viernes, 25 de julio de 2014

Otro punto de vista: "Ay, es el aire de Gicela"

    Bueno, hoy quiero contar una pequeña sensación, maravillosa, espectacularmente esperanzadora. Un regalo de otro punto de vista que me ha hecho ver que todo depende del punto de vista desde el que se mire. El domingo mi cuñado, el tío de mi niña, celebró su cumpleaños en la parcela, y en esa celebración su novia infló un globito a mi hija, el globo estuvo atado por unas horas en el carrito de Claudia, la prima de mi hija, mi sobrina. Yo pensé que el globo se lo habían inflado para ella, pero al terminar el día cuando ya nos íbamos a casa, mi hija insistió en llevarse el globito con ella, porque era suyo. Así que lo cargamos en el coche. El globo ha estado toda la semana en casa, dando vueltas por aquí y por allá, "otro trasto", pensaba yo cada vez que lo veía. El globito naranja iba perdiendo su volumen día a día, y hoy, viernes veinticinco de julio, estaba yo desayunando y ella salió a la terraza. Mi hija todavía no había acabado su desayuno, así que comencé a insistir en que terminara de tomar la leche. Entonces cogió el globo, me callé, sabia actitud, y la observé. Lo abrazaba diciendo a la vez: "Ay, qué pena, es el aire de Gicela". ¿Qué dices?, le preguntaba yo, "se está vaciando", volvía a decir abrazándolo con más intensidad.
    Uf, de pronto cambió mi punto de vista, qué maravillosa suerte tener a estos niños cerca, mis hijos, que continuamente te están enseñando cosas y puntos de vista olvidados a veces por simples normas de funcionalidad. No iba a escribir hoy, no tenía el impulso, con el camión amarillo de ayer y la toalla tuve bastante, sin embargo esa delicadeza de mi hija al hablar del aire de su tía Gicela me hizo fotografiar el globo que contenía el que para Lara era un tesoro muy especial y contar este pequeño gran momento mágico.

Isolina Cerdá Casado
 
 

jueves, 24 de julio de 2014

"Silla, maceta, toalla colgada, escoba, camión amarillo, ordenador portátil" Ahora con eso crea algo, maja.


    Estaba absorta en sus pensamientos, tal vez sería mejor coger la escoba y ponerse a trabajar de una vez, retrasar el momento del inicio de sus tareas no iba a hacer desaparecer todo lo que tenía pendiente. Debía recoger los restos de aquella pelea terrible, nunca imaginó que Polonio sería capaz de hacer algo tan terrible. Ella también le tiró la maceta en la cabeza, aunque él estaba entrenado para esquivarla. Las peleas entre ellos se habían hecho demasiado frecuentes. Se sentó en la silla de madera, la que con tanto cariño habían comprado juntos en las rebajas de enero, y se puso a darle vueltas a la situación actual. ¿De qué servía aguantar más? ¿a caso iba a modificar algo su carácter y su desorden? Ella era una maniática del orden y Polonio no daba un paso sin dejar un objeto fuera de lugar. La última pelea fue aquella toalla tirada sobre la cama. No era algo tan grave, por una toalla iba a echar por tierra una relación que ya duraba cuatro meses, era la relación que más le había durado. Comprendía que la satisfacción de rebasar esos cuatro meses iba a ser muy reconfortante, pero no sabía hasta qué punto compensaría la desagradable imagen de ver la toalla tirada como si tal cosa, ¿era tan difícil esforzarse un mínimo y mantener la toalla colgada en su sitio? Ella no pedía más. Ni si quiera le importaba que hubiera pintado el camión de ese color tan chillón, que casi hacía daño a la vista, pero por amor estaba dispuesta a montarse de vez en cuando en un camión amarillo. Es cierto que hubiera preferido que su pareja fuera un arquitecto y que diseñara la casa de sus sueños, pero qué esperaba, ella no había sido capaz de terminar tercero de la ESO. Definitivamente se comería su orgullo, cogería la escoba, barrería el resto de tierra y de los trozos de maceta, doblaría la toalla y se sentaría en una silla frente a su ordenador portátil a escribir sus desdichas. ¿Qué importaba que su novio condujera un camión amarillo? ¿A caso los Beatles no utilizaron en una de sus canciones un submarino amarillo? ¿Y los mismísimos cantantes de Zapato Veloz que con su tractor amarillo arrasaron un verano? ¿Por qué no iba a poder montarse en un camión amarillo?

    Decidido, se tomaría un café y tras ese momento comenzaría a recoger, pero cuando llegase a los cinco meses rompería con él, terminaría sus estudios y buscaría un novio arquitecto.

Isolina Cerdá Casado

domingo, 20 de julio de 2014

Girando.


Sólo hay una cosa que tengo que decirte en este momento, si estás mirando hacia adelante y el problema es que ves oscuridad, que parece que la luz se ha apagado, o alejado de tu vida, simplemente cambia de dirección, gira, avanza, camina, abre la puerta y mira.

Ambas imágenes están separadas por unos pasos literales, están en la misma línea pero en direcciones distintas. Hay que saber encontrar la fuerza para girar. ¡Gira! ¡gira! ¡gira! 
La vida es así, de pronto llegamos a un lugar ennegrecido, pues gira, tal vez necesites tiempo para tomar impulso, pero dentro de ti está la fuerza que necesitas.
Y mientras tanto, yo sigo con mi tiempo de desconexión.

Isolina Cerdá Casado


lunes, 7 de julio de 2014

Lunes, un objeto de inspiración: Huevera. Espero una tímida risa.


    Sí, señorita, lunes, ¿o debería decir señora? Pues no sé chica, hoy mejor llámame por mi nombre de pila y de cariño, que estoy con el café volviendo a la vida y apenas siento el impulso vital, todavía hay algo que que me mantiene enganchada al mundo onírico del que acabo prácticamente de salir. Creo que no he salido del todo, la verdad, hoy no quiero ser tristona ni tengo el impulso de hablar sobre las tragedias, no, me niego, no puedo más, parece que en mi vida solo hay un punto de vista amargo, en el que la tristeza ahoga la mirada, y la cierra y la oscurece, y apenas la deja disfrutar del mundo. 
    Pues sí, por eso, por eso mismo, por la necesidad imperiosa de contagiar a mis textos de cierta ironía o gracia, o mirada distinta, positiva, alegre, burlona, no sé qué, pero me puse a mirar a mi alrededor, buscando, buscando algo sobre lo que escribir que me alejara de los recuerdos sombríos y ahí estaba ella: la huevera.
     Me fijé en ella, llena de ciertos restos, de huevos rotos, de arenilla o caca de pollo, no sé, restos sobre los que volvían a contenerse más y más huevos. Jo, creo que no está la mirada irónica, ¡se ha ido huevera! No soy capaz de verte el lado gracioso, no lo soy. ¿Qué puede haber de divertido en contener una y otra vez un huevo tras otro? Resistiendo hasta que la funcionalidad de la caja contenedora se pierde por exceso de uso y entonces directa al contenedor azul, compartiendo espacio con revistas de sucesos pasados, pasadísimos, que nada interesan ni entretienen la espera hacia la planta de reciclaje. 
    ¡Basta! ¡Basta! ¡He dicho que basta! ¡Que te calles! Si no eres capaz de verle la gracia, entonces te callas, dejas de escribir, no publicas. ¿Entendido? Sí. Vale. Pues eso. 

    "Pero querida, anda, no te vengas abajo, si yo estoy bien, feliz de contener huevos y más huevos, con ellos dentro de mí me siento completa, llena, gallina por unos instantes, jejeje, es broma, no te rías, ya sé que no vas a verle la gracia. Ya me he dado cuenta, en los días que paso en tu cocina, que tu marido, el pobre, no sabe qué hacer para que te rías con los chistes. Él es muy gracioso, pero tú, nada, no has nacido con el don de entender ni de reírte porque sí. Y un chiste explicado pierde su esencia y no es lo mismo. Pues lo que te digo, tú tranquila, ya me verás la gracia, si es que yo comprendo que una humana sea incapaz de ver mi punto gracioso. Me lo paso genial cuando voy de paseo a por huevos y comparto impresiones con las otras hueveras, algunas en peor estado que yo, el tiempo pasa, y eso se nota en todos, las que peor lo pasan son las hueveras transparentes, tan chics, no sé si se dice así, ellas se creen superiores, solo porque son de un plástico crujiente, se creen evolucionadas respecto a nosotras, las clásicas hueveras de cartón. Es verdad que con la humedad nos ponemos blandas, no es lo que le pasa a otro tipo de bichos, especialmente a ese, pesado, nocturno, ¿lo pillas? No, ya sé que no. La cuestión es que ellas se rompen más fácilmente. ¡Ah! Para que luego se burlen de nuestra antigüedad, pues estamos hechas de materiales mucho más nobles, y reciclados y naturales. La envidia es que es muy mala. Tú tranquila mujer. Llegará un momento en el que le verás el punto gracioso a la vida, por cojones, ay, perdona, por huevos, queda mejor como huevera que soy. Yo sé que a ti cuando te da por reírte te ríes, y a lo loco, como gritando, eres genial. ¿Cuánto hace que no te ríes así? Mucho. Cualquier día me lío a tirarte huevos a la cara, a ver si te da el ataque y nos tronchamos todos al verte reír con desvarío, que es lo que te falta, parece que caminas con una huevera contenedora y limitadora encima. Yo de vez en cuando, para que los huevos no se aplatanen, echo uno fuera. ¿A que te has encontrado alguno en el suelo? Pues era yo, que lo lanzaba, le daba una patada y lo mandaba a explosionar fuera, en el suelo, para que viera que nunca había que perder la atención. Hay que estar alerta querida, que no te enteras, que la vida es muy corta, y cualquier día tu huevera te convierte en tortilla. ¿De patatas no? ¿Es la que te gusta? Pues ahora me pongo encima de tu cabeza y a ver cómo te lo explicas. Hasta luego."

Eh, la vida es...yo...no...pues eso...¿es lunes? ¡Ay madre mía!
Reír, algo me he reído. ¿Buena señal? Pues sí. 

Isolina Cerdá Casado

domingo, 6 de julio de 2014

Instinto. Él la mató, yo quedé tocada, la vida cambió, rebosó el vaso de las tragedias.

Haz caso a tus instintos, ellos te avisan, te dicen cosas. Vale, es cierto, sí, uno no puede vivir con miedo a que ellos se pronuncien en contra de tu avance. ¿Pero qué es avanzar? ¿A qué llamamos evolución en el camino?
Estoy mucho más afectada de lo que jamás imaginé que podría llegar a estar. Esas dos muertes, ellos, él que la mató a ella, ella que murió de golpes en la cabeza. Él que no era capaz de comerse un pollo al que había ayudado a matar.

Esto ha sido como la gota,
la gota de lluvia, la gota de pena,
el rebosar de un cúmulo.
No importa de qué,
importa la sensación de ahogo.

Pero el aliado está aquí, en el fondo está presente, demasiado, sobre él cuento mis desdichas. Parezco infeliz, ya, pero no es así como me siento realmente.

Y entonces me digo, calla ya, que tú tienes suerte, suerte de poder abrir un mueble de cocina, buscar y rebuscar hasta dar con esos sobres de manzanilla, y en el vaso de agua hirviendo que floten las hiervas de la calma y la resignación.
Estás perdida, no sabes qué hacer, hacia dónde dirigir tu concentración y la escasa fuerza que te sobra.
Es bueno querer hacer algo, que haya impulso; en realidad no soy consciente de cuán importante es que tenga algo por lo que moverse. Y que me deje a mis locuras, libre, sin riendas. Como debe ser, no tienes ningún privilegio.
Ser afortunada e incapaz de verlo.
Sufrir tontamente, sin un sentido,
espero que nazcan pronto las patatas.
¿Está rica la galleta?
¿Tiene algún sentido esto?
Pues claro que sí, tu vida.
Si no escribiera estaría muerta.
Estoy convencida de ello.
Muerte por explosión interna,
por ahogo.


    Sé lo que pasó, bueno, lo que quedó en el escenario del crimen: tú muerta, tu cuerpo inerte sobre la cama con golpes visibles en la cabeza, él tirado en el suelo del baño, como si hubiera sufrido un ataque la corazón, por los gestos que se habían quedado petrificados en su rostro. Ven, siéntate aquí, cuéntame lo que pasó.

    -Bueno, él entró, quería hablar, pero no estaba bien, yo no le abría la puerta, pero él tenía llave y se atrevió a entrar sin permiso. Entonces le reproché su atrevimiento. Parecía estar ido. Seguramente no había dormido ni comido lo que debió. Era otro hombre. No lo conocía, sentía que no lo conocía. Entonces me preguntó por qué le había jodido la vida, no era él. "Yo no te he jodido nada", le dije, no llamé a nadie, no lo creía capaz de una actitud violenta, pero lo hizo, me golpeó, no era él, el que yo conocí nunca habría hecho nada parecido. Fue en la cabeza, le grité, le supliqué que no me golpeara, por las niñas, las que ya no le dejé ver más, no eran suyas. Mis hijos fueron el último pensamiento. Me asesinó, no soportaba estar solo y me arrastró hasta el fondo del lago donde me ahogué con él, yo no soy un pez. 
    Dejó a mis hijos, niños y niñas frágiles, sin el calor de una madre, yo les habría dado amor de por vida. Nadie les arropará como yo lo hacía, nadie les amará como yo, sin esperar nada a cambio, reconfortada por su sonrisa tranquila. 
    No fue justo. No lo fue.

    ¿Habrías cambiado algo?

    -En algún momento sentí algo, un instinto, no sé, en realidad creo que no, porque actué llevada por el amor, y no podía adivinar el futuro. Todos pensaban que era un ángel que había llegado a mi vida, yo no iba a renunciar a mis cinco hijos y él los acogió y los asumió como propios, como si fuera una actitud sorprendente, tal vez la suya no era una actitud generosa en realidad. Es posible que muy en el fondo se escondiera un monstruo al que acallaba en el silencio de la noche, tal vez ni si quiera él sabía de su existencia. Las personas somos mucho más complejas de lo que parece a simple vista. 

    Claro, por eso existen los psiquiatras, los psicólogos y el arte, para calmar a los monstruos. Yo escribo sin parar, para no volverme loca. Descansa querida, descansa.

Isolina Cerdá Casado



jueves, 3 de julio de 2014

Sacos de patatas.

 La mujer estaba muy cansada, era como si tuviera que caminar arrastrando un saco de patatas en cada pierna, le costaba muchísimo, cada uno de los objetivos que se planteaba llevar a cabo eran oscurecidos por una cortina de preocupación constante. En muchos momentos actuaba como si no pasara nada, como si en realidad no arrastrara nada, como si no sintiera el peso de las patatas llenas de tierra. Pero en otros, en otros era muy difícil caminar a buen ritmo, aunque a su alrededor sonara una música, daba igual, ella no podía caminar con normalidad y se arrastraba. Solo la empujaba a caminar erguida su deber para con sus hijos, ellos no entendían de sacos que pesan y dificultan el desplazamiento. Ellos querían ser atendidos como siempre, como debía hacer una madre; era lógico, por qué iban a percibir esos martillos invisibles que golpeaban en la cabeza de su mamá, solo ella podía sentir los golpes, eran imperceptibles para la inocencia y las almas recién incorporadas al mundo. 
No, no, no, no siempre es imperceptible para ellos, los niños y niñas felices, desgraciadamente.
Esa mañana su hijo le había pedido que le hiciera un crepe de chocolate, y ella no tenía ningún entusiasmo por hacerlo, pero esos ojos de niño dulce la enternecieron y aligeraron en cierto modo el peso, así que apenas sin fuerza se puso a batir los ingredientes de la masa. 
Con cada baile de varilla iba sintiéndose más ligera, como si cada vez que movía la muñeca saltara una de las patatas fuera del saco, empezó a sonreír sin saber muy bien por qué, la idea de una patata saltarina  huyendo del encierro de un saco de tormento la emocionaba y le hacía mucha gracia. La sonrisa se fue haciendo sonora y las patatas iban saliendo enfiladas hacia el cubo de la basura, algunas se atrevían con la ventana y saltaban por ella hacia un cielo lleno de nubes de algodón. A medida que iba terminando la masa se iba sintiendo mejor, mucho más ligera, como si todas esas patatas hubieran desaparecido, tanto aligeró su peso que empezó a sentir que volaba. Pensaba en lo absurdo de la idea, pero a su vez también se sorprendía ante esa remota posibilidad, volar, solo había sido capaz de volar en sueños. Pero, ¿y si todo esto no era más que un sueño? ¿Y si su mejor amiga no hubiera muerto por la macabra actitud de un hombre ido? ¿Y si jamás hubiera llegado a saber lo que significaba la palabra cáncer? ¿Y si esto solo fuera una pesadilla de una niña que aún no conoce lo que te puede traer la vida con los años? 
Las patatas volvieron a su saco, con cada una de los interrogantes que su ligereza formuló en el alma retornaron al contenedor de los dolores, supo que era una mujer con hijos, lo confirmó el peso, lo confirmó la mirada sonriente del niño que le volvía a pedir sus crepes con chocolate. 
Terminó de cocinar los crepes y se comió uno sentada junto a su hijo, tuvo la sensación por un instante de que las patatas se habían vuelto a ir.

Isolina Cerdá Casado


martes, 1 de julio de 2014

De pronto.

La vida tiene eso, en un segundo todo cambia, una se amarra a la ley de la probabilidad, se acoge, se engancha, se obliga. Si todo va bien, seguirá yendo bien.
Pero no, no es así, de pronto todo puede cambiar y lo que parecía una normalidad feliz y tranquila, en la que abundaban las sonrisas y las miradas limpias de dolor, se oscurece, y deja su transparencia a un lado, en una esquina, y llega lo turbio, el barro, la suciedad de los hechos tristes.
Ya sé que tú estás bien, que a ti no te ha pasado nada, sin embargo, al ver cómo sus miedos se realizaron y se vieron plasmados en la pantalla de su televisor, en ese en el que se proyectaba la película de su vida, te diste cuenta de que la vida no era todo sonrisa, ni felicidad, ni despreocupación. Al final llega un momento en el que la historia da un giro sorprendente y el guión se intensifica de contenidos emocionales en los que los actores no habían trabajado lo suficiente, y les pilla por sorpresa, y hay gritos de dolor, miradas tristes, sorpresa ante la tragedia. 
Y entonces, esa sensación de miedo paralizante se instala en tu vida, ya no estás libre del dolor que intuiste en las miradas ajenas, tu propia visión es la de un ser dolorido que empatiza con todo aquello que sucede a su alrededor, siempre atenta, preparada, como si el miedo estuviera incrustado en algún rincón de tu alma. 

Venga, ya, ya pasó, dame un abrazo, no llores más, tranquila, estoy, estamos, todavía, todavía sí, aquí, cerca, muy cerca, tan cerca que casi no puedes verme. Yo soy tú, como tú, igual que tú. 

Isolina Cerdá Casado


Pos pandemia. Corazón postraumatizado.

      Hoy, ahora, hace un momento, me dio por hacer limpieza del bolso. Mi bolso es una especie de contenedor de vida, también de objetos pu...