El mundo está lleno de buenas cosas, sí, muy buenas cosas, pero hay otras partes, otras cosas que también están en el mundo y que son oscuras. Es cierto, todo no es bondad, hay personas malas, gente insana, que tiene suciedad, y no le importa nada, nada, son personas ajenas al dolor del otro, son seres peligrosos para las buenas almas. Dan miedo, siembran dudas, golpean, aprietan, estrujan, aplastan.
Cuando tienes hijos dan más miedo, o te sientes más vulnerable porque sabes que ellos lo son, van a tener que sufrir hasta que aprendan a reconocer las señales, la información inequívoca de que la maldad camina muchas veces a tu lado, te pisa los talones, te da la mano y trata de conducirte por sus caminos, los que ella conoce, caminos en los que eres absolutamente vulnerable.
La maldad te saluda, con un movimiento de cabeza, levantando la mano, guiñando un ojo, cediéndote el paso.
La maldad se mete en el cuerpo de un desconocido, de un vecino, de un policía, e incluso se mete en el alma de un niño, a veces se queda instalada en él. En ocasiones la maldad lo impregna todo, el aire que respiras, tú y tus hijos, y entonces no sabes qué hacer. Te da miedo, lo sientes. ¡Lo sientes tanto! Y te gustaría limpiar el aire, purificarlo, pero no es posible, no, no lo es, ellos tienen que aprender a defenderse, a fortalecerse frente a las malas personas. Si no les dejas aprender, entonces serán eternos seres vulnerables, y cuando tú no estés se sentirán débiles e incapaces. Entonces vivirán con miedo y llorarán en silencio en un rincón oscuro de la noche.
PD
Quería escribir sobre la esperanza de que esa maldad desaparezca, de que una persona mala se convierta en buena, de que se produzca el milagro, para ofrecer esperanza a esa niña con rizos que camina al lado de su mamá. Pero no, siempre hay que estar alerta.
Isolina Cerdá Casado
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