jueves, 29 de octubre de 2015

Países poderosos, grandes estados, un niño sirio os está esperando para no morir de frío, necesita una mirada amiga , una mano a la que asirse.

Hubo un tiempo en el que pensaba que las patatas éramos simplemente patatas, apenas encontraba algo diferente que me hiciera sentir que de alguna manera todo podía cambiar. Un día me encontré con una mirada especial, llena de ilusión, mirada limpia, mirada amiga. Entonces comprendí que no hay que tirar la toalla, siempre puede haber un ojo que amplíe tu mirada.
Patatas, patatas, qué somos, en dónde acabaremos, ¿sartén? ¿olla? ¿podredumbre? 

Personas, niños que se ahogan escapando de la locura.
¿No nos incumbe? ¿realmente no es asunto nuestro? 
Hoy untaba mis tostadas con mantequilla, tenía frente a mí un café con leche calentito, volvía a la vida tras el sueño, había dormido plácidamente en mi cama caliente, a las seis de la mañana mi hija me llamaba desde su cama porque le dolía el oído, la calmaba, le di agua, la arropé, sacó unas cuantas flemas, le di paracetamol y siguió durmiendo tras quejarse dos veces más. Yo no volví a dormir, así que a las siete me levanté anticipándome al despertador, me vestí, fui al baño, me lavé la cara, hice pis, volví a echarme agua en la cara y me dirigí a la cocina a prepararme un café.
Pues allí estaba, con el televisor encendido enterándome de cómo estaba el mundo sentada cómodamente en la silla de la cocina. Movía el café, no le pongo azúcar pero hago bailar a la cuchara, gira y gira. Entonces un hombre grita desde la pantalla, se dirige a los países poderosos, es un griego que se ha cruzado cara a cara con la sin razón y la desesperación, del mundo y del alma respectivamente. Han rescatado a muchos sirios del mediterráneo, casi ahogados, muertos de frío. Un niño está siendo reanimado porque se ha desvanecido y lo masajean para intentar darle calor y despertarlo. Esa imagen produce en mí una lluvia de lágrimas, dios, me siento tan impotente, tan responsable, no sé qué puedo hacer yo, yo, una mujer cualquiera, que vive en un país que no está en guerra, en el cual también hay niños que sufren por la crisis actual, y por otras circunstancias. Sólo se me ocurre escribir, escribir, escribir...
Las lágrimas las limpié con la servilleta que acompañaba a mi desayuno, pero el impacto de esa imagen se ha quedado grabada en la retina, el ojo de una patata que busca una mirada dulce y no siempre la encuentra.

Isolina Cerdá Casado

lunes, 26 de octubre de 2015

Hallowen

Bueno, tengo que decir que cuando yo era joven, niña, vamos hace unos cuantos años ya de esto, lo de la noche de los muertos no se celebraba, veíamos por televisión, en algunas pelis, esa festividad americana, no solo de América del norte sino del centro y del sur, acerca de esa noche que de alguna manera se convierte en especial. Velones rojos encendidos cerca de alguna foto, la típica visita al campo santo, en fin, poco más hacía yo. Recordaba o pensaba en algún ser querido que ya no estaba y del que me habían llegado rumores, e incluso caminaba muerta de miedo por la casa con cierto temor a que seres de ultratumba se me aparecieran de repente. Hoy en día se ha convertido en una fiesta. Se celebra de alguna manera la noche de los difuntos, y es un motivo de reunión, de fiesta básicamente, de quitarle importancia a esas monstruosidades creadas, representadas o dramatizadas. 
    Sé que por los niños hay que seguir, jugar, hacer fiestas, sonreír y vivir. Por ellos y por nosotros claro. Pero para mí estas fechas son grises, oscuras, que hacen que vuelva a revivir momentos durísimos de mi vida, que estuvieron ahí, que pasaron, y que no puedo celebrar.
    Mi hermana murió tal día como hoy, 26 de octubre de 1990, al día siguiente la enterramos. El 30 de octubre del año 2001 murió mi madre, el día 31 se le hizo una misa de despedida, el día 1 la incineramos. Ese 31 de octubre como en años anteriores tenía representación de Don Juan Tenorio de Zorrilla, en el papel de Brígida, estaba todo vendido, se representaba en el teatro Chapí de Crevillente. Recuerdo que en el tanatorio una de las actrices, Ana Penalva, que hacía de Inés, dijo que yo sabría lo que tenía que hacer y que lo haría porque era actriz. Me acompañó mi tía, nunca me había visto actuar, dijo que no me conoció cuando salí a escena. Hice lo imprescindible para que la función pudiera salir adelante. Y me fui antes de que enterraran a la novicia.  
    En realidad es algo tan necesario, el hecho de ponernos el vestuario, caracterizarnos y salir a escena es mucho más importante de lo que creemos, todos lo hacemos, todos nos acabamos poniendo el vestido negro y el velo y vamos en busca de Don Juan, a liarla.
    La vida, querido, la vida.
    Al final el filósofo iba a tener razón. Demasiados traumas y recovecos. Mujer con un alma excesivamente densa y oscura. Fus fus. Menos mal que mi querido amor no era filósofo, solo le gustaban los pájaros y todo tipo de animales curiosos.

Isolina Cerdá Casado

jueves, 8 de octubre de 2015

El monstruo.

    Volvía de la revisión del dentista, todo bien, el cepillado adecuado. Estaba metida en mi coche, se había formado un buen lío porque una calle estaba en obras y desviaron el tráfico de la arteria principal de Torrejón a una carretera secundaria. Total que estábamos sufriendo una retención importante. Un repartidor de alimentación había detenido su camioneta en doble fila, y se marchó a entregar su género al supermercado. Como en una dirección, la que yo llevaba, la carretera estaba colapsada, debido a esa detención de la camioneta el tráfico que venía en la otra dirección también se vio afectado, porque estaba haciendo de tapón, tal vez cuando el repartidor dejó su camioneta no venía nadie detrás de él, y no podía imaginar los perjuicios que iba a ocasionar. Mi coche llegó a la altura de la camioneta, justo detrás de él había un señor muy enfadado, con su coche detenido, la puerta abierta y mirando para todos los lados, sin dejar de tocar el claxon, tendría unos treinta años, parecía indio, aunque luego comprobé que era gitano por su forma de hablar.
    La fila mía no se movía, detrás del señor enfadado se iban acumulando más coches. La conductora que iba detrás de mí hablaba por teléfono, imaginé que explicaba su retraso a algún interlocutor. Yo estaba feliz, no era para tanto, diez minutos parados no iban a conseguir cambiar mi estado de euforia, lo había hecho bien con el cepillo. En un momento, por fin apareció el dueño de la camioneta, llegaba disculpándose. "Ya lo quito, ya lo quito". Entonces el que parecía indio salió del coche, dirigiéndose hacia el repartidor, ahí me di cuenta de que llevaba un niño de aproximadamente un año sentado detrás en su correspondiente sillita. Empezó a insultarlo de una manera violenta, y acto seguido le dio una patada al carro metálico que utilizaba para transportar la mercancía, cayendo todas las cajas verdes de plástico al suelo. El repartidor en ningún momento le hizo frente, e intentaba meter rápidamente las cajas y el carro en el camión, pero el conductor no dejaba de insultarlo y empujarlo. Yo observaba al niño estirando el cuello hacia delante, mirando a su padre. Esta escena transcurría al lado de mí, yo dentro del coche, entonces el conductor del coche que estaba delante de mí abrió su puerta. Yo rezaba para que el repartidor lograra cerrar su camioneta y escapar de aquella situación, a su vez sabía que este hombre alterado estaba poseído por el monstruo y no iba a atender a razones, si alguien intervenía el monstruo sacaría la pistola, o la navaja, o qué sé yo. Entonces, finalmente el repartidor cerró su vehículo y escapó, el conductor valiente que iba a intervenir no llegó a bajar de su vehículo y el indio que no era indio se volvió a meter en su coche.
    ¿Qué era tan importante para justificar su agresión? ¿tenía un mal día? ¿el niño estaba malito? ¿llegaba tarde?
    Recordé un testimonio que había visto por el televisor el día anterior, una mujer gritaba la impotencia sentida cuando en su intervención por ayudar a una mujer que estaba siendo víctima de maltrato por parte de su exmarido en plena calle, nadie oyó sus gritos de auxilio, o más bien nadie reaccionó para defender a esa mujer ante su agresor, solo lo hizo un señor mayor que apenas podía moverse y se llevó unas cuchilladas por parte del agresor y ella misma. Esta mujer fue una valiente, salvó la vida de la mujer víctima del maltrato. Pero no todo el mundo es capaz de hacer algo así, porque es el monstruo el que está actuando, y tienes que luchar contra la sinrazón y las palabras no son suficiente.
    Qué miedo pensar en un cara a cara con este monstruo en la intimidad del hogar. ¿Reaccionaría de la misma manera ante las dificultades que aparecen todos los días? Miedo, mucho miedo.

Isolina Cerdá Casado

Pos pandemia. Corazón postraumatizado.

      Hoy, ahora, hace un momento, me dio por hacer limpieza del bolso. Mi bolso es una especie de contenedor de vida, también de objetos pu...