miércoles, 5 de febrero de 2014

Nuevos horizontes que atufan a una madurez obligatoria. Pobre chica.

   

    Puedes pensar que no tiene ningún sentido, es como si el tiempo te estuviera arrastrando a la orillas de una nueva isla. Una tierra diferente, en la que los miedos la han poblado enteramente. El color de tu vida ha cambiado; va cambiando minuto a minuto.
    Empiezas a reconocer expresiones que tu madre repetía y que para ti carecían de sentido. Pero ahora, hoy, en este momento me doy cuenta de que estoy llegando a metas distintas. 
    Yo no soy nada, ni nadie, apenas una gota de lágrima herida.
    No quiero razonarte penas. Hace mucho frío en la calle. Por suerte en casa no, hay calefacción, pagaremos con dificultad las elevadas facturas que nos lleguen, tenemos monedas y elegimos gastarlas calentándonos. Mi casa es un hogar feliz, aunque las prisas nos hacen rebelarnos contra el poco tiempo disponible. Y gritamos, las paredes están cansadas de sentir el golpe de las ondas sonoras tensionadas.
    No queremos, sí, pero gritamos demasiado. Soy yo que ya no soporto que me direccionen las obligaciones externas. Vivimos en medio de una gran carrera vital. Y demasiadas veces el cansancio no nos deja ver en el horizonte una meta acertada. 
    ¿Pero tú estás cansada? Entonces, ¿para qué haces tanto ejercicio? ¿qué exigencias te aplicas? 
    Soy simplemente una mujer que arrastra las piernas y cuya cabeza pesa tanto que en ocasiones cae al suelo y sale rodando. Y la persigo, sin verla, porque mis ojos ruedan con ella.
    Pobre niña, ¿y qué haces con tus hijos cuando la cabeza gira y gira por los suelos? 
    Pues en ese momento ellos se entretienen dando patadas al balón improvisado, y el miedo es pataleado junto con el dolor de cabeza insoportable, y entonces todo vuelve a la normalidad.

Isolina Cerdá Casado

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