Objetivamente ella estaba viva. Pero en ocasiones sentía que apenas tenía pulso, miraba su cuerpo y era como si no fuera suyo, como si esas manos castigadas por el trabajo pertenecieran a otra mujer. Por las noches soñaba que era otra persona. ¿Cómo era posible sentirse así? ¿A caso alguna vez ella había bailado en un escenario? ¿Si nunca fue a baile? Veía a Merce con su moño, se la veía tan feliz, con su bolsa de deporte y sus andares de bailarina. Aquellas imágenes venían hasta ella una y otra vez, eran momentos del pasado, cuando Luisa era solo una niña que jugaba con los palillos del bar cuando no la veía nadie. Su compañera del cole era una niña afortunada, podía ir a la academia de baile. Ella sentía un deseo increíble por hacer lo mismo, ella quería bailar, o tal vez veía en el baile una escapada a sus rutinas de niña responsable y con trabajo familiar. Ella tenía que ir al bar, allí sustituía un rato a su madre, que aprovechaba para subir a casa y preparar la ropa poniendo lavadoras y organizando la casa. Mientras tanto Luisa se quedaba ayudando a su padre, y siempre a la misma hora pasaba Merce con su moño, miraba hacia adentro de las cristaleras del bar y volvía la cabeza hacia delante, como si ella fuera invisible, tras la barra del bar una niña no es una niña, es una niña responsable, casi una mujer trabajadora, con los deseos de niña pero con las amarras de un adulto, es una niña a medias.
Tal vez por eso se atrevía a soñar con el baile, lo había deseado tanto cuando era niña que ahora, de adulta, con trabajos de adulta y problemas de adulta sentía que su única escapada seguía siendo ir a aquella academia imaginaria a la que se escapaba todas las noches, cuando la gente normal dormía. Allí ella era feliz, cuando era pequeña se olvidaba de las regañinas de sus padres, cuando sacaba unas notas medianas y sus profesoras insistían en que era muy inteligente para ir tan raspada. Ahora allí era feliz porque los moratones desaparecían, esos golpes de vida y de su marido, nunca se imaginó que llegaría a convertirse en una mujer maltratada, al principio solo eran golpes accidentales, eso decía él, eso quería pensar ella. Poco a poco fueron convirtiéndose en rutinarios, estaban tan ocultos que nadie sospechaba, solo su alma herida que estaba deseando que se durmiera el ogro para ir a la academia a montar una coreografía liberadora.
Un día, uno de tantos esos días en los que se sentía más muerta que viva, la mujer nueva del frutero la miró a los ojos, se quedó fija mirándola, fue como si atravesara sus ojos y su alma y estuviera viendo la negrura de dolor que la estaba matando. Nadie la había mirado así. Luisa no sabía qué hacer para escapar de su indiscreta mirada. Aquella mujer tenía una sabiduría especial. Aquella mujer también había sufrido en silencio. Se produjo como una especie de identificación de dolores. "Reconozco tu dolor porque yo también lo he sufrido". Luisa pensaba que solo ella sabía de moratones escondidos y malas palabras, empujones e ingratitud. Aquella mujer la llevó hasta un rincón de la frutería y abrió una puerta que daba a un espacio que quería mostrar a Luisa. Luisa iba a comprar sola a la frutería, sin su marido, al resto de lugares la acompañaba siempre. El frutero siguió atendiendo a las demás clientas. Luisa entró a aquella habitación llena de curiosidad y cierto miedo. Curiosamente la nueva mujer del frutero se llamaba Mercedes y llevaba un moño, tomó a Luisa por la cintura, encendió un aparato de música y la invitó a bailar. Mientras bailaban juntas Mercedes le susurraba a Luisa que no estaba sola, que había miles de piezas por bailar y montones de pistas de baile esperando sus movimientos. Los ojos de Luisa empezaron a llorar, vertían lágrimas sin control, como si tuvieran que llorar todo lo no llorado en soledad. En sus sueños liberadores ella siempre bailaba sola, pero ese día se dio cuenta de que era mejor bailar acompañada, así que Luisa compró unos tomates, manzanas y mandarinas, y agradeció a Mercedes que le mostrara esos pasos de baile, así mismo agradeció al frutero que se hubiera repuesto de la pérdida de su mujer y se volviera a casar con esta nueva mujer.
Luisa miró su cuerpo, se sintió más viva que nunca. Fue a la comisaría y denunció a su marido, un policía le acompañó a coger todas sus cosas, ya no volvería a bailar en soledad. Cambió de ciudad, se alejó del mundo que la mantuvo alienada hasta aquel instante en que un sencillo baile la devolvió a su ser. ¿Es posible que al mirarse al espejo no se reconociera? ¿Es posible sentirse tan fuera de sí misma que incluso su propio cuerpo le resultara un extraño? Se abrazó, se tocó el pelo, empezó de cero, pero esta vez se sentía muy viva y muy dentro de sí misma.
No estamos solos, siempre hay alguien dispuesto a enseñarte un nuevo baile.
-"¡Mamá!, ¿qué haces?
-Nada, escribo.
-¿Pues cuando acabes jugamos a bailar?
-Vale, ya he terminado, voy."
Isolina Cerdá Casado
PD
La vida es eso que sucede mientras estás escribiendo esa historia que te inspiró una vida cualquiera...
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