los sueños su nieta la veía de otra manera. Las abuelas son seres sabios, mujeres profundas que están en lo alto de tu árbol genealógico, si ellas no saben por dónde seguir, quién lo va a saber; esa teoría de abuelas como seres sabios a Marina se le confirmaba en sueños. La vida no estaba siendo precisamente como ella había imaginado. Siempre había sabido que era una mujer especial, en sus años de infancia, su madre le decía una y otra vez que debía volver a la realidad, que era una niña demasiado creativa, con mucha imaginación, tal vez también demasiada; le recordaba que la vida no era como en los cuentos. Pero en realidad quién puede creerse en posesión de saber cuáles son las medidas adecuadas de semejantes maravillas del alma humana e incluso de juzgar su nivel. Vaya que sí, su madre tenía mucha razón, la tuvo, como si de alguna manera hubiera sido capaz de prever su turbio y, contradictoriamente a la vez, brillante futuro. Cuando su profesor advirtió a su mamá que de no ponerle los pies en la tierra su hija se iría volando por el mundo de la imaginación, no estaba mal encaminado como futurólogo. Las advertencias de este señor sobre su maravillosa capacidad creativa y la posible desaparición de la cordura debido a una previsible autofagia pura y dura de aquel inmenso mundo imaginario prácticamente se cumplieron, Marina estuvo a punto de desaparecer sin ser vista, alejada del sistema, del mundo real, inmersa en su locura. Pero no desapareció, casi, pero no, su breve desaparición como persona cuerda fue en realidad una transformación, pura alquimia, en la que liberó su locura a través del arte, pintaba y escribía. La escritura siempre le había liberado el alma, reorganizaba sus complejos nudos espirituales con uno o dos párrafos de explosión repentina. Llevaba meses sin escribir y sentía estar al borde del abismo. 

Tocaba la tierra fresca. Sentía los pies cada vez más fríos. “Tiene que llegar”, se repetía a sí misma. “Tiene que llegar”. A esa mujer le llegó, en aquel árbol, o si no era aquel fue uno parecido, daba igual, no importaba, el caso es que tenía que llegar la historia, esa que su abuela sabía que escondían los eucaliptos. 
Cuando su madre reproducía las palabras de aquel profesor que le advertía del peligro de los viajes que hacía su hija desde un simple pupitre, no sabía lo que iba a ocurrir en realidad. Ciertamente jamás llegó a ver a su hija siendo una mujer adulta integrada en el sistema, en realidad no tuvo tiempo de verla llegar a esa edad, moriría antes. Justo cuando la niña dejó de serlo, la madre se convirtió en alma errante, un espíritu que la andaría rondando para protegerla, sin perder esa obsesiva manía de controlarlo todo para evitarle dolor. Eso creía la madre, no se daba cuenta de que el dolor que trataba de evitar estaba medido por su propio dolor, y en ocasiones era tan profundo que temía que atravesara generaciones enteras y trataba de ponerle remedio suavizando los pasos de su hija, pero la intensidad del mismo va asociado a cómo de intenso sentimos, y su hija rebosaba intensidad por todos los costados. Era un espíritu bueno pero intranquilo. De eso sabía su hija no porque tuviera pruebas sino por sensaciones repentinas que motivaban su intuición.

 Marina había sentido muchas veces eso, alguien le había hablado de la existencia de ángeles que te cuidan, que velan por ti desde la invisibilidad más absoluta, a través del tiempo, de los sucesos e incluso de las paredes de ladrillo. Ella intuía a su ángel de la guarda, e incluso era capaz de saber de quién se trataba, justo en esos instantes en los que se le podía haber escapado la vida y no lo hizo. Había tenido dos momentos cruciales, para ella el más claro había sido aquel accidente terrible del que salió viva milagrosamente. El coche quedó destrozado, al verlo nadie hubiera creído que una persona pudiera mantenerse con vida dentro de aquel amasijo de hierro, ella lo hizo, un hueso sustituido por titanio fue el rastro de aquel susto terrible, con veinte años y un gran reto por delante, el de su emancipación. Marina siempre supo que su ángel de la guarda la había protegido de alguna manera, la energía viva de su madre la envolvió para que esas chapas destrozadas no se fundieran con ella y dividieran su cuerpo en mil pedazos.

 Allí estaba ella, Marina Rodríguez, a los pies de un eucalipto precioso, mirando hacia lo alto, tocando un suelo rugoso, con carreteras vacías de coches, con casas sin vida perceptible. Hoy ella había sido la más madrugadora, con lo mucho que le había costado siempre levantarse de la cama, ella era la única alma errante visible de aquel extraño amanecer. El frío era cada vez más agudo, tal vez era solo su sensación. Siempre le había gustado mucho ese tipo de árbol. Recordaba las visitas a la aldea de su abuela, desde su casa se veía un majestuoso eucalipto cuyas hojas parecían acariciar el aire. En los días en los que sacaba la cabeza por la ventana para respirar profundo allí estaba él, sonriente, seguro, fuerte. Cuando llovía de forma salvaje, con esa lluvia densa que tantas veces había visto caer en Galicia, allí, al fondo permanecía él, mirándola, transmitiendo esa fortaleza centenaria que lograba traspasar los cristales de las ventanas. Quizá esa mañana él había sido el causante de todo, tal vez él la estaba llamando a través del tiempo y la tierra, o era ella la que lo necesitaba, la que quería que la historia de la contadora de cuentos fuera verdad. Los eucaliptos son árboles acogedores de almas. Cuando alguien muere con un sueño pendiente se va a morar a sus adentros. ¿A caso ella buscaba eso? ¿Los sueños pendientes de otros? ¿O buscaba concretamente uno, el suyo propio? 

 En las noches frías de invierno se oían los rumores de las almas inquietas, algún grito silenciado como en un túnel del tiempo. Aquello que no fue llorado sale en forma de lluvia y justo encima del eucalipto se forma la nube de la tristeza. Pero hay veces que las almas dejan sus sueños en espera de que alguien los rescate y los realice; entonces no son tanto emociones sino cosas por hacer, palacios, castillos, libros por escribir. Los sueños de las historias pendientes requieren de personas entregadas, que rescaten esos trocitos de vida necesitadas de inmortalidad. ¿Eso es lo que ella debía hacer? ¿Era lo que esperaban de ella? ¿Ese impulso sentido lo despertó la fuerza de los sueños por escribir?

 En cualquier momento alguna persona despertaría de su sueño, se asomaría a la ventana buscando el primer rayo de sol y se asombraría al verla a ella, allí, sentada a los pies de aquel árbol, con un pijama fino, acariciando el suelo, con un ademán expectante a la espera del susurro del árbol centenario. Entonces seguramente esa persona llamaría sin dudar al 112 para contar a algún trabajador del turno de noche la extraña escena que se estaba produciendo justo al lado de su casa, en la calle, una mujer semidesnuda tirada en el suelo, con la oreja pegada al tronco de un eucalipto altísimo, con la mirada perdida en los entresijos de su pensamiento. Sin sospechar que aquella mujer estaba recibiendo la energía necesaria para asumir que la vida hay que vivirla con la intensidad suficiente para no sentirte muerta en vida. El eucalipto le susurró, o ella sintió que le susurraba. Si quieres escribir tendrás primero que vivir y cuando lo hayas hecho serás capaz de sentirlo, escucharás los sueños pendientes sin tener que acercarte a los pies del árbol. No era suficiente lo que llevaba caminado, por eso estaba allí, por eso la habían atraído los duendes para que mantuviera la calma y siguiera su camino. 

 Marina encontró la calma, se fue por donde había venido, volvió a casa, sintiendo cómo el frío madrugador atravesaba su cuerpo, frío que ya empezaba a amainar bajo la mirada lejana de la luna llena, con la certeza de que tarde o temprano volvería a su mente la inspiración de un sueño, de una necesidad o un impulso. Se tomó un café caliente, revivió en ella esa sensación agradable de las gotas de lluvia descendiendo por su frente, por las sienes, acariciando sus labios, con una mirada capaz de ver más allá del horizonte con un eucalipto como único testigo de ese momento transitorio al borde de la asfixia. Jamás le sentó tan bien sostener una taza entre sus manos. 


Isolina Cerdá Casado

sábado, 17 de octubre de 2020

Vete

Eres un bicho muy malo, no sé cuáles son tus intenciones para con nosotros, no son buenas claramente, aunque a lo mejor eres un inconsciente y no sabes de verdad el daño que produces, a lo mejor no lo piensas y en realidad ignoras las consecuencias de tu propagación. Dirás, ¿y a mí qué más me da? Claro, no tienes empatía, no eres capaz de sentir ese desasosiego, esa preocupación por nuestros mayores, nuestros amigos, por nuestra familia, por nosotros mismos. Supongo que de nada sirve que te pida que te vayas, sí, que cojas la puerta y salgas de nuestras vidas, porque ya nos has desestabilizado a todos, ya has zarandeado nuestra cordura y nos has arrancado el alma a trozos. No siempre lo hemos sentido en nuestra carne, pero has hecho un daño tan grande que sus garras tienen estrangulada la cordura, y todo lo que pensábamos que nos estabilizaba se fue para siempre. Ahora ya no podemos sentirnos seguros, ahora la vida es un transitar por la cuerda floja, y ya no hay lugares seguros, el miedo ya se ha afincado en nuestro interior y la incertidumbre es la manta que nos arropa cada noche. Te voy a pedir algo, ¿podrías marcharte ya de nuestras vidas? Alejarte, sin mirar atrás, no te heremos nada, vuelve a ese lugar del que saliste, no sabemos porqué ni por quién, pero desaparece de una vez. Eres un bicho malo, lo sé, pero a lo mejor ya lo has logrado, me refiero a tu objetivo, si es que tenías alguno, si querías hacernos daño ya está, nos lo has hecho, estamos heridos hasta lo más profundo, lloramos solo de pensarte. Vete, vete lejos, vete a un lugar en el que encuentres paz sin causar guerra. No vamos a dejar de luchar, no nos cansaremos, nos pondremos la armadura, saldremos a los caminos, te esperaremos con una lanza, como el guerrero de la rotonda de Leganés, hasta que logremos detenerte, porque al final nos uniremos, porque ellos dejarán de ponerse zancadillas, porque no tendrás caminos libres, porque la humanidad crecerá, porque no puede ser el fin sino el principio de un nuevo mundo en el que a pesar de la distancia estaremos más unidos que nunca. Vete, vete ya. Isolina Cerdá Casado

jueves, 15 de octubre de 2020

Mascarilla

Hace tiempo que no escribo, lo triste es que últimamente repito demasiadas veces este inicio de frase, no es porque no tenga nada que escribir, tal vez es más bien lo contrario, pero hay una falta de impulso, de tiempo de reflexión, de detenimiento en medio de toda esta vorágine de imágenes, sensaciones, vivencias. Vivir precisamente es lo que llena mi haber de toda esta carga. Sé que hoy nos está llenando a todos de emociones secretas, de una especie de tristeza a la que no le queda más remedio que aceptar lo que nos ha traído esta situación. Todos sentimos lo mismo, desde que llegaste, desde tu obligariedad, necesaria, preventiva, protectora. Ahora, es precisamente ahora, cuando no se puede, cuando no se debe, cuando el impulso de abrazar nos posee continuamente, pero no se puede, lo aceptamos, pero lo que no se puede hacer no significa que no se pueda sentir, y yo siento ese calor tan necesario, siento tu pulso, tu calor, siento que te cuesta, que es difícil, que todo lo que hay en tu corazón se muestra en tu mirada, en su intensidad, en su brillo, en su cristalinidad. Y sí, yo tengo poderes, tú también, y es que ambos somos capaces de abrazar con la mirada, ¿te imaginas? En mi trabajo tengo muchas veces ese impulso, no lo hago, me llamarían loca, seguramente, pero lo sentí muy activo cuando estábamos en plena pandemia y en el hospital veías pacientes muy malitos que no podían estar acompañados físicamente por sus familiares, les cogía la mano con mi mano cubierta con guantes azules, y les miraba a través de la pantalla protectora, y la energía que intercambiaba era positiva, de fuerza, de impulso. Yo no era nadie, un alma buena a lo sumo, pero sonreían a través de la mascarilla. Actualmente no estamos en el nivel terrible de aquellos días, pero seguimos viviendo las mismas situaciones, por suerte y de momento a menor escala. Y el impulso de abrazar lo sigo teniendo, así que lo hago a través de la mirada, con un "vamos" cordial y silencioso. Tenemos el poder de ser grandes personas, hagamos algo activamente por potenciar el lado bueno del ser humano. Pero bueno, sé, sé que hay que protegerse, sé que el excesivo buenismo no es bueno tampoco, sé que hay personas malas, se que hay miradas hirientes, sé que hay gestos terribles, y consecuencias irreversibles de actos vandálicos, sé que no es fácil hacer las cosas bien, así que suerte, solo puedo desear suerte para que seamos receptores de los mismos actos benevolentes que nosotros podamos llevar a cabo, y que el karma ponga orden y equilibrio en la vida de cada uno. Isolina Cerdá Casado

sábado, 1 de agosto de 2020

Historias del Covid 19: "El estratosfayer" de Maik frente a los incumplidores.

Maik estaba muy cansado, cansadísimo, estaba hasta los mismísimos nervios neuronales, hasta el extremo axonal más alejado de la neurona situada en el lugar más recóndito de su cerebro. El cansancio estaba más que justificado, Maik trabajaba en el hospital La Paz de Madrid, era un celador de urgencias, estaba muy tocado, como tantos compañeros suyos que habían vivido de primera mano esa lucha contra el Covid-19. De vez en cuando Maik recordaba aquellos días terribles, en los que se tenía que preparar para la batalla, aquello era muy similar a lo que veía en los escenarios de guerra de las películas medievales hollywodienses, en las que los soldados se ataviaban de armaduras metálicas para no ser atravesados por pesadas espadas y hasta algunos cubrían sus cabezas con imponibles yelmos. Maik tenía mucha imaginación, y como aquello que estaba viviendo era tan surrealista él lo adornaba con gotas creativas. Cuando llegaba la hora de vestirse para ayudar a las auxiliares en el aseo de los pacientes él se imaginaba al Covid como un bicho que se multiplicaba con facilidad al mismo tiempo que era invisible, lo imaginaba viscoso, como si se adentrara en los humanos de una manera imposible de ver, si llegaba hasta ti su viscosidad se pegaría a tus pulmones, cabeza o incluso piel, te quitaría el gusto, el olfato, te produciría fiebre, te agotaría hasta el infinito y más allá.
Maik estaba agotado, claramente, no se podía imaginar que en su hospital se volviera a repetir el mismo escenario.
Había veces que se irritaba sobremanera, especialmente cuando veía a la gente pasándose por el forro las recomendaciones, se encendía, ardía de rabia, porque sabía que era posible evitar que se repitiera ese escenario desolador, así que decidió dar luz verde al botón del aprendizaje forzoso, el llamado: "Estratosfayer". Eso sucedía muchas veces en el metro.
Tras su jornada de trabajo volvía a casa sentado en uno de los vagones del metro de Madrid, en mil ocasiones se repetía la misma situación. Una persona con la mascarilla cubriendo la barbilla, ni nariz ni boca, toda la barbilla, sin ningún retazo de piel barbillera sin cubrir, hasta se cubría parte del cuello. En ese momento Maik actuaría, y una vez comprobado que no se trataba de una persona que justificadamente pudiera no llevar la mascarilla cubriendo boca y nariz, pulsaría el botón. Al instante el maquinista recibiría el aviso de la presencia de un incumplidor, egoísta y casi sociópata, en el asiento veintidós, entonces se pulsaría el Start del Estratosfayer, y el asiento saldría despedido hacia la estratosfera y allí se quedaría hasta que poco a poco el Covid-19 se desintegrara por falta de cuerpos sin protección, por escasez de descerebrados sin marcarilla.
Lo mismo les sucedería a los grupos de personas que codo con codo se ríen de un chiste o se toman unas cañas, o juegan a las cartas, o bailan juntos con la mascarilla cubriendo el codo, protegiendo ese lugar esquinado sin acordarse para nada de que el viscoso invisible se adentrará en sus pulmones y cuando visiten a sus familiares y les abracen, y les sonrían y les cuenten cómo lo pasaron aquel día con sus amigos, el Covid se instalará en su familia y se cebará.

- Maik creo que te han llamado por megafonía, le dijo su compañera con problemas de audición desde que lleva la mascarilla puesta sin descanso.
- ¿A mí?
-  Sí, he oído "Maik Rodríguez  pase por sala Tres".
- Pues me acerco en un momento.
- ¿Necesitáis algo de mí?
- No, llamábamos a los familiares de Miguel Rodríguez, para informarles de su estado, ha empeorado.

Miguel Rodríguez era un joven de veinte años que jamás creyó que fuera cierto que un bicho viscoso e invisible estuviera pululando por la ciudad.


PD

Texto inspirado por mi compi Rafa, en una conversación sobre las vivencias en el metro y la valoración de cómo evoluciona la Urgencia en este período veraniego. Claro temor a que se vuelva a repetir lo ya vivido.


Isolina Cerdá Casado


jueves, 30 de julio de 2020

De guerreras, de valientes, de amigos que luchan...

Cogí la prenda, era una camiseta de pijama, la coloqué en la percha y la colgué en el tendedero, tiendo con perchas, sí, me resulta cómodo y rápido. Entonces iba a ponerme a estudiar un rato, seguía teniendo cosas pendientes, pero volví a sentir el impulso. Días atrás lo había sentido, cuando mi compañero me contó su historia, la de su mujer, la de él mismo, esa lucha que cada uno lleva, que tantos llevamos, más cerca o más lejos, en tiempo, en distancia física, en afectos, en sangre. El impulso que volví a sentir era el de escribir, es como una caricia en el alma, como una especie de pausa reflexiva, cada uno lo hace a su manera, hay quien se va al campo, hay quien respira profundo, medita, cierra los ojos y se aleja, va al cine y se sumerge en historias que nos alejan de la realidad a través de otras realidades...yo escribo. Bien, cuando lo de mi compañero tuve un impulso, sentí que tenía que escribir algo, su mujer está en otra batalla, de esas que cansan mucho, agotan y hacen que los pilares vitales tiemblen a tu alrededor. Me dije, es una heroína, él también, y su amigo, el amigo de mi marido, y su mujer, y la vecina, y el marido de mi vecina, y su hijo, y sus nietos...En aquel impulso pensé en qué podía decir, qué. Decir que no estás solo, ni él, ni ella, ni tú...
Decir que de alguna manera en esa lucha diaria que parece ser de uno estamos todos implicados, arrastrados por la marea negra. Ahora me ha venido a la cabeza ese montón de manos amigas que limpiaron las playas de Galicia, y me viene a la cabeza ese conductor de autobús que despierta a mi amigo para que no se le pase la parada, cansado de ir de un hospital a otro, durmiendo de agotamiento. Agotamiento hecho de cansancio físico, cansancio mental, preocupación, incertidumbre, necesidad de fuerza, lucha, más lucha, no venirse abajo, levantar el ánimo, rezar en silencio, gritar de vez en cuando, bailar en la oscuridad.
Recordé varios momentos de mi vida, momentos con personas que no estaban, me vi paseando por un monte, despertando de una siesta, saludando a mi tía, abrazando a mi madre, yendo al colegio con mi hermana.
Es curioso, a veces un simple gesto te inspira, en ocasiones una palabra te hunde, otras una simple mirada te arrastra hasta lo más profundo de su universo y entonces un abanico de posibilidades se presenta ante ti. La mente es maravillosa, hay que saber qué tecla hay que pulsar para ir más allá de la situación que estás viviendo y ser capaz de extraer el lado bueno de las cosas. A veces caminamos tan deprisa que no vemos el camino. Párate y respira.

Isolina Cerdá Casado

lunes, 20 de julio de 2020

Para mis valientes compañeros celadores y celadoras del hospital La Paz

https://anchor.fm/isolina0/episodes/Para-mis-valientes-celadores-del-hospital-La-Paz--texto-de-Isolina-Cerd-epajlr

Qué puede relacionar una imagen con otra, una tarta de frutos rojos del bosque con la puerta de urgencias de un hospital, pues lo que hace que ambas instantáneas estén relacionadas es un celador, es una recuperación, es una muestra de la grandeza y también de la amistad y el compañerismo, y por qué no decirlo, de un artista repostero. ¡Venga si solo es una tarta! Sí, pero está cargada de emociones, de promesas cumplidas, de celebraciones pospuestas, de cariño, de superación.

Cuando escribo sobre aquellos meses especialmente difíciles siempre lo hago volviendo a las imágenes que se sucedían dentro de los boxes y las diferentes salas, esas muertes, esas agonías tan dolorosas de las que hemos sido testigos enfundados en nuestros epis, pero me faltan tantas cosas por sacar a la luz, entre ellas las vivencias como grupo, como colectivo de celadores y celadoras, sí, nos afectó a todos los gremios hospitalarios, y no solo hospitalarios lo sé. Pero tengo la sensación de que me olvido de los compañeros y compañeras que se vieron obligados a parar, a aislarse en sus casas, a permanecer encerrados en una habitación para proteger a sus seres queridos, para impedir que el virus se extendiera, no he escrito sobre ellos y ellas pero no lo olvido, todo está ahí, en esa especie de agujero negro que absorbe todo cuanto tiene que ver con la pandemia y lo guarda en un estante, pero yo soy muy desordenada y de vez en cuando tengo que sacar y volver a colocar las imágenes, y ahí es donde te das cuenta de que hay cosas que hay que tirar sin más y otras que aunque intentes deshacerte de ellas pesan demasiado.
    Recuerdo aquel día que vino Nico tras permanecer días aislado en su casa, vino por las Urgencias del Hospital La Paz, consciente de que su situación había empeorado y que no bastaba el aislamiento, necesitaba oxígeno y tratamiento. Recuerdo su mirada, es el efecto de las mascarillas, todo se expresa con los ojos, recuerdo haber tenido que reprimir el impulso de abrazarlo, recuerdo verlo desde su silla de ruedas dar indicaciones de la peligrosidad de no acercarse, todavía no estaban demasiado claros los protocolos y la gente aún no era consciente del riesgo. Él lo advertía desde su silla de ruedas. También me acuerdo de Pau, cuando sentado en lo que apenas unas semanas atrás era una sala de espera y ahora era un box más de atención previo a ingreso, rodeado de montones de personas que como él necesitaban la entrada inminente de oxígeno en sus pulmones nos saludaba con gestos porque apenas podía hablar sin agotarse. Imposible olvidar al siempre irónico y bromista Rafa, cuando sentado en uno de los sillones del cuarto de celadores afirmaba no encontrarse demasiado bien, con una tos atípica, sin gusto ni olfato e intuyendo que el virus estaba pululando en sus adentros, con la gran preocupación de que sus padres no se vieran afectados. Luchando contra el miedo y el temor con esa sensatez que le caracteriza. Sí, se hizo la prueba y dio positivo. Pronto llegaría la noticia de que dos compañeros estaban muy graves, uno de ellos pasó meses luchando en la UCI, ahora sigue luchando. Era todo tan duro, ver cómo un compañero tras otro bajaba a la Urgencia porque tenía síntomas, y la mayoría se veía obligado a parar porque tenían el Covid. No solo celadores, claro, pero es que a nosotros se nos consideró personal de bajo riesgo y a las pruebas me remito de que fue una consideración errónea. Bajaban muchos compañeros como digo, sabías que eran de la casa, bajaban con el uniforme y todos con la misma mirada de terror porque lo primero que pensaban era en su familia. Recuerdo cuando Nuria empezó con dolor de tripa, positivo, su madre persona de riesgo, miedo, terror, aislamiento. Mónica y su asma, luchó y lo superó. También Soraya, que empezó conmigo el año pasado, ¿quién nos lo iba a decir cuando ilusionadas volvíamos en el metro de firmar el contrato? ¿Quién podía prever algo semejante? O cuando nuestra encargada dio positivo y estuvo meses aislada, la imaginaba subiéndose por las paredes porque es muy activa, sabedora de los riesgos, estoy segura de que nos tenía a todos sus celadores en la cabeza. Entonces le tocó a Isa, otra encargada, que estuvo en las Urgencias dándolo todo, el virus también le atacó el motor de arranque y tuvo que parar. Tantos compañeros celadores, Esther, Rosa, Emi... Ahora casi todos están de vuelta, y Nico hace una tarta deliciosa que dejó pendiente, y Rafa está bromeando siempre que puede, y Nuria prepara coreografías mágicas para dar ánimo, Paulino vuelve a estar en la puerta de abajo poniendo orden, y Mónica te sonríe feliz cada vez que te cruzas con ella, supongo que ya habrá recuperado el gusto tanto tiempo alejado de sus sensaciones y Eli ya ha vuelto a la Urgencia con las mismas ganas de siempre y esa energía arrolladora que la caracteriza, también Isa vuelve a estar al frente de la conserjería. Pero aún hay compañeros de baja por secuelas del Covid. Esto no ha acabado, lo sabemos.
Un año, ha pasado un año desde que empecé a trabajar como celadora, pero parece una eternidad, el cuerpo está cansado, el alma tocada pero me siento feliz. Sigo sintiendo que este trabajo es especial, donde se cruzan miradas de forma transitoria, donde una mano es más útil que nunca, una actitud, una sonrisa, una alerta; y sigo sintiendo que hay un buen equipo de celadores y celadoras con los que aprendo día a día en las Urgencias de la Paz. Gracias: Donato, Mayte, Carmen, Sole, Marijose, Sergio el valenciano, Pedro, Javi, Luis, Eva, Sergio, Paula, Manoli, Isa, Marga, Laura, Julia, Alberto, Ángel, Antonio, Silvia, Ana, Sandra, Esther, César, Marisa, Miguel Ángel, Mari Ángeles, Jaroso, Bibi, Leti, Jose, Bea, Patri, Gema, Susana, Tere, Marlene, Susi, Paqui, Almu, Lola, Fer, Rita, Sagrario, Olga, Martín, Kiko, Merce, Marta, Gema, Rocío, Mónica, Noemí, Óscar, Charlie, Juanma, María Jesús, Paloma, Ramón, Fernando, Maica, Juan, Irene, Jessy, Lessly, Yoli, Miguel, Patri, Lourdes, Candi, Juan Carlos, Dani, Juanjo, Josefina y un largo y valiente ejército de luchador@s.
No quiero que se vuelva a repetir la imagen, una mujer con apenas un hilo de vida, en la pared que tenía frente a su cama un dibujo precioso, un arcoiris con un mensaje de esperanza, tal vez mandado por su nieta con todo el cariño del mundo, seguramente era de su nieta o de un niño que quiso compartir su fuerza. Imaginas sus manitas dirigiendo el rotu, su carita inocente, su mirada azul y la pones frente a esas manos cargadas de surcos de vida, con su mirada asustada, y sus ojos también azules. No lo sé. Pero, ojalá no volvamos para atrás, porque los sanitarios estamos muy tocados, todos, porque los que no cayeron y estuvieron al cien por cien también tienen secuelas, las tenemos, y si un simple gesto puede evitar que se monte nuevamente una carpa para poder organizar la urgencia de un hospital, si el cumplimiento de unas mínimas directrices pueden evitar que una persona tenga que pasar por lo que pasaron y están pasando tantas personas sería muy triste, sería un golpe bajo por parte de nosotros mismos, no del Covid, el o la Covid va de frente, y te va a atacar al mínimo descuido, en cuanto bajes la guardia. Por ti, por mí, por esa mujer o ese hombre que gracias a tu gesto no perderá la vida.

Isolina Cerdá Casado

viernes, 17 de julio de 2020

Imágenes


Parece que fue ayer, pero no hace tanto tiempo que ha pasado. Es por eso que cuando me ataca el recuerdo, como si éste fuera un objeto punzante que se enreda en mis entrañas como si fuera un gancho que va atrapando sentidos, me hundo en el desconsuelo más absoluto y lloro. El otro día me ocurrió conduciendo, mi hijo de copiloto. "¿Qué te pasa mamá? ¿Por qué estás llorando?" -Preguntaba mi hijo con sorpresa, reiterando una y otra vez la pregunta. Nada, le respondí yo, cuando esa congoja repentina me lo permitió, no lo sé, pero lo cierto es que no podía dejar de llorar. Las lágrimas llegaron hasta mí de repente, una simple imagen fue la detonante, era una imagen creada por la imaginación, el reencuentro después de más de seis meses con mi familia, nos dirigíamos hacia Crevillente. Supongo que a esa imagen le acompañaron los motivos pandémicos, entonces a estos le acompañaron imágenes reales que llegaban desde lo más profundo del subconsciente, cuando apretaba las manos de los pacientes enfundada en un traje de buzo y les susurraba a gritos palabras de ánimo. "Su familia está ahí fuera, no se rinda, luche", "No estás sola, estamos aquí contigo, ánimo bonita"... Pero aquello fue tan duro, era como si de repente nos hubiéramos sumergido en un contexto bélico, un ambiente cargado de dolor e impotencia pero también de valentía, no me daba tiempo de pensar lo que estábamos haciendo, esa lucha contra el virus desconocido que atacaba con crueldad y casi sin tiempo de reacción a gente tan vulnerable, obligando a un aislamiento forzoso que no solo afectaba al enfermo sino también a su familia. Porque no se podían despedir y conocedores de esa tristeza infinita tratábamos de transmitir el cariño y la atención necesaria para calmar y sosegar en la medida de lo posible. Lo vivido no pasa desapercibido para el alma, está ahí, y poco a poco tiene que ir saliendo para que no se pudra y te queme por dentro.

Isolina Cerdá Casado

jueves, 30 de abril de 2020

Entrañas

Eso que nunca te podrán arrebatar, la libertad de expresarte, ni siquiera las imágenes horrendas, ni ese sonido al respirar, ni el recuerdo de sus ojos. No, al menos podré seguir escribiendo, aunque lo haga sobre lo terrible, intentando ver luz a través de la penumbra. Esto es transitorio, la sensación de ahogo, de que respiras con una dificultad que te asfixia, como un golpe seco en la garganta. Estoy bien, sabes que no hay otra posibilidad, afirmar para ver si se hace realidad, a veces uno desea tanto algo que el universo se lo concede, lo deseo, lo estoy. Tarde o temprano todos lo estaremos. Vivos o muertos. No te vayas, no te vayas a ese lugar de charco barroso y agua escasa, donde la hierba no es verde, es de un marrón oscurecido por heces líquidas ennegrecidas por la sangre, con pieles que parecen mapas de dolor pintadas por derrames de un largo e irreversible adiós. Yo ya no soy yo, soy la suma de lo que han visto mis ojos multiplicado por cien y elevado al cuadrado de un alma rota. Tal vez en un futuro todo sea diferente, seguro que sí pues si no no habrá futuro. El paso del tiempo hará que sane, con vómitos de llanto, a base de gritos de auxilio amargo que solo oirán aquellos que quieran llorar conmigo. Mejor no, caminaré ligera para que no se den cuenta de que en cada paso que doy de un tiempo a esta parte unas cuantas perlas de dolor están aquí dentro, en mi pecho, en mi cabeza, en el interior de mis entrañas, así voy caminando a trompicones por el dolor de cabeza y del abdomen, retorciéndome para que parezca que bailo en lugar de arrastrarme para seguir. Porque hay que seguir, eso lo sé, está internalizado desde muy niña, allí en los adentros de mi ser, donde se atreven a salir tulipanes plagados de moratones cada primavera. 

Isolina Cerdá Casado 


jueves, 9 de abril de 2020

Coronavirus 3: Soltar. Escrito terapéutico.

    Cierra los ojos y escribe, escribe sobre eso, eso que te hace llorar en cuanto te paras, no necesariamente sentada, de pie incluso, te paras con la mente, con la mirada, y ves más allá del presente palpable, ves a través de la memoria, y revives imágenes, sin querer necesariamente, ahora sí lo estoy haciendo, ahora vuelvo consciente, como una especie de tormenta de ideas para descargar, no sé si a otros compañeros les pasa lo mismo, de esta sensación no he hablado con todos, una compañera me dijo que a ella le salía el llanto en la ducha, supongo que era cuando podía hacerlo íntimamente y disimulando la pena. Otro compañero explotó justo en el momento que pudo salir de la REA, cuando pasó el instante en el que ayudaba a prolongar la vida de una mujer con el ambú dirigido por las personas que no se atrevieron a entrar en la habitación por miedo a ser contagiadas, él, un celador valiente, ahí estuvo sintiendo esa responsabilidad tremenda. Explotó con llanto, sabía que no era solo por ese momento, lo sabía, era un cúmulo de momentos. La mujer después de superar tres paradas murió allí, en aquella REA apenas media hora después. Así mismo me pasa a mí por momentos, no puede ser estrés postraumático puesto que seguimos estando en plena pandemia, y aunque ha bajado la carga en número, no se ha extinguido, ojalá llegue pronto ese momento, pero mientras deseo que llegue solo puedo escribirlo, escribirlo para descargar, sí, ya lo sé, en el fondo esto es un acto de egoísmo, soltar para sentirme mejor, como cuando hablas sobre algo que te hace mucho daño y parece que cuando lo cuentas pierde peso por dentro y te liberas, pues lo mismo, esto es puramente descarga.
    En un texto anterior, en el que apenas escribí por encima algunas cosas que había vivido, una amiga me dijo que tenía suerte, que podía escribir sobre lo que sentía y que eso era una buena forma de soltar. Yo le explicaba que sí, que siempre había escrito porque tenía esa necesidad de expresar con palabras lo que me inspiraba la vida, tenía impulsos que nacían de dentro y que eran claramente para ser leídos. Hoy empiezo a escribir con otro propósito, o en el fondo es el mismo propósito, el de expresar eso que me hace llorar en cuanto fijo la mirada hacia el infinito, como cuando miras hacia un punto y eres capaz de atravesarlo porque tu concentración no te deja desviar la mirada y te quedas ahí, mirando fijamente sin más, y empiezas a llorar, te caen las lágrimas, sabes que es por ese conjunto de cosas, por todas esas imágenes, que no lo son, son vidas, es la vida latente, latiendo, luchan por seguir haciéndolo porque no merecían otra cosa que seguir impulsando vida.
    ¿Por dónde empezar? ¿De verdad quiero empezar? ¿De dónde crees que viene la lágrima? Separa, busca, no es todo, es un conjunto de todo, es como una masa compuesta por muchos ingredientes. Higiene de manos, guantes azules pegados a las muñecas para que no se escurran en ningún momento, cabeza cubierta, mascarilla FP2, bata impermeable, otros guantes también cogidos con esparadrapo a la bata, pantalla. Celadora lista para entrar. Toda una sala con pacientes encamados esperando ser atendidos. Hace calor, yo tengo calor con ese traje impermeable, con la pantalla que me aprieta el cráneo, nunca he soportado las diademas, con la mascarilla que casi no me deja respirar. Él está peor, miro su pulsera identificativa, apenas puedo verlo, Pedro. Hola Pedro, ¿cómo estás? Vamos a mirar tu pañal, ¿de acuerdo? Le hablo con un tono fuerte, porque apenas se nos oye, la mascarilla y la pantalla se comen nuestra voz. Pedro nos dice que vale, muchas gracias, muchas gracias...Cuando le toco para movilizarlo girándolo hacia mí siento su calor, lo siento a través del triple guante, está ardiendo, tiene mucha fiebre. Se deja asear, agradeciendo. Pedro, sé fuerte bonito. Pedro me mira, asiente llorando. Yo le aprieto la muñeca para transmitirle fuerza y le sonrío con los ojos, él asiente con la cabeza. Y pienso, no quiero pensar pero pienso, y me acuerdo de mi padre. Pedro no es tan mayor pero tendrá hijos. No puedo llorar, cómete las lágrimas, aquí no ayudan a Pedro. El ambiente de la sala está muy cargado. 
Camas y más camas, un total de doce camas, en el centro del pasillo de la sala tres, todas llenas de pacientes, los sillones de la entrada también están llenos de gente esperando cama, algunos hasta dos días de espera, cansados, agotados. 
Se oyen gritos, una mujer pide que la saquen de allí, señora, señora, ¿puede llamar a mis hijos? Que me quiero ir de aquí, por favor, dígales que entren. No pueden pasar señora, miro su pulsera, Petra, Petra en cuanto se ponga buena se va a su casa, sus hijos están afuera, pero no pueden entrar. Pero ¿por qué? Porque si entran se pueden poner malos. Tranquila Petra, tenga fuerza, necesita sus fuerzas, no se rinda Petra. 
El sonido de los reservorios de oxígeno, ese sonido que se te clava en la sien, sabes que está necesitando mucha ayuda el paciente. Hay muchos encamados con reservorio. Como el del aislado, está muy quieto, no respira, parece que no respira. Nos acercamos la auxiliar y yo, no hay nada que hacer, está frío, ya está frío, entre una vuelta y otra respiró por última vez. Solo, hasta que dejó de estar consciente quería estar con los suyos, hasta que dejó de respirar echó de menos a su familia, lo mismo que su familia a él, estuvo solo consigo mismo en esa lucha para la que no nos prepara la vida, después de tanto luchar. Hay una imagen que no me la quito de la cabeza, la rigidez del cuerpo inerte, su color...Me da miedo el normalizar esa imagen, me da miedo que no me dé miedo, me da miedo que se esté convirtiendo en un quehacer tan frecuente el movilizar cuerpos sin vida. 
Como en las películas, cuerpos y más cuerpos, buscando espacios nuevos en el hospital para poder albergar los éxitus, allí te salva la ficción, pero aquí no te salva nadie, sabes que este virus es mortal, no es una película que ves desde la protección de una sala de cine, o desde la distancia de un sofá, sabes lo que les hace a los mayores y no tan mayores, no puedes evitar empatizar y tener miedo. Llora, llora, llora.



Salí del cuerpo, salí, volando, volaba por encima de mi cuerpo. ¿Era ese mi cuerpo? ¿era yo tan mayor? No, yo no me sentía así. Para nada, tenía mucha vida por delante, pero mucha, mis nietos, mis hijos...¿mi mujer? ¿ella estaba conmigo? ¿vino ella también? ¿la buscaré? Pero...¿dónde estoy? Es un hospital...al final lo cogí. Cabrón del bicho. Perdí la noción de todo. Estuve como ese hombre. Desorientado, se ha quitado la vía, pobre...parece que llora, debe ser una doctora o enfermera...acaba de tocar mi cuerpo...yo ya no estoy en él...ahí está el bicho solo...protegeos...yo ya salí de ahí...acaban de comprobarlo con un electro, no estoy pero me despedí luchando, que lo sepan, que en la primera línea de batalla estuve fuerte, y si salí de mi cuerpo no es porque me rindiera ni porque me venciera, salí porque no quería que él siguiera vivo, el bicho, fue una lucha sin cuartel...Están tristes, sí, yo tenía mucha vida, están tristes porque no me pudieron coger la mano, y yo estaba tan desorientado y concentrado en la batalla que no supe que la mano que me cogía no era la de mis seres queridos, no lo supe, pensé que eran ellos, no fui consciente. Ahora soy yo quien les coge la mano a ellos, pero el dolor no les deja ser conscientes de que yo siempre estaré a su lado, seré esa luz que ilumina los nuevos caminos para la esperanza. 

Vamos a salir de zona sucia. Virkon, el desinfectante rosa, tercer guante fuera, virkon, segundo guante fuera, virkon, pantalla fuera, virkon, bata fuera, virkon, marcarilla y capuchón fuera, virkon, primer guante fuera, desinfectante de manos, virkon, a los zapatos, por arriba y por abajo. Salimos a zona limpia. 
Respira, ve a echarte agua a la cara que está roja como un tomate, y sudada, como tu traje, y tocada, como tu alma, tocada pero no hundida, las imágenes estarán contigo, esas que te hacen llorar. Respira, hay que seguir. Cabrón del bicho. Vamos compañeros y compañeras celadores, vamos médicos, enfermeros, auxiliares, limpiadores, ambulancieros, cocineros, soldados, repartidores, bomberos, policías, luchadores recluidos, luchadores esenciales, luchadores pequeños y grandes...Juntos lo conseguiremos.

Isolina Cerdá Casado



domingo, 5 de abril de 2020

Coronavirus 2: Esperanza, luz al final del túnel.


Hoy es domingo 5 de abril, domingo de ramos, un domingo de ramos atípico, extraño, inimaginable. Ayer volví a mi trabajo en el Hospital La Paz después de tres días de descanso, y del mismo modo que me puse a escribir aquel 22 de marzo, no hace tanto y lo digo como si fuera un tiempo lejanísimo, pues bien, igual que aquel día compartía ese dolor tremendo que me produjeron tantas imágenes, corazones en sus últimos latidos, cuerpos sin vida o llegando a ese final que jamás imaginaron en una soledad tan amarga; del mismo modo que conté la explosión de llanto de aquel día al salir de las Urgencias desbordada de cansancio físico y mental, hoy tengo que escribir sobre esta luz esperanzadora. 
    Sé que seguimos en un punto álgido del coronavirus en España, sé que tal vez, y solo tal vez estemos en una especie de meseta que tal vez sea un oasis en medio del desierto, pero lo cierto es que ayer pude saborear el agua, sentir su función sanadora. No nos confiaremos pero...dejénme que me regodee en esa sensación de optimismo que tanto necesitamos. 
Entré en el hospital con la misma sensación de miedo, de angustia, de incertidumbre. De hecho cuando estaba entrando por la puerta iba hablando con una compañera que me dio una mala noticia, otra compi del turno de noche había caído, ella, su marido y su hija... Otra vez esa sensación de impotencia, de sentir que no solo me estaba poniendo en riesgo a mí sino también a mi familia, enseguida la descarté, lo importante es que estamos trabajando para ganar la batalla contra el virus, todos estamos en eso, todos estamos haciendo lo que podemos. 
De la Consejería nos dirigimos a la Urgencia, preguntas al turno al que íbamos a relevar y repuestas positivas. "Bien, bien, ha estado bien". ¿Bien?-me preguntaba con incertidumbre, ¿qué significa bien? ¿ha mejorado? ¿hay menos pacientes afectados? Fui a presentarme a mi sala, estaba en la UCE, de camino a ella pasé por la sala tres. Vi camas vacías, muchas. En la UCE me dijeron que la primera vuelta sobre las cuatro y cuarto, que no había mucho pañal. La sala 2 ya no tenía camillas y sillones llenos en medio de las camas, la sala 1 tenía camas libres, la sala de espera convertida en una sala más estaba al diez por ciento de su capacidad, lo mismo el gimnasio que tenía apenas un veinticinco por ciento de pacientes, la sala de terapia cerrada, en la carpa apenas quince pacientes algunos de ellos fuera de la carpa. Entonces me invadió una alegría maravillosa, me emocioné, muchísimo, lloraba por momentos, cuando nadie me veía, era un llanto feliz, esperanzador. Del mismo modo que cuando toda esta situación arrancó la Urgencia funcionó como una especie de espejo de lo que iba a suceder después en la sociedad, tuve la sensación y la esperanza de que lo mismo iba a ocurrir con esta maravillosa normalidad hacia la que parecía que nos dirigíamos en la Urgencia y que por ende lo miso ocurriría en el resto del país. Me permití sentir esa alegría que pronto íbamos a sentir todos, sentí que sí, que por fin estaba viéndose la luz, que había esperanza, que este estado de alarma, este reclutamiento forzoso, este encierro tan duro que tan bien se estaba cumpliendo por parte de la mayoría de ciudadanos especialmente por los más pequeños de las casas, esta situación inimaginable estaba dando sus frutos. 
Podría decirse que la UCE mostraba los resquicios de lo que estaba siendo este manto oscuro del coronavirus, había un pre-éxitus, un señor mayor, como los tantos mayores que han estado y están luchando al límite de sus fuerzas; hombres y mujeres con miedo pero con valentía afrontando esas afecciones que el monstruo les causó; una auxiliar encamada, tosiendo costosamente, como reflejo de lo que esto ha causado en los sanitarios, expuestos, en primera línea, lo mismo que el resto de colectivos tan importantes gracias a los cuales estábamos ayer en ese nivel de mejora. Porque sí, porque es mejora, porque estamos mejorando. No hay que tirar la toalla, ni confiarse, ni bajar la guardia, no, es solo que hoy, esa luna y ese sol, nos están enviando un guiño de luz, para que lo veamos, para que sigamos fuertes. Ayer no fueron lágrimas llenas de agobio, impotencia y tristeza, no, eran lágrimas de esperanza. Por eso lo comparto, porque ahora no nos podemos relajar, lo estamos haciendo bien, el esfuerzo tan grande de quedarse en casa está siendo devuelto, hay menos enfermos nuevos, más altas, y poco a poco lo conseguiremos. 

Isolina Cerdá Casado


domingo, 22 de marzo de 2020

Coronavirus 1: Estado de alarma, dolor, fuerza de aplausos, solidaridad. Una celadora en el hospital La Paz.

Al principio de todo esto no tenía tiempo de pararme a escribir, luego no tenía impulso, empecé a escribir en una libretita en el metro un día, y la otra noche camino del hospital La Paz seguí escribiendo, tal vez animada por Linda, que me dijo que lo mismo me ayudaría. Los primeros días estaba tan desolada y afectada y cansada física y psicológicamente que no podía ni escribir, el dolor de cabeza era constante.
Los que saben cómo contener esta expansión terrible del virus son las autoridades sanitarias, ellas son las que nos dicen que hay que quedarse en casa para poder luchar, para hacer algo por acabar con esta lacra terrible, sé que es un esfuerzo terrible, pero es la única manera de que no colapse el sistema sanitario y de que no se expanda más y acabe poseyendo la cordura y el último resquicio de la tierra.
Es algo que va a hacer tambalearse nuestra forma de vida, pero resistiremos a ello y cuando todo pase inventaremos nuevas formas. Así que gracias a todos los que estáis haciendo ese esfuerzo tan duro, especialmente a nuestros niños y a nuestras niñas, que han asumido que han de hacerlo así, y que dibujan arcoiris, y que nos animan a todos a seguir adelante con sus aplausos y su fortaleza.

    Nunca pensé que iba a vivir algo parecido a esto, ni tú tampoco lo pensabas, ni nuestros hijos y menos aún nuestros mayores. Esos grandes luchadores que han afrontado tantas batallas y cuyas cicatrices son el resquicio de todo lo que lucharon y lo mucho que sacrificaron. Su confinamiento es una pesadilla, una guerra que jamás pensaban  que iban a tener que vivir, era inimaginable.
    Cuando el verano pasado comencé a trabajar como celadora en el Hospital La Paz de Madrid, sentí que una puerta llena de oportunidades se abría ante mí, jamás pensé que meses más tarde iba a formar parte de esos guerreros en la segunda línea del frente. Los que están en primera línea son los pacientes, esos luchadores que van a resistir, sí, se lo decía a Manuel, que me gritaba que le dejara en paz cuando iba a cambiarle de cama en la habitación de la primera planta de trauma, o a María, cansada de estar tumbada, que anhelaba su casa, su familia, y yo le decía que ella no estaba sola, que un montón de palmas estaban aplaudiéndola, a ella y a todos los que estamos ahí, y a los que están allí, dentro de sus casas, cada uno haciendo lo que puede hacer para combatir al bicho, algunos hasta creando mascarillas y pantallas protectoras, como Óscar y su hijo que impulsan a todo un equipo solidario. Como decía Carmen gritando: "Pero, doctora, ¿tengo el bicho o no lo tengo?" Pues yo no lo sé, le decía, pero sepa usted que va a salir de aquí caminando, ya verá, no está sola Carmen. "Pero es que no sé nada de mi familia". Su familia no ha dejado de estar pendiente de usted,- le respondía yo- le envían fuerza y mucha energía porque están deseando verla bien. Yo le cojo la mano y les digo: "Ánimo, ya verá como todo sale bien. No se rinda."
    Pero cada día que voy en el metro camino del hospital el miedo me invade, el temor a lo que me voy a encontrar. ¡Cuántas cosas más me seguirán llenando el alma de congoja y miedo! ¡Cuántas lágrimas se seguirán acumulando ante la impotencia!
Siento que no es suficiente decirles que no están solos, que mucha fuerza, que saldrán de esta....Y si para mí es duro para ellos lo es muchísimo más, y para sus familias también, esa impotencia porque no pueden estar cogiendo la mano de su ser querido. Por eso yo les cojo la mano y pronuncio  su nombre y trato de animarles a seguir sin rendirse, por su familia, por ellos mismos, trato de que de algún modo esa energía que el mundo lanza al aire con sus palmas, sus gritos de ánimo e incluso canciones, les llegue a ellos también.
    Sé que todos mis compañeros lo hacen del mismo modo, con cariño, con esa delicadeza que saben que sus familiares tendrían, por eso es una carga emocional tan grande, porque en cada abuelo que atiendo veo a mi padre con ochenta y seis años, en cada joven que llevo a ingresar veo a mi hermano, porque lo único que podemos hacer es no decaer, como todos los que salimos de casa para ir a los hospitales, o a las tiendas, o a los camiones, o a la calle a patrullar, porque los que se quedan en casa luchan contra el desánimo por no decaer y mantener esa energía poderosa que nos permite seguir día a día.
    Hay muchas imágenes que afectan, hoy lo más duro ha sido la de los dos hermanos. En una de las habitaciones he ayudado a la auxiliar a cambiar a un paciente, estaba febril y muy desorientado, temblaba y le faltaba el aire, cambiamos el pañal y las sábanas, tuvimos que ponerle sujeciones blandas. En la otra cama el compañero de habitación era muy menudito y delgado, cuando me acerqué resultó ser una mujer, entonces al verme sorprendida por compartir habitación con un hombre, la auxiliar me contó que eran hermanos. No tenían fuerza ni para reconocerse. Ella temblaba de frío, la colocamos y la tapamos con una manta. Apenas era consciente, le hablaba pero ella no respondía, me miraba fíjamente. "Tranquila, estamos contigo y aquí está tu hermano. Todo saldrá bien bonita, ya lo verás". En el fondo sabes que no siempre sale bien, sabes que esa lucha va a ser muy dura, sabes que algunos no podrán, pero descartas rápidamente esa idea y te aferras a lo positivo. Porque lo van a conseguir. Porque además de agarrarse con uñas y dientes a la vida, esa fuerza y esa fe que tenemos todos les salvará.
Les salvará, nos salvará, todos juntos lo lograremos, ánimo a todos porque esa energía vital les está llegando y les hace más fuertes. Gracias.


Isolina Cerdá Casado







jueves, 30 de enero de 2020

Para Lola

Unas palabras para ti, la mujer enérgica, la que estuvo en los principios, trabajando en la zona cero del hospital La Paz, en las Urgencias, sorteando camillas para trasladar con eficacia y efectividad, cuando no había "transfers" que facilitaran el trabajo, cuando había que defender una profesión y situarla en su justo lugar.
    Lola apuntaba maneras desde el principio hasta que subió una planta, y la pusieron al frente de la Consejería del Hospital General en el turno de tarde, desde allí, con un teléfono que no dejaba de sonar te conocí yo, dirigiendo, gestionando, acompañando. Admiro tu valía, esa capacidad para atender un teléfono y dirigir a un ejército de hombres y mujeres vestidas de blanco, o de verde, o de rojo de quirófano.
Defendiendo a los celadores, comprensiva pero exigente con los tuyos, efectiva y eficiente, pero ante todo persona.
En breve dejarás la Conserjería del turno de tarde, cambiarás de rumbo. Y he de decirte que no será lo mismo sin ti, y te echaremos de menos porque los profesionales como tú dejan huella pero las personas más, y tú tienes una energía que envuelve, que arrastra, que contagia. Yo me he sentido respaldada por ti, orientada, guiada y como mi encargada he sentido que estaba bien dirigida, protegida. No necesitaba más para saber que si algo me pasara estabas tú para responder por mí.
   Así que gracias, gracias Lola por hacer grande este oficio, por ser torrente de luz y de fuerza para los que estaban, los que están y los que llegamos y nos encontramos con esa mirada maternal, cargada de compañerismo y a la vez exigencia. Gracias por ser ejemplo. Te deseo lo mejor, lo mereces.

Isolina Cerdá

domingo, 19 de enero de 2020

Pilar



  Ayer, cuando volvía a casa después de haber hecho Las Criadas, sentada en el tren de cercanías, cogí el móvil, y al ver uno de los chats de los celadores de La Paz y leer la triste noticia, fue como un golpe seco en el pecho, como si de pronto el corazón se hundiera hacia dentro de la cavidad torácica y un chorro de sangre subiera hacia la cabeza, y entonces toda esa tormenta de tristeza se agolpara en los ojos y no pudieras evitar llorar, y las personas cercanas, sentadas frente a ti observaban esa pena materializándose cuyo origen era desconocido para ellas. Pero si hubieran sabido del triste acontecimiento, si se hubieran cruzado con ella en el retén de los celadores, si hubieran recibido ese saludo cariñoso que siempre te daba, si la hubieran oído hablar con ese conocimiento que otorga la grandeza humana entonces... entonces habrían llorado conmigo, como lo hacen en este momento sus compañeros, sus amigos, su familia...
   La recuerdo este verano, cuando empecé a trabajar como celadora, siempre dispuesta a ayudarte, cualquier cosa que le preguntaras ella te respondía cariñosamente, hasta compartí con ella el primer escrito sobre los celadores que me impulsó aquella emoción tan increíble. La recuerdo con un libro en la mano, con esos movimientos delicados, ese cuerpo esbelto con su caminar tan característico, su pelo rubio, su mirada, y su sonrisa...
    Cuando suceden estas cosas intentas explicarte por qué, encontrar razones, buscar justicias e injusticias vitales...El dolor te invade, el recuerdo de sus gestos bondadosos te lo agranda todavía más...Y entonces, tal vez egoístamente, piensas en lo afortunada que fuiste porque llegaste a conocerla, poco, apenas nada, pero lo suficiente como para darte cuenta de que era un ser especial. Y entonces lo piensas, ella era una de las personas que formaba parte, y seguirá formando parte por siempre, de este colectivo de trabajadores y trabajadoras que acompañan a los pacientes, que los trasladan, que los movilizan...cuántas personas han recibido su bondad,  su cariño, sus buenas maneras,...Gracias Pilar, gracias porque tú has sido una de las personas que me ayudó, sin conocerme, sin saber nada de mí, y como a mí también al resto de mis compañeros, y a todos los pacientes que con tus sabias manos ayudaste. Gracias siempre Pilar, nos embarga el dolor de no haber estado más tiempo contigo pero de alguna manera nos queda el consuelo de haber caminado junto a ti y eso nos dará fuerza para seguir adelante a pesar de tu ausencia.

Isolina Cerdá

Pos pandemia. Corazón postraumatizado.

      Hoy, ahora, hace un momento, me dio por hacer limpieza del bolso. Mi bolso es una especie de contenedor de vida, también de objetos pu...