martes, 20 de diciembre de 2016

El contagio navideño de la mujer de bronce.



Había mucha luz pero estaba lloviendo. Alguien le prestó el paraguas, se lo colocó en la cabeza, cubría también sus hombros. Pero la mujer que le dejó el paraguas no fue consciente de que el resto del cuerpo estaba empapado. Aquella mujer inmóvil no tenía ninguna gana de adentrarse en ese estado navideño en el que todo el mundo se empeñaba en introducirla: guirnaldas, árboles, bolas de cristal de colores, luces y más luces por todos los lugares. Ella solo quería permanecer ahí, semitumbada, mirando al vacío, recordando viejos tiempos en los que todo era una fiesta, en los que no conocía esa sensación que de un tiempo a esta parte la embriagaba por dentro, esa especie de vacío que producían las ausencias, o los dolores, o qué se yo. Entonces alguien llegó, quizá fuera un trabajador del Ayuntamiento de Leganés, con más o menos entusiasmo, se situó frente a su mirada y le colocó un árbol de navidad, era un árbol gigantesco, altísimo, lleno de bolas blancas y marrones. Para desespero de la mujer de bronce no podía salir corriendo, el material del que estaba hecha no se lo permitía, obviamente tampoco podía volver la cabeza hacia otro lado. Entonces tras un período de crisis optó por mirar hacia delante, era algo obligatorio pero podía no haber visto aun con los ojos abiertos, ella lo hizo, e intentó ver el lado bueno de esa navidad que le habían colocado delante. Y para su sorpresa, sí había un lado bueno, siempre lo hay, en todo. 
Entonces se dio cuenta de que la ilusión es renovadora, purificadora y contagiosa. La ilusión ajena se contagia, sí y más la de los niños. A su lado pasaba mucha gente, mucha: niños y niñas, personas mayores, jóvenes que se acercaban al Centro cultural José Saramago. Nadie bailaba alrededor del árbol, es cierto, pero de vez en cuando un niño se acercaba y miraba hacia lo alto, sorprendido y emocionado por lo gigantesco de aquel árbol de navidad callejero. Y esa sonrisa inocente era mágica, sí, era contagiosamente mágica, no importaba que hubiera un vínculo familiar, la alegría de los niños y las niñas en navidad es el verdadero sentido de la fiesta. Es el reconocimiento de que en algún momento todos hemos sentido esa ilusión del niño, hasta la mujer de bronce. 


Hay que proteger a los niños, cuidar su ilusión, cuidar su mundo mágico. A todos, a los del vecindario, a los de Madrid, a los de España, a los de Siria, a los de Alepo.

¡Feliz Navidad!

Isolina Cerdá Casado

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