Eso que nunca te podrán arrebatar, la libertad de expresarte, ni siquiera las imágenes horrendas, ni ese sonido al respirar, ni el recuerdo de sus ojos. No, al menos podré seguir escribiendo, aunque lo haga sobre lo terrible, intentando ver luz a través de la penumbra. Esto es transitorio, la sensación de ahogo, de que respiras con una dificultad que te asfixia, como un golpe seco en la garganta. Estoy bien, sabes que no hay otra posibilidad, afirmar para ver si se hace realidad, a veces uno desea tanto algo que el universo se lo concede, lo deseo, lo estoy. Tarde o temprano todos lo estaremos. Vivos o muertos. No te vayas, no te vayas a ese lugar de charco barroso y agua escasa, donde la hierba no es verde, es de un marrón oscurecido por heces líquidas ennegrecidas por la sangre, con pieles que parecen mapas de dolor pintadas por derrames de un largo e irreversible adiós. Yo ya no soy yo, soy la suma de lo que han visto mis ojos multiplicado por cien y elevado al cuadrado de un alma rota. Tal vez en un futuro todo sea diferente, seguro que sí pues si no no habrá futuro. El paso del tiempo hará que sane, con vómitos de llanto, a base de gritos de auxilio amargo que solo oirán aquellos que quieran llorar conmigo. Mejor no, caminaré ligera para que no se den cuenta de que en cada paso que doy de un tiempo a esta parte unas cuantas perlas de dolor están aquí dentro, en mi pecho, en mi cabeza, en el interior de mis entrañas, así voy caminando a trompicones por el dolor de cabeza y del abdomen, retorciéndome para que parezca que bailo en lugar de arrastrarme para seguir. Porque hay que seguir, eso lo sé, está internalizado desde muy niña, allí en los adentros de mi ser, donde se atreven a salir tulipanes plagados de moratones cada primavera.
Isolina Cerdá Casado
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