Déjame que te cuente un cuento, ya sé que estás mal,
que no estás para historias de abuela, sé que ahora mismo no quieres escuchar
nada, ni si quiera un murmullo que venga de un corazón alado. Pero créeme, la
única manera de que te sientas mejor es no cerrándote a los regalos que te trae
la vida. Cuando a una la golpean las malas noticias o los brazos inconscientes,
hay que llenarse de fuerza y caminar, no te rindas, no lo hagas, camina hacia
donde quieras pero hazlo, aléjate de aquello que te produjo el golpe, de pie,
caminando. Las cosas pueden parecer sencillas desde la distancia, tal vez
pienses que yo no tuve que batallar nunca contra monstruos similares, ellos van
atravesando generaciones, y hemos conseguido muchas cosas que ahora nos parecen
normales pero que en otro tiempo no lo fueron, entonces eran deseos imposibles.
Linda mujer, princesa rosa, con buen cuerpo amplias caderas, largo pelo, ojos
negros, sí, eso es lo que dicen, pero también tienes fuertes brazos capaces de
sujetarse a un resquicio de esperanza. Ellos pensaban que nosotras solo
estábamos para tener hijos, cuidar de un marido y de una casa llena de
criaturas que revolotean. Pero ahí, en el mismo lugar en el que yacen los
instintos de amamantar y abrazar eternamente a nuestros hijos también está la
capacidad de crear otras cosas, de abrazar sueños que van más allá de una
bonita casa con paredes blancas. Y no se trata de demostrar nada al mundo, no,
querida, no. Es un deseo, una necesidad expresiva y de creación que nos ayuda a
desarrollarnos en todas nuestras facetas como ser humano.
No tienes que asumir toda nuestra carga, no te pido
eso, solo imploro que no te rindas, que busques ahí, en ese sótano en el que
han metido a base de machetazos a tus sueños de persona humana, hombre o mujer,
qué más da, puedes buscar ahí, escarba, tal vez un insulto los metió dentro, un
empujón cerró la puerta, una mirada echó la llave y un embarazo te hizo mirar
para otro lado, olvidándote de ti misma y de tus aptitudes. Pero hay una voz de
mujer que todavía suena en el aire, un grito que quiere expresarse, que te
quiere contar su cuento, ella también tuvo tentaciones de caer en el pozo del
olvido, porque la vida se le torció en el momento en el que fue obligada a
casarse con un hombre que no la amaba de verdad, la engañó y ella renunció a la
comodidad o al tormento de tener a un hombre a su lado que no merecía sus
fuerzas y no inspiraba sonrisas sinceras. Luchó con un hijo a su cargo, el
padre se esfumó ante el primer resquicio de obligaciones paternas y ella empezó
a caminar sola. Encontró un trabajo y no soltó ni un momento la manita de su
hijo. Ella tenía tanto amor dentro que pronto conoció a su segundo amante,
volvió a ser víctima del engaño; la debilidad no es la que nos hace tropezar en
la misma piedra sino el amor desmedido. De aquella relación nació su segundo
hijo biológico y aunque el padre del segundo hijo no desapareció como figura
paterna sí se marchó lejos, hasta su país de origen, desde allí hablaba con su
hijo cuando ya éste era capaz de marcar el número de teléfono con el prefijo
internacional de Colombia. Hasta aquí toda esta historia es un muestrario más
de cierta normalidad reconocible, la mayoría de las veces una mujer no abandona
un trozo de sí misma y desaparece, digo la mayoría porque he conocido casos
excepcionales en los que una madre soltó la mano de su hija para coger otras
manos de hombre fuerte y desconocido, no es habitual. Tampoco es habitual que
un hombre abandone a sus hijos y desaparezca pero sucede, a ella le pasó, dos
veces. Y el hecho indiscutible es que sus dos hijos biológicos vivían con ella.
Mañanas dulces, en las que las ausencias eran
compensadas con montañas de amor, el trabajo de la mujer valiente compensaba la
falta de calor y llenaba la despensa. Ella caminaba erguida, con paso firme, a
pesar de que los rumores le golpeaban la nuca. Cuando una mujer camina fuerte
sin un hombre a su lado causa pavor, altera la norma, y provoca comentarios
machistas aplastantes. Pero ella no cejó en su actitud, y cuando el corazón volvió
a alterarse a causa del dolor ajeno tuvo que intervenir.
Su hermana pequeña había sido siempre una locuela
transgresora, a la que no le daba ningún miedo pisar líneas rojas en las que no
solo arriesgaba la vida de los que caminaban cerca sino también su propia vida.
Lo más absurdo que le pudo pasar fue dejarse arrastrar por el mundo que se
cocía en los arrabales de la droga, en donde se normalizaba la violencia y la
mujer atrapada por las sustancias psicotrópicas se veía perdida y empujada
hasta lo más degradante de su condición. Un hombre podía acabar enfermo y hasta
muerto; una mujer presa de la drogadicción podía enfermar, morir y dejar hijos
huérfanos, con graves secuelas, pues aunque la inconsciencia pudiera llevarla
lejos del riesgo de quedar embarazada, una mujer no puede ignorar al ser que
crece dentro de ella, por lo menos durante nueve meses; sin embargo, el hombre
también inconsciente puede alejarse de su acto, sin sentir cómo sus carnes se
abren para ceder espacio a un nuevo ser. Primero fueron entradas y salidas a la
cárcel, porque para conseguir la droga tuvo que delinquir, en medio iban
llegando hijas, de padres distintos, tan enganchados a las drogas como la
madre. Después las entradas y salidas fueron al hospital, hasta que su cuerpo
no resistió más y en un golpe de pureza, porque no había dejado de estar ligada
a la mentira química, se fue a vivir con los ángeles, solo ellos podían
entender porqué había destruido su cuerpo de forma tan salvaje. Los seres
celestiales lo saben, solo los extremos son los que se cruzan en ese mundo, los
malos muy malos y los buenos muy buenos, los débiles de espíritu, los incapaces
de empatizar, los que no tienen proyectos creativos ni esperanza.
Así fue como tres hermanas de diferentes padres y con
secuelas de diferentes grados quedaron a expensas de los servicios sociales.
¿Qué crees que hizo la mujer de corazón inmenso? Ella
adoptó a las tres niñas, recibía una ayuda social por ello, eran sus sobrinas y
se transformaron en sus hijas, porque su inmensidad no se podía medir, el amor
no es mensurable. De este modo pasó a ser madre oficial de cinco hijos, dos
hijos biológicos y tres niñas adoptadas por las que también corría su sangre.
Ya sé, sí, no entiendes porqué en este instante
traigo a colación su historia, no lo sé, tal vez porque en el fondo hay cosas
comunes en las que todas coincidimos, y miedos, miedos que empujan a hacer
cosas que nadie entiende pero que tienen que ver con una debilidad común, es
algo social, está en las raíces del mundo que nos envuelve. Deberías salir de
ahí, de esa encerrona en la que te viste inmersa, escapar, sin mirar atrás. Si
no estás bien, vete, antes de que sea demasiado tarde.
Sabes, ella no pudo correr, se le truncó la vida, a
la fuerza, violentamente. Conoció a un hombre, un ángel, eso pensaba ella, eso
pensábamos todos, eso era en realidad, pero hasta los ángeles pueden llegar a
convertirse en diablos cuando están en una situación extrema, lo que decíamos
de los extremos, son peligrosos, tanto las circunstancias como las personas,
hay circunstancias que te arrastran hacia un lado de la balanza en el que nunca
estuviste y que eres incapaz de reconocer.
Se conocieron en el trabajo, ella como docente, él como
encargado en un centro de educación especial. Él era una persona excepcional,
todo el mundo que lo conocía hablaba bien de él, objetivamente era una buena
persona, siempre dispuesto a ayudar a todo el mundo. Convivía con ella y con
sus cinco hijos. Todo el mundo admiraba que un hombre aceptara a una mujer con
cinco hijos en edad escolar a su cargo, todos lo admiraban a él y la
cuestionaban a ella, hasta que conocían los detalles de la adopción y entonces
también la admiraban a ella. Todo parecía ir bien, hasta que un día las cosas
empezaron a fallar, problemas económicos que sacaron a flote problemas que
tenían que ver con puntos de vista diferentes en la educación y los límites, y
la pareja admirada comenzó a romperse. Todo lo que vino después no está tan
claro, él estaba destrozado y se fue a vivir a su piso, que había sido su casa
antes de marcharse a vivir con ella. Pasó varias semanas en un estado depresivo
que fue creciendo con el paso de los días. De pronto un día ocurrió algo
impensable, inimaginable. Él fue a la casa de ella, ella debió abrirle la
puerta sin sospechar que podía estar en peligro, él no era una persona
violenta, jamás mostró una pizca de agresividad. Los niños estaban en el
colegio, ella no trabajaba, estaba en casa. Cuando los niños regresaron a casa
no podían abrir la puerta con la llave y nadie contestaba en el interior. Los
bomberos se encontraron con la tragedia: ella había muerto por un mal golpe, y
él había muerto porque su corazón que estaba enfermo sin saberlo no pudo
soportar la consciencia de lo que había causado su desesperación.
Yo pienso una y otra vez en ella, y en ti, y en todas
las mujeres que luchan día a día, en todas las que mueren, en todas las que
soportan las injusticias de la desigualdad, de las cadenas invisibles. La mujer
valiente murió asesinada, un crimen social, la maté porque era mía y sin ella
no podía vivir, ni dejar vivir. Digo social porque ese monstruo está con
nosotros, vive aquí, dejamos que crezca, que siga alimentándose y
reproduciéndose.
Pero tú, ay, mi niña bonita, no puedes tirar la
toalla, no puedes dejarte manipular, eres madre, sí, pero eres persona, tienes
valor y valía, aunque golpe tras golpe tus sueños se hayan visto machacados.
Estas palabras vienen del tiempo vivido, de los gritos ignorados, de los
cadáveres que sembraron los monstruos engrandecidos, los que fueron reforzados,
los que hallaron apoyo en risas cómplices, en miradas culpabilizadotas, en
despropósitos, en palizas enmudecidas.
Hay un trocito de ti en el suelo, lo he visto, era un
sueño muy bonito: tú eras matrona, traías niños al mundo, recibías con tus
manos sabias a esos seres frágiles y angelicales. ¿Lo hubieras sido, verdad? Tú
querías ser enfermera y te querías especializar en ese proceso mágico del
nacimiento. He visto otro trocito de ti en el interior del ascensor, allí cayó
aquel día en el que desesperada ibas a ver a tu familia para contarles la
verdad de la persona con la que te casaste, pero no te atreviste, no llegaste a
contarlo todo, no pudiste, fuiste incapaz de hablar. Te viste en la
responsabilidad de mantener las cosas tal y como estaban, no querías que nadie
sufriera, ya lo hacías tú por todos. En ese trocito de tu sueño eras feliz, con
un hombre que te quería, que te amaba sinceramente y sin necesidades enfermizas
de posesión.
Este no es un cuento de princesas, ni de príncipes azules, es un cuento de mujeres valientes que luchan día a día por situarse en el mundo, encontrar su lugar y permanecer en él, vivas y fuertes.
Y si él ya no te quiere, tal vez es porque nunca te quiso, pues vete o déjalo ir, no necesitas a nadie, en realidad solo te necesitas a ti misma, si te tienes entonces puedes tenerlo todo.
El grito que escuchas, el grito que lees viene del tiempo,
de la suma de dolor que ya no aguanta más y ha de hacer algo, llega hasta ti y
te pide que no te sumes a la rendición, que no colabores con la crueldad amarga
de esa violencia aceptada y permitida. Recompón tus sueños, vuelve a pensar en
ellos, llénalos de fuerza nuevamente y camina, solo te necesitas a ti, creyendo
en ti, apoyándote en ti misma, consciente de tu valía, tus hijos esperan verte
fuerte, verte llena de luz, la luz está en ti y solo tú puedes darle al
interruptor.
Isolina Cerdá Casado
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