lunes, 7 de noviembre de 2016

Labios negros

   Había tenido una mañana muy atareada. Sonó el despertador demasiado pronto, al menos eso le pareció a ella, sin embargo, eran las siete y veinte, sí, no había error. Abrió los ojos como pudo y se fue directa al baño, se lavó la cara, los dientes, se peinó, se aseó y mientras se preparaba un café se dio cuenta de que no se había mirado al espejo. ¿Cómo era posible? Había estado frente al espejo del baño y sin embargo su mirada estaba ausente. El nervio óptico estaba en modo off. Pero, ¿y el cepillo? ¿y la toalla? ¿el mismo grifo del lavabo? ¿No debía mirar antes de acceder a ellos? Y sobre todo, ¿no tenía que mirarse a sí misma? Por lo visto no lo necesitó. Claro debió ser el piloto automático. Volvió al baño, se miró. Uf, estaba horrorosa. Prefirió no indagar más en la caricatura que le devolvía el espejo. Se fue a despertar a los niños. Su tono empezó a elevarse cada vez más, sin embargo los niños parecían atender inversamente al volumen de sus gritos. Ellos también estaban en modo off, no la escuchaban. Así que el momento del desayuno fue un caos, lo mismo que la ida al cole, lo mismo que la llegada a aquella ciudad desconocida, lo mismo que su cita con el que podía ser su jefe. 
    Estaba sentada en la sala de espera, la secretaria le dijo que en un minuto la recibiría el señor García. Aquella mujer que custodiaba la entrada de la oficina del Director general era muy guapa, estilizada, adecuadamente vestida, elegante, perfecta, eso pensaba ella, la mujer estresada que no tenía tiempo ni para mirarse al espejo. Se dio cuenta de que la secretaria del señor García la miraba con cara rara, como si algo no cuadrara en su perfeccionamiento vital de perfecta gestora de agendas y personas. No le extrañó, al fin y al cabo ella era totalmente la imagen opuesta de la perfección. La puerta del Director tenía un cristal opaco, que devolvía la imagen de todo aquel que se colocaba frente a él. Y justo en ese momento ocurrió, sintió como si su seguridad se hubiera derretido y toda ella se viera desprendida de esa armadura tan necesaria cuando estás a unos minutos de un cambio de vida. Ese hecho apenas duró tres segundos, tiempo necesario para coger el pomo de la puerta, ver su imagen reflejada en el cristal y adentrarse en ella. ¡Se había pintado los labios de negro! Un negro perceptible, llamativo, chillón. Entonces, por fin, fue consciente de que algo no iba bien, justo en el momento en el que se dio cuenta de que se había pintado los labios con el rotulador permanente. Entonces, cuando se adentró en aquella oficina y vio a aquel señor sentado en un cómodo sillón de jefe, de piel negra y brillante, fue consciente de que algo había de bueno en aquellos labios. ¡Hacían juego con el sillón de aquel particular dios con la capacidad de cambiar el rumbo de su vida! Pero de pronto sucedió que le dio un ataque de risa, a la mujer, el señor García seguía con su cara de mueble de madera maciza. Tanto se desternilló que la secretaria del director abrió precipitadamente la puerta con el espejo opaco, con tres segundos de refuerzo supuso la mujer, preguntando si es que le ocurría algo a la señora de labios negros.

Entonces, la mujer se agachó, se levantó la capa de seguridad y les dijo a su ex-posible jefe y a la ex-potencial compañera de trabajo, que tenía que marcharse a casa, necesitaba ir al baño con su nervio óptico dedicado cien por cien así misma. Y se marchó, alejándose de su ex-futuro lugar de trabajo, dispuesta a reparar la carencia de atención que había tenido con ella misma. 

Isolina Cerdá Casado

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