miércoles, 17 de diciembre de 2014

Me lo pidió un amigo: Una niña con mucha luz.

    Un amigo me llamó, y me dijo: "quiero pedirte algo". Quería que le escribiera un texto, era para su sobrina. Quería hacer algo especial, él es una persona muy creativa y baila con la cámara, pero necesitaba palabras. Me contó un poco por encima, la niña era hija de un primo, no tenía abuelas, ambas se habían ido antes de que ella llegara. Una murió tras una larga enfermedad, la otra fue sorprendida con un infarto fulminante, cuando su hija estaba fuera de España. Hoy he tenido el momento de inspiración, y con su permiso, porque la inspiración ha venido de su historia, aquí os la dejo, inmortalizada.

                           Una niña con mucha luz

    Había una vez una niña linda, era preciosa, nació con una luz especial. Todo el mundo, al verla, se preguntaba cómo era posible, siendo tan pequeña, que brillase tanto su mirada. Parecía como si allá en el fondo de sus lindos ojos nadaran preciosos sentimientos.
    Al mirarla uno creía adentrarse en un mundo de sueños donde todo era posible.
    Sus padres habían estado preparando este momento mágico de su llegada con el peso de las ausencias, por la falta de esas mujeres maravillosas que se hubieran sentido fascinadas al ver a esta princesita linda.
    
    En un cuento maravilloso como podría ser éste, estas dulces mujeres todavía estarían aquí, arropando, mimando, meciendo a su niña, emocionándose al verla, tanto como lo hacen sus padres, al sentir con dolor que el mayor regalo de su vida no puede ser compartido con sus respectivas mamas. 

    Lo que no saben ellos es que la vida siempre supera cualquier historia de ficción. Y el cuento se hace realidad cada día porque en su niña están ellas. Son unas hadas madrinas especiales que tiene y tendrá siempre a su lado, protegiéndola, velándola en todo momento.

    Y esa es la explicación maravillosa de que un ser tan pequeño pueda tener tanta luz y energía, está irradiada directamente desde el cielo y va con ella a donde quiera que ella vaya.

    Los abuelos la cogerán de la mano, la llevarán al parque y reirán sus gracias, y sus abuelas irán iluminando cada recodo del camino.

Isolina Cerdá Casado
    

martes, 16 de diciembre de 2014

Actitudes extrañas

    "Vamos a ver, que si tienes un sueño, pues ya está, a por él, ¿qué se pierde? Nada, el intento, el tiempo emocionante de espera, intriga, suspense. El sí o el no, nada importan en realidad. Lo que importa es dar el paso y poner la carne en el asador, toda, no dejarse nada. Yo me entrego a ti, cien por cien, estoy contigo, volando. Y puedo sentir el aire, y hasta disfrutar de él."
    - Pero, querida, ¿estás bien? ¿debería preocuparme?
    - No, no deberías preocuparte, deberías vivir. Es justo lo que estoy haciendo ahora.
    

¿Qué haces con ese abrigo? 
Ando creando...

Isolina Cerdá Casado

martes, 18 de noviembre de 2014

Li y Man

    -Li, te noto un poco agrio, ya sé que tu naturaleza lleva consigo una cierta acidez pero hoy, yo no sé, será el cielo grisáceo e indefinido por impreciso, el no saber si el gris lleva agua o viento, o truenos potenciales, pero no sé por qué estás así. ¿A caso crees que hoy es tu último día?
-No sé Man, estoy extraño, me siento fatal, no sé si es mejor acabar siendo zumo o pudriéndome en el frutero como mi primo, anda con el moho envolviendo una parte de su ser y creo que prefiero lo primero. Tú, en cambio, estás igual, lo mismo, tan sonriente como siempre.
-¿A caso va a cambiar algo si dejo de sonreír? Creo que no, seré igualmente masticada, u olvidada, pelada o aplastada, qué más da.

    -Pues me dejas con la boca abierta, ¿cómo puedes decir eso? Hija, que no te inmutes por tu futuro es preocupante. Aunque tal vez sea esperanzador de alguna manera evitar las preocupaciones del alma. 
-Si es que no se gana nada Li, en realidad las cosas suceden igual. Pues yo he pensado hacer algo.
-¿Y qué has pensado Li? Tal vez me interese.
-He pensado que me voy a fugar.
-¿Fugar? ¿A caso estás aquí obligado? Li, nacemos para ser exprimidos, con un exprimidor o con los dientes de algún humano, o animal, pero ¿qué otro futuro ves en el horizonte para un par de frutos como nosotros?
-Pues por lo pronto, me niego a ser escurrido en un vaso, o goteado en una cuchara con miel, quiero sentir el aire nuevamente, mientras tenga la piel brillante quiero vivir, sin esperar a que el moho se apodere de mi suave envoltorio. 
-Pues lo veo muy bien, Li, aunque no sé cómo lo vas a hacer. 
-Hay varios momentos del día en los que se abre la puerta de la calle, entonces, en uno de ellos, yo estaré preparado para rodar hasta cruzar el umbral, entonces bajaré las escaleras, y pisaré la calle. Rodaré y rodaré y cuando llegue a una zona en la que haya árboles y hierba, entonces me quedaré allí, quieto, esperando que mi interior sea poseído por ciertos bichejos antecesores del fin. 
-Pero, ¿qué más da un final que otro?
-Oh, vaya, Man, está claro, la diferencia es elegir el cómo vivir, que no sean los demás los que decidan, sino que tú eliges dónde y cómo quieres vivir.
-Pues bien mirado, no es mala idea. Creo que rodaré contigo hasta cruzar el umbral de la calle, pero yo voy a rodar hasta un hormiguero, quiero verlas trabajar mientras yo estoy esperando. 
-Pues en ese caso, elijamos un hormiguero situado al lado de un árbol, así estaremos juntos. Al fin y al cabo eres mi mejor amiga Man, nunca que pensé que pudiera encajar con nadie del frutero. 

    Un día, cuando iba a recoger a los niños al colegio, encontré en el suelo tirados, en la puerta de la casa un limón y una mandarina, pensé que los niños se habían puesto a jugar con las piezas del frutero. Mi hija tiene tanta imaginación que es capaz de crear un mundo mágico a partir de una hoja de naranja. Iba tan deprisa que no me entretuve en colocar las piezas en su lugar, salí escopetada, llegaba tarde. Al volver, entrando en casa, recordé esas piezas tiradas en el suelo, me puse a buscarlas pero ya no estaban. Iba a cocinar un arroz con pollo, y me gusta mucho exprimir un poco de zumo de limón una vez está servido en el plato. Pero no tenía limones, yo juraría que me quedaba uno, no estaba. ¿Se largó? ¿A tomar el sol en un día gris? No, el limón decidió libre, hizo lo que le dio la gana con su vida, rodó escaleras abajo, llegó hasta la acera, rodó aún más, cruzó la carretera, y llegó hasta un árbol que daba limones en alguna época del año, por lo del cambio climático no sabía cuándo era el momento adecuado, según el tiempo. 
    Días más tarde me encontré al limón junto a una mandarina, al lado de un árbol, junto a un hormiguero. Sonreían. ¿Por qué sonreían? Pudieron elegir.
    -¿Y tú?
    -¿Yo?  
    Rueda, no dejes de rodar mientras tengas el impulso de hacerlo, busca tu árbol o tu hormiguero y quédate allí, sonriendo.

    -¿Eh?

Isolina Cerdá Casado



lunes, 17 de noviembre de 2014

Llegó

    La verdad es que no es un buen momento, a veces ocurre, que la sensación de que te puedes comer el mundo desaparece sin más. ¿A caso llegué a pensar en algún momento esa posibilidad? No creo ni si quiera que hubiera estado en esa disposición en algún momento de deglutir nada ajeno a mí. Yo nunca me he comido nada, pero sí he tenido impulsos. "No mientas, ayer tuviste uno reconocible". Pero hay miles de impulsos diarios que están ahí, ayudándome a caminar, a levantarme por la mañana tras el sonido del despertador, a lavarme la cara y sentarme en la taza del váter, a coger la cafetera y desmontarla para volverla a montar acto seguido llena de café natural y agua del grifo. En realidad me estoy impulsando todo el tiempo, ahora mismo estoy impulsada, sin apenas tiempo real, dispuesta a dejarme contar, frente a la pantalla en blanco, abarrotada de negaciones y cosas por hacer, con el dichoso café matutino, con el cielo aclarándose poco a poco, con el frío que entra por las rendijas de las ventanas, con las noticias de fondo, allá en oriente medio vuelve a haber sangre derramada. Es un buen momento, contradictorio, extraño, frío, pero esperanzador porque este gesto, de ponerme aquí delante, frente a una página en blanco, llenándola de sensaciones e impulsos ha vuelto. Tal vez todo surge por una serie de conflictos en el alma, pero gracias a ellos la inspiración llegó.

Isolina Cerdá Casado

viernes, 31 de octubre de 2014

Supongo

    El otro día fui al hipermercado, este de origen francés, vamos el carrefour, en realidad el lugar donde me dio por pensar en ello es indiferente, pero fue allí. Yo salía cargada con una bolsa de cinco céntimos llena de paquetes de galletas, fregasuelos, servilletas, fideos, dos paquetes de café que estaban en oferta y unas botellas de refresco de limón. Junto con esa bolsa cargaba también con un paquete gigante de detergente de marca blanca, sé que lavan peor pero el cacito te salía a menos de la mitad del resto, y seis rollos de papel higiénico. En realidad yo solo había ido a por unas botellas de refresco de limón pero al final ya ves, cargada como siempre. Pues bien, llegando estaba a la puerta de salida, cuando la vi allí, a aquella señora que caminaba con dificultad, como si las piernas se le hubieran quedado sin articulación en la rodilla, era como si tuviera dos palos articulados por la cadera. La señora de pelo blanco iba sola, era de constitución delgada, y por las arrugas de su cara, debía tener unos sesenta y cinco o setenta años. Entonces me dio por pensar...¿En qué momento una se da cuenta de que el tiempo ha pasado? ¿de que ya has pasado la línea del cincuenta por ciento de lo que te queda por vivir? Es decir, cómo llegamos hasta ahí, todos llegaremos, sí, pero ese tiempo pasa por nosotros sin darnos cuenta. Es como cuando vas con tu hijo a ver a un familiar al que hacía tiempo que no veías y de repente de dicen: "este niño ha crecido muchísimo". Y tú no te has dado cuenta, en qué momento fue que ese centímetro se colocó en su cuerpo, y del mismo modo, tampoco te has dado cuenta de esas arruguillas que se van instalando en tu rostro, y crees que el tiempo pasa para los demás pero no para ti, no es que lo creas es que no consigues percibirlo, solo cuando te haces una foto, o te graban en un vídeo, o simplemente una mañana te miras al espejo y zas, ahí están, tres canas nuevas.
    Supongo que esto forma parte de la vida, casi sin darnos cuenta está pasando, sufres, te pasan cosas, enfermedades, mil historias, y todo eso va quedando, el solo paso del tiempo y los acontecimientos se instalan. Supongo que debemos intentar ser felices, siendo conscientes de la suerte que tenemos al ver que las marcas van apareciendo, felices de verlos a ellos caminar, y estar ahí para verificar esos centímetros que van haciendo que sus cuerpecitos crezcan y se presenten ante la vida felices.
    Sí, definitivamente supongo que esto es la vida. 

Isolina Cerdá Casado

sábado, 18 de octubre de 2014

El poder de los medios: Ébola.


    "Cierra la tablet ya, ¡que va a entrar el ébola!" -Decía mi madre con un tono de mando y miedo que te obligaba a llevarle la corriente y cerrar rápidamente la tablet sin concluir bien los programas.
Hija.- Pero mamá, que eso no es así, ya la cierro, pero que no, que el ébola no se contagia por la tablet. 
Madre.-Tú ciérrala por si acaso, acabo de verlo en la taza del café, justo cuando abrías la tablet.
Hija.- Estás fatal, ya te han dicho que no se contagia ni por el aire, ¿cómo pretendes que se te contagie a través de una pantalla? 
    Mi madre movía la cabeza negando mis argumentos positivos. Que lo había visto en el café, que estaba ahí, en sus manos mismas, cerca de la nariz y de la boca. El ébola le estaba entrando por las fosas nasales, las glándulas salivares y el nervio óptico. Se había obsesionado. Todo le recordaba a esa enfermedad incurable que había nacido en África. Y ya estaba acercándose peligrosamente. 
Hija.- Lo que tienes que hacer es salir más, y relacionarte, deja de obsesionarte y ver tantos noticiarios, lo tienen todo controlado, ya sé que parecía que no, pero sí, todo está bajo control. Además que la única persona que tiene el ébola en España ya está mejorando, y saldrá del hospital pronto.
Madre.- Sí, claro, ¿y el que vino en avión de París?
Hija.- Controlado, no tenía ébola madre.
Madre.- Bueno, pero tú por si las moscas ponte el chubasquero y las botas, y no regales abrazos, y por favor, la tablet apagada, justo cuando la has encendido lo he visto en el café, esa imagen del bicho que me decía: "ya estoy aquí, preparado para comerte". 
Hija.- Pero mamá, creo que no estás demasiado bien, no deberías ver tantas noticias.
Madre.- Todas hablan sobre lo mismo: el ébola, el ébola, el ébola, el ébola...
Hija.- ¡Mamá, ya basta! Ahora mismo te pongo una película y te olvidas de las noticias de actualidad, este bombardeo monotemático te ha alterado la cordura. ¿Qué peli te pongo? 
Madre.- Ponme Sissi emperatriz, que me gusta mucho, la Sissi al final se casa con el príncipe y aunque lo pasa fatal con una enfermedad que le entra, se acaba recuperando y todo termina maravillosamente bien.  
Hija- Pues venga, te coloco aquí la silla y te preparo otro café.
Madre.- No, un café no, hazme un zumito de naranja, no vaya a ser que vuelva a ver al bicho.
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                                                                                   Isolina Cerdá Casado



jueves, 9 de octubre de 2014

Paz

 
 La paz viene de dentro. Reposa en el alma en un pisito que tenemos junto al mar rojo. Lo he llamado mar pero es como un océano, océano de vida que se mueve sin parar, todo gracias a las corrientes marinas, en ellas circulan los recuerdos que se nutren de las almas que caminan a nuestro alrededor en otros pisos de lujo.
    Hay almas sin techo cuyos pisos nunca existieron o lo que hubo en ellos apenas fue ruina por las enfermedades varias que cayeron sobre los cuerpos, como bombas sobre las ciudades del Líbano, o en Ucrania, o en Israel, o en Siria, qué más da, caen lo mismo. Ruinas absurdas causadas por los pisos sin almas, casas que no son casas sino hoteles de paso que admiten huéspedes cambiantes que se pintan como guerreros indios con el único sentido de disfrazar la locura transitoria que los lleva hasta los deseos de muerte y destrucción. Qué si no son los civiles que apenas llegaron a vivir diez años, y ya rozando la muerte, son el resultado de deseos malévolos que cultivaron odios imborrables. Y todo para que después haya una industria que levantar y un espacio donde poder hacerlo.
    Y si la paz viene de dentro, qué hay ahí, en esos interiores violentos, irracionales, absurdos. Hay un gran vacío de empatía.
    Ea, ea, ea, descansa, descalza, desnuda, desamparada, desnutrida, destruida, ea, ea, ea.

   "Pero, ¿a santo de qué el puerro?"

    Eso no lo sé, ha sido un impulso. Buscaba un flor, y me tropecé con él.

Isolina Cerdá Casado

lunes, 8 de septiembre de 2014

"Ya no se vacuna a los niños menores de doce años", ¿Criterio médico? ¿Imposición política? ¿Se trata de un ajuste ante el desajuste? Si tu, seas político, empresario, un alto cargo de la jerarquía médica o como cojones te consideres, lo has hecho para bien, que te caiga todo ese bien encima multiplicado por mil.

    El título no debe ser tan largo, pero los interrogantes caen, caían, cayeron, iban haciéndolo uno tras otro, al verla así, de esa manera, su imagen se había visto claramente modificada, alterada, deformada. "Esa niñita que venía de la mano de la enfermera, a la cual habíamos oído gritar buscándole la vía, era nuestra pequeña, mi hija, y sin embargo parecía como si le hubieran dado una paliza absolutamente terrible. Su cara estaba hinchada, también el cuello, todo su cuerpo estaba lleno de una especie de granos gigantes y negros, unas pupitas muy feas, y que debían ser muy dolorosas por los gritos. Las fiebres de más de cuarenta grados la habían dejado destrozada, tanto que apenas tenía fuerza para gritar, los suyos sonaban a gritos ahogados. Era como si no la conociera, ¿sabes?" La fobia que ya sentía esta pequeña ante los señores y las señoras vestidas con bata blanca se había llevado al extremo. Nada bueno esperaba de ellos. Tan sólo tiene veinte meses, una niña preciosa, linda, muy activa, que está pasando por el que hasta este momento es el peor trago de su vida.
    Yo llegaba de un viaje de cuatro horas muy preocupada, debía controlar mis emociones porque no se trataba de llorar, había que actuar, que ella nos viera fuertes. Pero resultaba tan difícil. Entré en la habitación del hospital, tras ponerme los guantes, la bata verde y la marcarilla. La pequeña no me conocía, pensaba que era una enfermera mas con alguna sorpresa en forma de aguja, así que mi presencia no evocó ninguna sonrisa en ella. Abracé a mi hermano, a los abuelos, y me acerqué al sillón donde estaba su mamá sosteniéndola. Acaricié sus piernecitas y traté de decirle cositas cariñosas, haciendo comentarios ligeros, mi cuñada seguía la conversación mientras la sostenía, la pequeña estaba de pie pegada a su mamá y mientras hablaba, casi mirando al suelo, le iban cayendo lágrimas, una detrás de otra, de impotencia, de dolor, de ver a su hija en ese estado.
    Y todo este calvario se ha iniciado por una varicela, una sencilla varicela que un médico no consideró lo suficientemente importante como para mantener cierto aislamiento ante el primer enfermo que llegó a su consulta con unos pocos granitos: "Es bueno que la pasen de pequeños, así se inmunizan". Seguramente el calvario que está pasando esta niña de veinte meses también está enraizado en las decisiones tomadas por algún político de turno, o en intereses puramente económicos ante los que el llanto de un niño no tiene nada que hacer,  qué importa, ¿verdad? ¿Acaso sería poco importante si un hijo de estos impresentables se vieran afectados por la varicela en su más cruda versión?
    Seguramente yo no habría escrito este texto si no hubiera visto esos ojitos de mi sobrina, que apenas podían ver por la gran inflamación que estaba sufriendo, mirando casi al vacío, sin entender nada, callando pero diciéndolo todo con su mirada inocente. ¡Cuántas miradas inocentes pidiendo un poco de cordura! Algo falla en este mundo, son demasiadas, por todos los rincones, miradas que gritan, que piden ayuda, pero el que verdaderamente puede hacer algo mira para otro lado, tal vez hacia el brillo del coche nuevo que se ha podido comprar con un sueldo desorbitado que no ha salido precisamente del sudor de su frente.

Isolina Cerdá Casado

sábado, 23 de agosto de 2014

¿Soy un bolso? ¿No seré más una carretilla? Vuelvo a escribir, lo de siempre, ya lo sé, parece lo mismo pero no es igual.

    Eres como un bolso gigantesco, lleno de muchos objetos, que se fueron acumulando por el paso por diferentes momentos vitales. Un día fuiste al parque con tus hijos y además de la cartera y de las gafas de sol metiste en él una botella de agua. Tu hija te dio una piedra, un tesoro para ella para ti algo insignificante, y te pidió que la guardaras. Tu hijo te metió su pulsera. Allí ya estaban alojados pañuelos de papel, cacao y las llaves de casa. En la recepción del centro sanitario guardaste cerca de la agenda una tarjeta para adelgazar, por si acaso te venía bien algún día, o te decidías, junto con un folleto muy interesante que hablaba sobre un curso de yoga. La cuestión es que el día del parque también metiste una manzana que quedó olvidada en el fondo del misterioso espacio. En la farmacia te dieron una muestra de crema antiarrugas y allá que fue junto a la manzana y esa imagen sugerente de un envidiable cuerpo de mujer ataviado con ropas blancas estirándose hasta el infinito.
     Así, día tras día, el bolso iba acumulando más y más objetos, sueños propuestos y pretensiones infundidas. De pronto un día ese bolso, ese abnegado y tranquilo bolso que parecía poder con todo, se rompe, tiene la extraña sensación de que está lleno de todo pero es como si sólo sintiera el peso, lo útil de todo aquello que contiene se pierde en el caos interior. El forro agujereado es sólo la primera señal de que el fin está cerca, entonces para sorpresa de todo el mundo, ese bolso decide ir tirando cosas, objetos inútiles, lastres. Se vacía por completo, llenando toda la casa de una acumulación de objetos que casi no recordaba que estaban en su interior. Y al ver toda su carga extendida y expuesta se da cuenta del gran peso con el que iba arrastrándose por el mundo. Decidió aprovechar cada cosa que pudiera ser aprovechable y el resto lo lanzó por la ventana.
 Un lluvia de llanto, lágrimas, tristeza, dolor, neuronas rebeldes y complejas cayeron del cielo, nadie supo de dónde procedía tal acumulación de carga emocional. Nadie imaginó que un simple bolso pudiera ser el responsable de toda aquella tromba.

Isolina Cerdá Casado

viernes, 25 de julio de 2014

Otro punto de vista: "Ay, es el aire de Gicela"

    Bueno, hoy quiero contar una pequeña sensación, maravillosa, espectacularmente esperanzadora. Un regalo de otro punto de vista que me ha hecho ver que todo depende del punto de vista desde el que se mire. El domingo mi cuñado, el tío de mi niña, celebró su cumpleaños en la parcela, y en esa celebración su novia infló un globito a mi hija, el globo estuvo atado por unas horas en el carrito de Claudia, la prima de mi hija, mi sobrina. Yo pensé que el globo se lo habían inflado para ella, pero al terminar el día cuando ya nos íbamos a casa, mi hija insistió en llevarse el globito con ella, porque era suyo. Así que lo cargamos en el coche. El globo ha estado toda la semana en casa, dando vueltas por aquí y por allá, "otro trasto", pensaba yo cada vez que lo veía. El globito naranja iba perdiendo su volumen día a día, y hoy, viernes veinticinco de julio, estaba yo desayunando y ella salió a la terraza. Mi hija todavía no había acabado su desayuno, así que comencé a insistir en que terminara de tomar la leche. Entonces cogió el globo, me callé, sabia actitud, y la observé. Lo abrazaba diciendo a la vez: "Ay, qué pena, es el aire de Gicela". ¿Qué dices?, le preguntaba yo, "se está vaciando", volvía a decir abrazándolo con más intensidad.
    Uf, de pronto cambió mi punto de vista, qué maravillosa suerte tener a estos niños cerca, mis hijos, que continuamente te están enseñando cosas y puntos de vista olvidados a veces por simples normas de funcionalidad. No iba a escribir hoy, no tenía el impulso, con el camión amarillo de ayer y la toalla tuve bastante, sin embargo esa delicadeza de mi hija al hablar del aire de su tía Gicela me hizo fotografiar el globo que contenía el que para Lara era un tesoro muy especial y contar este pequeño gran momento mágico.

Isolina Cerdá Casado
 
 

jueves, 24 de julio de 2014

"Silla, maceta, toalla colgada, escoba, camión amarillo, ordenador portátil" Ahora con eso crea algo, maja.


    Estaba absorta en sus pensamientos, tal vez sería mejor coger la escoba y ponerse a trabajar de una vez, retrasar el momento del inicio de sus tareas no iba a hacer desaparecer todo lo que tenía pendiente. Debía recoger los restos de aquella pelea terrible, nunca imaginó que Polonio sería capaz de hacer algo tan terrible. Ella también le tiró la maceta en la cabeza, aunque él estaba entrenado para esquivarla. Las peleas entre ellos se habían hecho demasiado frecuentes. Se sentó en la silla de madera, la que con tanto cariño habían comprado juntos en las rebajas de enero, y se puso a darle vueltas a la situación actual. ¿De qué servía aguantar más? ¿a caso iba a modificar algo su carácter y su desorden? Ella era una maniática del orden y Polonio no daba un paso sin dejar un objeto fuera de lugar. La última pelea fue aquella toalla tirada sobre la cama. No era algo tan grave, por una toalla iba a echar por tierra una relación que ya duraba cuatro meses, era la relación que más le había durado. Comprendía que la satisfacción de rebasar esos cuatro meses iba a ser muy reconfortante, pero no sabía hasta qué punto compensaría la desagradable imagen de ver la toalla tirada como si tal cosa, ¿era tan difícil esforzarse un mínimo y mantener la toalla colgada en su sitio? Ella no pedía más. Ni si quiera le importaba que hubiera pintado el camión de ese color tan chillón, que casi hacía daño a la vista, pero por amor estaba dispuesta a montarse de vez en cuando en un camión amarillo. Es cierto que hubiera preferido que su pareja fuera un arquitecto y que diseñara la casa de sus sueños, pero qué esperaba, ella no había sido capaz de terminar tercero de la ESO. Definitivamente se comería su orgullo, cogería la escoba, barrería el resto de tierra y de los trozos de maceta, doblaría la toalla y se sentaría en una silla frente a su ordenador portátil a escribir sus desdichas. ¿Qué importaba que su novio condujera un camión amarillo? ¿A caso los Beatles no utilizaron en una de sus canciones un submarino amarillo? ¿Y los mismísimos cantantes de Zapato Veloz que con su tractor amarillo arrasaron un verano? ¿Por qué no iba a poder montarse en un camión amarillo?

    Decidido, se tomaría un café y tras ese momento comenzaría a recoger, pero cuando llegase a los cinco meses rompería con él, terminaría sus estudios y buscaría un novio arquitecto.

Isolina Cerdá Casado

domingo, 20 de julio de 2014

Girando.


Sólo hay una cosa que tengo que decirte en este momento, si estás mirando hacia adelante y el problema es que ves oscuridad, que parece que la luz se ha apagado, o alejado de tu vida, simplemente cambia de dirección, gira, avanza, camina, abre la puerta y mira.

Ambas imágenes están separadas por unos pasos literales, están en la misma línea pero en direcciones distintas. Hay que saber encontrar la fuerza para girar. ¡Gira! ¡gira! ¡gira! 
La vida es así, de pronto llegamos a un lugar ennegrecido, pues gira, tal vez necesites tiempo para tomar impulso, pero dentro de ti está la fuerza que necesitas.
Y mientras tanto, yo sigo con mi tiempo de desconexión.

Isolina Cerdá Casado


lunes, 7 de julio de 2014

Lunes, un objeto de inspiración: Huevera. Espero una tímida risa.


    Sí, señorita, lunes, ¿o debería decir señora? Pues no sé chica, hoy mejor llámame por mi nombre de pila y de cariño, que estoy con el café volviendo a la vida y apenas siento el impulso vital, todavía hay algo que que me mantiene enganchada al mundo onírico del que acabo prácticamente de salir. Creo que no he salido del todo, la verdad, hoy no quiero ser tristona ni tengo el impulso de hablar sobre las tragedias, no, me niego, no puedo más, parece que en mi vida solo hay un punto de vista amargo, en el que la tristeza ahoga la mirada, y la cierra y la oscurece, y apenas la deja disfrutar del mundo. 
    Pues sí, por eso, por eso mismo, por la necesidad imperiosa de contagiar a mis textos de cierta ironía o gracia, o mirada distinta, positiva, alegre, burlona, no sé qué, pero me puse a mirar a mi alrededor, buscando, buscando algo sobre lo que escribir que me alejara de los recuerdos sombríos y ahí estaba ella: la huevera.
     Me fijé en ella, llena de ciertos restos, de huevos rotos, de arenilla o caca de pollo, no sé, restos sobre los que volvían a contenerse más y más huevos. Jo, creo que no está la mirada irónica, ¡se ha ido huevera! No soy capaz de verte el lado gracioso, no lo soy. ¿Qué puede haber de divertido en contener una y otra vez un huevo tras otro? Resistiendo hasta que la funcionalidad de la caja contenedora se pierde por exceso de uso y entonces directa al contenedor azul, compartiendo espacio con revistas de sucesos pasados, pasadísimos, que nada interesan ni entretienen la espera hacia la planta de reciclaje. 
    ¡Basta! ¡Basta! ¡He dicho que basta! ¡Que te calles! Si no eres capaz de verle la gracia, entonces te callas, dejas de escribir, no publicas. ¿Entendido? Sí. Vale. Pues eso. 

    "Pero querida, anda, no te vengas abajo, si yo estoy bien, feliz de contener huevos y más huevos, con ellos dentro de mí me siento completa, llena, gallina por unos instantes, jejeje, es broma, no te rías, ya sé que no vas a verle la gracia. Ya me he dado cuenta, en los días que paso en tu cocina, que tu marido, el pobre, no sabe qué hacer para que te rías con los chistes. Él es muy gracioso, pero tú, nada, no has nacido con el don de entender ni de reírte porque sí. Y un chiste explicado pierde su esencia y no es lo mismo. Pues lo que te digo, tú tranquila, ya me verás la gracia, si es que yo comprendo que una humana sea incapaz de ver mi punto gracioso. Me lo paso genial cuando voy de paseo a por huevos y comparto impresiones con las otras hueveras, algunas en peor estado que yo, el tiempo pasa, y eso se nota en todos, las que peor lo pasan son las hueveras transparentes, tan chics, no sé si se dice así, ellas se creen superiores, solo porque son de un plástico crujiente, se creen evolucionadas respecto a nosotras, las clásicas hueveras de cartón. Es verdad que con la humedad nos ponemos blandas, no es lo que le pasa a otro tipo de bichos, especialmente a ese, pesado, nocturno, ¿lo pillas? No, ya sé que no. La cuestión es que ellas se rompen más fácilmente. ¡Ah! Para que luego se burlen de nuestra antigüedad, pues estamos hechas de materiales mucho más nobles, y reciclados y naturales. La envidia es que es muy mala. Tú tranquila mujer. Llegará un momento en el que le verás el punto gracioso a la vida, por cojones, ay, perdona, por huevos, queda mejor como huevera que soy. Yo sé que a ti cuando te da por reírte te ríes, y a lo loco, como gritando, eres genial. ¿Cuánto hace que no te ríes así? Mucho. Cualquier día me lío a tirarte huevos a la cara, a ver si te da el ataque y nos tronchamos todos al verte reír con desvarío, que es lo que te falta, parece que caminas con una huevera contenedora y limitadora encima. Yo de vez en cuando, para que los huevos no se aplatanen, echo uno fuera. ¿A que te has encontrado alguno en el suelo? Pues era yo, que lo lanzaba, le daba una patada y lo mandaba a explosionar fuera, en el suelo, para que viera que nunca había que perder la atención. Hay que estar alerta querida, que no te enteras, que la vida es muy corta, y cualquier día tu huevera te convierte en tortilla. ¿De patatas no? ¿Es la que te gusta? Pues ahora me pongo encima de tu cabeza y a ver cómo te lo explicas. Hasta luego."

Eh, la vida es...yo...no...pues eso...¿es lunes? ¡Ay madre mía!
Reír, algo me he reído. ¿Buena señal? Pues sí. 

Isolina Cerdá Casado

domingo, 6 de julio de 2014

Instinto. Él la mató, yo quedé tocada, la vida cambió, rebosó el vaso de las tragedias.

Haz caso a tus instintos, ellos te avisan, te dicen cosas. Vale, es cierto, sí, uno no puede vivir con miedo a que ellos se pronuncien en contra de tu avance. ¿Pero qué es avanzar? ¿A qué llamamos evolución en el camino?
Estoy mucho más afectada de lo que jamás imaginé que podría llegar a estar. Esas dos muertes, ellos, él que la mató a ella, ella que murió de golpes en la cabeza. Él que no era capaz de comerse un pollo al que había ayudado a matar.

Esto ha sido como la gota,
la gota de lluvia, la gota de pena,
el rebosar de un cúmulo.
No importa de qué,
importa la sensación de ahogo.

Pero el aliado está aquí, en el fondo está presente, demasiado, sobre él cuento mis desdichas. Parezco infeliz, ya, pero no es así como me siento realmente.

Y entonces me digo, calla ya, que tú tienes suerte, suerte de poder abrir un mueble de cocina, buscar y rebuscar hasta dar con esos sobres de manzanilla, y en el vaso de agua hirviendo que floten las hiervas de la calma y la resignación.
Estás perdida, no sabes qué hacer, hacia dónde dirigir tu concentración y la escasa fuerza que te sobra.
Es bueno querer hacer algo, que haya impulso; en realidad no soy consciente de cuán importante es que tenga algo por lo que moverse. Y que me deje a mis locuras, libre, sin riendas. Como debe ser, no tienes ningún privilegio.
Ser afortunada e incapaz de verlo.
Sufrir tontamente, sin un sentido,
espero que nazcan pronto las patatas.
¿Está rica la galleta?
¿Tiene algún sentido esto?
Pues claro que sí, tu vida.
Si no escribiera estaría muerta.
Estoy convencida de ello.
Muerte por explosión interna,
por ahogo.


    Sé lo que pasó, bueno, lo que quedó en el escenario del crimen: tú muerta, tu cuerpo inerte sobre la cama con golpes visibles en la cabeza, él tirado en el suelo del baño, como si hubiera sufrido un ataque la corazón, por los gestos que se habían quedado petrificados en su rostro. Ven, siéntate aquí, cuéntame lo que pasó.

    -Bueno, él entró, quería hablar, pero no estaba bien, yo no le abría la puerta, pero él tenía llave y se atrevió a entrar sin permiso. Entonces le reproché su atrevimiento. Parecía estar ido. Seguramente no había dormido ni comido lo que debió. Era otro hombre. No lo conocía, sentía que no lo conocía. Entonces me preguntó por qué le había jodido la vida, no era él. "Yo no te he jodido nada", le dije, no llamé a nadie, no lo creía capaz de una actitud violenta, pero lo hizo, me golpeó, no era él, el que yo conocí nunca habría hecho nada parecido. Fue en la cabeza, le grité, le supliqué que no me golpeara, por las niñas, las que ya no le dejé ver más, no eran suyas. Mis hijos fueron el último pensamiento. Me asesinó, no soportaba estar solo y me arrastró hasta el fondo del lago donde me ahogué con él, yo no soy un pez. 
    Dejó a mis hijos, niños y niñas frágiles, sin el calor de una madre, yo les habría dado amor de por vida. Nadie les arropará como yo lo hacía, nadie les amará como yo, sin esperar nada a cambio, reconfortada por su sonrisa tranquila. 
    No fue justo. No lo fue.

    ¿Habrías cambiado algo?

    -En algún momento sentí algo, un instinto, no sé, en realidad creo que no, porque actué llevada por el amor, y no podía adivinar el futuro. Todos pensaban que era un ángel que había llegado a mi vida, yo no iba a renunciar a mis cinco hijos y él los acogió y los asumió como propios, como si fuera una actitud sorprendente, tal vez la suya no era una actitud generosa en realidad. Es posible que muy en el fondo se escondiera un monstruo al que acallaba en el silencio de la noche, tal vez ni si quiera él sabía de su existencia. Las personas somos mucho más complejas de lo que parece a simple vista. 

    Claro, por eso existen los psiquiatras, los psicólogos y el arte, para calmar a los monstruos. Yo escribo sin parar, para no volverme loca. Descansa querida, descansa.

Isolina Cerdá Casado



jueves, 3 de julio de 2014

Sacos de patatas.

 La mujer estaba muy cansada, era como si tuviera que caminar arrastrando un saco de patatas en cada pierna, le costaba muchísimo, cada uno de los objetivos que se planteaba llevar a cabo eran oscurecidos por una cortina de preocupación constante. En muchos momentos actuaba como si no pasara nada, como si en realidad no arrastrara nada, como si no sintiera el peso de las patatas llenas de tierra. Pero en otros, en otros era muy difícil caminar a buen ritmo, aunque a su alrededor sonara una música, daba igual, ella no podía caminar con normalidad y se arrastraba. Solo la empujaba a caminar erguida su deber para con sus hijos, ellos no entendían de sacos que pesan y dificultan el desplazamiento. Ellos querían ser atendidos como siempre, como debía hacer una madre; era lógico, por qué iban a percibir esos martillos invisibles que golpeaban en la cabeza de su mamá, solo ella podía sentir los golpes, eran imperceptibles para la inocencia y las almas recién incorporadas al mundo. 
No, no, no, no siempre es imperceptible para ellos, los niños y niñas felices, desgraciadamente.
Esa mañana su hijo le había pedido que le hiciera un crepe de chocolate, y ella no tenía ningún entusiasmo por hacerlo, pero esos ojos de niño dulce la enternecieron y aligeraron en cierto modo el peso, así que apenas sin fuerza se puso a batir los ingredientes de la masa. 
Con cada baile de varilla iba sintiéndose más ligera, como si cada vez que movía la muñeca saltara una de las patatas fuera del saco, empezó a sonreír sin saber muy bien por qué, la idea de una patata saltarina  huyendo del encierro de un saco de tormento la emocionaba y le hacía mucha gracia. La sonrisa se fue haciendo sonora y las patatas iban saliendo enfiladas hacia el cubo de la basura, algunas se atrevían con la ventana y saltaban por ella hacia un cielo lleno de nubes de algodón. A medida que iba terminando la masa se iba sintiendo mejor, mucho más ligera, como si todas esas patatas hubieran desaparecido, tanto aligeró su peso que empezó a sentir que volaba. Pensaba en lo absurdo de la idea, pero a su vez también se sorprendía ante esa remota posibilidad, volar, solo había sido capaz de volar en sueños. Pero, ¿y si todo esto no era más que un sueño? ¿Y si su mejor amiga no hubiera muerto por la macabra actitud de un hombre ido? ¿Y si jamás hubiera llegado a saber lo que significaba la palabra cáncer? ¿Y si esto solo fuera una pesadilla de una niña que aún no conoce lo que te puede traer la vida con los años? 
Las patatas volvieron a su saco, con cada una de los interrogantes que su ligereza formuló en el alma retornaron al contenedor de los dolores, supo que era una mujer con hijos, lo confirmó el peso, lo confirmó la mirada sonriente del niño que le volvía a pedir sus crepes con chocolate. 
Terminó de cocinar los crepes y se comió uno sentada junto a su hijo, tuvo la sensación por un instante de que las patatas se habían vuelto a ir.

Isolina Cerdá Casado


martes, 1 de julio de 2014

De pronto.

La vida tiene eso, en un segundo todo cambia, una se amarra a la ley de la probabilidad, se acoge, se engancha, se obliga. Si todo va bien, seguirá yendo bien.
Pero no, no es así, de pronto todo puede cambiar y lo que parecía una normalidad feliz y tranquila, en la que abundaban las sonrisas y las miradas limpias de dolor, se oscurece, y deja su transparencia a un lado, en una esquina, y llega lo turbio, el barro, la suciedad de los hechos tristes.
Ya sé que tú estás bien, que a ti no te ha pasado nada, sin embargo, al ver cómo sus miedos se realizaron y se vieron plasmados en la pantalla de su televisor, en ese en el que se proyectaba la película de su vida, te diste cuenta de que la vida no era todo sonrisa, ni felicidad, ni despreocupación. Al final llega un momento en el que la historia da un giro sorprendente y el guión se intensifica de contenidos emocionales en los que los actores no habían trabajado lo suficiente, y les pilla por sorpresa, y hay gritos de dolor, miradas tristes, sorpresa ante la tragedia. 
Y entonces, esa sensación de miedo paralizante se instala en tu vida, ya no estás libre del dolor que intuiste en las miradas ajenas, tu propia visión es la de un ser dolorido que empatiza con todo aquello que sucede a su alrededor, siempre atenta, preparada, como si el miedo estuviera incrustado en algún rincón de tu alma. 

Venga, ya, ya pasó, dame un abrazo, no llores más, tranquila, estoy, estamos, todavía, todavía sí, aquí, cerca, muy cerca, tan cerca que casi no puedes verme. Yo soy tú, como tú, igual que tú. 

Isolina Cerdá Casado


jueves, 26 de junio de 2014

Entre barrotes.


    Por más que guste el canto de un pájaro, a mí no sé qué me da verlo así, saltando de un lado al otro de su jaula, supongo que no debería poner mis pensamientos a un pájaro ni tratar de empatizarme con él, tal vez su canto no es una petición de auxilio sino una expresión de una maravillosa creación de la naturaleza.

    En cualquier caso me gusta mucho más escuchar el canto de un pájaro en libertad, en medio de la naturaleza, bajo los sombrajes de las ramas de los árboles, volando libres. Sí, pero yo no vivo en medio de la naturaleza, mi casa es de ladrillos, vivo en un cuarto con ascensor, cojo el coche para ir a comprar, mi cuerpo se anquilosa, la naturaleza la veo por la televisión. ¿A caso no estoy más encerrada yo que este pajarito precioso? 

Isolina Cerdá Casado

miércoles, 25 de junio de 2014

Me convertí en una lágrima, llegué hasta el mar después de recorrer tu cuerpo dolorido.

    Y lo reconozco, no me gustó, sé cual fue el origen de mi ser, era una lágrima de tristeza y aunque de vez en cuando me siento melancólica y me gusta recordar, ser una lágrima triste no me alegra lo más mínimo, una y otra vez me pregunto por qué tuviste que crearme.
    De cómo fue mi recorrido por el mundo podría escribirte un libro, es posible que también éste fuera un libro apenado, y ¿para qué hacer algo semejante cuando lo que necesita el mundo es sonreír? 
    Cuando me asomé al mundo por el lagrimal de tu ojo sentí algo grande, la luz me llenó de alegría, me convertí en una extraña lágrima de tristeza bailando entre emociones de felicidad. Ese tipo de  contrastes los tiene la vida, ahora lo sé, cuando lo sientes lo sabes.
    Entonces me di cuenta de que debía estar preparada para lo que la vida que tú me habías regalado iba a ofrecerme. Yo solo era una lágrima de tristeza, apenas podía hacer nada por ti, humedecía cada curva de tu cuerpo, pensabas que las lágrimas desaparecíamos nada más ver la luz, sin embargo nunca lo hacemos, nos quedamos en ti hasta que ya no hay más remedio que decir adiós por pura evaporación. Si nada nos contiene, las lágrimas tristes llegamos a alcanzar rincones perdidos de tu cuerpo, inimaginables recónditos espacios mágicos. Y aunque nos gustaría abrazar el cuerpo no podemos hacer nada más que humedecerlo. 
    Me pregunto qué tristeza me dio vida. ¿Puede un hecho triste crear un gran océano de emociones? ¿Fue la pena que te produjo ver a aquel niño llorando desconsolado? ¿Quisiste por un momento volver a ser tú misma una niña y llorar esas angustias que atormentan a tu ser adulto? 

No lo sé, yo solo soy una lágrima triste que no te deja ver con nitidez el cielo, pero las lágrimas también tenemos nuestra función, es posible que te demos un poco de sombra necesaria, como aquel árbol sobre cuyo tronco reposaste apenas un minuto, y en ese parar y respirar profundo descubriste que yo tenía una razón muy poderosa de ser, y me creaste, bajo una sombra accidental, la vida es una suma de accidentes.

Isolina Cerdá Casado


martes, 24 de junio de 2014

Martes, un objeto de inspiración: Lluvia.

    Sí, está lloviendo, una lluvia pasajera, veraniega, una explosión del calor bochornoso, una locura de ambiente fresco que se recibe casi con necesidad. Hoy es martes, veinticuatro de junio, la vida sigue su curso, estoy en la hora terapéutica, en la que la escritura es el doctor que me dirige, quedo expuesta, lo sé, pero por cualquier razón esta forma de contar lo que me está pasando por dentro y me alivia. 
    En el tiempo que he tomado esta foto y la he subido a este blog la lluvia ha dejado de caer, lo mismo pasa con el desespero, era tan solo una sensación pasajera, ya vuelvo a respirar tranquila, estoy nuevamente balsámica. 
    Ayer estuve mirando cómo podía sacarle partido a este blog, qué absurdo, me doy cuenta de que la escritura como desahogo del alma no debe pensarse en  términos económicos. Sí, y es verdad, pero, ¿qué pasaría en el caso de que no tuviera para comer? ¿qué ocurriría si mis hijos me pidieran yogures y no los hubiera en la nevera? Y no por olvido de una madre despistada, sino por falta de dinero para comprarlos; elegir el que más les guste, no los más baratos, abrir la cartera tranquila y pagarlos sin mirar si llegan o no llegan las monedas. En ese caso al alma no le importarían los problemas de un tiempo lisonjero, que se esfuma, que se pierde en su transcurrir; el alma estaría mirando los ojos de sus hijos y esa necesidad atravesaría mi cabeza transformando totalmente las necesidades y las preocupaciones. Supongo que por eso, por ese miedo repentino sentí de pronto el impulso de sacarle rendimiento a esta necesidad expresiva. 
    Volví a la mesa en la que me siento a escribir, la mesa de la cocina, mi centro de trabajo, y allí seguí tomando el resto de café con leche que me quedaba, a lo lejos se oían relámpagos rabiosos, pero el sol había salido nuevamente aun a pesar del grito de la lluvia. Estaba tranquila, pero no pude evitar hacerme unas cuantas preguntas: ¿Cuánto vale una lágrima que cae sobre una taza de café vacía? ¿Qué valor le damos a esa sensación angustiosa de la carencia de sentidos? ¿Cuánto se pagaría por una descripción de un cuerpo cuarentón al que le cuelgan sus protuberancias casi hasta los pies y cuya cabeza se empieza a llenar de blancura savia? ¿Quién pagaría por saber la vulnerabilidad de una escritora frustrada que no gana ni un céntimo con sus gritos deletreados? 

   - Yo, yo pagaría por sentir al leer un texto generoso, lleno de sinceridad pasmosa, pagaría sí, pero no tengo dinero. 
    No importa, ya me has pagado con tu tiempo dedicado, con tu apoyo, con esa capacidad tuya de creer en mí. 

    La lluvia siempre acaba despertando al alma añorante y triste que se esconde en un rincón de esta máquina compleja que es el ser humano.

Isolina Cerdá Casado


lunes, 23 de junio de 2014

Lunes 23 de Junio. Dejándome inspirar llego hasta este tramo moteado de mi vida. No es el universo, es una superficie negra llena de polvo.

No es el universo, no, no lo es, lo parece pero no lo es. Simplemente es el polvo que en la cámara se ha hecho mucho más presente de lo que parecía a primera vista. ¿Y si eso es lo que me está pasando con muchas de las percepciones que tengo? ¿Y si pensamos que tenemos al universo frente a nosotros y resulta que no es más que una superficie invadida por el polvo. ¿Y si nos sucede al contrario? ¿Y si ese universo que pensamos que tenemos no es más que un resquicio de un podría ser y no es. ¿Y si los sueños se llenan de motas de polvo y al final logran cambiar al perceptor e incluso al propio creador del sueño? ¿Y si nos damos más tiempo? El tiempo suficiente para que las cosas vuelvan a su sitio, que cada objeto ocupe su lugar y que seamos capaces de percibir la verdadera realidad, lo que es realmente, la certeza objetiva de la existencia.

No es una bola de plástico pintada y pegada con silicona a un paraguas negro, es Venus, es el sueño plasmado de un planeta que visitamos en aquel viaje onírico en el que todo parecía real.

Sí, es la letra E, la E de esperanza, la E de esa larga espera en la que el tiempo pasa casi sin darnos cuenta, en un suspiro imperceptible sientes que la vida ha pasado, que todo lo que parecía inalcanzable deja de serlo, pierde el encanto de la imposibilidad y llega, llega hasta ti disfrazado con la crudeza de una realidad imparable, trascendente, vital, única, hermosa y a la vez terrible. Vive, vive mientras puedas, siente mientras puedas.

Sí, S de sí, se puede; S de sueños; S de sentir; S de sola; S de suciedad; S de sopa de espárragos.
La verdad es que todo pasa tan deprisa que no siempre llegamos a entender las cosas que suceden, lo que surge de improviso, lo que aparece sin más. Uno sabe de su vida, de lo que siente, de lo que le pasa por dentro, pero qué sabe nadie de lo que contienen tus adentros. Ni si quiera tú sabes nada. No juzgues, no sabes, no tienes ni idea, no pienses que un hecho solo tiene una explicación o motivación. A veces es solo una apariencia, otras no es ni si quiera eso.

Isolina Cerdá Casado



domingo, 22 de junio de 2014

El geranio ya está mustio, como la dueña. Pues el pobre no tiene la culpa de tu desidia, que lo sepas.

 
Bueno, ya sé que no estás tal cual te veo en la foto, querido geranio olvidado tras una ventana de cristal. Esta foto hace ya unos meses que fue tomada, sino fuera por la cámara y esa imagen captada no me habría dado cuenta del estado de abandono en el que te encuentras, en el que te tengo más bien. 
Creo que me va a venir bien estos días de descanso, de medio descanso, de desconexión, de cierta relajación respecto a las obligaciones horarias escolares. A veces sucede que empiezas a correr y te olvidas de la sensación de caminar despacio, sin prisa, sin tener una hora prefijada con la que cumplir o a la que llegar a los sitios, y ahora mismo siento que eso es lo que necesito, parar.
Vale, ya estoy parada, y ahora qué. 
Ahora a seguir parada, o relajada, sin mirar el reloj más de lo necesario, sintiendo la brisa vespertina que mueve mi pelo y las toallas colgadas de la cuerda verde.
Es hora de reconocer que mi equilibrio se ha visto alterado, que me atormentan las imágenes del trágico suceso, una y otra vez, no sé por qué, pero hasta tal punto me ha afectado que camino por la calle y la veo a ella, veo a mujeres sentadas en el asiento del copiloto, y sus rostros se me asemejan a los de ella, y no consigo olvidar su trágico final, y no consigo borrar de mi mente la descripción del escenario terrible. Y pienso en sus hijos, en los cinco, y es tan injusto que no puedan recibir el calor de su madre.
Supongo que pasará, tal vez ahora, con la edad, me he vuelto más sensible a los golpes que te da la vida, o porque no estoy todo lo fuerte que debiera estar, o porque tiemblo de miedo ante lo que podría pasar. 
No se puede vivir con miedo, no se debe vivir así.
Venga, ya está, ale, ya lo has escrito, ya te has desahogado, ya estás libre. 
No, no es tan sencillo, creo que yo soy un flan tembloroso, un flan que necesita su reposo, temo que alguien me haga desaparecer de un bocado. 
Perdona, un flan no tiene consciencia, no está vivo, no puede tener miedo,
 ¿o si?
¡Ay, no sé!

Isolina Cerdá Casado

sábado, 21 de junio de 2014

Mi mundo.

Mi mundo está presidido por unos novios que se besan sin parar, como si se hubiera congelado el tiempo y lo único que importara fuera el calor de unos labios hambrientos, ¿de amor? ¿de afecto? ¿de deseo? 

En mi mundo hay unas princesas que me miran con recelo, cuyas sonrisas están cristalizadas por la magia que alguien inmortalizó en plástico duro, una zapatilla del número veintinueve lo traslada en una procesión sin cristos ni cruces.


Mi mundo está lleno de imágenes creativas, de sueños de teatro por realizar, de bailes, de historias, de escenarios llenos de expresión interna, de experimentos, de un teatro que nunca morirá, que siempre está presente.

En mi mundo hay paraguas sostenedores de otros mundos, hay gritos, hay mil viajes por hacer dentro de un cohete imaginario que se inicia con el teclear de un ordenador, o el arrastrar de un bolígrafo sobre cualquier superficie potencialmente receptora de cuentos.

En mi mundo hay cocidos, zumos de naranja, cafés matutinos y vespertinos, hay caldos grasos que se tiran por el desagüe, hay sartenes que tuestan pan antes de las ocho de la mañana, hay purés, hay ensaladas, hay bizcochos gallegos muy esponjosos. Hay paellas, guisos con guisantes, lechugas, tomates de la huerta y revuelto de calabacines que a un marido hortelano le dio por sacar de la tierra.

En mi mundo hay ropa por planchar, ropa planchada, ropa sucia, ropa lavada, ropa pasada de moda, ropa de sueños y teatro, ropa de niños y niñas que crecen, ropa que me dan, ropa que voy a dar, ropa que se pega a mi cuerpo y huele a suavizante, o a sudor o a cansancio de caminar por la vida, y de correr y de saltar y de no pararme a sentir y a mirar el paisaje.

Mi mundo está custodiado por un ejército de playmóbiles que se ríen del orden, e instalan el caos; caos que yo asumo, caos que adoro, caos que es vida, caos que preside mi mente, caos que lucha con el orden correcto, con el orden que debe ser, con el orden, con el orden. 

En mi mundo hay dos tortugas pendientes de mí, que esperan que algún día caiga en su charco y nade con ellas entre palmeras de plástico duro.

En mi maravilloso mundo las orquídeas se asoman a la ventana, y ríen, se ríen de un poto arrinconado en la esquinita de un mueble. El amarillo de la amistad está siempre ahí, ellas me recuerdan lo importante que es tener amigos, y tenerme a mí misma, y mirar hacia adentro, y respirar, y relajarme, y quererme mucho porque la única verdad es que yo siempre estaré conmigo, aunque mi yo sea un conjunto de personas que están, que estuvieron, que estarán siempre

En mi mundo hay muñecas despeinadas, niñas que no se quieren peinar, monos, peces, cuadros, hojas que cuelgan de la pared, cascos para ir en bici, sofás heredados, sofás comprados, sillas, mesas, manteles de plástico, de tela. Mi mundo tiene una Nancy que me mira de reojo y se ríe de mí. Y yo, yo voy y le hago una foto a toda esta maravilla que en este instante es mi vida. Tal vez dentro de un minuto ya no será igual, seguro que no será igual, porque todo está cambiando, continuamente, fugazmente. Mi mundo adorado ha sido inmortalizado por una cámara que mi hermano querido me regaló, no he hablado de él, ni de mi otro hermano, ni de mi padre, ni de mi marido, ni de mis hijos, entonces ¿cómo he podido decir que he inmortalizado a mi mundo? Mi mundo es tan inmenso, tiene tantos sentidos, que es imposible reducirlo a una imagen, ni a una frase, ni a un montón de líneas, mi mundo también eres tú, mi mundo...

Isolina Cerdá Casado

martes, 17 de junio de 2014

Estoy contigo.

    La vida avanza, transcurre, está pasando, ellos corretean, ellos son felices, y yo estoy bien, me siento feliz. Dejaré a un lado esos momentos en los que me invaden las dudas, en los que me faltan las fuerzas; los tiempos tristes en los que siento que algo me falta, en los que pienso en las cosas negativas y me olvido de lo importante, de todo lo que tengo, todo lo que me rodea, tengo rosas blancas que se abren ante mí para recordarme que la vida es circular, que todo pasa, y todo vuelve, que todo tiene un sentido y una razón de ser. Y no se trata de querer, ni de poder, ni de saber, ni de estar dispuesta, no, se trata de todo eso junto más un interior lleno de algo, la chispa de la necesidad. Y ahora, hoy, en este instante preciso siento que estoy, veo la luz, siento una extraña paz, porque al saber lo que uno quiere se puede sentir tranquilo, al menos sabe hacia dónde dirigirse, sabe qué color tienen sus sueños. 
    Mis sueños tienen el color de las fambruesas, estas me las dio el frambueso que mi marido plantó en una gran maceta de nuestra terraza, y las mezclé con las moras e hice una mermelada deliciosa para llenarme de energía en las mañanas de mi vida arrastrada; tantas veces siento que me arrastro que hoy me siento ligera de más. El sentirse así es muy duro, tener la sensación de que te levantas pero te obligas a desplazarte, a llegar hasta el baño, a echarte un montón de agua en la cara para ver si retornas a la vida consciente y te aparcas definitivamente de ese mundo onírico repleto de pesadillas que inundan tus noches de intranquilidad. Pero hoy, hoy todo parece distinto, y aunque soy consciente de que puede tratarse de algo transitorio, voy a disfrutar de esta sensación de frescura, de aliento esperanzador. Yo puedo, puedo, puedo.
    Y esos zapatos gastados, esas macetas que un día estuvieron llenas de esperanza y de cuerpos fuertes tendrán su sentido, en ese desgaste está la energía, el rastro de la vida, de las pulsiones, de la fuerza que un día tuvieron nuestros sueños, cuando estrenamos esos zapatitos y comenzamos a caminar por la vida, sin saber, sin ser conscientes de esa totalidad que somos, de sueños, impulsos, dolores, recuerdos, afectos, conflictos. Lo grandes que podemos llegar a ser, con simples gestos vivos y sanos, repletos de corazón y buenas intenciones. 
    Si alguien está en un mal momento debe saber que todo es transitorio, tan transitorio es ese dolor que siente como la felicidad chisposa que siento yo en este momento, porque nunca se sabe en qué punto de tu vida cambiará la perspectiva vital. 
Isolina Cerdá Casado



miércoles, 11 de junio de 2014

Voces


    Gritan, ellas están gritando y da la sensación de que nadie las escucha, no se las oye, y lloran y lloran pero parece que su llanto es invisible, un llanto mudo. ¿Puede un llanto desaparecer del mundo en cuanto el corazón lo crea?
    Depende de la parte del mundo en la que te encuentres. ¿Estás arriba? ¿abajo? ¿a un lado? ¿al otro?
    Tal vez no es problema del corazón que emite sino del que recibe, que está sordo, ciego y mudo.
    Si se hubieran llevado a mi hija...mi niña linda, la de los ojos claros, la rebelde, la que me da abracitos por sorpresa, la que parece una princesa. Ella, mi niña, si a ella nadie la escuchara llorar me moriría de pena, de una impotencia con ondas de dolor, de un llanto salvaje que haría explosionar volcanes olvidados. 
    El dolor robustece, hace que la mirada se profundice, encoje el alma, la vuelve temblorosa y fuerte al mismo tiempo. 
    Las palabras no significan nada si no hay detrás una acción que las empuje, ¿cuál es mi acción? ¿Qué hago yo al escuchar el grito ajeno? ¿O es que mi propio grito me ha vuelto sorda? 
    Es que el tiempo pasa tan deprisa que apenas tengo tiempo de ser consciente de las cosas que vivo, de las cosas que pasan, de la vida en general, la vida es lo que es, un segundo fugaz, un suspiro, una mirada. 

    Ay, no estoy, no estoy, no estoy.
    Vuelve, anda vuelve ya, tus ocupaciones te esperan, los niños, la casa, las actividades,...¡¡¡¿¿¿???!!!

    Isolina Cerdá Casado

    

Pos pandemia. Corazón postraumatizado.

      Hoy, ahora, hace un momento, me dio por hacer limpieza del bolso. Mi bolso es una especie de contenedor de vida, también de objetos pu...