jueves, 9 de octubre de 2014

Paz

 
 La paz viene de dentro. Reposa en el alma en un pisito que tenemos junto al mar rojo. Lo he llamado mar pero es como un océano, océano de vida que se mueve sin parar, todo gracias a las corrientes marinas, en ellas circulan los recuerdos que se nutren de las almas que caminan a nuestro alrededor en otros pisos de lujo.
    Hay almas sin techo cuyos pisos nunca existieron o lo que hubo en ellos apenas fue ruina por las enfermedades varias que cayeron sobre los cuerpos, como bombas sobre las ciudades del Líbano, o en Ucrania, o en Israel, o en Siria, qué más da, caen lo mismo. Ruinas absurdas causadas por los pisos sin almas, casas que no son casas sino hoteles de paso que admiten huéspedes cambiantes que se pintan como guerreros indios con el único sentido de disfrazar la locura transitoria que los lleva hasta los deseos de muerte y destrucción. Qué si no son los civiles que apenas llegaron a vivir diez años, y ya rozando la muerte, son el resultado de deseos malévolos que cultivaron odios imborrables. Y todo para que después haya una industria que levantar y un espacio donde poder hacerlo.
    Y si la paz viene de dentro, qué hay ahí, en esos interiores violentos, irracionales, absurdos. Hay un gran vacío de empatía.
    Ea, ea, ea, descansa, descalza, desnuda, desamparada, desnutrida, destruida, ea, ea, ea.

   "Pero, ¿a santo de qué el puerro?"

    Eso no lo sé, ha sido un impulso. Buscaba un flor, y me tropecé con él.

Isolina Cerdá Casado

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