Domingo, un objeto de inspiración: Restos.
Bueno, a ver, me
siento contenta, he de confesarlo porque en muchas ocasiones no me siento así,
de modo que es importante destacar el lado positivo, cuando lo hay. La sensación
optimista que me ha embargado ha llegado hasta mí justo cuando he decidido
inmortalizar el final del desayuno, mientras andaba preguntándome sobre qué iba
a escribir, me di cuenta de que el tomate me miraba de forma extraña, apenas
quedaban unos gramos de mantequilla y los restos del café con leche habían
perdido toda su calidez, vamos que estaba frío de narices. El cuchillo de untar
me preguntaba si lo iba a depositar en el lavavajillas y el plato de las
tostadas se quería ir con su amigo alargado a que le sacaran esos restos incómodos
de migas. ¿Cómo era posible que esa pequeña escena cotidiana produjera en mí
tal sensación positiva? ¿A caso tenía que ver con el hecho de que mi alma se
sentía así y sólo necesitaba una pequeña puerta a la que asirse para asentarse
en mi conciencia? Entonces me di cuenta de que sí, de que mi estado positivo
era previo, de que la gota que lo estaba haciendo rebosar era esa pulpa de
tomate estrujada y esas manchas de mantequilla y mermelada en un cuchillo con
buen tipo. Pero había más, claro que había más, se trataba de la sensación de
libertad, yo era libre, libre de poder escribir sobre lo que me diera la gana,
la creatividad no estaba sujeta a direcciones, ni itinerarios forzosos, podía
inspirarme hasta en un resto de tostada miguera, o unas gotas de café con leche
frío. Entonces volví a coger la cámara, la cámara abandonada, la pobre cámara
que tantas escenas de aparentes cotidianidades insignificantes había
inmortalizado, y lancé la foto, capturé al cuchillo y al tomate justo antes de
que acabaran en el lavavajillas y en el cubo de la basura respectivamente. Pero,
¿a santo de qué me tenía que sentir así por una libertad que siempre he tenido?
Pues muy claro, esta semana tuve un impulso, quise escribir por dinero, y
respondí a una oferta de trabajo para redactores. “Sí, querido, ya verás qué
bien, voy a poder trabajar de lo que me gusta. Escribiré mis artículos y
comenzaré a ganar dinero, por poco que sea, qué más da”. Entonces me
respondieron al correo, era la segunda vez que me metía en un berenjenal de
esta categoría narrativa. Me pagarían poquísimo, una ridiculez. No me
importaba, al fin y al cabo yo tenía imaginación y creatividad, podría ponerme
a escribir sobre lo que me dijeran, eran trescientas palabras, eso no era nada,
eso lo podía escribir yo mirando cómo el viento balancea el extremo de la
cortina de la ventana de mi cocina. “Sí, cariño, ya lo sabes, a mí no me cuesta
nada escribir”. Él, mi marido, se mostraba claramente en contra, no veía nada
positivo en esa oferta de trabajo: “¡Treinta míseros céntimos! Para qué vas a
hacer eso, tirar tu trabajo, infravalorar tu creatividad, que les den dos
duros, no tienes por qué ser la negra de nadie. ¿Y si te pago yo? ¿Es lo que
quieres? Escribe pero no para estos negreros sino para ti.” Total, que de nada
sirvieron los consejos de mi marido, yo dije que sí, me ofrezco, contad
conmigo. ¿Pero qué era lo que yo imaginaba? ¿Acaso creía que me iban a pedir
que escribiera sobre cortinas y váteres? ¿Pensaba que iba a ser así de simple?
No, no lo fue, me respondieron con posibles trabajos para redactores: telefonía
móvil, vídeos didácticos, críticas de películas, etc. Eso era lo que tenían por
el momento porque el hombre que manejaba los hilos se había tomado unas
pequeñas vacaciones, pero que ya me mandarían más trabajos. ¿O sea que me tenía
que poner a investigar cómo funcionaban los últimos modelos de telefonía móvil,
tenía que estar a la última en cine actual y cine clásico y escribir artículos
sobre esos temas en los que no soy especialista, todo por treinta céntimos,
cincuenta si añadía imágenes? Y si yo tuviera una relación estupenda con las últimas
tecnologías, pues bueno, a lo mejor hasta aprendía pero es que a mí me tienen
que ayudar a manejar el wassap, que como lo cojo por wifi pues tengo que
configurarlo para que me vaya funcionando, en fin que un desastre, que sí que
yo puedo escribir sobre ese vaso transparente lleno de agua que me invita a
darme un baño, cojo las neuronas y las suelto dentro, nadan y nadan, y luego
las vuelvo a colocar en el circuito neuronal y ya refrescadas y con la piel de
gallina son capaces de pensar con cordura, pero de ahí a escribir sobre telefonía
de última generación pues hay una distancia de miles y miles de kilómetros que
yo soy capaz de hacer con una escoba pero no con un vehículo de lo más
normalito, que ni vuela ni nada.
En fin, a ver,
veamos, ochocientas veintiséis palabras más una imagen, muy simple eso sí, a
treinta céntimos por cada trescientas palabras son setenta y cinco céntimos, más
veinte céntimos por la fotito hacen un total de noventa y cinco céntimos. “Su
artículo dominguero vale ese dinero, pero tenemos que descontarle cuarenta y
cinco céntimos de comisión por gasto energético en la producción y gestión de
su trabajo. Enhorabuena, acaba de ganar cincuenta céntimos, puede usted ir a
comprarse una barra de pan, ah no, que ha subido, vale sesenta céntimos la
barra, pues compre pan de molde que es más barato y le dura más tiempo.”
En fin…, no, en
principio. En principio seamos felices, que no nos machaquen, que somos muy válidos,
que hay quien se las ingenia para crear una bombilla prácticamente de la nada,
nos lo contó Carmen. Actitud positiva, siempre nos quedarán pulpas de tomate
sobre las que escribir y cortinas en las que inspirarse. ¡Feliz domingo a
todos!
Isolina Cerdá Casado