lunes, 19 de octubre de 2020

Marina en busca de la inspiración

Se sentó a los pies de aquel árbol, y mirando hacia arriba pudo ver como éste con sus ramas más jóvenes acariciaba las nubes. Ella debía estar haciendo lo mismo, sin embargo tan solo podía tocar la tierra áspera, alguna piedra que sobresalía del suelo y el manto verde de la hierba llorona del amanecer. 
Estaba descalza, había salido de su casa en pijama, era muy temprano, intuyó que no se iba a cruzar con nadie y así fue. Empezaba a sentir el frío aunque ya lo hacía cuando aquella madrugada abrió la puerta sigilosa y la cerró tras ella. 
 Algo le había despertado, era la necesidad, había estado impulsándola una y otra vez de un sitio a otro, siempre dando tumbos. Sentía que su vida había sido eso: una extraña sucesión de golpes, saltos, giros. Pero esa madrugada, supuso que serían cerca de las cinco de la mañana cuando escuchó aquella voz, fue como una brisa alentadora, que la empujó a saltar de la cama, parecía haberla enganchado a su corriente esperanzadora y sin saber muy bien a dónde la llevaba se dejó arrastrar. Y así, sin más explicación que un impulso, envuelta en esa especie de magia sonanbulista llegó hasta él, el árbol de hojas alargadas, extrañamente impregnadas por un poder sanador que no todo el mundo conoce. Ella buscaba inspiración, quería que él dirigiera sus letras porque algo sentía en su interior, un impulso explosivo tal vez, que necesitaba que saliera y se mostrara, a lo mejor él la podía ayudar.

Esos días había estado dándole vueltas a aquella historia que su abuela le había contado una y otra vez en sueños; su abuela era una persona distinta en el mundo onírico a la que había sido en la realidad. Recordaba sus asperezas, como si la vida que le había tocado vivir no fuera lo bastante interesante como para dejar que su verdadero yo se expresara libre. Pero en los sueños su nieta la veía de otra manera. Las abuelas son seres sabios, mujeres profundas que están en lo alto de tu árbol genealógico, si ellas no saben por dónde seguir, quién lo va a saber; esa teoría de abuelas como seres sabios a Marina se le confirmaba en sueños. La vida no estaba siendo precisamente como ella había imaginado. Siempre había sabido que era una mujer especial, en sus años de infancia, su madre le decía una y otra vez que debía volver a la realidad, que era una niña demasiado creativa, con mucha imaginación, tal vez también demasiada; le recordaba que la vida no era como en los cuentos. Pero en realidad quién puede creerse en posesión de saber cuáles son las medidas adecuadas de semejantes maravillas del alma humana e incluso de juzgar su nivel. Vaya que sí, su madre tenía mucha razón, la tuvo, como si de alguna manera hubiera sido capaz de prever su turbio y, contradictoriamente a la vez, brillante futuro. Cuando su profesor advirtió a su mamá que de no ponerle los pies en la tierra su hija se iría volando por el mundo de la imaginación, no estaba mal encaminado como futurólogo. Las advertencias de este señor sobre su maravillosa capacidad creativa y la posible desaparición de la cordura debido a una previsible autofagia pura y dura de aquel inmenso mundo imaginario prácticamente se cumplieron, Marina estuvo a punto de desaparecer sin ser vista, alejada del sistema, del mundo real, inmersa en su locura. Pero no desapareció, casi, pero no, su breve desaparición como persona cuerda fue en realidad una transformación, pura alquimia, en la que liberó su locura a través del arte, pintaba y escribía. La escritura siempre le había liberado el alma, reorganizaba sus complejos nudos espirituales con uno o dos párrafos de explosión repentina. Llevaba meses sin escribir y sentía estar al borde del abismo. 

Tocaba la tierra fresca. Sentía los pies cada vez más fríos. “Tiene que llegar”, se repetía a sí misma. “Tiene que llegar”. A esa mujer le llegó, en aquel árbol, o si no era aquel fue uno parecido, daba igual, no importaba, el caso es que tenía que llegar la historia, esa que su abuela sabía que escondían los eucaliptos. 
Cuando su madre reproducía las palabras de aquel profesor que le advertía del peligro de los viajes que hacía su hija desde un simple pupitre, no sabía lo que iba a ocurrir en realidad. Ciertamente jamás llegó a ver a su hija siendo una mujer adulta integrada en el sistema, en realidad no tuvo tiempo de verla llegar a esa edad, moriría antes. Justo cuando la niña dejó de serlo, la madre se convirtió en alma errante, un espíritu que la andaría rondando para protegerla, sin perder esa obsesiva manía de controlarlo todo para evitarle dolor. Eso creía la madre, no se daba cuenta de que el dolor que trataba de evitar estaba medido por su propio dolor, y en ocasiones era tan profundo que temía que atravesara generaciones enteras y trataba de ponerle remedio suavizando los pasos de su hija, pero la intensidad del mismo va asociado a cómo de intenso sentimos, y su hija rebosaba intensidad por todos los costados. Era un espíritu bueno pero intranquilo. De eso sabía su hija no porque tuviera pruebas sino por sensaciones repentinas que motivaban su intuición.

 Marina había sentido muchas veces eso, alguien le había hablado de la existencia de ángeles que te cuidan, que velan por ti desde la invisibilidad más absoluta, a través del tiempo, de los sucesos e incluso de las paredes de ladrillo. Ella intuía a su ángel de la guarda, e incluso era capaz de saber de quién se trataba, justo en esos instantes en los que se le podía haber escapado la vida y no lo hizo. Había tenido dos momentos cruciales, para ella el más claro había sido aquel accidente terrible del que salió viva milagrosamente. El coche quedó destrozado, al verlo nadie hubiera creído que una persona pudiera mantenerse con vida dentro de aquel amasijo de hierro, ella lo hizo, un hueso sustituido por titanio fue el rastro de aquel susto terrible, con veinte años y un gran reto por delante, el de su emancipación. Marina siempre supo que su ángel de la guarda la había protegido de alguna manera, la energía viva de su madre la envolvió para que esas chapas destrozadas no se fundieran con ella y dividieran su cuerpo en mil pedazos.

 Allí estaba ella, Marina Rodríguez, a los pies de un eucalipto precioso, mirando hacia lo alto, tocando un suelo rugoso, con carreteras vacías de coches, con casas sin vida perceptible. Hoy ella había sido la más madrugadora, con lo mucho que le había costado siempre levantarse de la cama, ella era la única alma errante visible de aquel extraño amanecer. El frío era cada vez más agudo, tal vez era solo su sensación. Siempre le había gustado mucho ese tipo de árbol. Recordaba las visitas a la aldea de su abuela, desde su casa se veía un majestuoso eucalipto cuyas hojas parecían acariciar el aire. En los días en los que sacaba la cabeza por la ventana para respirar profundo allí estaba él, sonriente, seguro, fuerte. Cuando llovía de forma salvaje, con esa lluvia densa que tantas veces había visto caer en Galicia, allí, al fondo permanecía él, mirándola, transmitiendo esa fortaleza centenaria que lograba traspasar los cristales de las ventanas. Quizá esa mañana él había sido el causante de todo, tal vez él la estaba llamando a través del tiempo y la tierra, o era ella la que lo necesitaba, la que quería que la historia de la contadora de cuentos fuera verdad. Los eucaliptos son árboles acogedores de almas. Cuando alguien muere con un sueño pendiente se va a morar a sus adentros. ¿A caso ella buscaba eso? ¿Los sueños pendientes de otros? ¿O buscaba concretamente uno, el suyo propio? 

 En las noches frías de invierno se oían los rumores de las almas inquietas, algún grito silenciado como en un túnel del tiempo. Aquello que no fue llorado sale en forma de lluvia y justo encima del eucalipto se forma la nube de la tristeza. Pero hay veces que las almas dejan sus sueños en espera de que alguien los rescate y los realice; entonces no son tanto emociones sino cosas por hacer, palacios, castillos, libros por escribir. Los sueños de las historias pendientes requieren de personas entregadas, que rescaten esos trocitos de vida necesitadas de inmortalidad. ¿Eso es lo que ella debía hacer? ¿Era lo que esperaban de ella? ¿Ese impulso sentido lo despertó la fuerza de los sueños por escribir?

 En cualquier momento alguna persona despertaría de su sueño, se asomaría a la ventana buscando el primer rayo de sol y se asombraría al verla a ella, allí, sentada a los pies de aquel árbol, con un pijama fino, acariciando el suelo, con un ademán expectante a la espera del susurro del árbol centenario. Entonces seguramente esa persona llamaría sin dudar al 112 para contar a algún trabajador del turno de noche la extraña escena que se estaba produciendo justo al lado de su casa, en la calle, una mujer semidesnuda tirada en el suelo, con la oreja pegada al tronco de un eucalipto altísimo, con la mirada perdida en los entresijos de su pensamiento. Sin sospechar que aquella mujer estaba recibiendo la energía necesaria para asumir que la vida hay que vivirla con la intensidad suficiente para no sentirte muerta en vida. El eucalipto le susurró, o ella sintió que le susurraba. Si quieres escribir tendrás primero que vivir y cuando lo hayas hecho serás capaz de sentirlo, escucharás los sueños pendientes sin tener que acercarte a los pies del árbol. No era suficiente lo que llevaba caminado, por eso estaba allí, por eso la habían atraído los duendes para que mantuviera la calma y siguiera su camino. 

 Marina encontró la calma, se fue por donde había venido, volvió a casa, sintiendo cómo el frío madrugador atravesaba su cuerpo, frío que ya empezaba a amainar bajo la mirada lejana de la luna llena, con la certeza de que tarde o temprano volvería a su mente la inspiración de un sueño, de una necesidad o un impulso. Se tomó un café caliente, revivió en ella esa sensación agradable de las gotas de lluvia descendiendo por su frente, por las sienes, acariciando sus labios, con una mirada capaz de ver más allá del horizonte con un eucalipto como único testigo de ese momento transitorio al borde de la asfixia. Jamás le sentó tan bien sostener una taza entre sus manos. 


Isolina Cerdá Casado

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Semanal 1: Clic

Vamos, empieza ya, escribe, sobre lo que sea, oblígate, siéntate y dedica un tiempo a la escritura. Sabes que hubo un tiempo en el que la es...