viernes, 30 de octubre de 2020

Los abalorios de una bella princesa que ha vivido mucho



 Abalorio: "Objeto de adorno vistoso y generalmente de poco valor". Esta es la primera acepción de la RAE cuando buscas el significado de la palabra abalorio. Hay que cambiar el título de este artículo, no sirve, porque lo que lo ha inspirado ni tiene poco valor ni es meramente un adorno. Pero contaré desde el principio de dónde surgió la princesa y qué quería exactamente decir con abalorio.

    Estaba en la puerta de las Urgencias del Hospital La Paz, allí trabajo como celadora, mi puesto de trabajo principal esa tarde era la puerta de la urgencia, recibes a la gente, gestionas diversas historias, llevas los papeles a su casillero correspondiente, acompañas a los pacientes a un box o a sala, resuelves dudas y una serie de funciones más que no vienen a cuento aquí. La cuestión, una de las administrativas majísima, y con la cual no había coincidido con anterioridad, o al menos con la cercanía de aquella tarde, como digo la administrativa separada por un cristal de la celadora, me sonreía con los ojos cada vez que me daba un papel que tenía que acercar al filtro. Era muy amable, su corte de pelo era más bien aniñado, melena corta con flequillo, pelo negro, sin muestra alguna del paso del tiempo. Delgadita, más bien bajita, cuerpo pequeño. Sabía que era si no de mi edad, rondaba, unos cincuenta, a mí me faltan dos y medio para alcanzar la cifra, pero vaya, más o menos estábamos cerca, eso creía yo. La cuestión es que en un momento dado, y bajo la protección de su mampara de cristal mágico anti Covid, se atrevió a quitarse la mascarilla, no del todo, solo la cogió, la bajó hasta la barbilla y respiró profundo, justo me pilló mirándola, y entonces vi lo que he llamado abalorio pero que en realidad quería decir "haberes" de lo mucho vivido. Y es que la zona del labio superior, donde sale el bigotillo, que los hombres afeitan y las mujeres depilan, estaba repleta de arruguillas, plieguecillos, montañitas con algún pelillo fino y casi imperceptible. No sé por qué pero me inspiró sobremanera. Aquellas muestras de vida vivida, rasgos de sonrisas, de miles de morretes regalados, de ceños fruncidos, de vida vivida con intensidad. Allí estaba, aquella princesa, cuya intensa vida se resumía en plieguecillos y pelillos tapados por una mascarilla obligatoria. Y entonces pensé que la piel carga con toda la vida y con su riqueza, entonces sentí que tener arruguillas en los labios era una suerte, indicaba que seguías poniendo caras, gesticulando, riendo, llorando,...como una especie de tesoro mágico. 

"¿Ves esta primera? Oh, sí, esta salió el día que mi madre me castigó sin cenar porque me puse a hacer magdalenas sin avisarla y cuando ella se levantó de la siesta descubrió que su cocina estaba repleta de harina, montó en cólera, ya que se había pasado la mañana limpiando, yo me puse a llorar porque nunca la había visto tan enfadada, aunque luego se puso a reír, y yo con ella porque le hacía mucha gracia cómo el cocinero de cerámica que sujetaba las paletas estaba lleno de harina y no entendía cómo narices le había caído tanto polvo blanco encima del sombrero azul, yo le explicaba que al abrir la harina se me rompió el papel del envoltorio porque no conseguía abrirlo y todo se llenó de un blanco navideño, el cocinero de cerámica que además era un cerdito rosado se volvió blanco y comenzó a saltar de la alegría porque jamás imaginó una nevada semejante en una cocina. Sí, esa fue la primera arruga. Qué gran momento fue aquel. La conservo con cariño... "

    Entonces aquella imagen me llevó a las miles de historias vividas que hay detrás de una cara llena de arrugas y sentí que había mucha belleza ahí metida, en los rostros, en los cuerpos, de hombres, de mujeres, y quise escribirlo, quise gritarlo, porque era esperanzador, porque en realidad no había que esconder nada, ni tapar, ni disimular, pinta la arruga, sueña feliz porque has vivido tanto que rebosas vida princesa...

Isolina Cerdá Casado

lunes, 19 de octubre de 2020

Marina en busca de la inspiración

Se sentó a los pies de aquel árbol, y mirando hacia arriba pudo ver como éste con sus ramas más jóvenes acariciaba las nubes. Ella debía estar haciendo lo mismo, sin embargo tan solo podía tocar la tierra áspera, alguna piedra que sobresalía del suelo y el manto verde de la hierba llorona del amanecer. 
Estaba descalza, había salido de su casa en pijama, era muy temprano, intuyó que no se iba a cruzar con nadie y así fue. Empezaba a sentir el frío aunque ya lo hacía cuando aquella madrugada abrió la puerta sigilosa y la cerró tras ella. 
 Algo le había despertado, era la necesidad, había estado impulsándola una y otra vez de un sitio a otro, siempre dando tumbos. Sentía que su vida había sido eso: una extraña sucesión de golpes, saltos, giros. Pero esa madrugada, supuso que serían cerca de las cinco de la mañana cuando escuchó aquella voz, fue como una brisa alentadora, que la empujó a saltar de la cama, parecía haberla enganchado a su corriente esperanzadora y sin saber muy bien a dónde la llevaba se dejó arrastrar. Y así, sin más explicación que un impulso, envuelta en esa especie de magia sonanbulista llegó hasta él, el árbol de hojas alargadas, extrañamente impregnadas por un poder sanador que no todo el mundo conoce. Ella buscaba inspiración, quería que él dirigiera sus letras porque algo sentía en su interior, un impulso explosivo tal vez, que necesitaba que saliera y se mostrara, a lo mejor él la podía ayudar.

Esos días había estado dándole vueltas a aquella historia que su abuela le había contado una y otra vez en sueños; su abuela era una persona distinta en el mundo onírico a la que había sido en la realidad. Recordaba sus asperezas, como si la vida que le había tocado vivir no fuera lo bastante interesante como para dejar que su verdadero yo se expresara libre. Pero en los sueños su nieta la veía de otra manera. Las abuelas son seres sabios, mujeres profundas que están en lo alto de tu árbol genealógico, si ellas no saben por dónde seguir, quién lo va a saber; esa teoría de abuelas como seres sabios a Marina se le confirmaba en sueños. La vida no estaba siendo precisamente como ella había imaginado. Siempre había sabido que era una mujer especial, en sus años de infancia, su madre le decía una y otra vez que debía volver a la realidad, que era una niña demasiado creativa, con mucha imaginación, tal vez también demasiada; le recordaba que la vida no era como en los cuentos. Pero en realidad quién puede creerse en posesión de saber cuáles son las medidas adecuadas de semejantes maravillas del alma humana e incluso de juzgar su nivel. Vaya que sí, su madre tenía mucha razón, la tuvo, como si de alguna manera hubiera sido capaz de prever su turbio y, contradictoriamente a la vez, brillante futuro. Cuando su profesor advirtió a su mamá que de no ponerle los pies en la tierra su hija se iría volando por el mundo de la imaginación, no estaba mal encaminado como futurólogo. Las advertencias de este señor sobre su maravillosa capacidad creativa y la posible desaparición de la cordura debido a una previsible autofagia pura y dura de aquel inmenso mundo imaginario prácticamente se cumplieron, Marina estuvo a punto de desaparecer sin ser vista, alejada del sistema, del mundo real, inmersa en su locura. Pero no desapareció, casi, pero no, su breve desaparición como persona cuerda fue en realidad una transformación, pura alquimia, en la que liberó su locura a través del arte, pintaba y escribía. La escritura siempre le había liberado el alma, reorganizaba sus complejos nudos espirituales con uno o dos párrafos de explosión repentina. Llevaba meses sin escribir y sentía estar al borde del abismo. 

Tocaba la tierra fresca. Sentía los pies cada vez más fríos. “Tiene que llegar”, se repetía a sí misma. “Tiene que llegar”. A esa mujer le llegó, en aquel árbol, o si no era aquel fue uno parecido, daba igual, no importaba, el caso es que tenía que llegar la historia, esa que su abuela sabía que escondían los eucaliptos. 
Cuando su madre reproducía las palabras de aquel profesor que le advertía del peligro de los viajes que hacía su hija desde un simple pupitre, no sabía lo que iba a ocurrir en realidad. Ciertamente jamás llegó a ver a su hija siendo una mujer adulta integrada en el sistema, en realidad no tuvo tiempo de verla llegar a esa edad, moriría antes. Justo cuando la niña dejó de serlo, la madre se convirtió en alma errante, un espíritu que la andaría rondando para protegerla, sin perder esa obsesiva manía de controlarlo todo para evitarle dolor. Eso creía la madre, no se daba cuenta de que el dolor que trataba de evitar estaba medido por su propio dolor, y en ocasiones era tan profundo que temía que atravesara generaciones enteras y trataba de ponerle remedio suavizando los pasos de su hija, pero la intensidad del mismo va asociado a cómo de intenso sentimos, y su hija rebosaba intensidad por todos los costados. Era un espíritu bueno pero intranquilo. De eso sabía su hija no porque tuviera pruebas sino por sensaciones repentinas que motivaban su intuición.

 Marina había sentido muchas veces eso, alguien le había hablado de la existencia de ángeles que te cuidan, que velan por ti desde la invisibilidad más absoluta, a través del tiempo, de los sucesos e incluso de las paredes de ladrillo. Ella intuía a su ángel de la guarda, e incluso era capaz de saber de quién se trataba, justo en esos instantes en los que se le podía haber escapado la vida y no lo hizo. Había tenido dos momentos cruciales, para ella el más claro había sido aquel accidente terrible del que salió viva milagrosamente. El coche quedó destrozado, al verlo nadie hubiera creído que una persona pudiera mantenerse con vida dentro de aquel amasijo de hierro, ella lo hizo, un hueso sustituido por titanio fue el rastro de aquel susto terrible, con veinte años y un gran reto por delante, el de su emancipación. Marina siempre supo que su ángel de la guarda la había protegido de alguna manera, la energía viva de su madre la envolvió para que esas chapas destrozadas no se fundieran con ella y dividieran su cuerpo en mil pedazos.

 Allí estaba ella, Marina Rodríguez, a los pies de un eucalipto precioso, mirando hacia lo alto, tocando un suelo rugoso, con carreteras vacías de coches, con casas sin vida perceptible. Hoy ella había sido la más madrugadora, con lo mucho que le había costado siempre levantarse de la cama, ella era la única alma errante visible de aquel extraño amanecer. El frío era cada vez más agudo, tal vez era solo su sensación. Siempre le había gustado mucho ese tipo de árbol. Recordaba las visitas a la aldea de su abuela, desde su casa se veía un majestuoso eucalipto cuyas hojas parecían acariciar el aire. En los días en los que sacaba la cabeza por la ventana para respirar profundo allí estaba él, sonriente, seguro, fuerte. Cuando llovía de forma salvaje, con esa lluvia densa que tantas veces había visto caer en Galicia, allí, al fondo permanecía él, mirándola, transmitiendo esa fortaleza centenaria que lograba traspasar los cristales de las ventanas. Quizá esa mañana él había sido el causante de todo, tal vez él la estaba llamando a través del tiempo y la tierra, o era ella la que lo necesitaba, la que quería que la historia de la contadora de cuentos fuera verdad. Los eucaliptos son árboles acogedores de almas. Cuando alguien muere con un sueño pendiente se va a morar a sus adentros. ¿A caso ella buscaba eso? ¿Los sueños pendientes de otros? ¿O buscaba concretamente uno, el suyo propio? 

 En las noches frías de invierno se oían los rumores de las almas inquietas, algún grito silenciado como en un túnel del tiempo. Aquello que no fue llorado sale en forma de lluvia y justo encima del eucalipto se forma la nube de la tristeza. Pero hay veces que las almas dejan sus sueños en espera de que alguien los rescate y los realice; entonces no son tanto emociones sino cosas por hacer, palacios, castillos, libros por escribir. Los sueños de las historias pendientes requieren de personas entregadas, que rescaten esos trocitos de vida necesitadas de inmortalidad. ¿Eso es lo que ella debía hacer? ¿Era lo que esperaban de ella? ¿Ese impulso sentido lo despertó la fuerza de los sueños por escribir?

 En cualquier momento alguna persona despertaría de su sueño, se asomaría a la ventana buscando el primer rayo de sol y se asombraría al verla a ella, allí, sentada a los pies de aquel árbol, con un pijama fino, acariciando el suelo, con un ademán expectante a la espera del susurro del árbol centenario. Entonces seguramente esa persona llamaría sin dudar al 112 para contar a algún trabajador del turno de noche la extraña escena que se estaba produciendo justo al lado de su casa, en la calle, una mujer semidesnuda tirada en el suelo, con la oreja pegada al tronco de un eucalipto altísimo, con la mirada perdida en los entresijos de su pensamiento. Sin sospechar que aquella mujer estaba recibiendo la energía necesaria para asumir que la vida hay que vivirla con la intensidad suficiente para no sentirte muerta en vida. El eucalipto le susurró, o ella sintió que le susurraba. Si quieres escribir tendrás primero que vivir y cuando lo hayas hecho serás capaz de sentirlo, escucharás los sueños pendientes sin tener que acercarte a los pies del árbol. No era suficiente lo que llevaba caminado, por eso estaba allí, por eso la habían atraído los duendes para que mantuviera la calma y siguiera su camino. 

 Marina encontró la calma, se fue por donde había venido, volvió a casa, sintiendo cómo el frío madrugador atravesaba su cuerpo, frío que ya empezaba a amainar bajo la mirada lejana de la luna llena, con la certeza de que tarde o temprano volvería a su mente la inspiración de un sueño, de una necesidad o un impulso. Se tomó un café caliente, revivió en ella esa sensación agradable de las gotas de lluvia descendiendo por su frente, por las sienes, acariciando sus labios, con una mirada capaz de ver más allá del horizonte con un eucalipto como único testigo de ese momento transitorio al borde de la asfixia. Jamás le sentó tan bien sostener una taza entre sus manos. 


Isolina Cerdá Casado

sábado, 17 de octubre de 2020

Vete

Eres un bicho muy malo, no sé cuáles son tus intenciones para con nosotros, no son buenas claramente, aunque a lo mejor eres un inconsciente y no sabes de verdad el daño que produces, a lo mejor no lo piensas y en realidad ignoras las consecuencias de tu propagación. Dirás, ¿y a mí qué más me da? Claro, no tienes empatía, no eres capaz de sentir ese desasosiego, esa preocupación por nuestros mayores, nuestros amigos, por nuestra familia, por nosotros mismos. Supongo que de nada sirve que te pida que te vayas, sí, que cojas la puerta y salgas de nuestras vidas, porque ya nos has desestabilizado a todos, ya has zarandeado nuestra cordura y nos has arrancado el alma a trozos. No siempre lo hemos sentido en nuestra carne, pero has hecho un daño tan grande que sus garras tienen estrangulada la cordura, y todo lo que pensábamos que nos estabilizaba se fue para siempre. Ahora ya no podemos sentirnos seguros, ahora la vida es un transitar por la cuerda floja, y ya no hay lugares seguros, el miedo ya se ha afincado en nuestro interior y la incertidumbre es la manta que nos arropa cada noche. Te voy a pedir algo, ¿podrías marcharte ya de nuestras vidas? Alejarte, sin mirar atrás, no te heremos nada, vuelve a ese lugar del que saliste, no sabemos porqué ni por quién, pero desaparece de una vez. Eres un bicho malo, lo sé, pero a lo mejor ya lo has logrado, me refiero a tu objetivo, si es que tenías alguno, si querías hacernos daño ya está, nos lo has hecho, estamos heridos hasta lo más profundo, lloramos solo de pensarte. Vete, vete lejos, vete a un lugar en el que encuentres paz sin causar guerra. No vamos a dejar de luchar, no nos cansaremos, nos pondremos la armadura, saldremos a los caminos, te esperaremos con una lanza, como el guerrero de la rotonda de Leganés, hasta que logremos detenerte, porque al final nos uniremos, porque ellos dejarán de ponerse zancadillas, porque no tendrás caminos libres, porque la humanidad crecerá, porque no puede ser el fin sino el principio de un nuevo mundo en el que a pesar de la distancia estaremos más unidos que nunca. Vete, vete ya. Isolina Cerdá Casado

jueves, 15 de octubre de 2020

Mascarilla

Hace tiempo que no escribo, lo triste es que últimamente repito demasiadas veces este inicio de frase, no es porque no tenga nada que escribir, tal vez es más bien lo contrario, pero hay una falta de impulso, de tiempo de reflexión, de detenimiento en medio de toda esta vorágine de imágenes, sensaciones, vivencias. Vivir precisamente es lo que llena mi haber de toda esta carga. Sé que hoy nos está llenando a todos de emociones secretas, de una especie de tristeza a la que no le queda más remedio que aceptar lo que nos ha traído esta situación. Todos sentimos lo mismo, desde que llegaste, desde tu obligariedad, necesaria, preventiva, protectora. Ahora, es precisamente ahora, cuando no se puede, cuando no se debe, cuando el impulso de abrazar nos posee continuamente, pero no se puede, lo aceptamos, pero lo que no se puede hacer no significa que no se pueda sentir, y yo siento ese calor tan necesario, siento tu pulso, tu calor, siento que te cuesta, que es difícil, que todo lo que hay en tu corazón se muestra en tu mirada, en su intensidad, en su brillo, en su cristalinidad. Y sí, yo tengo poderes, tú también, y es que ambos somos capaces de abrazar con la mirada, ¿te imaginas? En mi trabajo tengo muchas veces ese impulso, no lo hago, me llamarían loca, seguramente, pero lo sentí muy activo cuando estábamos en plena pandemia y en el hospital veías pacientes muy malitos que no podían estar acompañados físicamente por sus familiares, les cogía la mano con mi mano cubierta con guantes azules, y les miraba a través de la pantalla protectora, y la energía que intercambiaba era positiva, de fuerza, de impulso. Yo no era nadie, un alma buena a lo sumo, pero sonreían a través de la mascarilla. Actualmente no estamos en el nivel terrible de aquellos días, pero seguimos viviendo las mismas situaciones, por suerte y de momento a menor escala. Y el impulso de abrazar lo sigo teniendo, así que lo hago a través de la mirada, con un "vamos" cordial y silencioso. Tenemos el poder de ser grandes personas, hagamos algo activamente por potenciar el lado bueno del ser humano. Pero bueno, sé, sé que hay que protegerse, sé que el excesivo buenismo no es bueno tampoco, sé que hay personas malas, se que hay miradas hirientes, sé que hay gestos terribles, y consecuencias irreversibles de actos vandálicos, sé que no es fácil hacer las cosas bien, así que suerte, solo puedo desear suerte para que seamos receptores de los mismos actos benevolentes que nosotros podamos llevar a cabo, y que el karma ponga orden y equilibrio en la vida de cada uno. Isolina Cerdá Casado

Pos pandemia. Corazón postraumatizado.

      Hoy, ahora, hace un momento, me dio por hacer limpieza del bolso. Mi bolso es una especie de contenedor de vida, también de objetos pu...