Mi querida tía Asunción se fue al cielo. Ahora toca, otra vez, reorganizar la realidad, la vida nos sigue poniendo a prueba. Mostrándose una vez más en su crudeza más dura y difícil de asumir. En los últimos años, ya más de diez, mi relación con ella se reducía a las visitas que le hacía, dos, tres veces al año, en esos viajes que hacemos de Madrid a Crevillente la iba a ver. Ella vivía en una cueva, en aquella cueva en la que mi abuela me ofrecía horchata de arroz, en una casa misteriosa y muy especial. Entrabas en su espacio mágico, con sus macetitas, con algún pájaro, con sus perritos de los que siempre hablaba con cariño, y te encontrabas con ella: una mujer grandísima, que te envolvía con sus brazos carnosos, con su abrazo afectuoso, con su sonrisa inconfundible, con su comprensión. Preguntaba por tu vida con mucho respeto, a mí me encantaba su forma de entender a los demás, de ponerse en el lugar del otro, del gran apoyo que era para sus hijos y sus nietos, hasta para mí. Con ella, cuando me sentaba en su sofá y hablaba conmigo, me sentía comprendida, sentía su apoyo. Tal vez no eran las palabras, era como el alma, sí, como si mi alma reconociera en ella un alma amiga. Es cierto que no la veía mucho, que no compartía sus momentos cotidianos, o esos momentos en los que el nerviosismo se apodera de nosotros, el estrés, no sé. Ella nunca se mostró nerviosa conmigo, o enfadada, solo tengo recuerdos de su sonrisa, de su mirada. Ahora, cuando me siento por fin a escribir sobre su recuerdo, añoro no haber compartido más momentos, no sé, bueno, sí sé, cocinar con ella, acompañarla en otras facetas de su vida, ella fue precisamente la que me habló de la mermelada de tomate, que ahora disfruto. ¡Cuántos tesoros que tal vez hubiera podido tener si hubiera estado más tiempo con ella! Creo que esta especie de añoranza es buena, significa que ella siempre será una persona importante en mi vida, de cuyo recuerdo nunca se desprenderá esta memoria selectiva que tenemos.
No podemos retroceder en el tiempo, lo único que se puede es aprender, sacar un aprendizaje vital de lo vivido que nos ayude, que nos sirva para seguir construyendo una vida, para caminar con energía, cargados de sueños.
Tu recuerdo me enriquece, querida tía, gracias por haberme recibido siempre con una sonrisa, gracias por apoyarme, gracias por quererme. Todavía no he encarnado tu pérdida, todavía no me lo creo aunque estuve ahí, acompañando tu cuerpo, acompañando a tus hijos y a todas las personas que te han querido, llorando. Descansa en paz y ten por seguro que cada una de las semillas que plantaste están dando su fruto, que tienes flores preciosas llenas de colores vivos poblando tu jardín. Te quiero mucho y siempre estarás en mi corazón.
Isolina Cerdá Casado
No podemos retroceder en el tiempo, lo único que se puede es aprender, sacar un aprendizaje vital de lo vivido que nos ayude, que nos sirva para seguir construyendo una vida, para caminar con energía, cargados de sueños.
Tu recuerdo me enriquece, querida tía, gracias por haberme recibido siempre con una sonrisa, gracias por apoyarme, gracias por quererme. Todavía no he encarnado tu pérdida, todavía no me lo creo aunque estuve ahí, acompañando tu cuerpo, acompañando a tus hijos y a todas las personas que te han querido, llorando. Descansa en paz y ten por seguro que cada una de las semillas que plantaste están dando su fruto, que tienes flores preciosas llenas de colores vivos poblando tu jardín. Te quiero mucho y siempre estarás en mi corazón.
Isolina Cerdá Casado
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