martes, 18 de noviembre de 2014

Li y Man

    -Li, te noto un poco agrio, ya sé que tu naturaleza lleva consigo una cierta acidez pero hoy, yo no sé, será el cielo grisáceo e indefinido por impreciso, el no saber si el gris lleva agua o viento, o truenos potenciales, pero no sé por qué estás así. ¿A caso crees que hoy es tu último día?
-No sé Man, estoy extraño, me siento fatal, no sé si es mejor acabar siendo zumo o pudriéndome en el frutero como mi primo, anda con el moho envolviendo una parte de su ser y creo que prefiero lo primero. Tú, en cambio, estás igual, lo mismo, tan sonriente como siempre.
-¿A caso va a cambiar algo si dejo de sonreír? Creo que no, seré igualmente masticada, u olvidada, pelada o aplastada, qué más da.

    -Pues me dejas con la boca abierta, ¿cómo puedes decir eso? Hija, que no te inmutes por tu futuro es preocupante. Aunque tal vez sea esperanzador de alguna manera evitar las preocupaciones del alma. 
-Si es que no se gana nada Li, en realidad las cosas suceden igual. Pues yo he pensado hacer algo.
-¿Y qué has pensado Li? Tal vez me interese.
-He pensado que me voy a fugar.
-¿Fugar? ¿A caso estás aquí obligado? Li, nacemos para ser exprimidos, con un exprimidor o con los dientes de algún humano, o animal, pero ¿qué otro futuro ves en el horizonte para un par de frutos como nosotros?
-Pues por lo pronto, me niego a ser escurrido en un vaso, o goteado en una cuchara con miel, quiero sentir el aire nuevamente, mientras tenga la piel brillante quiero vivir, sin esperar a que el moho se apodere de mi suave envoltorio. 
-Pues lo veo muy bien, Li, aunque no sé cómo lo vas a hacer. 
-Hay varios momentos del día en los que se abre la puerta de la calle, entonces, en uno de ellos, yo estaré preparado para rodar hasta cruzar el umbral, entonces bajaré las escaleras, y pisaré la calle. Rodaré y rodaré y cuando llegue a una zona en la que haya árboles y hierba, entonces me quedaré allí, quieto, esperando que mi interior sea poseído por ciertos bichejos antecesores del fin. 
-Pero, ¿qué más da un final que otro?
-Oh, vaya, Man, está claro, la diferencia es elegir el cómo vivir, que no sean los demás los que decidan, sino que tú eliges dónde y cómo quieres vivir.
-Pues bien mirado, no es mala idea. Creo que rodaré contigo hasta cruzar el umbral de la calle, pero yo voy a rodar hasta un hormiguero, quiero verlas trabajar mientras yo estoy esperando. 
-Pues en ese caso, elijamos un hormiguero situado al lado de un árbol, así estaremos juntos. Al fin y al cabo eres mi mejor amiga Man, nunca que pensé que pudiera encajar con nadie del frutero. 

    Un día, cuando iba a recoger a los niños al colegio, encontré en el suelo tirados, en la puerta de la casa un limón y una mandarina, pensé que los niños se habían puesto a jugar con las piezas del frutero. Mi hija tiene tanta imaginación que es capaz de crear un mundo mágico a partir de una hoja de naranja. Iba tan deprisa que no me entretuve en colocar las piezas en su lugar, salí escopetada, llegaba tarde. Al volver, entrando en casa, recordé esas piezas tiradas en el suelo, me puse a buscarlas pero ya no estaban. Iba a cocinar un arroz con pollo, y me gusta mucho exprimir un poco de zumo de limón una vez está servido en el plato. Pero no tenía limones, yo juraría que me quedaba uno, no estaba. ¿Se largó? ¿A tomar el sol en un día gris? No, el limón decidió libre, hizo lo que le dio la gana con su vida, rodó escaleras abajo, llegó hasta la acera, rodó aún más, cruzó la carretera, y llegó hasta un árbol que daba limones en alguna época del año, por lo del cambio climático no sabía cuándo era el momento adecuado, según el tiempo. 
    Días más tarde me encontré al limón junto a una mandarina, al lado de un árbol, junto a un hormiguero. Sonreían. ¿Por qué sonreían? Pudieron elegir.
    -¿Y tú?
    -¿Yo?  
    Rueda, no dejes de rodar mientras tengas el impulso de hacerlo, busca tu árbol o tu hormiguero y quédate allí, sonriendo.

    -¿Eh?

Isolina Cerdá Casado



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