Su pelo parecía una masa estropajosa gigantesca, era un cuerpo delgado con unos pechos enormes, al verse en el espejo sintió nauseas, que no era porque no se gustara así misma, ni porque pensara que se trataba de una imagen aberrante, ni si quiera pensaba en lo que pasaría por la cabeza de su pareja cuando la viera con esa imagen, no, ella sentía que no se reconocía ante el espejo. Se preguntaba quién era esa mujer. Se veía excesivamente alta, más de lo acostumbrado, sentía que la imagen que le devolvía el espejo no era la suya. ¿Era posible que el espejo se hubiera equivocado? Tal vez lo había pillado en un mal momento y entre todas las imágenes disponibles aquel espejo del baño tomó la que más cerca estaba de ella. Era cierto que ese pelo era suyo, pero era el pelo que tenía cuando tenía diecisiete años, tras someterse a un tratamiento regular de alisamiento había conseguido terminar con el encrespamiento. Delgada, lo que se dice delgada ya no era, tras sus embarazos su cuerpo había experimentado una transformación dolorosa, un montón de kilos se habían quedado instalados en su cuerpo y nada podía hacer con ellos mas que aprender a convivir con ellos. Los pechos sí eran suyos, claramente, aunque no recordaba que estuvieran tan levantados, en realidad en otra época había sido la envidia de su mejor amiga, su inseparable no disponía de semejantes protuberancias. Y era obviamente una envidia sana, eso es lo que dicen los que se mueren por tener lo que los demás tienen y no valoran. La verdad es que para ella sus pechos siempre fueron un incordio. ¿Pero qué le estaba pasando? ¿O qué le pasaba al espejo? ¿o eran sus ojos? ¿su mente traicionera? Fue corriendo hasta el umbral de la puerta, sus hijos dormían, existían pues, estaban vivos, así que todo lo que pensaba que era su vida era cierto, ese cuerpo no era suyo, ella no era ella. ¿O se trataba de un mensaje a través del tiempo? ¿Iba a empezar a contarle algo esa otra yo? ¿Algún mensaje desde el pasado?
Se puso a pensar si esa otra yo que se miraba al espejo hacía más de veinticinco años estaría dispuesta a contarle algo. Pensó y pensó, trató de ponerse en su mente, esa mente joven de antaño, llena de sueños y de propósitos, y se acordó de los hijos que quería tener, de su sueño de vivir de su trabajo centrado en la creatividad, de su gran creatividad que no se había resentido por el paso de los años. Estuvo tentada de ponerse a bailar porque se dio cuenta de que esa otra yo que se le presentaba aquella mañana solo podía sonreír, porque lo que esa joven greñuda podía pensar de la mujer de pechos caídos era simple admiración, por no rendirse, por su tesón, porque aunque habían aparecido grandes obstáculos no habían sido lo suficientemente profundos como para rendirse y tirar la toalla, porque esa mujer oronda era feliz e inteligente, tenía un alma limpia y llena de arte por eclosionar. Poco a poco a la imagen de la mujer que le devolvió el espejo el pelo se le fue alisando, el cuerpo se le llenó de marcas de vida y de volumen y rebajó unos centímetros su altura. Lo único que no cambió fue su mirada, en ella estaban todos sus anhelos intactos.
Se lavó la cara y los dientes, se volvió a mirar con coquetería y se guiñó un ojo. Preparó un café y se puso a trabajar en el nuevo proyecto creativo.
Isolina Cerdá Casado
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