jueves, 21 de julio de 2016

Escritura creativa: La boda pistacha de Julia.


El reloj rosa indicaba que iba a ser un día ajetreado, no iba a ser puntual, otra vez. ¡Las doce y cuarto! Llegaba tarde, no podía ser que el tiempo corriera tan deprisa, era increíble, pero si apenas se acababa de levantar, llevaba unos días rara, eso pasa de vez en cuando, la rareza vital: estás rara, estoy rara, está raro. Se sentía así, pero jamás imaginó que su rareza le podía afectar tanto a la percepción del tiempo. Tal vez se había apretado mucho la goma de pelo con el lazo blanco, abusaba del pelo recogido, su prima se lo decía una y otra vez: "Con lo bonito que tienes el pelo, ni una cana Julia, eso no es algo frecuente a tu edad, sabes que yo llevo tiñéndome años y me fastidia que tú con ese pelo negro no lo dejes volar al viento, además que estás más guapa con el pelo suelto, seguro que si te soltarás el pelo más a menudo ya habrías conseguido un buen marido." Ella no entendía ese empeño de su prima por conseguir un buen marido, ¿a qué se refería exactamente con lo de buen marido? ¿Qué es un buen marido? ¿El que es capaz de arreglar una lavadora con un tubo de pegamento comprado en un Chino? ¿O el que pone una lavadora sin echártelo en cara veinte veces? ¿Qué le pasaba hoy con las lavadoras? ¿A caso tenía un bañador metido dentro de ella que le mandaba mensajes subliminales? "Lávame, lávame de una vez, estoy acartonándome junto a la toalla?
    Respecto a los maridos, ella estaba muy bien como estaba: dibujando y comiendo pistachos. Comía tantos pistachos y se acordaba tanto de su prima, que en ocasiones veía maridos apistachados,y fantaseaba con ellos, e imaginaba maridos con ojos achinados, bocas de finos labios y orejas ahuecadas, y el pelo, oh, sí, el pelo al viento, los cuatro pelos negros sueltos, sin una sola cana.
Ella siempre había soñado con un marido hecho a base del mejor y más saludable fruto seco: el pistacho.





Y sin esperar la opinión de su querida prima, decidió que ya era hora de casarse, así que le pidió que se casara con ella, el marido apistachado asintió a su propuesta sin dudarlo ni un segundo, entre otras cosas porque no podía cambiar el gesto, organizaron una boda espectacular, ella accedió a la petición de su marido: no incluirían ningún plato con pistachos en el menú del restaurante en el que celebrarían la gran boda pistacha. 


    Y colorín colorado un extraño cuento les he contado, con unos cuantos ingredientes que en una foto he inmortalizado: una goma de pelo, un tubo de pegamento, un rotulador permanente, una servilleta superabsorbente, un montón de pistachos y un reloj rosado que mi hija dejó olvidado.

Isolina Cerdá Casado

miércoles, 20 de julio de 2016

Cambios


    Hay momentos en los que parece que la vida es una cuesta arriba continua e interminable, no sé por qué, pero ocurre. Y no es interminable, puede que arriba haya unos cuantos amigos esperándote para tomar una caña. Pero si lo piensas no es algo inevitable, lo de la cuesta arriba me refiero, bastaría con darse la vuelta y en lugar de subir, bajamos. O girar, noventa grados, a la derecha, cruzar la calle, sentarte, respirar. La opción más interesante sería coger un patín, y lanzarse nuevamente hacia abajo, tal  vez de esa manera podríamos apreciar los detalles del camino que pasamos por alto por correr tan deprisa. A lo mejor son los zapatos: cámbialos, tal vez con un poquito de tacón irías más segura; a lo mejor es por la sensación de frío: ponte un abrigo. No lo sé, pero si te está costando tanto tendrás que cambiar algo. Yo ya tengo el patín.

Isolina Cerdá Casado

domingo, 17 de julio de 2016

Inspiración

Hoy no lloran los ojos, el alma se ha tranquilizado, dichoso el tiempo sanador que con su transcurrir abraza la pena y le ofrece alivio. En ocasiones buscas la calma y por más que lo haces no encuentras nada. Y resulta que todo era una gran equivocación, no podía buscar nada, ella tenía que venir a mí y abrazarme silenciosa, llegar sin ser vista, solo un halo de tranquilidad me daría una pequeña pista de su proximidad. Así es como sucede muchas veces, llegan las buenas cosas sin darnos cuenta de cómo llegaron, lo mismo que desaparece la calma, se marcha lejos y no sabemos en qué momento ocurrió pero de pronto lo ves: se fue todo al garete.

Isolina Cerdá Casado 

viernes, 15 de julio de 2016

Paz


Yo solo quiero eso, paz, ya sé que yo no vivo sola en el mundo, es posible que no le importe a nadie de los que actúan así, como repartidores de dolor, menos aún a esos que se abanderan en una ideología religiosa y que justifican esa violencia. Supongo que antes me sentía tranquila ante la barbarie, pero todavía recuerdo la forma de relatar aquel choque de aviones contra las torres de Nueva York, yo salí del tanatorio, mi abuela estaba muerta, se fue de este mundo en algún momento de la noche del once de septiembre del año 2001, yo entonces tenía la sensación de que estaban relatando una película, pero no, era real. 
A partir de ese atentado han habido otros que también nos han tocado, ya antes se produjeron en otros países que nos resultaban lejanos, sin embargo cuando esto ocurre en países próximos, y en tu propio país, te tiembla todo. Yo creo que el que actúa así no teme perder nada, justifica sus acciones injustificables.    
Ellos olvidan que la vida ya es muy cruel e injusta, ellos no saben que los que corren, los que gritan, ya tienen sobre sí mismos los propios gritos que les saca la vida. Cuando has despedido forzosamente a familiares que han sido víctimas de enfermedades implacables, y te has llenado de fuerza, y has seguido luchando, cuando sabes que esa lucha la emprenden día a día montones de personas, sabes, conoces lo duro de un tratamiento de quimioterapia, sabes el esfuerzo vital por seguir, sabes del llanto, de la lágrima, del grito. No puedes dejar de preguntarte por el sentido de este horror. ¿Se hace por un Dios o quieren desafiarlo? ¿Creen que no hay una lucha diaria por vivir? ¿A caso no piensan que los niños son ángeles puros y sin ningún tipo de maldad? Vive y deja vivir, mi perrita mira al cielo, ella es ajena a todo, mis hijos se levantan y ven las noticias y preguntan, ¿por qué? Y no se puede decir nada, no lo entendemos, no se puede buscar razón en la sinrazón. Lo sé, yo lo sé todo, bueno, no todo, solo algunas cosas. Sé que quiero vivir en paz, sé que no me gusta que haya niños flotando en las orillas del mar, sé que no me gusta que haya llanto provocado por la irracionalidad. Las fotos de Siria, del antes de la guerra y el después. No me gusta. Montones de niños muertos, ya, lo sé, no es la primera vez, sí, ya lo sé, todo acto terrorista arrastra injustamente a muchas víctimas inocentes. ¿Y qué puedo decir yo? ¿Que me duele? Nos duele a todos. ¿Que es injusto? Siempre lo es. 
¿Qué quieren en realidad? ¿Morir? ¿Matar? ¿Que muramos todos? ¿Cuál es el objetivo final? Una explosión gigante y adiós al mundo, adiós a los niños, adiós a la esperanza, adiós al mundo maravilloso y cruel, adiós a la vida, adiós a una madre, adiós a unos hijos, adiós al amor, adiós a un mar en calma...
El televisor iba cambiando de una imagen a otra, el fondo de la pantalla siempre era el mismo, unas palmeras, un camión, un montón de gente ajena al peligro que se avecinaba y de pronto, gente corriendo despavorida, llena de miedo, cogiendo en brazos a sus hijos, a su familia. Ya me había tomado el café, qué bien, puedo tomar café en mi casa, tengo casa y cafetera, y luz, y una perrita que me mira desde la terraza, y mis hijos duermen en sus camas, tienen camas y pueden desayunar leche con galletas. Muchos refugiados no pueden hacer esto, hasta hace poco mi normalidad era también la suya.  
Necesitamos paz, no queremos armas, no queremos que se hagan, ni que se vendan. No queremos odio irracional, odio que conduce camiones, odio que pilota aviones, odio que explosiona sobre sí mismo y lo embrutece todo.

Lo siento, hoy por Niza, ayer fue París, antes Siria, España...lo siento mucho.

Isolina Cerdá Casado

miércoles, 13 de julio de 2016

Miércoles, un objeto de inspiración, bueno más de uno: ropa amontonada y zanahorias.

Esto ya es el colmo, busco la inspiración en un montón de ropa pendiente del planchado y en una fila de zanahorias de diferentes tamaños y grosores. Una de las cuales, por cierto, la del centro concretamente, debe estar ya absolutamente oxidada porque quiso posar con el mejor naranja escondido en su piel curtida y para eso se peló con un cuchillo de fino filo, la mano de la mujer que la rasuró temblaba. 

-¿Quieres que te pele para posar?-le preguntó la señora Matilde aún a sabiendas de que tras el rasurado iría directa a la olla o a una sartén mezclada con cebolla y ajo y algo de carne roja que después bailaría con el cucús. 

-Sí, absolutamente sí, estoy cansada de esperar metida dentro de una bolsa junto a otras zanahorias aburridas, en un cajón no frost que eterniza mi vida y hace que me pregunte si tiene sentido todo esto.

-Pero querida-dijo la señora Matilde algo asustada ante semejantes pensamientos procedentes de un cerebro que creía inexistente en un tubérculo anaranjado y en sí mismo, por formar parte de los seres vivos condenados a morir en el estómago de algún humano que come sano o de algún conejo inquieto y respingón, y que no piensa por sí mismo-¿Cómo vas a posar para una foto de esa guisa, pelada hasta las trancas? ¿Eres consciente de que no volverás a la nevera?-continuó con sus argumentos la mujer, que por cierto estaba falta de rasurarse ella misma, es decir, de una depilación como Dios manda, ¿o no lo manda Dios? ¿Quién lo mandaba entonces? 

-Estoy cansada, Matilde, echa la foto que me voy.

Y así fue como la inspiración llegó hasta el cerebro de la señora Matilde. Que con tal de evitar el planchado de un montón de ropa interminable se puso a escribir bajo una dudosa necesidad expresiva, tomando como excusa el cansancio vital de una zanahoria con inquietudes. ¿No sería en realidad que ella misma estaba metida en un cajón no frost y rodeada así mismo de un montón de zanahorias que parecían felices y que no cuestionaban el sentido de su vida? 
Sí, Matilde no era consciente pero intuía que algo extraño pasaba en su vida y en su piel, con el paso de las horas y a la vez que aquella zanahoria iba adquiriendo un color amarronado como consecuencia de la oxidación, ella iba tiñéndose de un naranja sospechosamente similar al que poseía la rebelde hortaliza.

Isolina Cerdá Casado








miércoles, 6 de julio de 2016

Le fallaron las piernas.


No, no te preocupes, no importa, al fin y al cabo lo haces porque te apetece, no es por el dinero, lo sabes, es por una necesidad de contar cuentos, de decir al mundo, de expresar un llanto que tal vez si no fuera así no saldría de dentro. Estaría metido en un profundo pozo lleno de emociones, que se apelotonarían sin sentido aparente, se estarían chafando unos a otros, quizá sería lo mejor, no volver a ellos, no contar nada, que las cosas fueran pasando, que las emociones se solaparan unas con otras y que no se amasaran para formar un gran escupitajo de dolor arrojado al suelo, junto a un chicle ennegrecido por la vida, como el alma ingenua, que dejó de ser mordida y masticada y se convirtió en un pegote.
Yo no iba a escribir sobre tristezas, menos aún sobre las penas, y no tenía ningún impulso de volver a jugar con las emociones, es que soy demasiado cansina, y llega un momento que yo misma me agoto de volver a lo mismo, que no sé exactamente qué es eso a lo que vuelvo, hablo de dolor, pero es un dolor difuso, no sé, supongo que se trata de un conjunto de dolores, pero que como digo me cansa, pero bueno, será porque tenía que ser cansina, lo tenía que ser.
Hoy es un día extraño, de esos días de verano que son pegajosos, en los que el cielo empieza siendo azul y pasa por grises densos, y parece que va a imponerse la tormenta pero luego resurge el sol y vuelve a hacer calor, en realidad nunca dejó de hacer ese calor sofocante, aquel hombre casi se desploma en la farmacia, no sé por qué me ha venido ahora mismo su imagen, pero lo he vuelto a ver tambalearse frente a uno de los mostradores, la farmacéutica se apresuró a ponerle una silla detrás, si no hubiera sido por su rápida reacción aquel señor se habría caído de culo ante mis ojos. La dueña de la farmacia se apresuró a ofrecerle agua, le sugirió al aturdido señor que no se levantara, que esperase unos minutos. -"¿Y para qué necesito agua? ¡Qué tontería! Lo que me fallan son las piernas, no la garganta."- respondió con cierta sorna el afectado.
Yo pensé, tal vez con maldad, que la farmacéutica no quería vérselas con un hombre derrotado por sus piernas cansadas en el brillante suelo de su recién reformada farmacia. Estuve a punto de pedirle para mí el vaso de agua, ¡hacía tanto calor! Pero no, me contuve y esperé a que se solucionara el percance para comprar los tapones para el oído de mi hijo, que lo llevaba conmigo casi a rastras para que a pesar de su otitis pudiera darse un baño en la piscina. El hombre salió, con una actitud casi de indignación, le había molestado profundamente ese ofrecimiento del vaso del agua y en cuanto supo que sus piernas iban a responder, salió de la farmacia a paso ligero, lo más ligero que le dejaron. Qué importantes son las extremidades, y no nos damos cuenta hasta que nos pasa algo con ellas. 
La toalla naranja está hecha un manojo de tela rizada y húmeda apoltronada entre una pared de azulejos blancos y un radiador que tal día como hoy parece estar a pleno rendimiento, por el calor interior y exterior de la casa. Desastre absoluto, la estoy viendo y me está diciendo que la quite de ahí, que la meta en la lavadora y que la ponga a girar con agua y detergente, pero yo estoy perezosa, uno de esos días en los que ves que tienes miles de cosas que hacer y te pones a escribir tonterías frente a un ordenador a punto de caducar, espero que no se rompa. ¡Oh! No sé qué haría sin él, porque me resulta muy útil para controlar la locura transitoria, aparece, viene, le digo hola, bailo con ella, escribo un texto, se va, me deja libre con mi estado cambiante, vuelve, me hunde o me hace saltar, me inspira un cuento, me anima, me libera. Todo gracias a él, y también a las horas invertidas en aquella academia en la que eché horas y horas golpeando teclas una y otra vez, con la única certeza de que aumentaría la velocidad al escribir en máquina ruidosa, tal vez porque el instinto me decía que aquello me iba a servir para algo más que salvar trabajos universitarios empezados a destiempo. Gracias al curso de mecanografía de mis años de juventud ahora puedo escribir pensamientos a la vez que observo mi casa y justamente es una imagen la que me inspira, me arrastra, me lleva y me trae. No necesito una puesta de amanecer preciosa para inspirarme, aunque también me inspire.

Tampoco necesito la imagen de dos pollitos preciosos mostrándose ternura el uno al otro para para escribir con impulso creativo, aunque también me inspire.


En realidad la vida cotidiana está llena de imágenes inspiradoras. Voy a ver si ceno, que el cielo está ya oscurecido por la llegada de la noche y los pozos llenos de emociones oníricas están a punto de estallar.

Isolina Cerdá Casado

Pos pandemia. Corazón postraumatizado.

      Hoy, ahora, hace un momento, me dio por hacer limpieza del bolso. Mi bolso es una especie de contenedor de vida, también de objetos pu...