Esto ya es el colmo, busco la inspiración en un montón de ropa pendiente del planchado y en una fila de zanahorias de diferentes tamaños y grosores. Una de las cuales, por cierto, la del centro concretamente, debe estar ya absolutamente oxidada porque quiso posar con el mejor naranja escondido en su piel curtida y para eso se peló con un cuchillo de fino filo, la mano de la mujer que la rasuró temblaba.
-¿Quieres que te pele para posar?-le preguntó la señora Matilde aún a sabiendas de que tras el rasurado iría directa a la olla o a una sartén mezclada con cebolla y ajo y algo de carne roja que después bailaría con el cucús.
-Sí, absolutamente sí, estoy cansada de esperar metida dentro de una bolsa junto a otras zanahorias aburridas, en un cajón no frost que eterniza mi vida y hace que me pregunte si tiene sentido todo esto.
-Pero querida-dijo la señora Matilde algo asustada ante semejantes pensamientos procedentes de un cerebro que creía inexistente en un tubérculo anaranjado y en sí mismo, por formar parte de los seres vivos condenados a morir en el estómago de algún humano que come sano o de algún conejo inquieto y respingón, y que no piensa por sí mismo-¿Cómo vas a posar para una foto de esa guisa, pelada hasta las trancas? ¿Eres consciente de que no volverás a la nevera?-continuó con sus argumentos la mujer, que por cierto estaba falta de rasurarse ella misma, es decir, de una depilación como Dios manda, ¿o no lo manda Dios? ¿Quién lo mandaba entonces?
-Estoy cansada, Matilde, echa la foto que me voy.
Y así fue como la inspiración llegó hasta el cerebro de la señora Matilde. Que con tal de evitar el planchado de un montón de ropa interminable se puso a escribir bajo una dudosa necesidad expresiva, tomando como excusa el cansancio vital de una zanahoria con inquietudes. ¿No sería en realidad que ella misma estaba metida en un cajón no frost y rodeada así mismo de un montón de zanahorias que parecían felices y que no cuestionaban el sentido de su vida?
Sí, Matilde no era consciente pero intuía que algo extraño pasaba en su vida y en su piel, con el paso de las horas y a la vez que aquella zanahoria iba adquiriendo un color amarronado como consecuencia de la oxidación, ella iba tiñéndose de un naranja sospechosamente similar al que poseía la rebelde hortaliza.
Isolina Cerdá Casado
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